Seis ideas falsas sobre la izquierda europea
Massimo Modonesi / MEMORIA
Seis ideas falsas sobre la izquierda circulan por Europa. Seis ideas destinadas a imponer una mistificación de la realidad política europea en aras de justificar el status quo y neutralizar discursivamente a una serie de movimientos que apuntan hacia la reconfiguración del espectro político. Cada una de estas ideas representa un ladrillo de la muralla ideológica que defiende la ciudadela del poder. Todas ellas forman parte de un pensamiento conservador a partir del cual el neoliberalismo se presenta como el necesario rector del único mundo posible. Cada una de ellas es falsa en la medida en que distorsiona la realidad para construir verdades ideológicas mediante la repetición y la persuasión.
Primera idea falsa: estamos viviendo una época de derechización y de retirada de la izquierda
La primera parte de esta tesis es certera: aún estamos sumergidos en la ola de derechización y conservadurismo que se abrió con la derrota de los movimientos sociales y de liberación de los años setenta. A pesar de los réquiem prematuros que se escuchan en ocasión de las reiteradas crisis económicas que recorren el globo, el neoliberalismo sigue en pie. Además, y este parece ser el hecho decisivo, el neoliberalismo no es solamente un conjunto de políticas económicas y sociales, sino también un complejo sistema de poder que asienta su capacidad de reproducción en una vasta y articulada política cultural. El éxito de esta política cultural es lo que nos lleva a hablar de una conservadurización no solamente político-institucional -en términos de preferencias electorales- sino de una derechización de los valores y del sentido común. En este sentido, el resultado de la extrema derecha en las elecciones presidenciales francesas es alarmante porque es sintomático. Los votos recibidos por Le Pen no pesan en términos institucionales pero muestran cómo el pacto republicano francés está profundamente corroído por la intolerancia, el chauvinismo, el racismo y el machismo. Es a la luz de esta deriva que una parte de la izquierda europea habla de una crisis civilizatoria.
Ahora bien, en medio de esta crisis, ¿podemos afirmar que la izquierda sigue en retirada? ¿Cuánto puede durar una retirada hasta que se transforme en una desaparición? A mi parecer, en los últimos años terminó la retirada de la izquierda europea, lo cual no significa que haya terminado el proceso de derechización, sino que ambos fenómenos corren hoy paralelos. Si esto es cierto, como trataré de argumentar en los puntos siguientes, lo que estamos empezando a vivir es una reconfiguración y una agudización de la contraposición entre izquierda y derecha y la consiguiente repolitización de los conflictos sociales. En medio de la derechización, estamos asistiendo -por medio del conflicto y la reconquista de la política- al inicio de la construcción de una nueva izquierda.
Segunda idea falsa: la izquierda, para ser exitosa tiene que asumir un perfil "institucional"
Esta tesis está estrechamente ligada a la primera en la medida en que la "institucionalización" de la izquierda es la contraparte de la derechización general. Se invoca una izquierda moderna y moderada cuyo papel se centre en la participación electoral en función de tareas de gobierno o de oposición parlamentaria, garantice la gobernabilidad, participe en acuerdos bipartisans, acepte una lógica de cohabitación en el poder para hacer menos traumática la oscilación del péndulo de la alternancia. Se aplaude aquella izquierda partidaria que renuncia a la construcción de alternativas para convertirse en una fuerza sistémica, que se hace responsable de ajustes sociales funcionales y necesarios a la continuidad del modelo, siguiendo la lógica del stop and go mediante la cual se han hecho viables las distintas oleadas de contrarreformas neoliberales.
La falsedad de esta tesis se revela en el visible fracaso de la socialdemocracia europea y de las distintas variantes de su proyecto de renovación, desde la versión tercerista a la Blair hasta la izquierda plural francesa, pasando por la SPD alemana, los demócratas de izquierda italianos, los socialistas españoles, portugueses, austriacos y escandinavos. Más allá de los matices nacionales y las diferentes situaciones electorales, la renovación de la socialdemocracia no ha desembocado en un proyecto de largo alcance y sufre no solamente el rechazo del electorado de cara a experiencias de gobiernos decepcionantes, sino que sanciona su subalternidad frente a la agenda de la derecha: seguridad, flexibilidad laboral, privatizaciones, recortes del gasto social, contrarreformas de las instituciones restantes del Welfare State europeo. Esta izquierda no es "exitosa" ni siquiera con relación a sus propios parámetros electorales e institucionales.
