La "revolución" italiana y la "dévolution" de la izquierda
Toni Negri
Autonomía Social Publicado en Futur Antérieur º22 de 1994
Nada era más previsible que la victoria de la derecha en las últimas elecciones italianas. Berlusconi no ha ganado él solo: la derecha ya había ganado antes que él. Ya se había llamado la atención del pequeño círculo de nuestros lectores en un editorial del verano 93: "es la derecha quien está capitalizando en Italia la crisis de 1989, en su beneficio (a pesar del hecho de que el PC haya cambiado precipitadamente de nombre y haya lanzado a los cuatro vientos la buena noticia, a saber que desde hace ya mucho tiempo nada de comunista subsistía en su conciencia)". Pero, y esto es mucho más importante, la derecha no solamente capitalizó la caída del Muro de Berlín: ganó porque supo también interpretar las modificaciones profundas del tejido productivo italiano e incluir el papel de la comunicación en la sociedad contemporánea. Cuando, durante los últimos meses de la campaña, Berlusconi entra de improviso en escena, pone la industria de la comunicación al servicio del partido de los pequeños y medios jefes de empresa que están transformando la rebelión antifiscal, antiburocratica y antiestatal de los años anteriores en victoria política.
Berlusconi puede hacerlo porque es uno de ellos. Él también participó en la aventura que permitió a nuevas energías liberarse de todas las antiguas dificultades en los distritos del Norte, y a Italia volver -sobre la base de la productividad de las nuevas PYME a la cuarta o la quinta potencia industrial del mundo. Berlusconi es en el ámbito de la comunicación lo que es Benetton en el ámbito de la industria textil: alguien que es capaz de desarrollar trabajo difuso. Pero la comunicación no es la industria textil. En el postfordismo, la forma política de comando de la producción, es la comunicación exactamente como en la época del fordismo era la gran fábrica hecha a medida, en Mirafiori, en las grandes industrias del automóvil, del acero, de la química. Berlusconi pues sustituyó a Agnelli, en las jerarquías del poder industrial en Italia. Esa es la novedad: Agnelli al Senado, Berlusconi al Gobierno. Berlusconi hace acceder al Gobierno las nuevas redes de producción y con ellas la incontinencia neoliberal de los pequeños jefes de empresa, narcisistas y autoritarios, orgánicamente insertados en la cultura de la comunicación productiva y deseosos de explotar frenéticamente este nuevo territorio.
Al recordar estos elementos muy simples, evitamos así una serie de esquematizaciones e imágenes falsas que circulan en Europa sobre el fenómeno Berlusconi, porque sobre todo Berlusconi no ocupa una función diabólica en una espantosa máquina de poder televisivo. Estas imágenes escatológicas son una caricatura vulgar de la denuncia de la "sociedad del espectáculo" de los situacionistas y no dan cuenta en ningún caso de la valencia y la violencia específicas de la nueva figura del poder. No, realmente, Berlusconi no es un telefascista: Berlusconi es un dueño, una figura del capitalista colectivo, una función del comando capitalista sobre la sociedad, porque comunicación y producción son la misma cosa. Berlusconi, en segundo lugar, no es un fascista: no lo es, al igual que no lo son ni Thatcher ni Reagan, sus padrinos. Ciertamente, puede divertir utilizar la metáfora fascista con respecto a Berlusconi como a menudo se ha hecho para todos los grandes dueños de la industria y los capitalistas codiciosos de beneficios. Nosotros, viejos subversivos impenitentes, podemos divertirnos haciéndolo -por darnos el gusto de la provocación- pero ¿cómo los que, hasta ayer, reclamaban la modernización del capitalismo y la posibilidad de embarcarse a bordo pueden permitírselo? ¿ Cómo los que perdieron las elecciones contra Berlusconi, aliados a Agnelli o a Benedetti, pueden permitírselo? Pero, se dirá, los neofascistes forman parte de la mayoría de Berlusconi y Europa se niega a reconocer todo lo que recuerda al tiempo del totalitarismo... ¡Qué hipocresía! ¿ Cuál es el régimen liberal europeo que no flirtea con la plebe metropolitana pretendiendo organizarla sobre bases nacional-populistas? ¿Cuál es el liberalismo económico que no busca apoyo en el populismo político? No, Berlusconi es simplemente un neoliberal: pero es divertido oír a todos los que, durante los veinte últimos años, se encontraron a la vez sometidos y/o fascinados por las cantinelas del neoliberalismo y repitieron al unísono que las privatizaciones eran necesarias, que el Welfare era demasiado costoso, que la deflación salarial era decisiva para rectificar la productividad del sistema, acusarlo de fascismo... ¡Que de mentiras! Y ahora pretenden arreglarlo recurriendo a la inflación de la palabra "fascista". ¡Atención, se dice que no es necesario gritar demasiado al lobo cuando el lobo aparece de verdad!
