Opiniones
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- Raúl Isman Jorge Muller
Algunas notas acerca
de la actual coyuntura
Algunas notas acerca
de la actual coyuntura
La fuerza material esta en la masa,
la fuerza moral en el movimiento.
Simón Rodriguez.
Maestro del libertador Bolívar
La fuerza transformadora (está)
en la masa
en movimiento acelerado y consciente.
Hugo Chavez, actual presidente venezolano
En las siguientes líneas se pretende realizar un aporte para el debate
abierto frente al inminente congreso de la Central de trabajadores Argentinos.
Fundamentalmente se reflejan aquí posiciones personales de quienes
hemos redactado estas notas, aunque pueden hacerse eventuales menciones a
ideas sustentadas por otros compañeros.
En primer lugar, se analiza brevemente la situación mundial y sus rasgos
relevantes. En segundo término, el contexto de nuestra región
sudamericana. A continuación, se observan los aspectos más destacables
de lo que acontece en la Argentina de este tiempo. Dentro de esta temática,
se efectúa un mínimo balance de las experiencias obreras y populares
de las décadas del 80 y el 90. Además, dejamos sentadas algunas
diferencias con el documento de la C.T.A. Apuntes sobre nuestra estrategia.
Finalmente, se mencionan las que, a nuestro entender, son las tareas
más importantes de las fuerzas que se postulan para transformar el
actual status-quo, así como proponemos algunas sugerencias para un
programa, en todo compatibles con las medidas del documento citado.
Para cualquier duda, comentario, sugerencia, crítica, opinión,
aporte o lo que se te ocurra, dirigirse a raulisman@yahoo.com.ar
-
Algunos aspectos
de la situación mundial
La guerra es la continuación de
los negocios por otros medios.
Bertold Brecht.
Poeta y dramaturgo alemán del siglo XX.
Desde el punto de vista internacional, la situación
no parece tener una única tendencia que pueda imponerse con un rumbo
precisa y decididamente definido. Por lo tanto, haremos alusión a las
diversas orientaciones que pueden observarse, y, en el orden en que las enunciamos,
existe una cierta definición- de mayor a menor- acerca de la importancia
que le asignamos a cada una de ellas.
En el centro imperialista del capitalismo mundial sigue afirmándose-
aunque no sin contradicciones- el ala más demencialmente belicista
encarnada por la fracción republicana del presidente George Bush. El
dato más preocupante de esta situación es el hecho que cuanto
más agresiva es esta orientación, más se fortalece y
se consolida- entre vastos sectores del pueblo norteamericano- la popularidad
del hijo del ex director de la C.I.A. y ex presidente en el período
1988-1992. No es esta una cuestión menor. El crecimiento de la industria
bélica impulsa el desarrollo del conjunto de la economía norteamericana
y- desgraciadamente- importantes fracciones del pueblo de aquel país
se muestran como activos cómplices del imperialismo: es decir, el enemigo
de la humanidad. Así se produce, de hecho, una contradicción
entre el bienestar material del pueblo norteamericano y las expectativas e
intereses de los pueblos del resto del mundo.
Por otra parte, esta orientación militarista no
es casual: en el contexto recesivo que presenta la economía mundial
en la actualidad, el belicismo ha constituido históricamente uno de
los modos con que los capitalistas y los gobernantes que les son adictos,
tratan de lograr una salida a la crisis. De esta manera pretenden perpetuar
el crecimiento basado en las ramas más parasitarias e improductivas
de la economía, especialmente en la llamada burbuja financiera.
Particularmente, no puede dejar de llamar la atención las consecuencias
sociales del estallido de la referida burbuja financiera. Las
compañías aseguradoras de fondos de pensión han invertido
los ahorros de sus afiliados en valores bursátiles y bonos de la deuda
cuyo valor... está por debajo del subsuelo. En consecuencia, la jubilación
inminente o futura de muchísimos trabajadores se ha esfumado... como
pompa de jabón o burbuja financiera. Los próximos
tiempos- tal vez- muestren a los pasivos norteamericanos hermanados en la
lucha por sus derechos con sus contemporáneos argentinos.
Con relación a lo que ocurre en E.E.U.U., la lectura
de los diarios nos exime de mayores precisiones acerca de la existencia de
la mencionada fase critica. Las sonadas quiebras de la Enron- vinculada a
su vez a la crisis energética en California- y World Com; el crecimiento
del desempleo (según el diario español el País del 2
de mayo de 2002 La tasa de paro de Estados Unidos se situó en
abril en el 6% de la población activa, el nivel más alto de
los últimos 7 años), y el incremento de la pobreza consiguiente;
la percepción que inflar, dibujar y falsificar balances para atraer
inversores estaba lejos de ser un recurso utilizado por algunos C.E.O.S. inescrupulosos,
si no que más bien es una práctica habitual en las grandes empresas,
tal como han reconocido economistas burgueses, por ejemplo, Paul Samuelson.
Estos datos nos hablan de un contexto difícil y crítico, sin
el cual la emergencia del gobierno de Bush- y su popularidad- resulta totalmente
ininteligible. Por cierto que la recesión comenzó en los últimos
meses de la presidencia de William Clinton y amenaza en la actualidad con
convertirse en una severa depresión. Además, la fase recesiva
alcanza a la Comunidad Europea, Japón y los restante países
industriales del Asia. Sólo parece escapar a esta tendencia el crecimiento
de la llamada República Popular China, cuyos indicadores macroeconómicos
muestran una constante expansión.