Tercera idea falsa: no hay lugar, a estas alturas de la historia, para una izquierda radical
Esta idea es falsa en la medida en que, en Europa, la izquierda radical no solamente permanece sino crece en la medida en que logra renovarse. El hecho relevante, que desmiente la noción de que el radicalismo de izquierda es un resabio del pasado, es el de la permanencia no se debe solamente a la tradición izquierdista europea sino que está relacionada a una renovación que permite el recambio generacional. Las elecciones francesas son un ejemplo claro de esto. Mientras cayó la votación en favor del Partido Comunista Francés (PCF) -más ligado al territorio mediante la administración local y con reservas históricas de militancia tradicional- creció la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR) -estrechamente vinculada a los movimientos sociales, a la lucha antirracista y en favor de los sans-papiers y al sindicalismo independiente de nueva generación- y Lutte Ouvriére (LO), arraigada en el mundo del trabajo y del desempleo y portadora de un combativo discurso clasista.
Evidentemente esto no se explica como una revancha del trotskismo sobre el estalinismo sino por los perfiles que asumieron a lo largo de los años las distintas organizaciones de la izquierda francesa. Lo mismo observamos en Italia si consideramos las modificaciones ocurridas al interior del Partido de la Refundación Comunista (PRC), profundamente rejuvenecido y reforzado a pesar de dos escisiones. El mismo fenómeno ocurre en otras organizaciones de izquierda que supieron renovar su discurso, su composición interna y sus formas de lucha sin perder radicalidad y arraigo social. Allá donde la retirada de la socialdemocracia dejó libres espacios sociales, la izquierda radical renovada o en renovación encontró las bases de su permanencia y crecimiento. Sin embargo no se trata simplemente de una ocupación de espacios tradicionales sino que los contenidos mismos de la renovación permiten a estas izquierdas entrar en comunicación con las nuevas formas de la movilización social, hablar coherentemente de viejos y nuevos problemas y dar cabida al malestar social que recorre Europa. Sin bien no todas las manifestaciones sociales de oposición al neoliberalismo que vemos en el viejo continente hacen parte de un proyecto de izquierda, en todas se encuentran valores de izquierda que, en buena medida, van enriqueciendo y fortaleciendo las diversas organizaciones que apuntan a una transformación radical de las sociedades europeas.
Indudablemente, la crítica desde la izquierda a los gobiernos socialdemócratas ha favorecido coyunturalmente a las organizaciones más radicales mientras que la creciente presencia de gobiernos de derecha permitirá cierta recuperación de los partidos afiliados al Partido del Socialismo Europeo (PSE). Sin embargo, al margen de la política institucional, se produjeron en todos los países europeos experiencias de resistencia y oposición de corte estrictamente social que rehusan todo contacto con partidos de gobierno, aún aquellos que - en la lógica de la alternancia- estén momentáneamente en la oposición.
Así que, como lo prueban los hechos, en Europa existe un lugar para una izquierda radical que sabe renovar su discurso y su visión política. Un ejemplo de esto pueden ser la siguiente afirmaciones de Fausto Bertinotti -secretario general del PRC- en el reciente Congreso de su partido, refiriéndose al movimiento globalicrítico, considerado el actor fundamental del conflicto social presente y futuro:
"No nos interesa la hegemonía del partido sobre el movimiento, nos interesa contribuir a la hegemonía del movimiento sobre la sociedad. (...) No es un movimiento anticapitalista. O, por lo menos, no lo es todavía. Puede serlo y nosotros trabajaremos para que lo sea. Ya existe en él un anitcapitalismo potencial y latente. (...) Nosotros, los comunistas, queremos participar en él con otros que no son comunistas, nosotros partido con otros que partido no son y no quieren ser o que lo quieren pero no lo tienen, en un reconocimiento recíproco de las diferencias y en una común condivisión de un proyecto político"
Con lo que el partido ya no asume un papel de vanguardia frente a los movimientos ni se basa en la centralidad obrera sino que reconoce y respeta la multiplicidad de sujetos antagónicos al neoliberalismo.
