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Opiniones

Posibilidades y límites de la reflexión sobre lo social

-Implicancias para la teoría política revolucionaria-
por Guli

El conocimiento de lo social, como producto de una reflexión sistemática en el marco de la ciencia o la filosofía, puede aportar a la acción política algo mucho más decisivo y a su vez limitado que lo que buena parte del pensamiento revolucionario supone. No puede aportar una receta para la acción, ni un conjunto de leyes sistemáticas o principios rectores del hacer social histórico ni, menos aun, un dispositivo predictivo preciso que permita la anticipación de los hechos a fin de posibilitar la intervención sobre los cursos de acción. Bajo estas limitaciones, es difícil pensar a un conocimiento tal en los términos de la ciencia, pero esto es sólo una disgresión enmarcada en otros debates.
Lo que puede aportar la reflexión sobre lo social es mucho menos que eso, y sin embargo es más decisivo, porque se trata de echar luz sobre el tipo de objeto de conocimiento que se halla en cuestión en la acción social (y política), y sobre sus cualidades específicas que lo distinguen de todo otro objeto de conocimiento. Lo que puede aportar el conocimiento social, es justamente el señalamiento de la imposibilidad del conocimiento tal como este es posible en aquellas disciplinas que no tratan con objetos sociales.
Todo esto puede parecer muy general y de poca incidencia práctica; sin embargo, resulta crucial para entender no sólo la falibilidad de las teorías revolucionarias de carácter totalizador sino también las consecuencias mesiánicas que la mayoría de ellas trasuntan en su pretensión de verdad. Todo esto puede aclararse un poco diciendo que los hombres, que hacen la historia, no la hacen en función de leyes generales preexistentes ni determinados (en primera o en última instancia) por condiciones materiales que sea posible aislar de sus propias conciencias. Las condiciones materiales no existen "en sí" sino para los hombres que viven en ellas dotados de conciencia, y tal conciencia carece a su vez de una existencia separada de la materialidad en la que no sólo esta inscripta sino de la cual es también un producto (y un producto material) (Williams, 1980).
Los lazos que mantienen al marxismo atrapado en la pretensión positivista deben ser definitivamente cortados si se quiere percibir algo que es esencial: el carácter fundamentalmente indeterminado de lo social, que escapa constitutivamente a todo abordaje que pretenda explicarlo en función de leyes generales apelando a la hipercategoría de la determinación objetiva, a partir de la cual la acción no puede ser otra cosa que la realización de las leyes, es decir, epifenómeno, mera apariencia de acción (Castoriadis, 1993). Pero esta premisa debe ser seguida inmediatamente de una advertencia crucial: esto no significa que el mundo social carezca de regularidades que pueden y deben ser explicadas, hasta cierto punto y de un modo peculiar, apelando no a leyes universales sino a configuraciones específicas de relaciones sociales estructuradas cuyas fuerzas no prescriben la acción sino que la limitan haciéndola posible, acción que siempre es efectivizada por sujetos dotados de conciencia aunque lo esencial de ella sea a menudo inconciente, y que se produce siempre sobre un fondo de indeterminación que es la condición misma del tiempo en el mundo social, que siempre es tiempo vivido en el continuum de la práctica y, sólo en la abstracción teórica, tiempo muerto de las determinaciones causales.
Pero es necesario establecer primero la ruptura con todo determinismo, socavar cuanto sea posible las inapelables certezas del sentido común, y del sentido común científico y político, que imponen sobre el mundo social el paradigma de la explicación causal. La sociedad produce a los hombres que producen la sociedad. La historia produce a los hombres que transforman la historia. Pero entonces, ¿cómo es posible la transformación histórica? Si respondemos diciendo que el cambio está gobernado por un conjunto de leyes universales, por algún principio o dinámica general de la transformación, tales leyes o principios habrán de ser considerados por definición como transhistóricos. Y si esto es así, la única función de la teoría social y política es el descubrimiento de tales principios y su aplicación práctica en el campo de los hechos.
Esto es precisamente lo que se piensa, aun sin saberlo, en la mayor parte de la teoría revolucionaria, en las más diversas corrientes, vinculadas a la "izquierda política" o exponentes de alguna "nueva radicalidad", más o menos ortodoxas o postmodernas: si se ha descubierto la ley que se ajusta a la verdad transhistórica que gobierna la historia, lo que sigue es simple deducción y aplicación sobre los hechos, y todo aquel que se oponga a verdades tan evidentes en el mejor de los casos está equivocado, y en el peor, se niega a ver la verdad y se convierte en un enemigo a combatir.
