El carácter anti revolucionario
del Plan Colombia
El
objetivo militar de los distintos gobiernos burgueses colombianos que
se han sucedido en el poder, tienen por objetivo terminar con las FARC
y el ELN, para lo cual ha hecho uso de varias estrategias, entre las cuales
vale citar:
1.
En uso de las fuerzas regulares del ejército colombiano;
2.
El apoyo al desarrollo y al sostenimiento de fuerzas paramilitares;
y,
3.
El proceso de negociación.
De
los aspectos mencionados en el presente punto se incluye un análisis sobre
el primero y el segundo, puesto que el tercero ha quedado prácticamente
invalidado por la ya mencionada nueva estrategia adoptada por Washington
y por la consecuente decisión de bloquear el proceso de negociación de
la paz entre el gobierno colombiano y las FARC y el ELN, como lo reclamaba
la derecha política colombiana, por ejemplo a través del Diario El Tiempo,
para imponer el escenario militar, evidenciado por la intensificación
de las acciones guerreras que se desataron desde mediados del mes de octubre
del 2000, en procura de una derrota total de las fuerzas insurgentes,
antes que avanzar en el proceso de negociación de la paz y forzar a los
militares a aceptarla.
No obstante lo expresado en el párrafo inmediato anterior, y precisamente
por las implicaciones que de ello se deriva, hemos de insistir sobre la
necesidad de realizar todos los esfuerzos por revertir la estrategia que
pretende imponer la fuerza de las armas sobre la
paz. Saludemos todo esfuerzo para reanudar las negociaciones, por
limitadas que éstas se planteen, como el anunciado para establecer una
tregua por navidad. Tratemos por todos los medios que se acallen las voces
de las armas, para que se imponga la calma de la cordura, de la negociación
para lograr una paz estable y duradera, como es el deseo mayoritario del
pueblo colombiano y de los pueblos del mundo. Apoyemos todos los pronunciamiento
a favor de las soluciones políticas, negociadas y concertadas.
1.
Apoyo al desarrollo y al sostenimiento de las fuerzas paramilitares
No
es casual que el pasado mes de julio las denominadas AUC hayan dado su
público respaldo al Plan Colombia, como lo destacaba el diario El Mundo
de España en el titular de la noticia: “Los
paramilitares colombianos respaldan el Plan contra la droga (...) Las
AUC aprueban las nuevas medidas contra el narcotráfico, a pesar de que
controlan la zona de mayor producción de coca del mundo”, reproducido
en la Revista Correo, Nueva época, Número 83 de septiembre del 2000[35],
ya que al interior de la sociedad colombiana se levantan voces en clara
defensa de la participación de las fuerzas paramilitares en el conflicto
colombiano, como lo demuestra la encubierta apología del rol de las mismas
emitida por la derecha colombiana, a través de su medio de comunicación
social más representativo, el
Diario El Tiempo de la ciudad de Bogotá, cuando señalaba,
en editorial suscrito por Miguel Posada del Centro de Análisis
Sociopolíticos, que:
“En la mayoría de los conflictos mencionados, (Omán, Malasia, Venezuela,
Perú y de muchos otros N.A.)
tuvieron una participación eficaz las organizaciones de autodefensa, legales
y coordinadas por las Fuerzas Militares. Además, se integraron a ellas
desertores de la subversión”[36],
afirmación que nohace otra cosa que confirmar el rol asignado a
las fuerzas paramilitares por las Fuerzas Armadas de Colombia y la relación
que éstas guardan con el ejército colombiano, a pesar de todos los esfuerzos
que por desmentirlos se realizan, principalmente desde el seno de las
propias fuerzas armadas colombianas.
El respaldo mencionado se explica entonces por lo que establecían las
FARC cuando mencionaban que la violencia parainstitucional:
“no tiene por objeto la transformación de la sociedad, sino el de garantizar
complementar y suplementar su adecuado funcionamiento cuando el Estado
no está en condiciones de hacerlo por las limitaciones que tiene en todos
los órdenes. Parainstitucional en la medida en que es afín a los objetivos
del ordenamiento existente y se compromete con el auxilio a la organización
institucional”[37],
cita a la que debe agregarse que el “suplemento” de las actividades
paramilitares no es otro que el realizar el trabajo “sucio”, que va desde
el asesinato de dirigentes obreros, campesinos, intelectuales y periodistas
comprometidos con la causa de Colombia, hasta la provocación en el territorio
de países vecinos, especialmente el Ecuador, con los propósitos de desprestigiar
a las FARC y el ELN, y de tratar de lograr que nuestras fuerzas armadas
se involucren en el conflicto armado.
