Masa y Poder XXI
"Por tanto, no nos atrevemos a desesperarnos,
sino que vamos a buscar, a esperar,
a desear tranquilos la liberación"
(Bunyan, 1682)
"El miedo al infierno es un látigo del verdugo
para mantener en orden a los miserables"
(Burns, hacia el 1670)
"Todas las revoluciones políticas no hicieron más que perfeccionar
esta máquina (del Estado) en lugar de destrozarla"
(Marx, 1848)
"Quiero hacer una apelación a mucha gente que no tiene una afiliación concreta,
es muy importante que cada uno ponga el cuerpo,
porque esto es el inicio de una lucha trascendente"
(Elisa Carrió, 29/08/2002)
De la Asamblea Constituyente: transformarla en Convención revolucionaria o volver a los pliegues de lo social: en las condiciones sociales actuales de la Argentina pedir elecciones de todos los cargos, sin clarificar el motor constituyente de la convocatoria, es regresivo o, al menos, estabilizador. La movilización convocada por Elisa Carrió (ARI), Luis Zamora (AyL) y Víctor De Gennaro (CTA), el centro político que se solidifica lentamente, tendrá hoy su prueba de fuego: los tres estarán hoy a la cabeza de lo que será el acto central: una concentración frente al Congreso que incluirá una decena de consignas y más de cien organizaciones políticas, sociales y sindicales. A nadie le queda duda que es una estación intermedia en la lenta marcha de la campaña electoral del ARI. Exigirán la renovación total de los cargos electivos y no sólo la elección de presidente y vice, y también la remoción de los jueces de la Corte Suprema. Pedirán "pan y trabajo" y protestarán contra el "hambre", el FMI y el "tarifazo". O sea: la agenda de una oposición "sana", respetuosa de la "Nueva Clase" y al salvaje posfordismo. El "¡qué se vayan todos!" es una cáscara vacía, un cliché, el mascarón de proa de un barco fantasma, si no lo llenamos y desbordamos de contenidos de masa, si no realizamos con el movimiento un debate profundo sobre la convocatoria, los métodos y las formas que aseguren en todo el proceso la imposibilidad práctica de reciclar la potencia constituyente del Pueblo en energía domesticable por el sistema político.
El centro de gravedad, para que nos demos cuenta del poder en las sombras del movimiento, se desplaza desde hace un mes de la convocatoria (ya pedida en los "Masa y Poder" anteriores) a los métodos, disposiciones, normas y procedimientos que se empleen para convocarla, organizarla, hacerla funcionar y la clausuren. El problema del método no es menor, no sólo por simple cuestiones éticas o morales, sino ontológicas, que incumben al mismo ser constituyente de la nueva subjetividad social. El método de llevar a término el grito sagrado de la caducidad absoluta es el hilo rojo, la delgada línea que separa hoy a la revolución del reciclaje parlamentario. El motor constituyente debe introducir en la forma constitucional su imaginación dialéctica, su propio caos ordenador, sus prioridades utópicas. La convocatoria debe expresar y determinar una situación en la que el movimiento se encuentre en condición de expresar libre y continuamente (a lo largo del tiempo) sus necesidades radicales y sus intereses materiales. La convocatoria a una Constituyente sólo la transformará en una convención revolucionaria y fundante de una nueva república si predispone los flujos e instancias que permitan al movimiento organizarse como un factor real. El resto es cotillón electoral, hoguera de las vanidades. Debemos romper el ciclo de "gobierno/oposición" del "Capital-Parlamentarismo", que hoy llega, retóricamente, a la convocatoria a una constituyente limitada. ¿Será el "Espacio Ciudadano" la Multipartidaria del "Capital-Parlamentarismo", su penúltimo botellón de oxígeno?