Y el verdadero lobo está allí, esperando el buen momento para aparecer. La "subversión desde arriba", del capitalismo postfordista, no ha hecho más que comenzar en Italia. Italia no conoce aún esta monstruosa jerarquía del trabajo social que ya ha sido experimentada por las derechas europeas. Conoce apenas la sociedad de dos velocidades y el abismo que la divide; solo hizo hasta ahora una experiencia limitada y ridícula de capitalismo postmoderno: droga y craxismo, "compromiso histórico" y "pensado débil", circenses y corrupción, mafia y arrepentidos... Lo mejor no ha hecho más que empezar.
El verdadero lobo está allí esperando. Pero no se confundan una vez más lo que es fascista y de lo que no lo es. Renovar la Constitución republicana de 1948 y superponer a este sistema liberal representativo una máquina presidencial no es fascismo, sólo gaullismo. Ampliar y profundizar las autonomías regionales y locales no es fascismo: como máximo puede pasar por ser egoísmo. Que la mayoría emprenda por medio de presiones institucionales una ofensiva reaccionaria contra la emancipación de las costumbres públicas (contra el fracaso, contra la homosexualidad, etc...), esto no es fascismo, sólo clericalismo. Ciertamente, todo esto se va a producir bajo el Gobierno Berlusconi: pero no es fascismo, es la derecha social, económica, cultural y política. Berlusconi interpreta, construye, innova, exalta a una comunidad reaccionaria, desarrolla y mejora el nuevo capitalismo postmoderno y comunicacional, mostrando a la sociedad italiana lo que ya ha pasado a ser durante los veinte últimos años: una sociedad trivializada en la que derecha e izquierda resultan imposibles de distinguir, en la cual el pensamiento o es "debil", o termina en prisión, o se encuentra de todas formas neutralizado, en la cual el sindicato de los consejos se transmutó en sindicato de las sociedades, produciéndose para todos los contrapoderes sociales, una sociedad, en resumen, en la cual la enorme corrupción que había implicado a jefes de empresas y políticos no era nada frente a la que había invertido el pensamiento y la conciencia moral de la multitud.
La "revolución" italiana no es pues una operación reaccionaria (no fascista sino reaccionaria) en su contenido político y en las formas constitucionales que toma, sino una operación reaccionaria conducida al nivel del desarrollo actual del capitalismo y conforme a la transformación de la organización de la industria y el comando sobre el trabajo. Berlusconi es el dueño de una industria de comunicación; se ha convertido en el jefe político de una sociedad política (de comunicación). En este sentido, la revolución reaccionaria es también, paradójicamente operación de verdad.