En términos concretos el ejercicio
paramilitar en Colombia, se realizó con la ayuda de fuerzas especiales
estadounidenses, las que instruyeron a las Fuerzas Armadas colombianas
en la formación de grupos de paramilitares para que cumplan su labor anticomunista,
una de cuyas tareas fue el asesinato de casi 5.000 miembros de la Unidad
Patriótica, creado como un brazo político abierto de las FARC, experiencia
que determinó que las FARC, en la etapa actual de su desarrollo, hayan
desestimado la presencia legal de su nuevo partido denominado:
“Partido Comunista Bolivariano de Colombia”, a pesar de las múltiples
voces que provenientes de la derecha colombiana incitaban a que adopten
la misma condición que la Unidad Patriótica, seguramente en el afán de
reeditar el genocidio anterior.
La magnitud de la masacre mencionada permite pensar que no podía ser ejecutada
sin la participación o, por lo menos, la anuencia de las Fuerzas Armadas
y de la Policía, connivencia que se ha ido demostrando como irrefutable,
por lo que puede afirmarse que en Colombia se instauró una organización
para llevar adelante una política de terrorismo de Estado, como lo han
denunciado en innumerables oportunidades organismos de Derechos Humanos
nacionales e internacionales, o la trágica constatación de que Colombia
haya alcanzado el récord más alto de violación de los DD.HH en el hemisferio
occidental, por los casi 10 asesinatos políticos que se cometen cada día,
de los cuales el propio Departamento de Estado de los Estados Unidos atribuye
entre el 70 y el 80 por ciento a los paramilitares.
La coordinación o por lo menos la cooperación entre las Fuerzas Armadas
colombianas con los paramilitares, siempre negada por las fuentes oficiales,
se ve corroborada por eventos como el siguiente denunciado por la Corporación
CLÉBER el que señala, luego de relatar detalladamente la serie de asesinatos,
torturas y atropellos cometidos con la población del corregimiento de
La Pacha, municipio de Altos del Rosario, región del sur de Bolívar, que:
“Después de este hecho los paramilitares permitieron a algunas personas
que fueran por comida a la cabecera municipal de Barranco de Loba (sur
de Bolívar), para poder desplazarse era necesario portar un salvoconducto
en el que debían consignar datos personales como el número de la cédula,
familiares en el pueblo, tiempo de duración de su ausencia de la población
(no más de un día), y actividad que iría a realizar. Este salvoconducto
debía ser presentado ante el comandante del ejército: un sargento apodado
el Oso que está al mando de una compañía especial del Batallón Nariño,
adscrito a la segunda brigada con sede de mando en Barranquilla, Capital
del departamento del Atlántico en la costa norte de Colombia. Al regresar
a Pueblito Mejía debían reportarse nuevamente ante los paramilitares y
presentar el salvoconducto. Todas estas personas eran inscritas en unas
planillas. En la actualidad para poder ingresar a la región es necesario
que las personas se presenten, en Barranco de Loba, ante el sargento del
ejército quien después de coordinar con los paramilitares permite o niega
el ingreso al sector rural del municipio”[38].
Visto que la negación de la colaboración
continuará, incluso y a pesar de que el propio Departamento de Estado
ha marginado de la ayuda americana a dos batallones con asiento en Tres
Esquinas, sobre las base de la decisión americana de no incluir en la
ayuda a los grupos de las Fuerzas Armadas colombianas que no respeten
los derechos humanos, o de que la televisión ecuatoriana en sus reportajes
diarios sobre la tragedia colombiana presente tomas in situ que demuestran
la convivencia de las Fuerzas Armadas de Colombia con los paramilitares
en todos lo poblados del sur de Colombia visitados por dichos canales,
es necesario incluir in extenso las conclusiones y recomendaciones del
documento “Los Lazos que Unen: Colombia y las relaciones militares-paramilitares”
el que señala que: “Human Rights Watch presenta en este documento
pruebas detalladas, abundantes y convincentes de los constantes lazos
estrechos entre el Ejército de Colombia y los grupos paramilitares responsables
de graves violaciones a los derechos humanos.
