30 de junio del 2003
La crisis fuera de control
Raul Wiener
El último en convencerse que el problema del gobierno de Toledo es Toledo, tenía que ser él mismo. Parece que ya lo hizo. O ya le obligaron a aceptarlo. Y es aquí donde recién empiezan los problemas. Porque ahora resulta que lo importante es que el presidente tiene la boca floja, es indeciso y saltimbanqui, inecuánime, patero, juerguero, nepotista y tantas cosas más, mientras la política de gobierno, económica, social, de orden público-tan parecida a la de Fujimori y en el centro de la marea social de estos días-, queda fuera del debate. Algunos ya concluyeron en que la salvación del país sería Raúl Diez Canseco en el sillón de Pachacútec. Aunque la mayoría todavía apuesta a la tesis del premier que gobierna en reemplazo del presidente, que es todo este ruido para resucitar a Luis Bedoya Reyes.
En las últimas semanas el pobre Toledo ha debido aceptar que le impongan el estado de emergencia que no funcionó, el paquete tributario de Silva Ruete que también se cayó en pedazos y ahora el cambio de gabinete hacia un premierato que no le haga caso al presidente, que sin duda tampoco va a resultar. En este proceso el país tendrá que irse terminando de convencer de la necesidad del cambio de gobierno, que es como crecerá el consenso hacia el reemplazo definitivo. Desde el campo de la derecha criolla, además, el destronamiento presidencial tiene un significado adicional, mucho más importante que lo que puede ser el destino particular de la devaluada figura de nuestro primer gobernante. Se trata -así piensan- de poner fuera de juego los múltiples compromisos de los cuatro suyos, de las campañas electorales y de las promesas presidenciales de Toledo, que representan una fuente de presión constante sobre el Estado.
Es cierto, por supuesto, que el 11% de aceptación presidencial tiene un altísimo componente que se debe a la habilidad particular de Alejandro Toledo para meter la pata. Y que el grito unánime de la calle lo señala como un mentiroso incurable. Pero no olvidar que a Fujimori lo aprobaban encima del 50%, pero más del 80% consideraba que nunca decía la verdad. ¿Por qué esa desigualdad de trato hacia dos falsarios tan evidentes? No hay duda que la esencia del asunto se ubica en la capacidad de ejercer poder y no en la mentira por ella misma. A Toledo las mentiras se le han venido encima, mientras que Fujimori las usaba para avanzar en sus objetivos, y un cierto cinismo popular murmuraba "todos los políticos mienten". De alguna manera todo esto es como decir que Fujimori era más apto para hacer fujimorismo, y que la tragedia del de Cabana consiste en querer hacer la política de su predecesor -en otra correlación, con otro nivel de expectativas y con un sistema de alianzas de poder mucho más frágil-, lo que está dando como consecuencia el producto lamentable que vemos ante nuestros ojos y que incluye la sonrisa cachacienta que desde el Japón insiste que con él, se estaba mucho mejor.
Pero si al lado de Toledo se coloca a un primer ministro que responde a recomendación ajena con el encargo de no dejarlo actuar, el escenario seguirá siendo igualmente desfavorable para la aplicación del programa actual y tal vez la resistencia social se haga más fuerte. Tampoco se podría imaginar que el vicepresidente y titular de patentes de hamburguesas y pollo broaster, haría un gobierno más solvente que Toledo. Nada lo acredita. Y no hay nada peor que cambiar un burro por un jumento. Lo que es evidente, sin embargo, es que hay ya la decisión de empujar la crisis política. A ver que pasa. Y que en Palacio no existen los medios para resistir la corriente que arrastra a sucesivos cambios. Toda la cuestión parece ser saber quienes se arriesgan a poner la cabeza en las etapas intermedias.
Un Bedoya lanzado desde el APRA, con respaldo de Acción Popular, reticencias Lourdes Flores y oposición de Rafael Rey, hace pensar en el juego de maniobras propio de una crisis a la que todavía le resta bastante para madurar. El viejo tucán debe haberlas pensado mucho sobre el riesgo que asumiría de aceptar el peligroso encargo. Porque no es cierto que los años hayan sido suficientes para elevarlo por encima del bien y el mal. Ni que su inclinación autoritaria pueda desarrollarse como si operara en el vacío político y social. Todo esto sin considerar el tema del hijo preso, por aquello que el papá llamó un "simple pecado y no un delito", a pesar de ser exactamente el mismo pecado que ha llevado a decenas a la prisión y a la fuga del país, y que precipitó la caída del invencible gobierno fujimorista.
Obviamente es una apuesta demasiado delicada y de difícil viabilidad, que Toledo y su invitado han manejado tan públicamente, en varias sesiones de muchas horas en Palacio de Gobierno, como si quisieran dar a entender que hicieron el esfuerzo aunque no lo logren. El uno, que estuvo dispuesto a ceder parte de su poder, que parece que de cualquier manera se le terminará escapando de las manos. El otro, que al final de su vida estuvo a punto de "sacrificarse por su país" y se detuvo justamente a tiempo.