¿Qué queda de la vieja clase obrera?
¿Cómo está compuesta la nueva clase asalariada?
Obreros reapropiadores y piqueteros organizándose… Pero del nuevo obrero
social, ¿Quién se ocupa?: ¿El sindicato? ¿El partido?¿El estado? O la
propia práctica ¿autonomía? de los propios trabajadores.
Compañeros, nunca debemos olvidar que la contracara de las legiones de
desocupados son las dotaciones hiper-expoliadas de los trabajadores ocupados.
No hay unos sin otros. Ambos son la dimensión bifronte de la fuerza de
trabajo: asalariada y autoexplotada o des-asalariada y autovalorada.
La época posfordista, como modo dominante de la producción capitalista,
resulta el pasaje de la subsunción o inclusión formal del trabajo
en el capital (fordismo); a la instauración de la subordinación
real de la sociedad en el capital (posfordismo). Se concluye con la vieja dicotomía
de: para la lucha económica el sindicato; para la lucha política
el partido. En el posfordismo lo económico desarrolla la valencia de
lo social como dispositivo político. La vida es vampirizada por el poder
(biopoder). Lo social resulta metabolizado por el estado (biopolítica).
Posfordismo y matrix capital-parlamentaria. Producción y reproducción,
sociedad y política al unísono.
Pero entonces, ¿Qué sociedad para el cerebro colectivo del trabajador
posfordista? ¿Qué política para el obrero social? ¿Qué
forma de organización antisistémica para encarnar el intelecto
de masas del asalariado precario y polivalente? ¿Cómo vincular la autonomía
de lo social, con la antagonía de lo económico y lo político
del productor posfordista, para evitar que sigue dando de comer a la clase patronal
y al Estado de excedencia?
¿Qué articulación para la autovaloración del ocupado para
que éste pueda recuperar el valor de uso de todo lo producido?
Coordinar la resistencia y la potencia anticapitalista de los asalariados, desocupados,
asambleístas, obreros reapropiadores, campesinos autoproductivos es la
necesidad de la época. ¿Pero cómo lograrlo?
¿Puede vencer el movimiento autónomo si el productor asalariado no se
libera del parásito comando capitalista?
¿El asedio al capital-parlamentario de los desempleados, sustituye la antagonía
de la clase trabajadora ocupada?
¿Qué rol juega actualmente la desocupación y la inflación?
¿Y la devaluación?
¿Se acabó el pleno empleo? ¿Se terminó la jubilación para
todos? ¿Los derechos sociales son conquistas irrecuperables en la fase actual
del capitalismo?
A continuación un contribución de NPH.
Un abrazo compañero.
Colectivo: Nuevo Proyecto Histórico
htpp://nuevproyhist.tripod.com.ar
nuevproyhist@hotmail.com
¡Es el postfordismo, estúpido!
A propósito de la nueva figura de la clase obrera:
el trabajador precario, flexible, en negro o con contrato temporal. La centralidad
política del trabajador postfordista como nueva figura de época.
La nueva fuerza de trabajo:
Multitud, movimiento, obrero social: ¿proceso sin sujeto?: ¿Qué ocurriría
si, realmente, no existieran más empleos?, se preguntaba una tapa de
la revista Newsweek.
El desempleo en el mundo ha alcanzado en la actualidad su nivel más elevado
desde la gran depresión de los años ’30.
Más de mil millones de seres humanos componen hoy el ejército
industrial de reserva.
En la década del ’50 en nivel de desempleo natural estuvo en el 4%; en
los años ’60 se situó en el 4,8%, en los setenta se elevó
hasta el 6%, mientras que en los ’80 trepó a un 7,3%. Sin embargo un
problema es siempre algo para lo que existe, al menos, una solución.
Una encrucijada tiene su camino correcto, todo laberinto, por definición,
tiene una salida. Vista de esta manera las cosas el "desempleo" no es un "problema",
sino una situación con visos de fatalidad o de catástrofe natural.
El desempleo no es un problema porque la solución de una época
dorada de pleno empleo no es una solución realista y, por lo tanto, algo
que pueda fijarse responsablemente como un objetivo político.
Como sintetizaba el famoso gurú Peter Drucker, la desaparición
del trabajo como factor clave de la producción se transformó en
el proceso inacabado de la sociedad capitalista.
