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"MIREN COMO NOS HABLAN DEL PARAÍSO"



Ratzinger, un pastor alemán

Ricardo Alvarado Ave Crítica

"¡Pero, si lees su nombre en letras griegas, puedes ver que el número de la bestia es Benedicti! [...] Dios ha permitido que semejante monstruo de vicio e iniquidad gobernase su iglesia...
(Umberto Eco)

Incluso sus más fanáticos hagiógrafos no pueden negar el paso de Joseph Ratzinger por la Juventud Hitleriana, en la cual se rendía culto, no al Dios cristiano, sino al Führer Adolf Hitler. Los hagiógrafos aducen, por supuesto, que el ahora llamado Benedicto XVI fue "obligado" a enrolarse en la Juventud Hitleriana. Es cierto que desde 1936 la participación de los jóvenes alemanes era obligatoria; pero para ser admitidos, los participantes debían demostrar su "pureza racial" y llevar cursos intensivos de ideología nazi. Ello es importante, dado que las concepciones de Ratzinger sobre temas como el rol de la mujer -meramente reproductivo- o sobre las causas de la homosexualidad -una "enfermedad moral"- develan que Benedicto XVI no pasó por el correspondiente proceso de desnazificación mental. Pero difícilmente el joven Ratzinger hubiera podido hacerlo, dado que su padre -policía de profesión, bajo las órdenes de la Oficina de Seguridad del Reich dirigida por Heinrich Himmler- fue, sin lugar a dudas, un nazi convencido; de no haberlo sido, hubiera sido despedido sin más trámite.
Por ende, podemos considerar legítimamente a Benedicto XVI como el segundo Papa nazi. Pero a diferencia de Pío XII, hombre diplomático y proclive a las defensas pasivas -el silencio frente al Holocausto es aleccionador-, el joven Ratzinger defendió al nazismo con las armas en la mano, como integrante de una unidad de artillería antiaérea. Al parecer, no fue un buen artillero, ni derribó muchos bombarderos Aliados; podemos juzgar el éxito de su misión por el hecho de que al final de la guerra Alemania era poco más que un espacio geográfico delimitado por montones de escombros humeantes. Luego, el joven Ratzinger fue destinado a construir fortificaciones en el frente oriental, tarea idónea para quien, años después, abrazaría la causa de la contención -esta vez, ideológica- del comunismo. Pero a diferencia de muchos de sus compañeros, que cayeron enfrentando a los tanques soviéticos, Benedicto XVI prefirió esperar tranquilamente a que la guerra terminase. Sus hagiógrafos dicen que desertó, con peligro de su vida; pero... en mayo de 1945. La guerra en Europa cesó entre el 8 y el 11 de mayo; ¿cuándo habrá desertado, el 6 o el 7? Además, de haber desertado, hubiera ido a parar a su casa y no a un campo de concentración Aliado.
No me referiré a la carrera eclesiástica de Ratzinger, sobre la cual ya se ha escrito mucho. Sólo diré que de un hombre con indudable formación nazi -temido incluso por la curia conservadora- no se pueden esperar gestos liberales. Esto hace más patéticos los gestos de sumisión de muchos Teólogos de la Liberación, que, incapaces de liberarse a sí mismos, corren prestos a desdecirse y solicitar humildemente la bendición apostólica del nuevo Pontífice Romano.
Incluso el duro Hans Küng, que había llegado a cuestionar la institución del Papado, ahora pide conceder "cien días de aprendizaje" al mismo hombre que le prohibió enseñar teología. Y Frei Betto, con el angelical y lamentable candor que lo caracteriza, solicitaba hace unos días que el Espíritu Santo -y el Sacro Colegio Cardenalicio- le hiciese el milagro de tener un "Papa pastor".
Pues bien, el Sacro Colegio hizo un poco más que eso: le dio a Betto y al mundo católico un pastor... alemán. Y nazi, por añadidura.

 "Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio. Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que conozcamos lo que hemos hecho de nosotros mismos" (Sartre).