Por otra parte, el gobierno de Bush apuesta a una fuga
hacia delante, cuando quiere reafirmar la condición de superpotencia
y el liderazgo de su país en el entramado de las relaciones intergubernamentales
de los grandes países capitalistas. De allí que pisotea la propia
legalidad burguesa- tanto en el interior de la sociedad norteamericana, en
la que el respeto a los derechos humanos sólo rige en los discursos,
como en las relaciones internacionales- erigiéndose en supergendarme
de todo el orbe y sin aceptar ningún condicionamiento jurídico
a sus acciones. La actual dirigencia política de los E.E.U.U está
embarcada en un rumbo profundamente negador de las garantías y derechos
constitucionales del pueblo norteamericano, por no mencionar los correspondientes
a los ciudadanos de otros países que caen bajo sus garras.
Frente al avance de estas derechas agresivas en la economía
más grande del mundo, la resistencia de algunos abnegados intelectuales,
artistas populares y los distintos movimientos sociales- aunque elogiable
y necesaria- asume un carácter marcadamente testimonial, pues no logra
influir en el rumbo de quienes toman las decisiones en el centro del capitalismo
imperialista. Contradictoriamente, otro aspecto vinculado a lo anterior, es
el hecho que Bush no logra la adhesión incondicional de las burguesías
europeas a su orientación militarista. Salvo la insalvable y habitual
genuflexión del primer ministro británico, el laborista Tony
Blair- para quien el calificativo de lamebotas, elaborado en otro espacio
y con distinto destinatario, resulta insuficiente- la influyente dirigencia
germana y la conservadora de Francia, por poner dos ejemplos, se han negado
a firmar a libro cerrado la aventura del militarismo estadounidense. Además,
las caídas registradas en las bolsas de todos los mercados importantes
en la primer semana de octubre señalan la desconfianza que genera el
sector de Bush, aún en el capital financiero. De todos modos y fundado
en las razones económicas y políticas antes señaladas,
el ataque a Irak parece ser sólo una cuestión de tiempo y la
tan débil como discursiva oposición de estas burguesías
se agotará en la impotencia y es muy probable que no lo detendrá.
Desde el punto de vista de los sectores populares de América
Latina, lo que ocurre con el país de las mil y una noches- sin que
lo que sigue pueda ser interpretado como un aval o apoyo a Sadam Hussein-
implica un espejo de su propio porvenir, por utilizar las palabras
de Karl Marx. En efecto, en la medida que se pueda construir y consolidar
una vasta red de fuerzas políticas, movimientos sociales, espacios
institucionales y aún gobiernos nacionales contra la cara económica
(el A. L.C.A.) de la orientación imperialista no es desechable, si
no más bien altamente factible que acciones punitivas caigan contra
los diversos pueblos resistentes. Es más, ya lo sufre el pueblo colombiano
así como este año, los venezolanos padecieron- en ocasión
del fallido golpe contra el presidente Chavez- en carne propia que los grandes
capitalistas no vacilan en pisotear su propia legalidad, cuando se trata de
hincar el diente sobre algunos buenos negocios, como las jugosas rentas petroleras.
Tal es la orientación que muestra la entente de
los sectores más derechistas del capitalismo mundial: los fabricantes
y traficantes de armas, productores y comercializadores de petróleo,
el capital financiero y los grandes monopolios de todo tipo, especialmente
los de la informática y las comunicaciones.
A favor, puede mencionarse el hecho que desde la propia interioridad de los
organismos financieros internacionales, surgieron voces críticas como
la de Joseph Stiglitz. Este economista parece ser vocero de sectores del capitalismo
norteamericano fuertemente orientados hacia el crecimiento industrial. Las
políticas recesivas recomendadas contra viento y marea por el F.M.I.
son indudablemente un freno al crecimiento económico, y por ende, al
reequipamiento industrial de nuestros países. Eventualmente, tal crecimiento
demandaría bienes de capital de los E.E.U.U.. Tal es la raíz
que explica estos enfrentamientos discursivos. Por lo tanto, el hipotético
triunfo de cualquier orientación neoindustrialista en la Argentina
(si existiere en nuestro país tal tendencia con chances electorales),
no necesariamente implicará una confrontación en bloque contra
la totalidad del capitalismo americano. Estas contradicciones deben ser analizadas
por las fuerzas que se postulan para encabezar una transformación social
en todo el mundo.
Desde el punto de vista de los espacios gubernamentales e institucionales,
parece haberse moderado el avance sin cortapisas de la derecha más
conservadora (Aznar, Chirac, Berlusconi) y aún autoritaria (Haider,
en Austria; Le Pen, en Francia); a favor de los recientes triunfos electorales
de los socialistas suecos y de la coalición social demócrata-verde
en Alemania.
Otro aspecto destacable y alentador es la reaparición
de los movimientos globalifobicos- que habían caído en una impasse
luego del asesinato en Génova de un militante el año pasado,
y, fundamentalmente del 11 de septiembre de 2001- y pacifistas. Estas agrupaciones
lentamente comienzan a hacer sentir su voz en el demencial contexto belicista
actual. Además, la reanimación del movimiento de las rondas
catondas en Italia pone un cierto freno a la hegemonía de Berlusconi.
La brutal política privatizadora de la derecha conservadora garantiza
que habrá fundamentos de sobra para la resistencia de los pueblos.
Una vez más, desde la Argentina nos constituimos en ejemplo (de las
nefastas consecuencias de los planes neoliberales). No nos convirtamos
en otra Argentina era una de las consignas de los trabajadores estatales
de Francia. Es que- beneficios de la globalización- la secuela de pobreza
y desocupación que dejó aquí el proceso privatizador
es conocida hasta por los sujetos más desprevenidos y poco informados
de todo el mundo; salvo quizás, los que viven en nuestro país.