Pero esta verdad, la izquierda no quiere admitirla. Golpeada electoralmente, la izquierda no quiere comprender las razones de su derrota, y no quiere tener ninguna responsabilidad, satisfaciéndose con ejercicios retóricos evanescentes y con gritos de alerta ante el fascismo. Con todo, solamente la izquierda es responsable de esta derrota:
1) porque no ha conseguido comprender las transformaciones sociales que se operaron en Italia y siguió considerando a las sociedades como instancias de representación;
2) porque ni controló, ni incluso imaginó, la nueva forma productiva de las relaciones comunicacionales, dejándose en consecuencia utilizar por los medios de comunicación, participando cínicamente y de manera irresponsable en su operación de banalización reaccionaria;
3) porque ha perdido por consiguiente toda capacidad de representación de los sectores productivos (materiales e inmateriales) de la sociedad.
Hoy en Italia, existen dos sociedades parásitas: una es la mafia, otra es la izquierda, con su comitiva de sindicatos y cooperativas... Pero hablar así es quizá excesivo: ya que la izquierda no alcanza, en efecto, a la dignidad del crimen que reviste la mafia, no es más que un muerto ambulante... Como vimos, ante la victoria reaccionaria, su respuesta heroica fue gritar al fascismo. En realidad la izquierda es como un boxeador sonado, que va sonámbulo. Por toda evidencia, la única cosa útil es tirar a este zombi.
Pero desenrollar el catálogo de los límites de la política de la izquierda no basta. Es necesario también comprender qué pudo dar a la "revolución" reaccionaria la capacidad de volverse tan radical, inevitable e irreversible la «dévolution" de la izquierda. Ya antes de las elecciones, escribíamos:
Antes de discutir de las situaciones políticas y legislativas posibles que podrían surgir de la victoria electoral de uno u otro campo, es necesario examinar lo que la derecha ya ha conquistado, y que le permitirá dictar sus condiciones incluso en caso de éxito del campo opuesto. Entendemos por tales los instrumentos, las modalidades, los lenguajes cuya afirmación en adelante evidente y generalizada permite hoy a la derecha aspirar de manera creíble al papel de protagonista de la "segunda República", y que imponen a partir de aquí al polo progresista, de una determinada manera, un carácter subalterno.
No se trata más aquí de discutir la cuestión sin interés de la legitimidad de la derecha en considerarse como un nuevo fenómeno con relación a los cuarenta años de democracia cristiana. Obviamente, puede, y puede también de manera igualmente evidente recoger la herencia de los años 80 y, más generalmente, el fruto de las sedimentaciones de poder de la "primera República". El hecho de que el cavalier Berlusconi haya construido su imperio comercial y de información bajo la protección de Craxi y el pentapartito es un argumento vano y que no tiene crédito. Del resto, el mismo Eltsine estuvo entre los funcionarios del PCUS.
La verdad desagradable, es que la derecha confiscó con destreza pervirtiéndolas las exigencias de cambio, las necesidades y las aspiraciones ampliamente presentes en el cuerpo social a las cuales la izquierda vuelve la espalda por vieja práctica, combinando inmovilismo político y retórica histórica (los "equilibrios históricos y las profundas debilidades de Italia" mencionados en el programa del PDS), cerrándose al respeto a toda exigencia de innovación y disponibilidad incluido el compromiso, para el futuro con los poderes establecidos, que ofrece transformaciones "sin convulsiones que traumatizan" y "sin rupturas desgarradoras del tejido social", resumiendo, la continuidad. La consigna del cambio radical se dejó enteramente al adversario, libre de hacer lo que quería.
Gane o no la competición electoral, la derecha dicta a partir de hoy las reglas del juego a todos sus adversarios ya se trate de los lenguajes, de la representación, tonalidades o técnicas de argumentación. Verdad o mentira, la derecha se ha acreditado como "lo nuevo", el garante de una discontinuidad. En absoluto no es por el contenido de sus programas, que van de las viejas recetas neoliberales a una edición ridícula de la ética del trabajo, del culto craxiano de la eficacia a una xenofobia racionalizada sobre el método de la meritocracia y el utilitarismo, del economismo más que vulgar a la empresa paternalista, a la manera de administrarlo, orientándolo en el sentido de una restricción de la democracia y de un refuerzo de las jerarquías sociales.
