18 de junio de 2003
La esperanza revolucionaria de César Vallejo
Simón Royo
Rebelión
El gran poeta César Vallejo (1892-1938) como artista y marxista peruano,
mantuvo siempre la esperanza de la revolución, esa esperanza de que todo
cambie en todas partes y recupere la pureza salvaje de lo primitivo y el frescor
de la niñez. El espíritu revolucionario de Vallejo es algo que
ya tenía en su juventud, con anterioridad a su militancia comunista,
pues pertenece a lo ya latente desde siempre en el talante del poeta: "Rehusad
la simetría a buen seguro. / Intervenir en el conflicto" (Trilce
XXXVI).
Vallejo nació el 16 de marzo de 1892 en Santiago de Cucho. Entre 1909
y 1913 vive entre Trujillo y Lima, intentando cursar estudios universitarios
con grandes dificultades económicas, para ello trabaja en las minas de
los pueblos circundantes y desempeña algunos modestos puestos administrativos.
En 1918 edita su primera selección poética Los Heraldos Negros.
Su supuesta participación en una revuelta popular le llevaría
por tres meses (1920) a la cárcel, experiencia que le marcaría
de por vida. Es en prisión donde escribió parte de su segundo
y más famoso e importante libro, Trilce (1922). Afincado luego
en París entablará contacto epistolar con Mariátegui, manteniéndose
así en contacto con el marxismo peruano. Su compromiso con el socialismo
se hizo entonces definitivo, adhiriéndose a la causa de Mariátegui
y al Partido Comunista Peruano. Actividad política que desemboca, en
1930, en su expulsión de Francia. Se establecerá entonces en Madrid,
con su compañera, afiliándose al Partido Comunista Español.
Publica en España la segunda edición de Trilce, con prólogo
de José Bergamín y un poema de Gerardo Diego, pero su orientación
literaria ha tomado ya un nuevo rumbo publicando a partir de ese momento novela
y teatro proletarios. Realizó algunos viajes a Moscú (1928,1929
y 1931) participando en política dentro de la línea del comunismo
soviético.
Tras ser expulsado de Francia Vallejo se instalará en Madrid durante
un tiempo, donde publicará su novela social El Tungsteno (1931)
y sus Reflexiones al pie del Kremlin. Volverá clandestinamente
al París que le expulsó en 1932. Con la Guerra Civil Española
cobran protagonismo sus ideales políticos que dan renovado brillo a la
llama de su poesía. Llega incluso a volver a España en 1937 asistiendo
en Valencia al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas (junto a Antonio
Machado, Miguel Hernández, Neruda y Alberti, entre otros) y presiente
ya entonces la derrota republicana que asocia a una pésima gestión
política y burocrática. Otra vez en París, en medio de
la mayor penuria, fallece, en abril de 1938. Y ya de manera póstuma se
publicarán sus obras Poemas Humanos (1939) y España,
aparta de mi este cáliz (1940).
Su extremadamente hermética poesía parte de la soledad y del encierro
hacia la búsqueda de una solidaridad y de una ayuda mutua perdidas en
lo recóndito, unas fuerzas soterradas pero aún vivas que esperan
poder ser recuperadas a través de diversos recursos poéticos,
como el del rompimiento de la linealidad del tiempo histórico, que nos
muestra una diferente manera de concebir el tiempo. Así ocurre cuando
nos habla de "el traje que vestí mañana" (Trilce VI)
o cuando nos dice: "Esta niña es mi prima. Hoy al tocarle el talle,
mis manos han entrado en su edad" (Trilce XI). Por eso, del mismo modo,
también un tiempo sincrónico para la revolución se mantendrá
a lo largo de su obra poética, un tiempo en la que la niñez y
la vejez se darían la mano sin que se pudiera decir que el momento del
cambio haya pasado, un tiempo del que cuida el poeta asistiéndolo y esperándolo
en cada presente y viviendo en cada instante tanto su advenimiento como su realización.