Resistencia a las mencionadas privatizaciones, al militarismo o la
flexibilización laboral; defensa de los derechos de los inmigrantes
y de todas las minorías son algunas de las muchas reivindicaciones
de estos movimientos. De todos modos, los avances son lentos, débiles
y problemáticos. A cada paso adelante del movimiento popular, corresponden
varios atrás, como diría Lenin.
Todo lo anterior nos lleva a afirmar que la actual etapa
en el mundo continúa siendo fundamentalmente de carácter defensivo.
Por citar sólo un ejemplo, la heroica resistencia del pueblo palestino
se encuentra más cerca de evitar la desaparición física
de tal pueblo, que de un lejano triunfo contra la barbarie conjunta del imperialismo,
de sectores del sionismo y de la criminal y cómplice indiferencia de
los otros países Arabes, sus históricos enemigos.
A modo de síntesis y cierre del conjunto del parágrafo, extraeremos
las conclusiones más importantes del análisis realizado.
La economía mundial presenta un cuadro de crisis
que nos parece fuera de toda demostración. Este es el contexto en el
cual hay que hacer comprensible el ascenso de los republicanos al gobierno
de E.E.U.U.. Por otra parte, el poderío del imperialismo es tal que
subordina al conjunto de las burguesías de los restantes países
poderosos, sin hacer mención a otros que no lo son tanto.
Es en este marco general que se hace necesario leer la
actual etapa de resistencia y autodefensa de los movimientos populares. Dicha
etapa tiene sus inicios a comienzos de la década del 80, y, particularmente,
desde 1989, con el derrumbe del llamado socialismo real. La orientación
crudamente reaccionaria y belicista de la clase dirigente de E.E.U.U. coloca
a los citados sectores populares en la situación que ya hemos definido
y que lejos está de haberse cerrado.
Los datos más alentadores de esta situación
son la lenta y progresiva reconstitución de los diversos movimientos
sociales. Esta recomposición se refleja en diversos frenos contra la
derecha, como los que hemos analizado precedentemente. De todos modos, tales
límites son necesariamente provisorios.
A continuación, focalizaremos el análisis
en las dificultades de los movimientos populares que pueden observarse en
Sudamérica.
-
América del Sur:
A donde vaya Brasil...
Una colombina, es decir,
una extraña mezcla de
Colombia con la Argentina
Frei Beto. Teólogo de la liberación.
La situación social general de América Latina
muestra un fuerte aumento de la pobreza y la desigualdad social bajo el predominio
de las ideas y las prácticas del neoliberalismo. En tiempos recesivos
(década del °80) o de crecimiento económico (comienzos de los
°90), este sistema le ha deparado a los pueblos sólo sangre, sudor
y lágrimas. Llegados a este acuerdo, las únicas diferencias
radican en datar el origen de esta situación: si la última década,
los últimos tres lustros o el último cuarto de siglo. Pero el
empeoramiento de las condiciones de vida de los pueblos configura y determina
una situación más que compleja: nuestro continente es una caldera
harto conflictiva, siempre al borde del estallido.
En este dramático contexto, las elecciones presidenciales
de octubre en la antigua colonia portuguesa constituyen un auténtico
momento de inflexión en la historia de los pueblos latinoamericanos.
Fundamentaremos tal afirmación. Brasil, en principio, está por
la magnitud de su producto bruto entre las diez primeras economías
del mundo. Por lo tanto, la casi segura llegada de una fuerza de izquierda
al control del gobierno en tal país- independientemente de los compromisos
y condicionamientos que este arribo le puede haber generado- abre expectativas
en las fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias de todo
el orbe y supera en importancia y trascendencia a la experiencia del gobierno
de la Unidad Popular, en Chile (1970-1973). Por otra parte, otra es la situación
general, muy distinta por cierto a la que existía en la década
del °70. A nuestro entender, la principal diferencia radica en que por entonces
parecía no estar amenazada la existencia de nuestras naciones latinoamericanas.
Hoy tal amenaza ha dejado de ser una asechanza discursiva y se ha convertido
en uno de los horrores cotidianos. La punta de lanza de estos peligros es
el A.L.C.A., la iniciativa económica, social, cultural e ideológica
impulsada por el imperialismo. De imponerse este conjunto de medidas, será
no sólo el final de la producción propia de cada país,
salvo en el caso de algunas elaboraciones primarias en las que las economías
latinoamericanas son históricamente competitivos. También tocará
a su fin la historia independiente de nuestros pueblos y aún muchos
de sus integrantes estarán amenazados por el exterminio físico,
más aún de lo que lo están en la actualidad. Pero nuestras
sociedades se hayan corroídas por otros problemas, no menos graves
y vinculados a lo que decíamos precedentemente. La pobreza y la marginación
social, a las que nos conduce irremediablemente el capitalismo dependiente
que padecemos, nos colocan al borde de la desintegración. No existe,
en rigor, una auténtica nación en condiciones de fragmentación
extrema. La citada es una problemática antiquísima en el pensamiento
social. Hace más de dos milenios, decía Aristóteles que
Todo estado... es una asociación y toda asociación no
se forma sino en vista de algún bien. (Aristóteles.