El movimiento debe organizar desde sus bases y formas de práctica, consejos unificados de base (C.U.B.), "ad hoc", elegidos y con funciones democráticas de deliberación y contrainformación, para discutir las futuras reformas desde abajo, educar y crear sus propias líneas de masa constitucionales, evitar la Asamblea "capital-parlamentaria" que acuerda y despacha en sesiones secretas por una Convención Revolucionaria abierta, que proyecta formaciones legales-constitucionales con mecanismo de inmediato referéndum u otra confirmación popular directa o indirecta, por todos los argentinos con derecho a voto de su resultado final. Esto y no otra cosa, es una Constituyente con poder, o sea. Una Convención revolucionaria. El doble poder que crea una situación constitucional abierta y se crea al mismo tiempo a sí mismo, Convención como gobierno provisional directo, como unificación de los poderes en el poder originario, soberano y constituyente de los argentinos. Es el despliegue de la imaginación democrática. La energía constituyente sin trabas, sin el balance gótico del "Capital-Parlamentarismo", sin el liderazgo de la "Nueva Clase". No puede darse un procedimiento regulado al cual se encuentre vinculada la actividad del poder constituyente del Pueblo en deliberación, salvo el que él mismo se autoimponga. Porque, compañeros, poder constituyente, lo repetimos, es la voluntad colectiva cuya fuerza o autoridad es capaz de adoptar la decisión absoluta sobre el modo y forma de la propia existencia como comunidad. El movimiento no debe confiarse en la máquina de consignas generales de emergencia del "Capital-Parlamentarismo", sino imponer nuestras propias consignas constituyentes, consignas revolucionarias en toda su extensión. A esto lo debemos acompañar con una gran conferencia paralela que permita al área autónoma del movimiento (en todas sus formas, manifestaciones y representaciones) transformarse en una potencia organizada, en un cerebro colectivo. Pasar del área de la autónomía a la organización indestructible de la autonomía.
Movimiento y "Capital-Parlamentarismo": el debate está instalado. El uso y abuso retórico del grito sagrado del movimiento ("¡qué se vayan todos!") se aproxima a una división de aguas crucial. La decantación se torna inevitable, teniendo en vista la rápida recomposición del "Capital-Parlamentarismo", incluido su centro político, y los tiempos del movimiento. El MTD dio una primera señal, riesgosa, que anticipa la inclusión de la agenda política normal del "Capital-Parlamentarismo" en los ritmos del movimiento. El "ritornello" de los compañeros a lo social merece nuestra atención y admiración. La autonomía de lo político, ese fetiche mortal, no debe confundirnos que siempre es un momento de aprovechamiento y de expropiación. Nada debe sacarnos de la preciosa construcción material de las nuevas formas de subjetividad social. Porque, compañeros, el poder constituyente en el capitalismo es siempre y en todo momento potencia social. Neguemos la invención de lo social por parte del estado "Capital-parlamentario", construyamos la subjetivación de las masas y el Pueblo desde la crítica del trabajo posfordista, sostengamos la irreductible reducción de la política a lo social, la indistinción entre lo político y lo social que identifica y caracteriza a la multitud posfordista.
La izquierda tradicional, Izquierda Unida y el Partido Obrero también estarán en el Congreso. Pero una vez que termine la concentración partirán con su propia marcha hacia la Plaza de Mayo. Ambos quieren que además de "que se vayan todos" también se vaya el presidente Eduardo Duhalde "ya", algo a lo que el frente original no quiso sumarse. También piden que a la asamblea constituyente exigida por Carrió, Zamora y De Gennaro para lograr la caducidad de los mandatos se agregue una discusión sobre el plan económico y el modelo. Esa consigna es también apoyada por Alicia Castro. El Partido Obrero sí estará allí, pero lo hará aclarando que la caducidad es "un salvataje del régimen" al que Carrió no se cansa de pronosticarle su caída. Pese a coincidencias, la izquierda no ve el problema del procedimiento y método a la convocatoria constituyente, así como el desarrollo de instancias materiales democráticas de base, como la clave que diferencia la máquina "capital-parlamentaria" de la república de autónomos. La diferencia no es de más o menos consignas, sino de dejar fluir el movimiento real entre las costillas del "Capital-Parlamentarismo". Y el "cómo" organizar e institucionalizar ese fluir.