Esta información ha sido recopilada por investigadores del gobierno colombiano
y Human Rights Watch. Varias de nuestras fuentes de información, entre
ellos testigos presenciales, nos solicitaron que ocultáramos su
identidad debido a que sus vidas han sido amenazadas como resultado de
su testimonio.
En lugar de adoptar medidas decisivas para cortar los lazos con los paramilitares,
las pruebas de Human Rights Watch sugieren claramente que el alto mando
militar colombiano aún no ha dado los pasos necesarios para lograr este
objetivo. La información de Human Rights Watch implica a brigadas del
Ejército Colombiano que operan en las tres ciudades más grandes del país,
entre ellas la capital, Bogotá. Si los dirigentes colombianos no pueden
o no quieren detener el apoyo de estas unidades a los grupos paramilitares,
la resolución gubernamental de poner fin a los abusos a los derechos humanos
en unidades que reciben asistencia de seguridad de Estados Unidos ha de
ponerse seriamente en entredicho.
En previos informes y documentos de Human Rights Watch se han expuesto
en detalle pruebas creíbles y convincentes procedentes de investigaciones
oficiales y de otros organismos de la continua relación entre el Ejército
y los grupos paramilitares dentro de la Quinta, Séptima, Novena, Décimo
Cuarta y Décima Séptima Brigadas.
En conjunto, las pruebas recopiladas hasta ahora por Human Rights Watch
relacionan a casi la mitad de las 18 brigadas del Ejército de Colombia
(salvo las escuelas militares) con la actividad paramilitar. Estas unidades
operan en la zona de las cinco divisiones militares colombianas. En otras
palabras, el apoyo militar a la actividad paramilitar es un asunto nacional
y cubre áreas donde unidades que reciben o están designadas para recibir
ayuda militar estadounidense operan.
Human Rights Watch ha llamado la atención sobre estos hechos a los ministros
y funcionarios competentes del gobierno colombiano y les ha instado a
que tomen medidas inmediatas para resolver estos problemas continuos de
conformidad con las leyes colombianas.
Partiendo
de las pruebas adjuntas, Human Rights Watch concluyó que:
- “Tan recientemente como 1999, los investigadores del gobierno
colombiano reunieron pruebas de que oficiales del Ejército habían establecido
un grupo “paramilitar” utilizando a oficiales militares en activo, retirados
o en la reserva, junto con paramilitares contratados, que operaba efectivamente
al lado de soldados y en colaboración con ellos. Algunos de los oficiales
implicados siguen en servicio activo y en posiciones de mando;
- En 1997, 1998 y 1999, una investigación exhaustiva realizada
por el gobierno colombiano recopiló pruebas convincentes de que oficiales
del Ejército colaboraban estrechamente con paramilitares a las órdenes
de Carlos Castaño. Compartían inteligencia, planeaban y ejecutaban operaciones
conjuntas, suministraban armas y municiones, apoyaban con helicópteros
y asistencia médica, y se coordinaban con los paramilitares a diario;
- Existen pruebas creíbles, obtenidas mediante investigaciones
del gobierno colombiano y entrevistas de Human Rights Watch, de que en
1998 y 1999, agentes de inteligencia militar reunieron información sobre
colombianos asociados con la protección de los derechos humanos, los organismos
oficiales de investigación y los diálogos de paz, que fueron después objeto
de amenazas, hostigamientos y ataques por parte del Ejército, a veces
con la asistencia de grupos paramilitares y sicarios;
-
Existen pruebas creíbles de que esta alianza entre la inteligencia
militar, los grupos paramilitares y los sicarios tiene alcance nacional
y capacidad para amenazar a investigadores clave de la Fiscalía General
y la Procuraduría;
-
Las brigadas que se citan en este informe -la Tercera, Cuarta y
Décimo Tercera- operan en las ciudades más grandes de Colombia, entre
ellas la capital. Sus comandantes se consideran entre los más capacitados
e inteligentes, y son los principales candidatos para ascensos a puestos
superiores de mando de divisiones, el Ejército y las fuerzas conjuntas
de Colombia. Si los líderes de Colombia no pueden o no quieren detener
el apoyo a los grupos paramilitares dentro de estas unidades, es muy cuestionable
que vaya a tener más éxito con unidades menos controladas o que operan
en áreas rurales, tales como las que reciben asistencia de seguridad de
Estados Unidos en el sur de Colombia;
-
Como subrayan estos casos, los organismos civiles de investigación
de Colombia, especialmente la Fiscalía General, son capaces de realizar
investigaciones sofisticadas e implacables. Sin embargo, muchos investigadores
asignados a casos que implican al Ejército y los paramilitares se han
visto obligados a renunciar o huir de Colombia;
-
Al menos siete de los oficiales mencionados en el informe adjunto
se han graduado en la Escuela de las Américas. La formación por sí sola,
aunque incluya cursos de derechos humanos, no impide los abusos a los
derechos humanos. Ha de estar acompañada de acciones claras y decididas
por parte del gobierno colombiano para llevar ante la justicia a los miembros
del Ejército que hayan cometido abusos a los derechos humanos, obligar
al Ejército a cortar sus antiguos lazos con los grupos paramilitares
y garantizar que las Fuerzas Militares de Colombia están sometidas al
estado de derecho, lo que incluye acatar la decisión de la Corte Constitucional
de agosto de 1997 decretando que el personal de las fuerzas de seguridad
acusado de cometer crímenes de lesa humanidad sea juzgado en tribunales
civiles”[39].