Previsiones de consultoras alemanas de inmaculado ADN liberal (son de 1999)
dan el siguiente futuro para los próximos quince años:
25% de trabajadores permanentes, semicalificados, protegidos y sindicalizados;
25% de trabajadores periféricos, subcontratados, subcalificados, mal
pagados y sin sindicalización; 50% desempleados o trabajadores marginales
dedicados a empleos marginales, economías sumergidas o empleos parciales
con ayuda estatal.
En Argentina estamos viviendo lo que se conoce como el "Jobless Growth", el
crecimiento sin empleo del posfordismo.
Es un fenómeno internacional, un proceso que implica el inicio del fin
de la sociedad salarial, tal como la conocemos desde la década del ’50.
La evolución del empleo se desvincula dramáticamente de la dinámica
de la economía.
Esto marca la ridiculez de volver a fórmulas neokeynesianas de los años
'40 o '50. Según Jean-Claude Paye, Secretario General de la OCDE, en
los diez años venideros la industria europea no podría emplear
más que el 2% de la población activa.
La sociedad argentina es relativamente rica, pero le falta un mecanismo institucional
adecuado que permita distribuir su propia riqueza en el conjunto de la comunidad.
Para la mayor parte de los argentinos una cosa es cierta: sólo aquel
que tiene trabajo y que a través del trabajo obtiene ingresos, bien por
medio de la familia o de la seguridad social, tiene posibilidades de participar
en la riqueza social y ser un ciudadano pleno. Pero la ciudadanía se
ha separado definitivamente del trabajo asalariado.
Se le llama con distintos nombres: toyotismo, re-engineering,
gestiones ligeras (lean production and lean management), postfordismo, todas
tienen un objetivo central: no sólo reducen el número de empleos,
también modifican profundamente la situación de los asalariados
y las mismas condiciones de empleo. Y finalmente la forma estado.
El fin del llamado crecimiento "fordista" (en honor a Henry Ford) dejó
a las empresas con la tarea de crear trabajo que anulara trabajo. Un nivel elevado
de informatización y robotización con un nuevo modelo de organización
que permite la máxima flexibilidad de los efectivos, permite asegurar
un mayor índice de producción con la mitad del capital y entre
un 40 y un 80% menos de empleos.
Ejemplos no faltan: de los 90 millones de empleos que suministra el sector privado
de los EEUU, alrededor de 25 millones podrían ser suprimidos, según
el insospechado Wall Street Journal; cada año las empresas norteamericanas
suprimen más de dos millones de empleos, según la estadística
de la revista Fortune; en Alemania, 9 millones de empleos, sobre un total de
33, desaparecerán en los próximos años, según las
cifras del Instituto de Estadística McKinsey, con lo que la tasa de desempleo
sería de casi el 40%.
En la escala mundial existen hoy entre 800 y 1000 millones de desempleados y
que, en el plazo de aquí al 2025, habría que crear alrededor de
1.500 millones de empleos para aquellas personas que entrarán, por primera
vez, al mercado laboral, según datos del Banco Mundial. La sociedad salarial
fordista tiene muy pocas promesas o esperanzas para estos problemas.
En el caso particular argentino, si el sujeto
es el movimiento, el movimiento es una totalidad sintetizada en la figura del
posfordismo, el obrero social. ¿qué obrero social en la Argentina? ¿qué
composición de clase en el "Capital-Parlamentarismo"? Organización
y composición de clase son una misma dimensión, un mundo bifronte,
decisivo para la estrategia y la táctica del movimiento.
Con datos de octubre del 2001 (el benemérito
INDEC) tenemos para todos los aglomerados urbanos un 34% de ocupados, de los
cuales un 72% son asalariados, de los cuales un 38% son autónomos, valga
la paradoja. Si a esto se le suma un 18,3% de desocupación oficial, más
un 16,4% de subocupación demandante y no demandante (lo que significa
que casi un 35% fue o quiere ser asalariado) nos da un total de 79,3% de la
fuerza de trabajo sobre la población actual.
La desagregación nos da el siguiente resultado: 13,8% en la industria,
7% en la construcción, 23,7% en comercio, 46,9% en servicios y 7,9% en
transporte.
Pero hay más: Para una cantidad cada vez mayor de argentinos, la discusión
sobre si conviene un sistema previsional de reparto o de capitalización
es ociosa. Son quienes, más allá del modelo que sea impulsado,
no podrán jubilarse.
