Cusco: ¿30% para el Arzobispado?
Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
Cusco, centro del Tahuantinsuyo y no ombligo como ha vendido en vídeos un reportero televisivo, no es sólo la Nueva York de los Andes, es también núcleo de una de las discriminaciones contra peruanos más aberrantes que pueda existir en todo el país. En esa ciudad el patrón que rige cualquier consumo, compra o transacción es aquella que refleja una pingue ganancia para el que vende y un terrible perjuicio para quien compre, sobre todo, si es nacido en el Perú pero fuera de Cusco.
De todas las ganancias que tiene la desordenada pero productiva industria que es el turismo en Cusco, el 30% va para el Arzobispado. Hay derecho a preguntarse ¿qué cosa, aparte de institucionalizar la mentira de la religión forjada encima de los muros incaicos, han hecho los representantes ensotanados de la Iglesia Católica, especialmente en Cusco? ¿qué le produce al país esta gavilla de panzones ociosos que reparten perdones celestiales según el diezmo que perciba su parroquia o templo? No es la única irregularidad en Cusco.
Perúrail, empresa que tiene el monopolio absoluto del traslado de los turistas hacia el Valle Sagrado y hasta Macchu Picchu ha establecido las siguientes tarifas: US$ 85; US$ 55; US$ 35 y S/. 30 exclusivo para peruanos.
Si no consigue el tren en la Estación de San Pedro, porque hay gente que acapara los boletos y los revende, entonces tiene que ir a Izcuchaca (a 40 minutos de Cusco) y a fuerza viva, asaltar el vagón para connacionales. Si usted tiene una casaca bonita o lentes oscuros o, por último, rostro de bobo, le preguntarán hasta la saciedad si tiene DNI, si carece de él, NO puede subir y se queda en la estación.
Los extranjeros viajan por Perúrail aparte de los peruanos. Antes, y he hecho múltiples veces el periplo, usted departía con cuanquier anglo-franco-luso-parlante porque compartía el mismo vagón y pagaba derechos similares. Hoy no, hay un vagón, a lo más dos, sólo para los malolientes peruanos como le escuché decir a un empleado necio e insolente que debió pedir disculpas por su malcriadez inaceptable.
Cuando llega a Aguas Calientes en el distrito de Macchu Picchu el plato más barato cuesta algo así como US$ 5. ¿A quién le importa que los peruanos no ganemos al nivel de los europeos o de los gringos en general? Para subir a los restos arqueológicos hay que tomar un microbús que cuesta la friolera de US$ 10. Y para entrar a Macchu Picchu hay que pagar US$ 20. Sólo los cusqueños, y los días domingo, pueden entrar gratis. El resto de peruanos: ¡que pague! ¿Qué ocurriría si se estudiara una tarifa para el resto de peruanos no cusqueños? La respuesta es simplísima: ¡se aumentaría a niveles extraordinarios el turismo interno! Miles de cusqueños no conocen Macchu Picchu porque simplemente tampoco pueden pagar las tarifas de Perúrail o el microbús de la Estación de Aguas Calientes. La usura reina en el Cusco y nadie pretende o quiere ir contra estos compatriotas, pero lo que sí se demanda es que el turismo represente una evolución gigantesca y el filón interno es mucho más grande, en cantidad, que la veta foránea.
Una encuesta sencilla hecha en aviones, trenes y buses, nos reveló que para el foráneo el Perú es muy barato. Aún así, cuando la “igualdad” de precios se hace hacia arriba, tomando como referencia el nivel de consumo del norteamericano, del europeo o del oriental, caemos en el absurdo que acabo de observar acentuadamente en el Cusco: se oyen todos los idiomas del mundo, menos el castellano y los rostros son rubicundos, los cabellos y ojos claros y los connacionales sólo se encargan de avituallar los mecanismos para los privilegiados que ganan lo suficiente para fletar semejantes costos.
Ir en familia en Cusco y por avión y pagando hotel y todos los costos, apenas para 3 personas, no le cuesta menos de US$ 800. Y encima de todo le cuentan que el Arzobispado se lleva nada menos que el 30% de todos los ingresos del turismo en Cusco. ¿No le parece que vivimos en un país de absurdos tremendamente escandalosos? Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.