Cuarta idea falsa: en la medida en que la calle ya no es un lugar político, no tiene sentido una izquierda movimientista
Esta idea se basa en la tesis neoliberal de que la política se reduce a los procesos electorales y la administración pública, con lo cual se amputa la idea de política -de origen gramsciano- que recorrió el siglo XX, en la que, al lado de la lucha por el poder estatal, se encontraba la idea de la construcción paulatina de formas de poder popular, de una hegemonía social y cultural.
Si bien la utopía neoliberal no contempla la hipótesis de la movilización como instrumento político, el neoliberalismo realmente existente ha tenido que convivir con la resistencia y ha intentado reducir el daño apostando a una gobernabilidad basada en la fragmentación, la despolitización, la cooptación y dosis de represión como extremo recurso. A partir de los éxitos obtenidos, los neoliberales vienen proclamando el fin de la política callejera, es decir de la participación política mediante la movilización social.
La falsedad de esta tesis se demuestra por el hecho indiscutible que Europa, en los últimos años, vive una época de ascenso de las luchas sociales, desde los movimientos globalicríticos hasta las frecuentes movilizaciones nacionales. Lo que resulta intolerable para los neoliberales es que las movilizaciones no solamente vuelven a poner en el centro del escenario el conflicto social sino le confieren un rasgo político. Este rasgo político no solamente desmiente la idea de una política exclusivamente centrada en las instituciones estatales sino que apunta a una convergencia de las luchas sociales y su proyección hacia la conformación de una fuerza política de claro corte antineoliberal. La realidad nos muestra como las movilizaciones sociales actualmente en curso en Europa tienden a aglutinar a diversos sectores y diversas demandas, se vuelven masivas y configuran un conflicto político de largo alcance.
El ejemplo más espectacular de este regreso de la política a las calles ha sido la manifestación de los tres millones en contra del gobierno derechista de Silvio Berlusconi en Roma, donde se conformó un verdadero mosaico popular, en el cual -al lado de los obreros- aparecieron desempleados, estudiantes, maestros, empleados, amas de casas, comerciantes, intelectuales e inmigrantes. Detrás del conflicto entre capital y trabajo que motivó la marcha y las huelgas obreras y ciudadanas que la siguieron, se han articulado diversas demandas sociales, democráticas y culturales anteriormente dispersas. En Roma se confirmó que la política y la democracia no se resuelven simplemente en los palacios del poder institucional, nacional e internacional, sino que -bajo el volcán- subsisten recursos de movilización y que la indignación puede transformarse en fuerza política. Este mismo fenómeno se repite, hasta ahora en escala menor, en toda Europa.
Si la política vuelve a la calle y se construye en la calle, la nueva izquierda no puede no ser movimientista.
Quinta idea falsa: la izquierda radical y movimientista carece de un programa y, por lo tanto, su papel es conservador y meramente testimonial
Esta tesis se relaciona con la idea mencionada anteriormente de la política acotada a lo institucional. De esta acepción de política se parte para asumir que toda izquierda radical que tuvo que renunciar a los triunfalismos revolucionarios de los años setenta, renunció a su vocación de poder y, por lo tanto, a su carácter político. Desmontar esta tesis remite a un debate que en México ha sido marcado por la fórmula zapatista del no poder, mientras que las izquierdas europeas, contaminadas por el movimiento globalicrítico y la resistencia social que acompaña el desarrollo del neoliberalismo, asumen que la construcción de la alternativa pasa por una construcción de poder no estatal y por la politización de las luchas sociales, es decir, parten de una concepción social y no institucional del poder y de la política. Evidentemente, revertir la concepción institucional de la política que ha sido el "caballo de Troya" del neoliberalismo y ha permeado el sentido común va a ser largo, sin embargo es notable cómo, cuando esta versión parecía destinada a hegemonizar la vida política y social, apareció una visión distinta que abrió paso a un debate conceptual y una disputa concreta. Incluso, podemos afirmar que reside en la capacidad, por parte de las izquierdas radicales históricas, de asimilar esta nueva concepción -forjada en las luchas sociales en tiempos de neoliberalismo- del poder y la política, la posibilidad de que éstas sean protagonistas del presente y del porvenir.