La Política). Para el filósofo citado, estado y nación
son términos equivalentes. Este bien no es otro que hacer lo mejor
para toda la sociedad. Por lo tanto, la formación estatal que no coadyude
a integrar socialmente a todos los miembros de una comunidad nacional, estará
aquejada de vicios de legitimidad insalvables. Tal es la raíz última
de la crisis de representatividad actual, particularmente en la Argentina:
la impotencia de los gobernantes para resolver los problemas sociales. Dicho
de otro modo, la subordinación del estado- y de la propia sociedad
civil- a la economía de rapiña mercantil que padecemos. Además,
para nuestra concepción, no existe verdaderamente una nación,
si no hay, por otra parte, estado soberano. La realidad descripta nos hace
comprensible la brutal fobia antiestatista, esa extraña suerte de anarquismo
de ultraderecha desatada por los distintos voceros y personeros del poder
económico, es decir el neoliberalismo.
Liquidando los mecanismos regulatorios de la economía,
predomina el salvajismo de mercado, lógica que conduce inexorablemente
al empobrecimiento, a la marginación de vastos sectores del pueblo,
y, en consecuencia, a la desintegración social y nacional. Nunca está
de más repetir que en el varias veces citado mercado no prevalece una
dinámica de inclusión. Menos algún tipo de participación
de todos los habitantes, por restringida que esta fuera. Es inocultable que
en una sociedad diseñada a imagen y semejanza del libre mercado predomina
la competencia agresiva y salvaje, la segmentación excluyente y la
selectividad arbitraria.
Las condiciones de la actualidad- presión incesante
de E.E.U.U. por imponer el A.L.C.A., intervención militar en Colombia,
asfixia política del gobierno de Chavez, lenta agonía económica
de la Argentina, inducida por el F.M.I, que quiere aplicarle a nuestro país
un castigo ejemplar, por citar lo que ocurre sólo en
los países importantes de Sudamérica.- son por demás
difíciles. Pero, a su vez, es factible infligir derrotas significativas
al neoliberalismo. Es en este complejo escenario que se hace necesario interpretar
las elecciones de Brasil. Este país presenta destacables ventajas para
revertir las derrotas y los retrocesos que hemos sufrido en el último
cuarto de siglo los pueblos latinoamericanos. Enumeraremos algunas.
Existe en Brasil- a diferencia de la Argentina- una burguesía
nacional que mantiene un proyecto propio, tanto en lo referente a su simple
existencia de clase, como al desarrollo de un modelo de crecimiento para el
conjunto de la sociedad. Esta burguesía alentó un pacto con
el P.T. (realizado en la candidatura de José Alencar a vicepresidente)
a sabiendas que no puede mantener el rumbo- ni su condición de clase
dominante- sin integrar socialmente a los sectores fragmentados, que en el
país de habla portuguesa son aproximadamente cincuenta millones de
personas. Estos son una reserva (un mercado potencial) para un ulterior desarrollo
capitalista. Tales son los fundamentos económicos del giro pro-Lula
del pujante empresariado paulista.
Vinculado a lo anterior, la existencia de un vasto sector
productivo estatal, industria informática propia y empresas privadas
de capital nacional constituye la base material sobre la cual erigir y profundizar
un modelo de desarrollo que pueda satisfacer las demandas de los cincuenta
millones de brasileños, que hoy están marginados. Además
de mejorar las condiciones de vida de los que están integrados, pero
en la pobreza. Por cierto que nada de esto se verifica en la Argentina actual.
En Brasil, la estructura productiva está intacta. Aquí hay que
reconstruirla tras más de un cuarto de siglo de una política
económica que privilegió la renta financiera y de servicios.
La posibilidad de fortalecer, desde el control del gobierno
nacional brasileño y con las posibilidades económicas, políticas
y presupuestarias que ello implica, la red de fuerzas institucionales, gubernamentales,
sociales y políticas que resisten al imperialismo en América
Latina y particularmente en Sudamérica. Un eje Brasil, Venezuela, Cuba,
un hipotético Uruguay frenteamplista constituye una base excepcional
para resistir el avance del poder de los monopolios. Por no hablar de la segura
influencia que ejercería sobre la realidad social y política
argentina.
La vigencia de movimientos sociales aguerridos y combativos-
el M.S.T., el propio movimiento obrero, las distintas comunidades cristianas
comprometidas con la liberación, los estudiantes, entre otros- significa
un límite a la inexorable tendencia que aparecerá, dentro y
fuera del futuro gobierno, tendiente a desvirtuar el contenido de la voluntad
popular.
La propia construcción del P.T es una auténtica
novedad, distinta del clásico partido obrero nacido como destacamento
local de la segunda o tercera internacional o impulsado verticalmente desde
el estado, de acuerdo a la voluntad de gobernantes populistas, como ocurrió
entre 1930 y 1950, con el varguismo y el peronismo. La fuerza que impulsa
la candidatura de Lula es expresión auténtica de fenómenos
sociales, como el nuevo movimiento obrero generado por el desarrollo industrial,
que data de los tiempos de la dictadura en el país hermano (1964-1984).
En este largo proceso de construcción, el P.T.
se convirtió en un dato insoslayable de la política brasileña.
De hecho, controla una gran cantidad de alcaldías y ciertos gobernaciones
estaduales. Por lo expuesto, no puede tomarse ninguna decisión de estado
importante sin tomar en cuenta su presencia en el juego político. Además,
es un partido orgánico de masas, en el sentido que todas sus fuerzas
integrantes influyen y participan de modo democrático en la toma de
decisiones. Tal vez, el único de América Latina, continente
más que rico en tradiciones personalistas, visto desde la historia
de sus fuerzas políticas. De esta manera, ha logrado incluir bajo un
paraguas común a todas las fuerzas contestatarias al poder. Quien rompe
con él, queda a la intemperie política, casi en la vereda opuesta
de las masas.