Por eso nos dirá, desde un ateísmo que no renegará de la
añoranza del espíritu rebelde del cristianismo primitivo, que
la: "Esperanza plañe entre algodones", y que: "Cristiano
espero, espero siempre" (Trilce XXXI). La espera de la revolución
es ya su puesta en marcha. Se nos confronta entonces con una de las virtudes
teologales, descrita como un mal en la Grecia clásica a través
del mito de Pandora, pero que cobrará en la poesía de Vallejo
toda su positividad vital; dejando de lado el insidioso aspecto spinozista que
la señalaría como mecanismo de dominación por parte de
los poderes establecidos y tomando su carácter revolucionario, fraternal
y dinamizador.
Así, en sus Poemas en Prosa, en el titulado Voy a hablar de
la esperanza, deja clara su empatía y adhesión con la experiencia
de dolor y sufrimiento del explotado y del vencido, con una experiencia de vacío
que unifica a los hombres y que en principio no necesitaría mayores explicaciones:
"Hoy sufro solamente". Pero el dolor del poeta no es solamente el
dolor del vencido y explotado, sino que es un dolor revolucionario, un sufrimiento
productivo, afirmativo, no es sólo muerte como el dolor del hambriento,
sino que es también vida, creatividad, plenitud vital fecundadora: "De
quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de
hierba" (Poemas en Prosa: Voy a habla de la esperanza).
En los tres meses que el poeta pasó en la cárcel aprendió
personalmente lo que ya sabía íntimamente, el significado de la
represión, la dominación, el sojuzgamiento y la injusticia. No
puede decirse sin cometer un dislate que la cárcel incentive la creatividad,
pues entonces habría que desear que los poetas permaneciesen en prisión
si de ello dependiese que nos legasen grandes obras. Ciertamente, el dolor social
de Vallejo no es sin causa, como lo es su talento y ese dolor existencial que
le caracteriza. Pero la experiencia de la cárcel no le otorga su sensibilidad
sino algunos materiales biográficos para enfocarla y expresarla. Cobrará
entonces con su paso por la cárcel una experiencia que le volverá
aún más perceptivo y solidario con el dolor ajeno, más
sensible a la injusticia y más proclive a la revolución: "Ya
no reiré cuando mi madre rece / en infancia y en domingo, a las cuatro
/ de la madrugada, por los caminantes, / encarcelados, / enfermos / y pobres"
(Trilce LVIII). Aunque no por ello perderá el sentido del humor, la capacidad
para la risa y la alegría, o la esperanza en la revolución que,
poéticamente, él encarna plenamente.
También se alcanzan en la poesía vallejiana momentos sin esperanza,
sensaciones puntuales de fracaso absoluto, estados de depresión y debilidad
de ánimo, como cuando se acude a la droga: "absorbo heroína
para la pena", para aliviar el sufrimiento debido a la sensación
de que "nada alcanzó a ser libre" (Trilce LVII); o cuando se
constata la verdad profunda del fondo informe y absurdo de la existencia: "Absurdo,
sólo tú éres puro. / Absurdo, este exceso sólo ante
ti se / suda de dorado placer" (Trilce LXXIII). Pero del estado de tocar
fondo y bucear en el absurdo el poeta emerge, como del caos surge el orden,
con renovados ánimos. Por eso el Absurdo, paradójicamente, acaba
reportando placer y en el seno de la asimilación de las contradicciones
el poeta se fortalece y recupera la alegría: "Tengo pues derecho
/ a estar verde y contento y peligroso, y a ser / el cincel, miedo del bloque
basto y vasto; / a meter la pata y a la risa" (Ibid. LXXIII). Contrasta
este derecho a la risa y al contento con la prohibición a reír
de los que sufren que hemos visto con anterioridad (Trilce LVIII) y nos lleva
a relacionar la dialéctica entre la esperanza y la desesperanza con la
de la risa y la tristeza. Además, una suerte de vínculo se establece
entre la tragedia y la comedia en la poesía de Vallejo cuando la risa
y el absurdo se dan la mano, como cuando el poeta se troncha de risa ante una
carga policial: "La Muerte de rodillas mana / su sangre blanca que no es
sangre. / Se huele a garantía. / Pero ya me quiero reír. (…) En
tanto, el redoblante policial / (otra vez me quiero reír) / se desquita
y nos tunde a palos" (Trilce XLI). La tragedia y la comedia, el absurdo
y la risa, como en el teatro de Darío Fo, impregnan de humanidad la semántica
vallejiana, vinculando un existencialismo surrealista con un gran vitalismo.