En sólo siete años más, es decir, en 2010, cuatro de cada
diez personas de 65 años o más no tendrán acceso ni a una
jubilación ni a una pensión. De ellas, el 80% vivirá en
hogares pobres.
Hoy la exclusión afecta al 34,5% de la población que ya cumplió
la edad del retiro laboral.
El postfordismo es un Estado de excedencia, de exclusión sistémica:
esto es lo que debe discutir una verdadera estrategia de izquierda.
La estimación surge de un trabajo de la consultora
Equis. El estudio señala que mientras que hoy son 1.237.000 los mayores
desprotegidos, en 2010 serán 1.600.000, si es que continúa el
ritmo de crecimiento de la informalidad, y aun cuando haya leves caídas
de los índices de pobreza y desempleo.
Así, mientras que la población total de 65 años o más
crecería un 11,5% hasta 2010, la cantidad de personas sin cobertura aumentaría
un 29,3 por ciento. El informe aporta un dato que revela la fuerza del deterioro
de la situación en los últimos años: en 1991, la falta
de cobertura afectaba al 24,7% de los mayores, por lo que el índice creció,
en 10 años, un 39,6 por ciento. Los datos corresponden a los censos poblacionales
realizados por el Indec.
Si bien por un efecto lógico de la distribución poblacional el
mayor número de personas desprotegidas vive en la provincia de Buenos
Aires, la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Santa Fe, las jurisdicciones
con porcentajes más elevados de personas sin jubilación son Formosa
(55,9%), Misiones (54,6%), Chaco (51%) y Corrientes (50,9 por ciento). En el
otro extremo se ubican la ciudad de Buenos Aires, con el 25,4% de sus habitantes
mayores sin jubilación ni pensión, y La Rioja, donde los que no
tienen cobertura son el 27,3 por ciento. El trabajo de Equis analiza qué
ocurre en la raíz del problema, definida como la falta de aportes durante
la vida laboral.
Entre 1990 y 2003, destaca, el trabajo informal pasó del 25,3 al 45,1%,
en tanto que el desempleo pasó del 6 al 21,4% (si no se considera como
ocupados a quienes reciben planes sociales), y el subempleo subió del
8,1 al 18,8 por ciento.
La relación entre las condiciones del mercado laboral postfordista y
el acceso a un haber jubilatorio es indiscutible.
Por eso, cuando los especialistas en la materia y los funcionarios del Gobierno
afirman que una reforma previsional debe tender a ampliar la cobertura también
advierten que difícilmente ello pueda lograrse sólo a partir de
una nueva ley jubilatoria. Si bien se prevé la conveniencia de otorgar
prestaciones asistenciales, se señala que ésa no es la solución
real a un problema que tiene su raíz en la alta informalidad del mercado
laboral.
Las personas subsidiadas, como las que hoy cobran, por el plan Adultos Mayores,
un ingreso mensual de $ 150, son, entre los pasivos, el equivalente a lo que
representan en la población activa los desocupados y los trabajadores
que están en negro.
El informe de Equis destina un capítulo a analizar la relación
entre pobreza y falta de acceso a un haber previsional. Según los datos
de la encuesta de hogares del Indec de mayo pasado, en la franja que agrupa
al 40% más pobre de los trabajadores, más del 70% no realiza aportes
jubilatorios, en tanto que en el grupo que reúne al 20% que tiene mejores
ingresos, el índice cae al 20,4 por ciento. Según los resultados
de la encuesta, el 28,3% de los mayores (1.012.060 personas) es pobre, en tanto
que en diciembre de 2001, antes de la devaluación, el índice era
del 15,6 por ciento.
Si se cumple el pronóstico sobre población no cubierta en 2010,
el trabajo de Equis estima que la pobreza en este segmento de la población
se elevaría al 32,8 por ciento.
El trabajo concluye también que el 60% de la pobreza de los habitantes
del país mayores de 65 años se explica por la falta de ingresos
jubilatorios. Como la evasión previsional debe ser considerada un problema
dentro de la evasión impositiva en general, "aunque no existieran impuestos
al trabajo y sí otras altas cargas impositivas, una empresa probablemente
evitaría declarar trabajadores para ser consistente con la no declaración
(o subdeclaración) de su actividad".
