30 de septiembre del 2002
Norte-sur : desigualdad e inmigración
Thabo Mbeki. Cumbre de Johannesburgo.
Desde que a finales del siglo XVIII se inició la revolución industrial en Inglaterra, no han cesado de crecer las diferencias entre aquellas regiones y países del planeta que en su día se incorporaron a la industrialización y aquellas otras zonas y naciones del mundo que no lo hicieron o lo hicieron en escasa medida. Es más, entre las primeras y las segundas llegó a establecerse una relación dominadores-dominados, incluso colonizadores-colonizados que bajo formas neocoloniales se ha prolongado hasta nuestros días. El resultado de estos procesos es que hoy existe una profunda fractura, una brecha, en términos de renta y nivel de vida, entre quienes viven en el mundo desarrollado – Europa, Norteamérica, Japón, etcétera -, el 20% de la población mundial, y quienes habitan en el mundo en vías de desarrollo – Africa y la mayor de Asia y América Latina -, el 80% de la población del planeta.
Esa brecha, ese desequilibrio entre la renta de los países enriquecidos y la renta de los países empobrecidos es el principal factor determinante de los flujos migratorios que desde el Sur o Tercer Mundo e, incluso, desde el antiguo Este, se dirigen al Norte o Primer Mundo.
Al abordar el tema de las migraciones actuales, una buena parte de la opinión pública europea – bastante desmemoriada o amnésica, por cierto -, lo percibe como una amenaza. Algunos sectores, identificados habitualmente como de extrema derecha ideológica y política, exigen el cese completo de la inmigración y la expulsión de todos los inmigrantes ( invasores les llaman ).
Otros, la mayoría, pertenecientes al resto del espectro ideológico y político, distinguen entre una inmigración necesaria, constituida por los inmigrantes legales, con derecho a residencia y los inmigrantes ilegales, sin dicho derecho, que deberán ser expulsados y repatriados. Se admite, pues, por la mayoría la inmigración, aunque como ha dicho el Comisario Europeo de Justicia e Interior Antonio Vitorino, " adaptándola a la demanda del mercado de trabajo". Ahora bien, dejando a un lado el reduccionismo economicista de la frase del Comisario, ¿ es posible ordenar los flujos migratorios desde los países en vías de desarrollo a los desarrollados? O dicho de otro modo, ¿ se podrá evitar que junto con los inmigrantes legales que " demanda el mercado de trabajo", lleguen también otros muchos ilegales en busca de oportunidades de vida y trabajo? Dudo mucho que se pueda evitar. No se ha logrado en Estados Unidos, que tiene más experiencia en cuestiones de inmigración y creo que tampoco se conseguirá en Europa, por muchas leyes de extranjería y por muchas medidas preventivas y represivas que se adopten.
¿ Por qué? Por una razón muy sencilla, porque la inmigración ilegal no es sólo la expresión de la necesidad limitada de importar trabajadores de los países desarrollados, sino también de la necesidad ilimitada, dramática, de " exportar" desempleados, subempleados y trabajadores pobres de los países " en vías de desarrollo". Además, en todos los países desarrollados existen oportunidades para los inmigrantes irregulares porque, como es sabido, junto con el mercado de trabajo formal existe otro mercado de trabajo informal, sumergido, donde pueden hallar empleo, mal remunerado por supuesto, los inmigrantes " sin papeles".
¿ Que se puede hacer entonces, convenios aparte, para regular unos flujos migratorios que en el fondo perjudican más a los países emisores que a los receptores? Poner el acento en las causas del " problema" y no, como se hace habitualmente, en las consecuencias.
Como hemos venido señalando, cuanto mayor sea la brecha entre la riqueza del Norte y la pobreza del Sur, mayor será el flujo de población migrante desde el Tercer Mundo al Primer Mundo. Por consiguiente, sólo reduciendo el abismo creciente del Norte con el Sur se frenará o atenuará la corriente migratoria masiva desde los países en vías de desarrollo a los países desarrollados.