Fábula por fábula, cuando el magnate del éter promete millones de puestos de trabajo, termina con todo por parecer más creíble que sus adversarios de izquierda, que para no mentir, habrían debido hacer más clara para todo el mundo la ecuación banal de la postmodernidad: cuanto más inversiones = menos empleos. No haciéndolo, se encuentran hoy obligados a contradecir ediciones más o menos sofisticadas de los "talleres sociales" o de la mitología hueca "del nuevo" milagro italiano.
Es necesario aún destacar que la derecha reaccionaria ha conseguido, en Italia, construir su hegemonía absorbiendo las formas políticas más originales y, en ausencia de toda reacción de la izquierda, mistificar no sólo los lenguajes sino también los movimientos.
A través de la Liga, y bajo una forma aún más inédita, a través de "Forza Italia", la derecha ha tomado una dimensión muy mouvementiste tanto en sus aspectos más exteriores como en los más sustanciales. Esta dimensión de movimiento le había sido rechazado durante mucho tiempo, excepción hecha para las franjas más extremas y numéricamente limitadas. Las distintas "mayorías silenciosas" que aparecieron sucesivamente sobre la escena política italiana siempre han seguido siendo masas de maniobra ocasionales (generalmente puestas en juego de manera reactiva contra los movimientos de izquierda), sin llegar nunca en "participación" y continuidad consustanciales a un movimiento. Nunca desarrollaron, incluso en las fases de extensión máximas, su propio folclore, su propia iconografía, módulos de comportamiento específicos, su propio universo simbólico.
Los movimientos son más otra cosa que una masa de maniobra. Tienen la pretensión de ser políticos, y políticamente incluso, en el momento que niegan las normas de la política en vigor, o viceversa, la política se sujeta a las normas vigentes. En esto, a diferencia de los grupos de presión y las mayorías silenciosas, presentan siempre un componente "antisistémico", aunque su horizonte ideológico no prevé ninguna salida fuera del orden constituido y no denuncia francamente la agravación de sus caracteres políticos. Ocupan por definición un espacio que no se da en el marco de la política institucional.
Pues, las normas en vigor son hoy en Italia las normas de la democracia representativa, las normas del mercado, las normas de la organización de la fábrica. Pero si existe un movimiento de derecha que impugne las normas de la democracia representativa (explotando su crisis vertical macroscópica), no existe ningún movimiento que, al revés, impugne las normas del mercado y la organización industrial. En el curso de los últimos veinte años, la izquierda se ha caracterizado por una impermeabilidad casi total a los conflictos sociales, antiguos como nuevos y a su carácter de urgencia, encauzando y desactivando o ritualizando la dimensión mouvementiste propia, yendo hasta expulsarla de su propio seno y sus propias perspectivas. Las vicisitudes sindicales son desde este punto de vista ejemplares con el paso del movimiento de los consejos a una institución específicamente destinada a la represión de los movimientos, institución destinada a reconducir, en el seno de las normas políticas vigentes, este espacio vital que, precisamente por su naturaleza propia, les excede.
La democracia representativa conoce hoy una crisis que minó las raíces de la identidad productiva de los ciudadanos (trabajador productivo = sujeto de derecho) sobre la cual se apoyaba todo el mecanismo de la representación. Esta comprobación, tan evidente como irreversible, abre la vía a dos caminos posibles: o se cuestiona a la sociedad sujeta a la ley del trabajo asalariado y se libera pues la idea de democracia de la representación del trabajo, yendo en resumen más allá de la "democracia industrial" y se impugna al mismo tiempo la ley del mercado y la de la organización industrial (que es precisamente lo que la izquierda no hace), o se definen democracia representativa y democracia tout court, tomando la primera como objetivo con sus disfunciones evidentes para golpear la segunda (la vía que la derecha ha tomado prestada con el éxito que se conoce). En otros términos, la derecha se sirve de la crítica de la democracia representativa (partitocracia, consociativismo, clientelismo, autoreferencialida) para eliminar la democracia como tal, en nombre de la cultura industrial ("empresa Italia") impuesta como principio general de organización de la sociedad, cultura a la cual la izquierda se revela ampliamente supeditada."