La afirmación es parte de las conclusiones de un reciente trabajo del
economista Hernán Ruffo, del Ieral. Según el informe, además
de la presión tributaria general, hay al menos otros dos factores que
explican el alto índice de trabajo en negro y la consecuente baja tasa
de cobertura de la seguridad social: las regulaciones laborales impuestas por
viejos convenios y el costo diferencial que implica generar un puesto formal
en relación con uno informal.
Respecto de este último aspecto, Ruffo señala que "un puesto declarado
implica un 70% más de costo frente a una relación informal". Pero
agrega que estos costos, si bien constituyen un incentivo a no declarar, no
explicarían el incremento de la informalidad, porque las contribuciones
cayeron fuertemente entre 1993 y 2000.
El diferencial de costos se amplía, según el economista, en etapas
recesivas: en esos momentos el sector formal
provoca una expulsión neta de trabajadores y los desempleados se vuelcan
al sector informal, lo que provoca, a su vez, que caigan los salarios en negro.
El informe advierte que la decisión del Gobierno de incrementar los salarios
del sector privado es una medida que, lejos de mejorar la distribución
del ingreso, la empeora, porque privilegia al sector formal por encima del informal.
También expone cuestionamientos al plan de controles del trabajo en
negro, ya que, según señala, si no se acompaña con
medidas de incentivo a la formalidad se corre el riesgo de que algunas empresas
no puedan subsistir "o eviten tomar más trabajadores".
El trabajo del Ieral no sólo hace referencia a la falta de cobertura
futura de esos trabajadores. Hace hincapié en las falencias que se sufren
en la etapa activa por estar al margen de beneficios como el de un plan de salud,
el seguro de accidentes laborales y la posibilidad de cobrar el seguro de desempleo.
El ascenso y triunfo del menemismo produjo la profundización y extensión
de tendencias propias de la gran industria: subordinación creciente del
factor subjetivo del proceso de producción al factor objetivo (del trabajo
vivo al muerto), despotismo del capital en el proceso laboral, aumento de la
productividad, homogeneización de la calificación proletaria y
descualificación general.
Si partimos de una caracterización esquemática del proceso de
valorización capitalista, aquella señalada por el viejo y poco
leído Marx (todo un tema para analizar el bajo contenido "marxista" de
las organizaciones oficialmente "marxistas") hablaremos que en Argentina, desde
1991, hubo una creciente subsunción real posfordista contrapuesta a la
vieja subsunción formal del capitalismo fordista periférico.
Para simplificar: hablamos de proceso de trabajo como el proceso de producción
de valores de uso. El proceso de trabajo es el medio por el cual se realiza
el proceso de producción real o proceso de valorización capitalista.
En él, el capital somete formalmente o realmente al proceso en el que
se genera valores de uso. Esta sumisión pasa por el papel de los medios
de producción (instrumentos más objetos de trabajo), en los que
se encuentra objetivado el trabajo pasado (contablemente el capital fijo o trabajo
muerto), pero que se ha metamorfoseado en el proceso de valorización,
en los medios de existencia del propio capital. Son los medios de trabajo los
que dominan y comandan al trabajo vivo, lo absorben y vampirizan.
Por eso el proceso de trabajo es proceso de autovalorización
perpetua del trabajo pasado, de plusvalor solidificado. En esta unidad de capital
variable y fijo los medios de producción se convierten en medios de absorción
y de explotación del trabajo.
Esta no es una mera afirmación ideológica, ni ilustración
sociológica, sino una constatación material y empírica
de cómo la lucha de clases ganada con la hiperinflación de los
últimos años del gobierno de Alfonsín desembocó
en una clara recomposición capitalista del movimiento.
A lo largo de la década de lo noventa se constata un constante
aumento de la productividad del trabajo, medida por trabajador ocupado, desde
un índice de 74,2% en 1990 hasta alcanzar a 99,3% en 1996, casi alcanzando
la base de 1980 (=100), cuando se mantenía la coacción extraeconómica
de la dictadura militar.
Pero esta creciente subsunción real se ve acompañado de un proceso
paralelo de extensión de la jornada laboral (extracción de plusvalía
absoluta), o sea de procesos de subsunción formal.