Las implicancias totalitarias de este modo de ver las cosas son fáciles de advertir. Lo sorprendente es que se lo defienda pese al grado de falibilidad de todas y cada una de las "verdades" descubiertas (o construidas) siempre excluyentes, los "errores" de interpretación y observación que se aducen recurrentemente para salvarlas de sus fracasos y su crucial incapacidad predictiva respecto de todo acontecimiento que no sea obvio ya antes de apelar a ellas.
Pero las posibilidades de conocer y actuar cambian sustantivamente una vez que nos apartamos de semejante determinismo ingenuo que lleva a la pretensión de totalizar el universo social. Si lo que ocurre es que la sociedad y los hombres que son producto de ella están relacionados constitutivamente como parte del proceso de reproducción y transformación de la sociedad y de los hombres mismos, si la relación entre "los hombres" y "la sociedad" se produce con la mediación de campos sociales (Wacquant, 1995) que son configuraciones particulares y dinámicas sobre un fondo de indeterminación, si las propias percepciones que los hombres tienen de la sociedad y de sí mismos son inseparables de tales campos sociales, entonces el análisis histórico y/o social es siempre un análisis de lo particular y de lo fundamentalmente contingente.
¿Implica todo esto un repliegue sobre el relativismo o el idealismo? No es necesario semejante movimiento. Es posible realizar conjeturas y algunas serán más exitosas que otras. Es posible conocer los principios articuladores de los campos sociales y describir su configuración objetiva en un momento particular, tanto como sus transformaciones dinámicas. Es posible actuar tentativamente sobre la base de tales conjeturas y predecir los resultados (indeterminados) de la acción. La esencia de lo social es que su carácter objetivo está constituido por relaciones estructuradas entre sujetos. Estas relaciones no son arbitrarias ni están supeditadas al arbitrio individual de quienes las entablan. Ellas son en general inconcientes, y su percepción o no por parte de los sujetos implicados se halla condicionada por las relaciones mismas en que tienen lugar. Condicionadas, determinadas negativamente, por restricción, quiere decir que las percepciones del mundo, las representaciones de lo real, no son prescriptas, no son el reflejo, ni siquiera el reflejo distorsionado, de condiciones objetivas de ninguna clase.
Por lo demás, los sujetos no se inscriben en un sólo campo de relaciones sociales sino en múltiples, a menudo contradictorios y yuxtapuestos, y tales inscripciones no son estáticas sino dinámicas, históricamente variables. Y por cierto también que no todas las prácticas sociales están estructuradas, en el sentido en que Williams (op. cit) plantea que ningún orden dominante es capaz de agotar toda la energía e intención humanas. Esto hace suponer que en aquellas áreas de práctica social donde las reglas son más laxas la explicación causal se vuelve aun menos operante.
La posición que un sujeto detenta en el campo social, su posición en el entramado de las relaciones sociales, es también un punto de vista sobre sí mismo, sobre la totalidad del campo, sobre los otros sujetos, y sobre las relaciones sociales. En ese sentido, y sólo en él, puede el sujeto ser objetivado, es decir, describírselo en relación con el entramado social y explicarse su desempeño práctico en función de los cursos de acción en los que se halla inscripto (Bourdieu, 1999).
Pero un sujeto nunca puede ser sólo un objeto. No puede ser exhaustivamente reducido a la condición de objeto, porque ello implicaría negar la verdad del tiempo de la práctica, que es, por así decirlo, la condición ontológica del sujeto, su medio ambiente existencial. La explicación causal es pertinente para el orden del objeto. La indeterminación es la condición para un sujeto que vive en el tiempo y que no sólo es el resultado de la acción, sino también fuente de ella y en este sentido fuente de sí mismo. La especificidad de lo social está dada por el encuentro entre dos órdenes ontológicos antagónicos, el del sujeto y el del objeto; encuentro que tampoco está gobernado por principios universales y que no es por tanto reductible a la explicación objetiva.
No es sencillo captar todas las implicancias del abandono del determinismo histórico. Pero una de ellas me parece central y de gran utilidad para el pensamiento revolucionario: allí donde no hay determinación objetiva (en términos exhaustivos), no hay lugar para el pensamiento totalizador (y totalitario), sino para las conjeturas situadas, audaces aunque rigurosas, siempre sujetas a revisión por ensayo y error y, sobre todo, profundamente dispuestas a dialogar con otras.
 
Bibliografía:
Williams, Raymond, (1980), Marxismo y literatura, Barcelona, Península.
Castoriadis, Cornelius, (1993), La institución imaginaria de la sociedad 2, Buenos Aires, TusQuets editores.
Wacquant, Loic, (1995), "La lógica de los campos", en Pierre Bourdieu y Loic Wacquant. Respuestas. Por una antropología reflexiva, Méjico, Grijalbo.
Bourdieu, Pierre, (1999), "Comprender", en La miseria del mundo, Méjico, FCE.