¿Estamos ante el ocaso de los Partidos?
Cyntia Marín
Cadiz Rebelde
Es lógico, e históricamente fundado, que a la izquierda le haya dado repelús hablar de un modo crítico sobre el papel de los Partidos políticos en las sociedades de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Es natural porque quién sí lo hacía (vestido de militar y con un aparato empresarial a su lado) lo hacía para disolverlos, mandar a sus militantes, cuadros y dirigentes a la cárcel, la tortura, el exilio o la clandestinidad. Por eso defender la existencia y legitimidad de todos los Partidos se convirtió en algunos contextos y coyunturas, en un reclamo casi revolucionario, una conquista, un peldaño más en el avance inexorable de una democracia avanzada. Se creía que luego, en la pelea cotidiana con otras fuerzas políticas, los Partidos que representaban a los trabajadores, campesinos, obreros y sectores empobrecidos, iban a ir ganado apoyo popular, y a través del convencimiento y concienciación que se traduciría en votos, el sistema daría paso al socialismo, quizá un traspaso de poderes pacífico, donde las burguesías y los poderosos cederían el gobierno y el poder a los revolucionarios, en una ceremonia hermosa con cámaras de televisión que transmitirían en directo los festejos populares y la recepción a los mandatarios extranjeros venidos para la ocasión. Algo así como un suicidio generoso de la clase dominante para que nazca algo nuevo. Donde no se ha logrado ese avance, quedan los argumentos de falta de organicidad para llegar al conjunto de los trabajadores, pugnas internas que han distraído el objetivo primero, mucho poder y dinero en el enemigo, errores tácticos y estratégicos, la falta de medios de comunicación masivos que apoyen la causa, y un sin fin de razones que, visto lo visto, sólo hacen ocultar una realidad palmaria: que un Partido de izquierda, para que los poderes fácticos lo dejen ganar unas elecciones, debe renunciar a buena parte de sus preceptos revolucionarios, y ofertar a la sociedad un discurso edulcorado, no ofensivo con las clases dominantes, debe renunciar a ser de izquierda, debe, en una palabra, ser como ellos.
En este desarrope ideológico que han padecido algunas organizaciones de izquierda, hay honestos militantes que han querido ver en ello la única forma y oportunidad, de tocar poder y hacer "algo" por la gente, han aceptado - mirando para otro lado - el no cuestionar la raíz de un sistema económico cuya razón de ser y de sobrevivir es la injusticia. Otros militantes, no tan generosos, se han unido a ese pragmatismo para agarrarse a un cargo público bien remunerado, y teorizar en artículos, charlas, e incluso libros, sobre "momentos históricos impostergables", "la izquierda y los nuevos desafíos", "tenemos que cambiar (moderarnos) para sintonizar con la sociedad", "el ahora o nunca", "las revoluciones importantes son las técnico científica y la que sucede dentro de cada uno", "vivimos una época moderna" y un largo etcétera, que deja más de frustración y desasosiego que de esperanza e ilusión, después del paso de alguna izquierda, por un poder local, regional o nacional.
Claro que siempre puede la izquierda taparse los ojos y taponarse los oídos, y aislarse así de una realidad tozuda que viene manifestándose desde hace ya algún tiempo, no ya como un indicio sino de un modo explícito, esto es, la creciente abstención* de la gente más joven en los barrios obreros, de emigrantes en las zonas más marginadas, de cuadros profesionales con un modus vivendi progresista, junto al elevado número de votos en blanco o nulos, por no mencionar el escaso compromiso para defender su voto de izquierdas en la calle, en los centros de trabajo o de estudios, y lo que es peor por ser consecuencia, la desaparición del compromiso, entendido éste como militancia política. En efecto, resulta incuestionable que los Partidos políticos de corte y estructura clásica, padecen de una crisis de credibilidad inédita hasta el momento. Hoy apenas juntan a los pocos afilados que les quedan para rivalizar sobre listas internas -casi siempre hijas directas de algún caudillo con deseos inconcusos de medrar en la cosa pública-, o para llenar autobuses para ir a aplaudir al líder y que la televisión los grabe, a ser posible con la banderita en la mano, como perfectos extras de una película de la que hace tiempo no son protagonistas. Y ante este panorama constatable, queda preguntarnos cómo se ha llegado a ese descrédito, a esa desilusión, a esa falta de confianza en ese instrumento de cambio que en su día significaron los Partidos políticos de la izquierda. Puede que la respuesta sea la individualización absoluta de cada uno de nosotros, que nos impide juntarnos con otros semejantes para luchar por algo que el sistema y la condición humana se ha encargado de convertir en un imposible, puede que entre los llamados valores burgueses, y por ende mayoritarios, esté el que se impida que la gente se acerque a un Partido para mejorar y cambiar el presente negro, puede que los dueños de los Partidos no quieran militancia masiva que piense y dude, y que por tanto les cueste trabajo controlar, o puede que ocurra, a la postre, que sólo hagan falta quince hombres pertrechados de valores revolucionarios para asaltar el Palacio de Invierno, aunque no sea en Octubre ni los dirija el siempre joven y preclaro Vladimir illich Ulianov.
Puede que puede, pero también puede que ante experiencias propias y miradas ajenas, se haya extendido la idea de que un Partido es un lugar poco habitable, lleno de rencillas personales donde en sus reuniones se hace poco más que terapia de grupo, meras excusas de cargos electos cuya única misión es conseguir votos y apoyos que los perpetúen en el cargo, tabla de salvación psicológica de afiliados que hablan de batallas pasadas que sólo demuestran nula eficacia en la realidad de los problemas cotidianos, de discusiones de temas que generalmente ya han sido resueltos por los sempiternos dirigentes en órganos superiores, y que cumplen el protocolo estatutario de bajar a las asambleas locales a ordenar la nueva línea que hay que obedecer, un Partido se nos presenta, en suma, como una mole pétrea preñada de un institucionalismo recaudador de votos, e imposible de ser modificada, un órgano ineficaz para afrontar los nuevos retos sociales. Será quizá por ello, que un Partido político de corte clásico, resulta un lugar para nada atractivo y bastante inútil, desde no parten hoy los cambios sociales, ni mucho menos revolucionarios, un lugar que puede estar sirviendo como mero eslabón legitimador del régimen y el sistema, y en donde las nuevas generaciones con su desafecto, pero también con sus movilizaciones antiglobalización al margen de las estructuras organizativas de siempre, nos estén enseñando que se terminó una etapa, un ciclo, que no ven en este instrumento la herramienta imprescindible para cambiar el mundo, y que ni quieren ni pueden perder el tiempo.
* obsérvese que es aceptado como un porcentaje de participación importante, cuando en cualquier elección vota un 60% de la población. Es tal el desapego y poco compromiso de los más, que cualquier espectáculo deportivo, climatológico o festivo, es usado como excusa plausible por los falsimedia y sus adláteres, para justificar que haya participado tan sólo dos tercios del censo electoral. Al tercio restante se le llama "abstención técnica" (¿?).