Si en 1989 el 33% de la población económicamente activa se encontraba
sobreocupada, en 1998 el porcentaje había subido a 42,5%, pero ya en
el 2001 había bajado a 38,5%. Dos evidencias se deducen de esta evolución
de la última década.
En primer lugar, la esfera de la producción emplea un volumen cada vez
menor de trabajo para producir un volumen cada vez más creciente de riquezas:
sumisión del trabajo vivo al muerto.
Tal esfera ya no está al alcance de una proporción creciente de
los trabajadores, cualquiera que sea la cualificación de estos, cualquiera
sea su edad, titulación o experiencia.
En segundo lugar, por tanto, sólo pueden crearse empleos suplementarios
a través de la redistribución y el reparto de los empleos existentes,
por una parte, y a través del desarrollo, por otra, de actividades situadas
fuera de la esfera de intercambio económica y que no tengan como condición
la valorización de un capital.
Crece el papel de la forma estado en la reproducción inútil, para
el capital, de este ejercito industrial de condenados. Con todos estos datos
es imposible creer en un retorno más o menos retocado de la política
del "pleno empleo", al keynesianismo del estado-plan populista, es decir: una
situación romántica natural en la que el 95% de la población
activa posea un empleo estable, a tiempo completo y durante casi toda su vida
activa. Ese espejismo sólo sobrevive en la aristocracia de la burocracia
estatal, nacional y municipal.
Por otra parte veremos que el trabajo ya no está: para la mayoría
de las personas el empleo ha dejado de ser una fuente de identidad, de pertenencia,
de sentido y de ciudadanía. Se ha perdido la vieja identidad fordista
con y por el trabajo. Los viejos círculos de identidad del movimiento
fordista, desde la profesión y el gremio, que se prolongaba al barrio
popular (el hábitat o los barrios-dormitorios del trotskismo de los años
’80) y al mundo vital de vida cotidiana (familia ampliada, cafés, bares,
clubes y sociedades de fomento) desapareció.
La coherencia de la identidad fordista se licuó junto con los activos
financieros. La subsunción formal, que era integradora en el sentido
que el trabajo como ideología era un inductor que atravesaba transversalmente
todos los campos vitales de la materialidad proletaria, se esfumó.
El obrero social argentino tiene la identidad de la desafiliación total
y completa. La esfera de la publicidad proletaria, el centralismo obrero peronista-keynesiano
y los sindicatos como columna vertebral de algo, han muerto.
Sólo un 34% tiene una identidad salarial, de los cuales habría
que desagregar la ínfima minoría sindicalizada.
Pensemos en la categoría "trabajo en negro", que en 1990 reunía
a un 26,7% de la fuerza de trabajo, en 1998 al 36% y ahora, en el 2000, abarca
a un 40%.
Si se quiere re-establecer la cohesión social como ciudadano de pleno
derecho, anular la tentación de la economía delictiva y la exclusión,
es necesario reconocer que la vieja sociedad salarial fordista ha muerto.
El obrero social es difuso, anti-institucional
materialmente. El combate es contra el posfordismo, y es el rechazo a esta forma
de trabajo genocida.
El trabajo fordista es más que el mero trabajo y
el no-trabajo posfordista es más que el mero desempleo.
Se ha instalado entonces, desde hace una década, un nuevo sistema que
tiende masivamente a abolir el "trabajo". Discutamos cómo llamarlo, no
importa. Fue un proceso ligado a la instauración y consolidación
del "Capital-Parlamentarismo". Es más: su forma de dominio es el "Capital-Parlamentarismo".
Un sistema en que las máquinas y los robots (trabajo muerto) sustituyen
a los seres humanos en los procesos de fabricación, de venta, de creación
y de suministro de servicios.
La "sociedad de trabajo", tal como la conocíamos en Argentina, no existe
más. Nuevamente datos del INDEC (1999) nos dicen lo siguiente: el índice
de horas trabajada (IHT), tomando como base 100 el año 1993, fue de 88,3
en 1998 y de 82,5 en 1999; el índice de obreros ocupados, tomando igual
base, fue de 88,5 en 1998 y de 86,4 en 1999; pero si comparamos esto con el
llamado indicador de volumen físico (IVF) nos llevamos una sorpresa:
con igual base 100 en 1993, para 1998 estamos en 114,7 y en 104,8 en 1999.
