El terror y el Estado privatizado:
Una parábola peruana (I)
Deborah Poole y Gerardo Rénique (*)
El 20 de marzo del 2002, nueve meses después de la instalación del gobierno del recientemente elegido presidente Alejandro Toledo, y dos días antes de la esperada visita a Lima del presidente estadounidense George Bush, la explosión de dos carros bomba remeció la tranquilidad de un barrio de clase alta a pocas cuadras de la embajada de los Estados Unidos. El atentado, que no fue reivindicado por ningún grupo, provocó la muerte de 9 personas y otras 40 resultaron heridas.
De inmediato toda suerte de rumores se propagaron por la ciudad. Algunos especulaban que podría tratarse de las moribundas fuerzas de Sendero Luminoso, el otrora poderoso Partido Comunista que podría haber logrado recuperar nueva y desconocida fuerza. Otros se concentraron nerviosamente en la aún real y amenazante presencia de elementos del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) que fuera dirigido por el reconocido criminal -y alguna vez aliado privilegiado de los Estados Unidos- Vladimiro Montesinos. Hubo también quienes vieron en las bombas un aviso de rechazo de las FARC y sus narcoaliados peruanos a mayores concesiones del gobierno peruano al "Plan Colombia" de Bush. Los rumores también estuvieron acompañados del reciclaje de viejos -aunque recientes-hábitos y costumbres. En cuestión de horas revivió el miedo, y los apesumbrados limeños restringieron sus actividades públicas, incrementaron sus medidas de seguridad y cancelaron fiestas y celebraciones. De esta manera, la ilusión de que el terrorismo pertenecía al pasado se constituyó también en víctima insospechada de los sorpresivos coches-bomba.
Curiosamente sin embargo, la evidente coincidencia entre los coches-bomba y la visita del 23 de marzo del presidente George W. Bush (una visita en la que esperaba lograr apoyo a su propuesta de ampliar la base latinoamericana para su guerra internacional contra el terrorismo) no dio lugar a mayores rumores y especulaciones. Mientras que en el plano mas domestico las supuestas incursiones de las FARC a lo largo de la frontera entre Perú y Colombia, dieron el pretexto inmediato para el viaje presidencial. Puesta en un más amplio contexto internacional, la visita obedecía mas bien a los esfuerzos de Bush para aislar a Cuba y consolidar su propia postura política como autoerigido líder de la cruzada internacional contra el terrorismo y el mal.
Casi sin excepción, todos los sectores de la elite política peruana recibieron la visita presidencial estadounidense con gran optimismo. La llegada de Bush fue interpretada como expresión de sincera preocupación del presidente de los Estados Unidos hacia el Perú y de su deseo de llegar a acuerdos económicos bilaterales beneficiosos que ayudarían al país -que ningún presidente de los Estados Unidos se había molestado en visitar- a recuperarse del terrorismo.
Para garantizar el éxito de la visita el gobierno peruano emitió leyes especiales de emergencia con el expreso propósito que las protestas organizadas en contra de Bush no derivaran en violencia. Era el deseo del gobierno que Bush encontrara un país en el cual la violencia había dado paso al progreso y al crecimiento. En este contexto de grandes expectativas el mensaje "político" de estas bombas, como el de cualquier otro acto de esta naturaleza, fue totalmente opacado por la instantánea complacencia que parecieron haber provocado entre muchos peruanos. Como si se pretendiera conjurar los fantasmas de los muertos por venir, los coches-bomba hicieron patente el hecho de que el miedo y la incertidumbre que durante los 80 y 90 habían permeado la vida de los peruanos no eran aún una cosa del pasado.
¿Cómo entender esta reaparición de la memoria del terrorismo en el Perú en el contexto de una guerra internacional contra el terrorismo liderada por Estados Unidos? ¿Cómo abordar los diferentes registros temporales y espaciales del encuentro entre un "terrorismo" altamente localizado -descrito por algunos como la última guerra maoísta- con la nueva "red" terrorista internacional que para muchos ha cambiado la forma en la que debemos pensar el mundo?. Según la opinión de muchos, el impacto de los actos terroristas del 11 de septiembre, aunque traumáticos por su tremenda magnitud, no constituyen sin embargo un fenómeno que plantee un nuevo paradigma. Miles de peruanos, colombianos, guatemaltecos, argentinos, por citar algunos ejemplos, reaccionaron ante al desastre con una muda sensación de ironía: "Al fin -pensaron- los estadounidenses entenderán lo que nosotros también hemos vivido". Desde esta perspectiva, el miedo y la incertidumbre no constituyen un nuevo fenómeno. Más aún, para muchos latinoamericanos, las medidas antidemocráticas implementadas desde la Casa Blanca después de los ataques de septiembre -la suspensión del Habeas Corpus, los tribunales militares especiales, la represión racializada, el desmedido incremento de la vigilancia, la seguridad interna, los puestos de control militar, las irrestrictas interceptaciones telefónicas, y la censura- con el pretexto de combatir el terrorismo, son harto conocidas. Mientras los sectores liberales reaccionaron con alarma ante cambios tan dramáticos en la cultura democrática y el régimen constitucional estadounidense, muchos latinoamericanos reconocieron la semejanza de estas medidas con las que Estados Unidos promovieron anteriormente en sus propios países. Desde una perspectiva latinoamericana se puede afirmar que EEUU inició los ensayos de tales medidas otro 11 de septiembre, de hace 28 años, con el apoyo que dio la CIA al golpe de Estado que acabó con el gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende e inauguró la era de la gobernabilidad neoliberal en América Latina. Desde ese momento, las guerras internas en Argentina, América Central, Colombia, y Perú sirvieron como virtuales laboratorios para que los Estados Unidos experimentaran con la idea de la democracia entendida como un permanente estado de excepción. Para muchos de los que han vivido estas historias, los eventos posteriores al 11 de septiembre del 2002 fueron secretamente paladeados como indicaciones de que los Estados Unidos estaban finalmente "probando un poco de su propia medicina".
En este artículo reflexionamos acerca de la coincidencia entre estos diferentes registros en la historia y geografía del terrorismo del siglo XX, uno local y "fuera de tiempo", una especie de anacrónico estertor final de un mundo anterior a 1989; y de otro global y avanzado, una especie de función de estreno de una batalla mundial entre el "fanatismo" y la "modernidad". Contienda considerada en el actual mundo globalizado como el supuesto sustituto a la lucha entre izquierda y derecha, o entre capital y trabajo. Mas concretamente, esta breve reflexión sobre la reciente historia peruana sugiere que una compresión histórica de los nuevos regímenes de poder y significación introducidos por el "terrorismo" debe de tomar en consideración las formas en las que nuevas formas de poder estatal emergentes en diferentes partes del mundo imitan y adoptan la propia violencia terrorista. Tomando el caso de "Sendero Luminoso" (Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso), consideramos en primer lugar el funcionamiento de la violencia terrorista. Luego, examinamos brevemente las formas de violencia asumidas por el Estado peruano en su guerra contra "Sendero Luminoso". Y finalmente, concluimos con algunas reflexiones sobre los aspectos compartidos por las dos formas de violencia, y la relación de esta ultima con las modalidades privatizadas de poder estatal.