Finalmente
valga resaltar que la represión
a los paramilitares es una obligación cuyo incumplimiento está penado
por normas internacionales, como lo comprueba la siguiente fundamentación
del Grupo Nizkor de Bruselas, ante la denuncia de la Corporación CLÉBER
antes referida.
La
fundamentación afirma lo siguiente:
“1.
Según el Estatuto del Tribunal Internacional de Nuremberg y las sentencias
posteriores reafirmadas por el Tribunal ad hoc de la Ex Yugoslavia en
julio de 1999 en el caso TADIC, la responsabilidad de los comandantes
militares y dirigentes civiles que controlan la zona donde actuaron los
paramilitares son responsables de no impedir la actuación de los paramilitares
con las mismas responsabilidades penales individuales que si hubieran
dirigido las operaciones en la zona de su comando.
Los comandantes de la zonas militares que son responsables en la
cadena de mando de la que dependen los batallones y los jefes de los batallones
son responsables de no impedir la actuación de las organizaciones criminales
que componen los grupos paramilitares, no es suficiente las alegaciones
de subordinación territorial ante la comisión de delitos de esta naturaleza.
Estas responsabilidades deben ser depuradas ante un tribunal bajo el criterio
de que “no sólo deben saber, sino que están obligados a saber” lo que
ocurre en sus zonas de comando, como ha reafirmado en sentencia de 3 de
marzo de 1999, en el caso TIHOMIR BLASKIC, el Tribunal Penal Internacional
de la Ex Yugoslavia. En este caso el Batallón Nariño, adscrito a la segunda
brigada con sede de mando en Barranquilla, capital del departamento del
Atlántico en la costa norte de Colombia.
2.
La actuación de los paramilitares en Colombia recoge un patrón de instrumentación
de operaciones militares encubiertas que hacen responsables a los cuerpos
militares y al Estado Mayor del ejército de Colombia de crímenes de guerra,
secuestros, desapariciones forzosas y demás delitos constituidos en la
figura de crímenes graves contra la humanidad. Estos delitos ni prescriben,
ni son amnistiables tal cual ha dictaminado la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos en los informes que afectan al Batallón Atlacatl en
El Salvador. Lo mismo ocurriría si sus responsabilidades fueran depuradas
con los parámetros utilizados por los Tribunales Penales Internacionales
y la doctrina actual sobre el Derecho Internacional Humanitario.
3.
Los paramilitares deben saber que según los convenios de Ginebra los mercenarios
no tendrán derecho al estatuto de combatiente o de prisionero de guerra
y que además serán juzgados por ser integrantes de una organización.
4.
Es evidente que se están utilizando formas de exterminio de población
civil que siguen perfiles de modelos de análisis y control social con
la utilización de técnicas de simulación por ordenador que determinan
las listas de personas que son “nodos” de activismo civil político, social
y cultural y que son: a) son fijadas como blanco; b) son amenazadas como
forma de determinación del blanco a las unidades paramilitares; c) son
despejadas las áreas geográficas de actuación paramilitar en zonas rurales
o fijadas zonas de cobertura de seguridad en zonas urbanas; d) son otorgadas
facilidades de comunicaciones y coordinación y finalmente se determina
el momento dela ejecución.