En la filosofía existencialista y vitalista se trataría, en general,
de dar curso a una suerte de paradoja: algunos seres serían capaces de
convertir el dolor en gasolina y alcanzar la alegría profundizando en
la tristeza. En Spinoza se aclara semejante contradicción a través
del estudio de las leyes de la imaginación humana. Por eso nos dice que
en su Ética que "el alma se esfuerza en imaginar sólo
aquello que afirma su potencia de obrar" (Eth.3PLIV), lo que le reporta
la alegría, pero que "cuando el alma imagina su impotencia, se entristece"
(Eth.3PLV). Porque de acuerdo con las definiciones spinozistas de los afectos:
"II- La alegría es el paso del hombre de una menor a una
mayor perfección. III- La tristeza es el paso del hombre de una
mayor a una menor perfección" (Eth.3). De este modo, podemos explicarnos
la paradoja de la filosofía de la muerte, porque ésta puede ser
una victoria sobre el miedo a la muerte y una elevación a una
mayor perfección, y en cuanto tal, no ya sólo imaginación
sino incluso entendimiento y en realidad una filosofía de la vida
de la que derivaría la acción y la alegría; o bien puede
ser un continuo hundimiento en la constatación de las imperfecciones
propias y de las del mundo que nos rodea, y en cuanto tal, un nihilista regodeo
en la filosofía de la muerte de la que derivaría la inacción
y la tristeza.
Spinoza afirmará también, respecto al absurdo de la muerte, que
"un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría
no es una meditación de la muerte, sino de la vida" (Eth.4PLXVII),
de donde se deriva que el romanticismo y el existencialismo, fuentes de la llamada
filosofía de la muerte, pueden llegar a formar en lugar de una filosofía
de la vida una filosofía pesimista de culto a la muerte, impropia de
un espíritu libre y propia del imaginario del fascismo. Hace falta gran
fortaleza para mirar a la adversidad de frente y, meditando sobre la muerte,
no caer en el desánimo y la melancolía, sino sacar de la patencia
de lo caduco la energía para aprovechar el instante y para amar cada
momento de la vida. De modo que no hacen faltas esperanzas ultraterrenales cuando
el alma está colmada de esperanzas revolucionarias terrenales, cuando
el poeta siente en un presente sin pasado ni futuro que hay mejoras posibles
tanto a nivel individual como colectivo: "Tengo fe en ser fuerte / (…)
Al aire fray pasado / (…) Tengo fe en que soy, / y en que he sido menos"
(Trilce XVI).
En Vallejo se ejemplifican plenamente esos dos estadios de la imaginación
spinozistas de los que derivan la alegría y la tristeza, pero enseñando
cómo, excepcionalmente, para el poeta puede brotar la potencia incluso
de la imaginación de la impotencia, acusándose tanto al derrotismo
estéril y seco como a la vida cotidiana de la masa informe de aceptación
de lo establecido, de no saber beber vida de las aguas estancas de la muerte:
"Estáis muertos. Qué extraña manera de estarse muertos.
Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis
muertos, muertos. Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana
que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo,
vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo,
pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original,
la muerte. Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente
se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los
bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y
creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra. Estáis
muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que,
no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los
cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino el no haber sido
sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad
de orfandades. Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres
de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.
Estáis muertos" (Trilce LXXV).
De esta manera, quienes renunciaron a la revolución, quienes perdieron
toda esperanza de cambio radical, los que de jóvenes pasaron a ser viejos
y se conformaron a lo establecido, al infierno dantesco del capitalismo triunfante,
quienes militaron en la extrema izquierda y acabaron en el neoliberalismo, o
incluso quienes terminaron por suavizarse y tornarse reformistas al tomar sobre
sus hombros la tarea de conservar el mundo recibido; ˇtodos ellos!, ˇtodos!,
ˇestán muertos!; y además lo estuvieron siempre, porque mediante
una suerte de retroactividad se tiñe de muerte, cuando ésta vence,
lo que antaño tuvo apariencia de vida.
Están muertos pero no son muertos, porque para ser un muerto
y para poder reclamar siquiera el papel de cadáver, efectivamente, haría
falta haber vivido antes.