Siguiendo el análisis anterior, no es un dato menor
la existencia de un partido de los trabajadores que en la derrota alcanzó
cerca de 30 millones de sufragios, capital político que se ampliará
inexorablemente sea cual sea el resultado de la elección. Independientemente
de la valoración que pueda hacerse de la construcción Petista,
es evidente que el poder no maneja ni la conciencia ni el discurso político
de vastos sectores de las masas del país hermano. Reforma agraria,
democracia de masas, ciudadanía social, alimentación, vivienda,
trabajo, educación y salud para todos y otras son consignas internalizadas
completamente en el pueblo brasileño.
De allí que asignemos importancia superlativa al
acto comicial del mes de octubre de 2002. El control del aparato gubernamental
nacional implica posibilidades inéditas, mas también existen
algunos peligros que no se nos escapan. Enunciaremos en primer lugar las posibilidades
favorables que se presentan en esta oportunidad.
Condiciones inigualables para resistir y denunciar al
A.L.C.A., denunciado por el candidato en términos que no hay
una política de integración, sino una política de anexión.
La posibilidad de formular e impulsar desde el aparato
gubernamental más grande y poderoso de nuestra América aspectos
fundamentales de un programa económico mínimo como el siguiente:
En un desayuno con los embajadores del Mercosur (Argentina, Paraguay, Uruguay,
Bolivia y Chile), el candidato del PT propuso fortalecer las instituciones
del mercado común para caminar hacia un modelo tipo Unión Europea
(con banco central y moneda común). ¿Acaso puede haber algún
otro tipo de salida a la espantosa pobreza que padece nuestra América
Latina, que la integración solidaria entre todos los países?
El Mercosur debe ser sólo el punto de partida de una construcción
que apunte a la unidad del conjunto de Latinoamérica.
También es una ocasión inigualable para
diseñar y aplicar un programa social común. Lula también
propuso la creación de un programa de soberanía alimentaria
del Mercosur, para eliminar el hambre en los países socios del bloque.
Piénsese en la importancia que asumiría una ley votada
simultáneamente por los parlamentos de todos los países que
asuma, aunque más no sea discursivamente, la necesidad de eliminar
el hambre y la indigencia. (Todas las citas fueron tomadas de despachos de
la agencia electrónica Argenpres). El ex obrero metalúrgico
reafirmó por otra parte que realizará la reforma agraria, con
lo cual comenzará la realización práctica del
programa de los movimientos sociales. Seguramente, en este caso, se verificará
una contradicción entre la urgencia de los campesinos y los lentos
ritmos de la legalidad burguesa. Tales contradicciones son parte de la dinámica
del proceso
El manejo del aparato represivo- desgraciadamente, no
el control absoluto- será un límite a la brutal arbitrariedad
(que no le va en zaga a sus equivalentes argentinos) de los organismos policiales
y policíaco militares brasileños.
En síntesis, el triunfo del P.T. será un
salto en calidad del proceso de democratización del Brasil. Basta recordar
las palabras del financista húngaro George Soros... En Brasil,
votamos los mercados. Tal vez, cerca de setenta millones de votos
sepulten la petulancia del millonario, y, a la vez, impliquen una rotunda
reafirmación de la democracia, tal como la entendemos los sectores
populares, y, no sólo en sus faces puramente representativa y procedimental,
como pretenden las clases dominantes.
Entre las dificultades que sin dudas se observarán
en el proceso brasileño, en primer lugar estarán los condicionamientos
económicos. Según una entrevista realizada a Antonio Mata, coordinador
de los equipos ad hoc de Lula, para el suplemento especializado del diario
Clarín del domingo 22 de setiembre de 2002:
En el 2003 vamos a mantener los tres pilares de
la política actual: el superávit fiscal primario de 3,75%; el
régimen de cambio flotante y las metas inflacionarias.
En esta declaración se verifica una fuerte
hegemonía del neoliberalismo. Al reafirmar la necesidad de mantener
el superávit fiscal primario se producen dos circunstancias
que muestran el evidente predominio de tópicos clásicos de los
enemigos del pueblo. Estas son:
El superávit primario tiene por finalidad fundamental
garantizar los pagos de la deuda externa. Nunca está de más
decir que o se paga la mencionada deuda externa o se asegura una vida digna
para nuestros pueblos. Y en este punto no puede haber medias tintas. De cada
cien dólares tomados por los estados de las naciones pobres en préstamo,
noventa y tres son utilizados para pagar deuda antigua. Esta mención-
que hemos tomado de un reportaje a Jeremy Rifkin en Clarín Económico
del 20 de octubre de 2002- nos pinta de cuerpo entero el carácter de
la deuda: un círculo vicioso que esteriliza los esfuerzos del pueblo
trabajador e imposibilita todo plan de auténtico crecimiento económico.
Si un estado tiene déficit, extrae menos recursos
que los que vuelca en la sociedad. Por el contrario, la situación superavitaria
nos muestra un estado que le quita a su pueblo más de lo que le da.
La ponderación que esta última condición alcanza en vastos
sectores de la sociedad nos demuestra la influencia cultural e ideológica
de los sectores dominantes. Para llevar a cabo una tarea de gobierno que mejore
las condiciones de vida de las masas brasileñas- y de todos los pueblos-
es necesario tener déficit; ya que, aún cobrándole impuestos
a los poderosos, la creación de un estado que maximice los beneficios
para los débiles y minimice sus funciones represivas y de subsidio
a los bancos y grandes corporaciones, implicará sin duda alguna forma
de expansión del gasto público. En síntesis: un fuerte
estado social y no uno represivo y de prebendas a monopolios y otros parásitos
es incompatible con el puntilloso cuidado del superávit primario.