En todo esto, la posición de la derecha consiste en asumir con desenvoltura y sin ningún escrúpulo, la vestimenta de lo "no-político" que reivindica su dimensión política. Y así, engloba y pervierte una gran parte de las aspiraciones al tiempo que recorre de manera difusa todo el cuerpo social. En política el vacío no existe. Alguien construye siempre un día u otro en terrenos dejados en erial.
En resumen, en la propaganda y en las consignas de la derecha, se transparentan, en una horrible transfiguración, las aspiraciones y las ideas de todos los que se opusieron contra el orden de las cosas existente. Pero eso todavía no es suficiente.
Durante los últimos veinte años la empresa capitalista reabsorbió progresivamente una gran parte de las técnicas, de las capacidades, de las prerrogativas consustanciales a la política. Mantuvo un diálogo directo con el pueblo de los "consumidores", desvió a su beneficio los procesos de transformación que invierten el cuerpo social, determinando y dejándose determinar por ellos. Transformó en mercancías o propuso en forma de mercancías, deseos, aspiraciones, subjetividades que pertenecían a la vida concreta de los individuos. Se convirtió en casi absolutamente maestra del campo de la comunicación y los lenguajes, haciendole, finalmente, la principal fuerza productiva.
Así el "actuar comunicacional", prerrogativa clásica de la política, se transformó en "actuar instrumental", o a la inversa haciendo fracasar la celebre dicotomía habermasiana. El discurso ya no sobrevive más que como fuerza productiva y técnica comercial...
No es necesario pues asombrarse si, llegada al término de este proceso orientado alrededor de la gran transformación productiva de los veinte últimos años, la técnica comercial se presenta hoy como un actuar precisamente político, y toda charlatanería como forma inédita de organización política, que permite y apoya la extensión extremadamente rápida de "Forza Italia".
El principio de organización que sostiene las brigadas tricolores de Silvio Berlusconi, es una técnica precisamente comercial: la del franchising. La casa matriz ofrece a un jefe de empresa, encarnación del famoso "espíritu de iniciativa", su marca y su mercancía un aura una identidad, un medio de producir la renta. El comerciante no será ya en su ciudad un "Dupont habillement" anónimo, sino Stefanel, Benetton. En intercambio, tomará solamente o principalmente esta mercancía, se atendrá a normas precisas de estilo y comportamiento, se ingeniará en hacer honor al nombre que lleva, porque es este nombre, con su enorme potencial comunicacional, de muchos miles de millones de inversiones, y no por supuesto algunos paquetes de prendas de vestir de colores vivos, que representa la verdadera fuerza productiva, la verdadera fuente de riqueza, el verdadero principio de identidad.
Lo mismo vale con alternativas minúsculas para el notable de provincia, para el jefe de oficina emprendedor, para el Presidente de círculo deportivo que se propone ponerse a la cabeza de un club "Forza Italia": toda su identidad social, su prestigio, su valor en el mercado político, no dependerán nada de este nombre (en ausencia de cualquier otro principio de legitimación, arraigo social, o representación), pero este nombre le garantizará a su vez una oportunidad de ascensión social y algunos dividendos de carisma local. Así como negociándolo en franchising venderá la mercancía de la casa matriz, más la venderá en su propio beneficio, igual que el fundador del club «Forza Italia» hará la política de la Fininvest, más la hará en su propio beneficio.
