Hay un nuevo antieuropeísmo en Washington. Por supuesto, Estados Unidos cuenta con una larga tradición de conflicto ideológico con Europa. Por regla general, el viejo antieuropeísmo protestaba contra el poder exorbitante de los Estados europeos, contra su arrogancia y sus afanes imperialistas. Sin embargo, hoy la relación se ha invertido. El nuevo antieuropeísmo se basa en la posición de poder de Estados Unidos y protesta en cambio contra los Estados europeos que no terminan de rendirse a su poder ni respaldan sus proyectos.
El asunto más inmediato para Washington es la falta de apoyo europeo a los planes estadounidenses de guerra contra Irak. Mientras tanto, en las últimas semanas la principal estrategia de Washington consiste en un «divide y vencerás». Por un lado, el Secretario de la Defensa Rumsfeld, con su cínica condescendencia habitual, llama a las naciones que ponen en tela de juicio el proyecto estadounidense, ante todo Francia y Alemania, «la vieja Europa», descartándolas como carentes de importancia. La reciente publicación de una carta de apoyo a la iniciativa estadounidense en The Wall Street Journal, por otra parte, firmada por Blair, Berlusconi y Aznar, conforma el otro lado del cisma.
En un marco más amplio, todo el proyecto del unilateralismo estadounidense, que va más allá de la próxima guerra contra Irak, es de suyo necesariamente antieuropea. Los unilateralistas de Washington se sienten amenazados por la idea de que Europa, o cualquier otra agrupación de Estados, podría competir con su poder en términos iguales. (Por supuesto, el valor en alza del euro con respecto al dólar contribuye a la percepción de dos bloques de poder potencialmente iguales y en conflicto). Bush, Rumsfeld y su ralea no aceptarán la posibilidad de un mundo bipolar. Enterraron esa idea con la guerra fría. Toda amenaza al orden unipolar debe ser descartada o destruida. El nuevo antieuropeísmo de Washington es en realidad una expresión de su proyecto unilateral.
En cierta correspondencia con el nuevo antieuropeísmo estadounidense, asistimos hoy en Europa y en todo el mundo a un creciente antiamericanismo. En particular, las manifestaciones coordinadas contra la guerra del último fin de semana estuvieron animadas por varios tipos de antiamericanismo -lo que es inevitable. El gobierno estadounidense se ha esforzado en no dejar ninguna sombra de duda de que él es el responsable de esta guerra, de ahí que la protesta contra la guerra deba, inevitablemente, ser también una protesta contra Estados Unidos. Sin embargo, este antiamericanismo, por más que pueda ser legítimo, es una trampa. El problema no sólo consiste en que tiende a crearse una visión demasiado unificada y homogénea de Estados Unidos, ocultando los amplios márgenes de oposición en la nación, sino también que, reflejando el nuevo antieuropeísmo estadounidense, tiende a reforzar la noción de que nuestras alternativas políticas están en manos de las principales naciones y de los bloques de poder. Contribuye a crear la impresión, por ejemplo, de que los dirigentes europeos representan nuestra principal opción política -la alternativa moral y multilateralista a los belicosos y unilateralistas estadounidenses. Este antiamericanismo de los movimientos antiguerra tiende a cancelar los horizontes de nuestra imaginación política, limitándonos a una visión bipolar (o, peor aún, nacionalista) del mundo.
Los movimientos de protesta contra la globalización fueron enormemente superiores a los movimientos antiguerra a este respecto. No sólo reconocieron la naturaleza compleja y brutal de las fuerzas que dominan la globalización capitalista en nuestros días -los Estados-nación dominantes, por supuesto, pero también el FMI, el OMC, las principales corporaciones, etc.- sino que también imaginaron una alternativa, la globalización democrática, hecha de intercambios plurales a través de las fronteras nacionales y regionales basados en la igualdad y la libertad. Dicho de otra manera, uno de los grandes logros de los movimientos de protesta contra la globalización, ha consistido en poner fin a un pensamiento de la política como puja entre naciones o bloques de naciones. El internacionalismo ha sido reinventado como una política de conexiones en una red global junto con la visión de futuros posibles. En este contexto, el antieuropeísmo y el antiamericanismo resultan absurdos.
Desgraciada pero inevitablemente, muchas de las energías invertidas en las protestas contra la globalización se han reorientado ahora, al menos provisionalmente, contra la guerra. Tenemos que oponernos a esta guerra, pero al mismo tiempo debemos tener la vista puesta más allá de ésta, evitando vernos capturados en la trampa de su lógica política estrecha. A la par que nos oponemos a la guerra, debemos conservar la visión política expansiva, abriendo los horizontes que los movimientos de protesta contra la globalización han conquistado. Podemos dejar a Bush, Chirac, Blair y Schröder el manido juego del antieuropeísmo y el antiamericanismo.
* Michael Hardt es profesor de literatura en la Duke University, North Carolina
Traducción del inglés de Universidad Nómada