Por otra parte, la determinación de la política
monetaria y cambiaria es un atributo irrenunciable de todo estado soberano.
Si antes de asumir el gobierno existe el compromiso de mantener el régimen
de cambio flotante, se está de hecho renunciando a mecanismos
que no tienen reemplazo para mejorar el bienestar popular. Además,
queda consagrado el predominio de los mercados frente al estado, por añadidura,
de los mercados de capitales, los más parasitarios y vampirescos.
Además, la alianza del P.T. con la burguesía
paulista no elimina las contradicciones de clase, sólo atenúa
su vigencia en aras de la unidad frente al enemigo común: los sectores
financieros y el imperialismo. Llegado el otrora dirigente obrero del A.B.C
a la primera magistratura, es valido pensar que el conflicto social pueda
agudizarse, y, con ello, temblar parte de la convergencia de clases y estratos
que sostendrá al nuevo mandatario.
Otro factor negativo dependerá de cómo resuelva
el P.T. una antigua contradicción que viven todas las fuerzas populares
de masas participantes en los mecanismos institucionales de la democracia.
Tal es la existencia de sectores en su organigrama de dirigentes y representantes
que tienden a asumir sus propios intereses, y, se alejan de la percepción
de las expectativas y sufrimientos del pueblo. El ejemplo clásico es
la social democracia alemana, en las tres primeras décadas del siglo
XX. El más grande partido obrero del mundo colaboró con la guerra
imperialista (1914-1918), y, posteriormente, observó impotente como
los trabajadores eran derrotados por la barbarie nazi (1933). La pesadez de
su maquinaria burocrática está- sin dudas- entre las causas
de los fenómenos que hemos descripto.
Un elemento más que merece destacarse es la debilidad
relativa de las fuerzas del P.T. en el Parlamento Nacional. La falta de una
mayoría propia obligará al ahora presidente electo a complejas
negociaciones para aprobar las leyes y garantizar la gobernabilidad.
La semana que finalizó el viernes 4 de octubre
de 2002 demostró que los mercados, nombre eufemístico que en
algunos medios recibe el poder económico, no vacilarán en recurrir
a todos los medios legales e ilegales para resistir el ascenso popular. El
desenlace está abierto y depende en gran medida de la claridad de las
propuestas políticas del P.T. y los distintos movimientos sociales.
Fuertemente vinculado a la situación de Brasil,
está el momento actual de la revolución bolivariana conducida
en Venezuela por el presidente Hugo Chavez
La primer precondición para acercarse a la situación
venezolana es despojarse de los prejuicios argentinos. Es decir,
los preconceptos que nos pueden alejar de la comprensión de cómo
un proceso que postula la democracia participativa, la distribución
progresista del ingreso y la industrialización orientada hacia el mercado
interno se halla liderado por un militar. Frente a él y su gobierno
se colocan, con la agresividad que caracteriza a los sectores poderosos cuando
ven amenazados sus privilegios, la central empresaria FEDECAMARAS, los organismos
financieros internacionales, los grandes medios de comunicación, los
monopolios transnacionales, la iglesia, los partidos burgueses tradicionales
(COPEI y A.D.), la central sindical, vinculada a dichas fuerzas políticas.
Con esta partición de fuerzas, no hay que ser muy imaginativo para
saber donde corresponde ubicarse: del lado del movimiento bolivariano que
orienta el presidente Chavez. Este no aceptó las presiones para privatizar
el petróleo (causa fundamental del fallido golpe de abril de 2002).
Tal ocasión se constituyó en una magnífica lección
acerca de cuales son las fuerzas que realmente defienden la democracia y cuales
no. La bolsa de New York respondió a la aventura golpista con una fuerte
alza en las cotizaciones. El presidente del gobierno español, José
María Aznar, creyendo que quedaba expedito el camino para nuevos negociados
de verdadera rapiña, como los que hace REPSOL en estas tierras, apoyó
alegremente la criminal acción. La democracia es la democracia, pero
mucho más importante es la rentabilidad de los capitales.
Además, el presidente Chavez impulsó una ley que facilita el
acceso de los pequeños campesinos a tierras públicas, intenta
conformar un frente con los demás países deudores de nuestra
América, privilegia la alianza con Cuba. El proceso se halla en la
actualidad en una impasse, golpeado por las acciones de la derecha. Pero el
triunfo de Lula le devolverá dinamismo, retomando sus mejores tradiciones.
Por ejemplo, cuando en ocasión del golpe de abril, las masas movilizadas
arrancaron al presidente de la cárcel y lo restituyeron a su legítimo
lugar. Este es el balance que hace Chavez de dicha experiencia, que hemos
tomado de una entrevista al mandatario realizada por Marta Harnecker y publicada
por la agencia electrónica Argenpres.
Siempre consideramos que ese poder constituyente (el pueblo movilizado,
aclaración nuestra) no debería congelarse, sino que
debería continuar activado junto al poder constituido (las autoridades
del sistema político) y los representantes del pueblo en los
diversos poderes; que no deberíamos cometer el error
de que los miembros del poder constituido expropiáramos de su poder
originario al pueblo. Los días 12 y 13 de abril demostraron que ese
poder constituyente sigue ahí vivo; si ese poder constituyente se hubiese
congelado, se hubiese quedado dormido o hubiese sido víctima del chantaje
mediático y la amenaza represiva, el intento golpista habría
tenido éxito y el poder constituido, expresión de ese poder
constituyente, no hubiese podido instalarse de nuevo. Ese poder constituyente
no permitió que le expropiaran su derecho y lo exigió a su manera,
pero lo exigió con mucha firmeza y apoyado por sectores militares.