He aquí admirablemente conjugadas las iniciativas individuales y el comando absoluto, el simulacro de la autonomía y las sólidas cadenas de la dependencia. He aquí la relación propuesta por «toda nueva» dereche entre poder fuerte e individuos gregarios, entre commettants y trabajadores autónomos. He aquí, en fin, una forma de organización política no representativa, ni democrática, completamente extraída del management de la empresa y de su universo comunicacional. «Forza Italia» representa la primera fuerza política italiana realizada minuciosamente sobre la base del modelo de la empresa, de sus técnicas y de sus mecanismos.
Esto es una novedad absoluta, totalmente impensable antes de la gran transformacion productiva de los últimos veinte años, y totalmente indescifrable si no se ha entendido la naturaleza y el alcance de ésta.
Aquí estamos en el punto crítico de nuestro análisis, en el punto donde la imbricación de la 'revolución' de la derecha y el 'devolvement' de la izquierda hace finalmente aparecer el peligro fascista, no su fantasía permanentemente agitada en la izquierda, por los que han perdido la capacidad para juzgar la realidad, que quieren asustar a los idiotas y ejercer un chantaje (según las técnicas estalinistas más experimentadas) para obligarles a una unidad sin principios, sino el verdadero peligro fascista -el que va unido hoy a la disciplina de la empresa, a la violencia del orden meritocrático basado en el trabajo, al odio racista contra quienes no pueden o no quieren estar sujetos a este orden.
En la propaganda de la derecha, el trabajo, el «labeur», la figura del productor sigue ocupando un lugar central y constituye la medida principal de la jerarquía del mérito. Serían los gastos, las incompetencias, el asistencialismo, la pérdida fiscal de los recursos, la mortificación de la iniciativa privada los que impedirían el progreso del empleo y el florecimiento pleno de la vocación «laboriosa» de los ciudadanos.
La izquierda se revela incapaz de desenmascarar las falsas promesas, extravagantemente falsas, de un aumento del empleo mediante inversiones más importantes, porque ella no quiere reconocer el carácter irreversible de la contracción del volumen de trabajo necesario para la producción de riqueza. Hablar de «un modelo diferente del desarrollo», demandando que la posición y el peso del trabajo (si no cuantitativamente, al menos como principio de identificación social) permanezcan intactos (aunque «socialmente útiles», «al servicio del ambiente» o artificialmente reconducidos a una «intensidad» pretechnologica) y llegando a suministrar la base de la representación política, significa chocarse con espejismos. Es así que la izquierda italiana permanece plantada a mitad de camino, avanzando a tientas entre la economía de 'don' y de trabajo temporal, entre idealismo de voluntariado y utilitarismo de la empresa.
La derecha se presenta, no como ideología política de buen gobierno, ni como vanguardia, y menos todavía, a diferencia del pasado, como interprete de un «destino historico», sino como sociedad civil, laboriosa y emprendedora, que reivindica sus derechos no reconocidos por una esfera politica, separada, distante, corrompida por las propias leyes de su autoconservación («le pouvoir corrompt»). Esta sociedad civil aprenderá en adelante a autogobernarse y a autogobernarse sobre la base de las relaciones de fuerza, de comando y de dependencia, que están en curso. Estas son las relaciones establecidas durante los años 80 y que uno puede resumir brevemente en el fórmula de la «centralidad de la empresa».
La izquierdo está de acuerdo con todo esto. He aquí el nuevo fascismo, la derecho lo propone, el zombi de la izquierda grita escandalosamente para compartir con total impunidad el calor de la cama. ¡Es mucho peor que en una comedia en Boccacio!
¿Qué hacer? No es este el lugar para comenzar o recomenzar a discutirlo. Bastante es haber aclarado aquí cierto número de aspectos que surgen en Italia - posible laboratorio de nuevas experiencias de dominación fascista, sin caer en falsas referencias históricas, descubriendo el verdadero peligro... Y su novedad: los contenidos ideológicos son nuevos, las formas de comunicación y la movilización son nuevas, el proyecto de dominación es nuevo. Del fascismo postmoderno.