Sintetizando: la economía argentina
creció entre 1993 y 1999 un 14,6% con una tasa anual
de crecimiento del 2,76%; en ese mismo lapso
el aumento de productividad por hora creció un 30%,
con una tasa anual de 5.3%. Mientras tanto el
índice de obreros ocupados cayó, entre el ’93 y el ’99,
un 11,5%, con una tasa anual de descenso del empleo del
2,4%.
La anatomía de esta nueva Argentina también nos dibuja un perfil
social potencialmente explosivo: un núcleo estable de "permanentes",
que no deja de reducirse, mientras que aumenta la proporción de personal
temporal, precario y a tiempo parcial.
En conclusión: se mantiene el salario,
disminuye el índice de horas trabajadas, aumenta el volumen físico
de riquezas y se triplica la productividad por hora. Subsunción real
del trabajo en el capital.
Con la subsunción real del trabajo se efectuó
una revolución total en el modo de producción argentino, en la
productividad del trabajo y en la relación entre el capital y el trabajador.
El último informe del Banco Mundial sobre el desarrollo en el mundo coloca
a la Argentina en el puesto número uno de toda América latina,
en lo que se refiere a ingreso bruto per cápita (7.460 dólares).
"Argentina es uno de los países más ricos del mundo en desarrollo",
dijo el economista en jefe del organismo, Nick Stern. Cuando el "Capital-Parlamentarismo"
nos grita desaforadamente que Argentina está quebrada, sepamos traducir
el sofisma político: la corporación quebró fiscalmente
al estado, pero estamos nadando en riqueza escondida, licuada o en el exterior.
El negocio del posfordismo del último decenio fue generar ganancia del
propio déficit fiscal del "Capital-Parlamentarismo".
Estamos ante una nueva sociedad que directamente no tiene lugar para el 30 o
40% de su población activa, su más preciado capital.
Un proceso de casi doce años de duración con puntos de cristalización
precisos: la desestabilización de los trabajos estables; la instalación
legal y estable de la precariedad laboral; y la conformación fija de
los supernumerarios, los inútiles sociales, el gran ejercito de desocupados
fuera de toda órbita social.
El desarrollo rápido del personal temporario y externalizado en los últimos
cinco años significa que las fuerzas del mercado han previsto anticipadamente
las reducciones de las horas del trabajo, dándoles una forma que refuerza
su poder: la de la flexibilidad de los horarios de los salarios y de
los efectivos; dicho de otra manera: la del paro parcial no indemnizado. Nuevos
miembros para la manipulación neoconservadora de Chiche y los punteros
del PJ. El ejercito de Working Poor, pobres ocupados, a tiempo y a salario parcial,
sin futuro y sin esperanza.
Los que entremos en esta categoría, lo debemos tener bien en claro, seremos
inempleables por la eternidad en los parámetros posfordistas.
Cuanto menos trabajo hay para todos, más tiende a aumentar la dureza
del trabajo para cada uno.
Esto ya pasó en lugares clásicos del capitalismo posfordista,
como Mac Donald’s, desde julio del 2001. El desempleo hace bajar el nivel de
las remuneraciones, y la baja en los ingresos incita a los activos a trabajar
más horas para compensar el congelamiento de sus sueldos, lo que tiene
como efecto acentuar la baja de las remuneraciones.
Todos precarios o el capitalismo de castas:
Si las previsiones oficiales sobre el índice de inflación se cumplen,
en la medición de octubre habrá en el país 20 millones
de compatriotas pobres. La
mitad de ellos serán indigentes, es decir que no podrán
pagar ni siquiera la dieta mínima imprescindible para sobrevivir. No
importa, porque para el capital lo decisivo es la reproducción de la
fuerza de trabajo y ellos están fuera del proceso de valorización.
La recesión, esa crisis de la tasa de ganancia, también
prolonga los lapsos de desempleo haciéndolos un oficio.
En octubre del año pasado, uno de cada tres desocupados llevaba por lo
menos seis meses sin conseguir trabajo, porcentaje que era casi del 40% entre
los jóvenes.
Más de un millón de muchachos de 15 a 24 años no estudiaban
ni trabajaban.
Esos porcentajes y cifras absolutas habrán crecido en octubre de este
año, 2002. Si en vez de acelerarse, como ya es evidente, el crecimiento
del índice de precios se mantuviera al mismo ritmo que en el primer trimestre,
para todo el año sería del 44%.