En cuanto a la ausencia de programa, es evidente que el argumento se refiere a la política institucional y partidaria y a un programa de gobierno. Efectivamente la nueva izquierda social y radical no tiene un programa de gobierno porque no piensa -en esta etapa histórica- ser gobierno, tal como no lo pensaban los partidos socialistas de finales del siglo XIX. Por otro lado, el aprendizaje de las derrotas del siglo XX, en particular del fracaso del mal llamado socialismo real, hace que no se anteponga un modelo de sociedad a la crítica de la sociedad existente sino que se privilegien los valores, los ideales y los principios, los cuales son las coordenadas de un programa oculto que la historia podría revelar. De hecho, la ausencia de programa no impide la formulación de propuestas concretas de mayor o menor alcance, más o menos aceptables al interior del modelo capitalista actual. Aquí es donde opera la acusación de conservadurismo frente a las contrarreformas neoliberales, en la medida en que el poder existente reconoce solamente los códigos de la resistencia y no puede aceptar planteamientos que rebasen su horizonte de visibilidad.
En cuanto a la acusación de ser fuerzas testimoniales es suficiente preguntarse si es testimonial la resistencia, la organización social y la acumulación de experiencias y de fuerzas. Tan no es así que todo gobierno europeo, socialdemócrata o de derecha, ha conocido las "molestias ocasionadas por el conflicto" y ha tenido no solamente que revisar buena parte de sus políticas sino que ha pagado costos electorales, de imagen y ha visto afectadas sus apuestas de gobernabilidad.
Sexta idea falsa: el ideal socialista acabó en el basurero de la historia
Esta idea nace con la caída del muro de Berlín y del bloque soviético y es la base del triunfalismo neoliberal y de la tesis del fin de la historia. Derrotado su antagonista histórico, el capitalismo proclamó por medio de uno de sus abanderados más destacados, Margareth Thatcher: there is no alternative, no hay alternativa. Ahora bien, estamos asistiendo a un movimiento social y cultural que parte de un presupuesto teórico totalmente contrario, "otro mundo es posible", y que se alimenta de una realidad objetiva, "otro mundo es necesario". Si bien el discurso alternativo nace de la crítica de lo existente, al mismo tiempo marca su andar y su direccionalidad a partir de ideales y valores que constituyen las coordenadas básicas de la alternativa en construcción. Esta alternativa empieza a construir realidades en el momento en que el movimiento existe y modifica el escenario de la derrota.
En el "movimiento de movimientos" se privilegia la apertura, la inclusión y la confluencia por encima de la definición programática y de nombrar el mundo posible en construcción. En términos tácticos y de alianzas, pintar una raya socialista sería contraproducente en la medida en que la palabra "socialismo" puede evocar, además de heróicas luchas populares, experiencias totalitarias en oriente y los fracasos paralelos del reformismo socialdemócrata y del asalto al cielo revolucionario en occidente.
Por otra parte es notable cómo el socialismo -a diferencia del comunismo - sigue manteniendo un atractivo político. Por una parte, el socialismo sigue siendo la bandera de la mayoría de los partidos socialdemócratas europeos, lo cual opera en función identitaria tradicional, por un lado, y en dirección de una renovación del reformismo social en tiempos de neoliberalismo. Por otro lado, y esto es el elemento novedoso, la palabra socialismo vuelve a aparecer en las discusiones sobre una alternativa de sociedad en distintas latitudes y foros, ya no como un modelo de sociedad a implementar sino como un horizonte de construcción en función de los valores históricos que caracterizaron al movimiento socialista como movimiento de lucha de los oprimidos en pos de su liberación.
El socialismo ya no es entonces una raya para separar sino un horizonte que, como decía Eduardo Galeano, sirve para caminar. Así que no es necesario defender e impulsar la definición socialista de los movimientos sociales actuales, sino que el socialismo -depurado de las degeneraciones a las cuales fue asociado a lo largo del siglo XX- reaparece naturalmente en la búsqueda y la construcción de alternativas como una referencia utópica fundamental. En la medida en que el socialismo deje de ser entendido como un modelo social a implementar y vuelva a ser vivido como un movimiento de hombres y mujeres hacia una sociedad libre y justa, recuperará inevitablemente su lugar en la lucha contra la opresión y la injusticia.
El autor es profesor de la Universidad de la Ciudad de México y de la Universidad Nacional Autónoma de México