Se podrá discrepar con las conclusiones del análisis de
Chavez acerca de las relaciones entre poder constituyente y poder constituido,
pero no hay dudas que es un hecho absolutamente desacostumbrado que un militar
devenido en político funde su legitimidad en el pueblo movilizado.
Esta es, para nuestra concepción, la única garantía
que las transformaciones sociales y políticas no resulten desvirtuadas.
En Uruguay, los casi treinta años de paciente construcción-
propia de orfebres- del Frente Amplio lo han colocado en inmejorable situación
en todas las encuestas para la próxima renovación de mandatos.
Igual que en Venezuela, la dirigencia de los partidos tradicionales deja un
páramo de pobreza y exclusión tras su ejercicio del poder político.
En la patria de Artigas crece incansablemente el desempleo y la T.V. mostró,
hace muy poco tiempo, que la indigencia y el hambre provocaron saqueos a
la argentina.
El partido Blanco y el Partido Colorado tienen su presente y su pasado
indisolublemente ligados a los cánceres que corroen al pueblo. Por
el contrario, en el Frente se conjugan partidos políticos de origen
obrero- El Comunista y el Socialista- con fuerzas provenientes de la guerrilla
de la década del 70, las fracciones más democrática y
progresistas de los blancos y colorados, los movimientos sociales nuevos (desocupados,
por la vivienda, entre otros) y viejos (estudiantil, derechos humanos y obrero)
en una interacción de nuevos contenidos y prácticas que, más
tarde o más temprano, le permitirá acceder al gobierno nacional,
como ya lo hace en la intendencia capitalina. Allí el alcalde frenteamplista
demostró que el gobierno no debe ser una función gerencial a
beneficio del poder económico e impulsó una gestión respetuosa
de la vigencia de los derechos sociales del pueblo oriental y del cuidado
ambiental.
Una economía altamente vulnerable, y en todo sentido dependiente de
los negociados de los capitales financieros vinculados a sus poderosos vecinos,
es un punto débil para la recomposición de mínimos derechos
para el pueblo. Frente a cualquier intento de cambio, los capitales buitres
responderán con sus clásicos aprietes, corridas y los recursos
ya conocidos. Además, es un severísimo condicionamiento a las
posibilidades de transformación que puedan formularse desde la política.
A favor, puede mencionarse la existencia de importantes organizaciones sociales
y políticas sólidamente engarzadas en la conciencia, en las
prácticas y en la historia del pueblo oriental.
Otro epicentro más que problemático de América Latina
es la situación colombiana. Allí se impuso en las recientes
elecciones el candidato derechista Alvaro Uribe Velez, con aproximadamente
cinco millones de sufragios sobre veinte millones de ciudadanos en condiciones
de emitir el voto. Uribe es la encarnación de la política más
dura del imperialismo, favorable a la resolución bélica del
desafío generado por una guerrilla de más de cuarenta años.
Para ello, no vacilará en aumentar el empobrecimiento popular, haciendo
frente al demencial gasto provocado por las operaciones militares por medio
de distintas cargas e impuestos. Frente a él, se alza una coalición
potencialmente gigantesca: las masas pobres y de clase media de las ciudades,
los campesinos atrapados entre dos fuegos, los desterrados por la acción
criminal de parapoliciales y paramilitares al servicio de los terratenientes,
de los narcos y del ejercito deben unirse y presionar por una solución
política que coloque en primer plano los verdaderos problemas
del pueblo colombiano: la necesidad de construir un estado social que coadyude
a dar satisfacción a las carencias generadas por la pobreza, la indigencia,
la falta de acceso a la tierra, la ausencia de verdadera democracia, asfixiada
por un sistema de partidos- el liberal y el conservador- que le expropió
sus verdaderos contenidos desde hace más de medio siglo.
En Bolivia, en Ecuador, en Perú, en Paraguay, continúa la resistencia
al neoliberalismo y las privatizaciones, jugándose en cada lucha la
posibilidad que se mantenga o no la gobernabilidad. Esto es que las masas,
en muchas de sus epopeyas, pueden hacer que los representantes pierdan totalmente
su legitimidad, sin que muchas veces aparezcan nuevas alternativas. En Bolivia,
la emergencia del liderazgo de Evo Morales demuestra que estas luchas pueden
y deben hallar canalización dentro de las instituciones democráticas.
En Perú, el inicial consenso del que gozó el presidente Toledo,
se ha visto sensiblemente disminuido, pues su gestión se encaminó
a privatizaciones a la Argentina; y, el pueblo se manifestó
consecuentemente contra esta orientación. Más al norte, en el
Ecuador, la economía dolarizada desde hace más de un bienio
es una de las causas de un empobrecimiento popular sin precedentes. A la vez,
implica un severísimo condicionamiento a toda acción social
y política para alterar estos límites. En este marco, la izquierda
se encamina a realizar un papel importante y, tal vez, descollante en las
próximas elecciones. Pero debe computarse el hecho que no pueda romper
ni siquiera discursivamente con la dolarización, como un severo límite
a sus posibilidades futuras para formular alternativas que rompan el círculo
vicioso del atraso, la pobreza, la marginalidad y la decadencia nacional.