Fordismo y posfordismo: una vuelta de tuerca: el paradigma de domino capitalista argentino previo a 1989 podía llamarse "fordista". Contaba con un paradigma técnico-económico fundado sobre una división del trabajo, un grado de mecanización del trabajo obrero y una concentración espacial muy específicas; también era un régimen de acumulación de capital que privilegiaba (basta ver las estadísticas) la explotación intensiva por sobre la extensiva, suponía un aumento constante de la productividad del trabajo mensurable (de aquí las tendencias en la forma estado hacia el "estado-plan" keynesiano). El modelo de regulación de la acumulación funcionaba sobre la institución del salario mínimo, vital y móvil (asegurado por la Constitución), la uniformidad de los términos del contrato salarial, la movilidad entre salarios y precios (la escala móvil o indexación de la reproducción de la fuerza de trabajo), la institucionalización de un salario indirecto (reproducción ampliada o salario social), la institución de una norma social de consumo (nivel de vida, canasta básica). Esto se acompañaba con una forma-estado, que pasaba del estado garantista de las condiciones formales (mercantiles, monetarias, jurídicas) de la acumulación del capital a uno gestador del proceso y los ciclos de acumulación, asumiendo funciones esenciales de éstos (producción de elementos socializados del proceso de producción, regulación del ciclo de acumulación, planificación del equilibrio de los capitales individuales, etc.). El vehículo político clásico de este modo de regulación era el compromiso institucional entre trabajo y capital, representado con claridad por el peronismo más clásico.
La crisis del fordismo (la otra cara del neoliberalismo y de la lucha de clases bloqueada), que a principios de lo ’90 fue llamado indistintamente neofordismo, flexibilidad, fin de la división del trabajo o toyotismo, indujo a un cambio radical en todos los niveles. Primero en un nuevo paradigma técnico-económico (la fábrica diseminada, flexible, descentrada y difusa), que incluye nuevas bases tecnológicas, nuevas formas de organización del proceso de trabajo, nuevos modos de movilización ideológica de la fuerza trabajo y de gestión de la mano de obra (flexibilidad del tiempo de trabajo, del contrato y del salario directo). Acompañando esto se produjo un desmantelamiento del modo fordista y su forma dominio: desregulación violenta del mercado laboral (segmentación nueva: precarios, subocupados y neoproletarios), desregulación planificada del mercado de capitales (monetario y financiero) y la refuncionalidad del forma-estado (la aparición y consolidación del "Capital-Parlamentarismo"). La forma-estado resguardo sus funciones básicas (el estado mínimo de Nozick), pero con una modalidad nueva: subordinar la formación económico-social al imperativo de la puesta en concurrencia generalizada que exige el equilibrio de la tasa de beneficio en el mercado mundial. Este cambio de estructura del aparato de estado lo despotenció en tres niveles: supra-nacional (la vieja soberanía); infra-nacional (descentralización, regionalización, neofederalismo) y nacional (lo político se reduce en su peso sobre el capital y se expande en su papel de generador de lealtad de masas: peso esencial de la "Nueva Clase"). La nueva fase de acumulación implicó un abandono paulatino del compromiso capital-trabajo (la metamorfosis del menemismo) y el inicio de una nueva fase de luchas, ya no llevada a cabo por el viejo obrero fondista sino por la nueva figura del antagonismo: la subjetividad posfordista. Al inicio de la fuerte acumulación y productividad en los años ’90-97, el obrero posfordista, proletario joven y nuevo, recién llegado al molino de huesos de la explotación. con poca ideología del período anterior, se mantuvo a la defensiva hasta probar en carne propia el mecanismo de exclusión y miseria humana. A partir de 1997 comenzó a tomar la iniciativa a través de formas de praxis nuevas, imaginación constituyente siempre en avance, ciclo de luchas, desviado muchas veces por los desvíos electorales, que concluyeron en el corte de época de diciembre del 2001. Dirijamos nuestras miradas al trabajador posfordista, precario, subocupado, trabajando en su casa, desocupado o changarín, excluido de la riqueza, figura antagonista nueva, quien muy pronto, en tan sólo diez años, dejó clara su implacable posición al "capital-Parlamentarismo", que con su imaginación democrática creo formas impensables de autogestión y democracia directa, que extrajo del instinto de esa oposición la fuerza y el dominio para ejecutar sus movimientos propios.