¿ Cómo hacerlo? ¿ Con las recetas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial del Comercio? No lo creo. Veinte años, al menos, de globalización neoliberal no han impedido que la distancia, en términos de renta y nivel de vida entre el Norte y el Sur haya dejado de aumentar. Hasta podría decirse que las políticas neoliberales, que tantas voces han acabado por denunciar, han sido responsables, en gran medida, de auténticas catástrofes financieras y nacionales en la última década del siglo XX y en los primeros años del siglo actual.
¿ Cómo promover, entonces, un verdadero desarrollo para los países del Tercer Mundo? Ante todo, aceptando las responsabilidades que en un mundo globalizado le corresponden al Primer Mundo, infinitamente más rico y poderoso que el Sur. Mientras un puñado de países industrializados dicten, por medio de las instituciones económicas internacionales, unas reglas de juego que benefician sobre todo a sus empresas transnacionales, no se encarará adecuadamente el problema esencial : atender las necesidades básicas de la inmensa mayoría de la humanidad. Alimentación, salud, educación, trabajo, libertad, seguridad. Para lograr esos fines hay que tomar otro tipo de decisiones. La deuda externa y la falta de capitales para la financiación del desarrollo comprometen el progreso de la mayor parte de los países en vías de desarrollo. La condonación de la deuda es indispensable en el caso de los países más empobrecidos de Africa, Asia y Latinoamérica. Destinar el 0,7% y más del Producto Interior Bruto ( PIB ) de los países ricos y establecer un impuesto solidario mundial a los movimientos especulativos de capital – la Tasa Tobin -, es el procedimiento para generar los recursos que permitan aplicar en el Tercer Mundo ese Plan Marshall solidario al que hasta ciertos políticos del mundo desarrollado han empezado a referirse en los últimos años. Si no se emprenden este tipo de acciones, si no se deja un margen de maniobra a los países en vías de desarrollo para aplicar políticas económicas ajustadas a los intereses de sus campesinos, pequeños empresarios, trabajadores, etcétera, con apoyos muy específicos para la educación y la emancipación de las mujeres, con sectores públicos que garanticen el suministro de agua potable, la educación y la sanidad y políticas agrarias orientadas a asegurar la soberanía que no la imposible autarquía alimentaria, sin esas medidas, las condiciones de vida y trabajo apenas mejorarán y el éxodo de los condenados de la tierra continuará.
¿ Se puede llegar más lejos en la gran batalla que hay que librar en el siglo XXI contra la desigualdad creciente entre el Norte y el Sur y sus consecuencias migratorias? Me parece que sí. Aunque para ello será preciso romper muchas fronteras mentales y reales que entorpecen el futuro de toda la humanidad. Ha llegado la hora de iniciar nuevos procesos históricos. Seguramente ni siquiera bastarán ya los bienintencionados planes Marshall, ( si es que se emprenden ), contra el hambre, la pobreza y el subdesarrollo. Tampoco creo que sirvan de mucho los tratados de libre comercio o de asociación entre el mundo rico y el pobre, que a todas luces son más beneficiosos para el primero que para el segundo. Hay que ir más allá. Se trata de iniciar procesos de integración de grandes áreas geoeconómicas, sin excluir, antes al contrario, la posible integración de las zonas de contacto problemáticas del Norte con el Sur.
El mundo actual se parece demasiado a aquel experimento escolar en el que diez niños, sentados alrededor de una mesa con treinta refrescos, consumían tres refrescos cada uno. Otros diez niños en torno a una segunda mesa con diez refrescos, tomaban un refresco cada uno y, finalmente, los últimos diez niños alrededor de una tercera mesa con cinco refrescos se tenían que conformar con medio refresco cada uno. Los niños del experimento escolar aceptaban pasivamente la situación creada. Los adultos de nuestro interconectado mundo no y desde la depauperada mesa del Tercer Mundo se dirigen en tropel hacia la mesa que acapara la mayor parte de la riqueza. Si esta no se reparte mejor e, incluso, si no juntamos las mesas, el éxodo de los excluidos no tendrá fin.