El salario real promedio sería entonces
la cuarta parte de lo que era en 1975 y poco más de la mitad que en 1980.
No es todo ya que la inflación es discriminatoria,
es profundamente clasista.
Debemos comprender a la inflación, bajo el capitalismo, como una
forma específica de la crisis, tiene las características de una
crisis pero no se traduce en una ruptura de la circulación mercantil,
sino en un debilitamiento general de ésta. Lo que sucede es que los precios
no son ya la expresión adecuada de los valores: ciertas mercancías
se venden por encima de su valor y una mercancía en especial, la fuerza
de trabajo, se vende siempre por debajo de su valor.
Es lo que se llama un pseudo-validación de los trabajos privados por
la inflación. Esta distorsión favorece en el corto plazo la valorización
del capital.
La inflación capitalista es formalmente posible cuando,
al funcionar la moneda como medio de pago, la constricción monetaria
se efectúa por intermedio de prácticas del estado vinculadas al
curso forzoso.
La inflación supone una acción coercitiva e intervencionista del
"Capital-Parlamentarismo". Es increíble, lo que habla de la exterioridad
del obrero social al viejo obrero semiprofesional peronista sindicalizado, que
la "gloriosa" CGT sea la única confederación sindical del mundo
capaz de defender una devaluación, que significa la licuación
relativa y absoluta de los salarios.
Basta recordar que por hablar de la necesidad de reducir las remuneraciones
en "apenas" 20% en 1999 Ricardo López Murphy no pudo ser el primer ministro
de Economía del gobierno de la Alianza.
El previsto promedio inflacionario del 44% implicará en realidad casi
el 70% para los más pobres y sólo el 30% para los más ricos,
ya que los pobres gastan un mayor porcentaje de su ingreso en alimentos, reproducción
de la fuerza de trabajo Marx dixit, cuyos precios se incrementan por encima
del promedio.
Posfordismo, obrero social, asalariados
pobres, inflación y violencia de la moneda, tal el horizonte de la lucha
de clases durante el próximo decenio.
El remedio a las patologías sociales que ha engendrado
la globalización del posfordismo no puede consistir en solamente crear
empleo por todos los medios, ni en la consigna ingenua y desesperada de "Pan
y Trabajo".
La cuestión es saber cómo puede transformarse el ahorro del tiempo
de trabajo condensado en la innovación tecnológica en nuevas libertades
individuales y colectivas.
Cómo reapropiarse de este salto cualitativo del posfordismo en beneficio
del movimiento popular.
Como pensar la forma organizativa de este nueva figura social. En una palabra:
la cuestión es esencialmente política y sólo puede recibir
respuestas en el marco de un proyecto autónomo de transformación
social.
Y este tendrá que inscribirse en un nuevo proceso de autovalorización
que se inscriba en la perspectiva de una superación de la sociedad
salarial, en un rechazo al trabajo tal como pretende imponerlo el "Capital-Parlamentarismo".
Como ha demostrado Roger Sue: el tiempo de trabajo ya no
es dominante más que en la medida en que se esfuerzan en hacernos creer
que lo es todavía. Lo que se llama ideología dominante.
Desde nosotros mismos, desde los agentes reales de esta formidable
máquina de la subsunción real, desde esta nueva subjetividad trabajadora,
desafiliada de toda inclusión e institución fordista, debemos
construir el contrapoder.
Ellos, los patrones, son los que coordinan ciclos de explotación
diversos, construyen una identidad no-salarial. Destruyen el fetiche capitalista
de la identidad por el trabajo, dentro de la precariedad recogen y desarrollan
las más diversas potencialidades productivas y reproductivas.
Una inmensa mayoría matemática que deroga las viejas
leyes de la valorización del "Capital-Parlamentarismo", deshacen y desquician
las costumbres y los canales corporativos, hacen fluir valor liberado de entre
las relaciones sociales de una sociedad corrupta. De eso nos hablan los piquetes,
las asambleas y la autogestión de los lugares de producción: del
sabotaje al dominio político.
Reapropiar la práctica en organización.
Anticipar en institución el nuevo poder material que se expresa en calles,
barrios y fábricas.
Fraternidad de los oprimidos.
Colectivo Nuevo Proyecto Histórico.
6 de octubre de 2003