Estos
hechos son constitutivos de la figura de organización criminal y planificación
sistemática de exterminación de población civil. Según la Comisión Colombiana
de Juristas, durante 1998 de un total de 1656 incidentes registrados el
81,8 por ciento fueron cometidos por paramilitares y por las fuerzas de
seguridad del Estado. Entre 1994 y 1998 las violaciones graves de paramilitares
y militares se han más que doblado.
5.
El exterminio es un crimen contra la humanidad, y por lo tanto punible
bajo el Derecho Internacional. El exterminio es reconocido como crimen
contra la humanidad en el artículo 6(c) del Estatuto de Nuremberg; artículo
II(1) (c) de la Ley Núm. 10 del Consejo Aliado de Control, órgano supremo
de los aliados en Alemania, ocupada después de la II G.M.; artículo 5(c)
del Estatuto de Tokio y Principio IV(c) de los Principios de Nuremberg.
Se incluyó también en los estatutos de los tribunales penales internacionales
para la Antigua Yugoslavia (artículo 5) y Ruanda (artículo 3), así como
en el Proyecto de Código de Crímenes contra la Paz y la Seguridad de la
Humanidad [1954: artículo 2, párr. 11 y 1996: artículo 18(b)].
6.
Tomamos nota y apoyamos en todos sus términos, la Declaración Publica
del Comité Permanente de Relaciones Exteriores y Comercio Internacional
del Parlamento Canadiense de 16oct99 que dice expresamente “Hace un llamado
al Gobierno de Colombia a intensificar tanto la investigación de la masacre
de Barrancabermeja como también todas las actividades orientadas a reducir
y prevenir la violencia, la violación de los derechos humanos en el país
y a que ponga fin a la impunidad especialmente respecto a los crímenes
de lesa Humanidad”[40].
En
consecuencia, incluso en el caso de que las relaciones entre las Fuerzas
Armadas de Colombia no mantuviesen relaciones con los paramilitares, es
de su obligación el reprimirlas, y no apoyarlas como incluso parece señalar
su reciente intervención en los combates en el Putumayo, cuando, ante
la ofensiva iniciada por los paramilitares, las FARC lanzaron una contraofensiva
exitosa.
2.
El apoyo militar abierto
El
apoyo militar abierto que se hallan prestando los ejércitos de otros países
latinoamericanos, en el marco de las estrategias acordadas en apoyo al
Plan Colombia, quedó ya explicada en puntos anteriores, no así la intervención
directa del ejercito norteamericano, como efectivamente sucede si se da
fe al diario El Tiempo de la ciudad de Bogotá, el cual en su edición correspondiente
al 2 de agosto manifestaba que: “Desde marzo E.U. comparte inteligencia
con el Ejército, entrena un batallón antinarcóticos con el objetivo de
golpear a la guerrilla, intenta conseguir US$ 600 millones más para la
guerra y, según la revista Newsweek de ayer, ya tiene 300 hombres operando
permanentemente en Colombia”.
A lo antes expuesto valga sólo recordar que los mapas sobre las
guariciones militares colombianas ratifican lo aseverado por Newsweek,
ya que en ellos es posible observar la distribución de los instructores
norteamericanos en las distintas bases militares colombianas, lo que confirma
el apoyo y la presencia militar de los Estados Unidos en territorio
colombiano, lo que, por otra parte explica el por qué de la declaratoria
como “objetivo militar” a los ciudadanos norteamericanos por parte de
las FARC.
[35] Véase: “Enfrentemos la ofensiva recolonizadora del imperialismo: rreproducción, extractada, de la declaración que publicó el Secretariado Internacional de la LITci el pasado 10 de Septiembre, publicada en Revista Correo, Nueva época, Número 83 de septiembre del 2000
[36] Posada, Miguel: “Reflexiones sobre el Proceso de paz con las FARC”, Centro de Análisis Sociopolíticos, Diario El Tiempo, Bogotá Colombia, enero de 1999.
[37] Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo, FARC-EP: “Paramilitarismo como política contrainsurgente de Estado”, Montañas de Colombia, Enero de 1999.
[38] Corporación CLEBER: “El Batallón Nariño del ejército y grupos paramilitares actúan conjuntamente y cobran impuestos por la producción de coca y por la venta de productos químicos”, Santa Fé de Bogota, Colombia, 10 de julio del 2000
[39] Human Rights Watch: “Los Lazos que Unen: Colombia y las relaciones militares-paramilitares”, New York 2000.
[40] Fundamentación adjunta a la denuncia de la Corporación CLÉBER ya mencionada.