En Paraguay, existe una situación de profunda ilegitimidad de sus autoridades,
agravada por el ejercicio mafioso de la actividad gubernamental y la generalización
de prácticas fraudulentas en los actos eleccionarios, situación
que en tierras guaraníes es de antigua data. El movimiento campesino
no le da tregua a los terratenientes paraguayos y es un factor democratizador
de primer orden, en un país que sólo ha conocido dictaduras
y gobiernos fraudulentos en el último medio siglo.
Como en toda América, como en todo el mundo, las movilizaciones de
masas constituyen la única posibilidad de ampliar efectivamente la
ciudadanía y la democracia, además de defender a la nación
amenazada por la acción imperialista y del colapso al que la arrojan
las clases dominantes locales.
Extraeremos algunas conclusiones provisionales del análisis
que hemos realizado.
Las elecciones en Brasil constituyen una oportunidad única y tal vez
irrepetible para resistir al imperialismo y evitar la desintegración
nacional y social que sufren nuestros pueblos.
El triunfo de Lula dará un aliento impensado a las resistencias particulares
que, en cada país, se realizan contra el poder del imperialismo y las
clases dominantes locales.
En todas las sociedades se pondrá en tensión las posibilidades
que la política tiene para dar satisfacción a las demandas populares;
así como los condicionantes económicos que limitan su campo
de acción. La contradicción será entre economía
y política, o, dicho de otro modo, entre el poder real y la sociedad
civil.
Las tareas centrales son la defensa de la nación, la profundización
constante de la democracia y la defensa incondicional de la ciudadanía
política y social, ampliando todos sus contenidos.
A continuación nos referiremos a la actual coyuntura que padece el
pueblo argentino.
-
Argentina:
La vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser
... la estructura del harén llegó a su plenitud con Carlos Menem:
durante sus gobiernos, Argentina adquirió la mayoría de los
rasgos que constituyen un serrallo. Porqué, nunca como entonces, cohabitaron
el despota, los amores violentos o contra natura, los sirvientes eunucos,
los mudos, los hijos negados y las sultanas veladas.
Luis Frontera.
Comenzaremos caracterizando el marco histórico general, con
especial mención a las causas últimas de la crisis que padecemos.
Estas no son otras que la aplicación casi ininterrumpida por más
de un cuarto de siglo, de un modelo económico caracterizado por la
generación constante de endeudamiento improductivo, fuga de capitales,
desindustrialización, pobreza, desocupación, exclusión
social, entre otros flagelos. Este modelo impulsó la constante transferencia
de recursos de los sectores de la producción a quienes se apropiaron
de la mayor parte de las riquezas nacionales: los bancos, las empresas privatizadas,
las petroleras y demás sectores parasitarios. Lo que hemos descripto
líneas arriba es el centro del problema económico nacional.
Sin diseñar un país con un modelo económico diferente,
no hay ninguna posibilidad de dar continuidad a la existencia misma de la
nación, así como es imposible mejorar el nivel de vida del pueblo.
Por cierto que este proceso no fue exclusivo de la Argentina, se verificó
en todo el mundo. Pero lo propio de aquí fue la magnitud, la profundidad
y la intensidad, que prácticamente no admite comparación con
otros países de nuestra América y de todo el universo.
La dictadura (1976-1983) lo aplicó por medio del terror: a sangre y
fuego y fue necesaria la desaparición de 30.000 personas para implantar
y sostener esta política económica. El menemato se sirvió
del terror provocado por la hiperinflación para profundizar el modelo
y realizar una aún más drástica redistribución
del ingreso. Al cabo de la década de los °90, el crecimiento de la
pobreza, el desempleo, la precariedad laboral, la marginación social
y la concentración desigual de la riqueza, entre otras iniquidades
resulta inocultable y pone en cuestión la propia supervivencia de la
Argentina, en cuanto nación. En las dos etapas señaladas, el
terrorismo masmediático resultó imprescindible para el logro
de estos fines.
Ubicado el marco histórico de nuestros padecimientos actuales, para
analizar la actualidad, debemos partir de un reconocimiento que para algunos
sectores será problemático, difícil y doloroso, pero,
para nosotros, es absolutamente inevitable y necesario para guiar toda acción
política, ya que es necesario basarse en la comprensión de la
realidad. Este imprescindible reconocimiento es que el proceso abierto
el 19 y 20 de diciembre de 2001 quedó atrás, y, ahora,
asistimos a un inocultable reflujo del movimiento de masas. Contrariamente,
algunas fuerzas gremiales que integran nuestra central, como el SUTEBA-Matanza,
afirman que La movilización popular del 19 y 20 de diciembre
no solamente acaba con el gobierno de De la Rúa y la Alianza sino que
cuestiona profundamente al conjunto del régimen político y social.
Agrega más adelante el documento redactado por la mencionada
seccional y que circula electrónicamente El gobierno usurpador
de la voluntad popular que encabeza Duhalde y Cia. se apropió ilegítimamente
de las jornadas del 19 y 20 para tratar de recomponer el sistema político
de dominación. Pero los cuestionamientos no son sólo contra
este gobierno ilegítimo sino contra el conjunto de las instituciones
de dominación política y económica. El subrayado
es nuestro.
En rigor, nuestra percepción es radicalmente diversa.
Tales puebladas fueron una alteración apenas epidérmica y
ciertamente pasajera en la normalidad cotidiana, es decir,
en la subordinación de los sectores populares a los designios del bloque
dominante. Este conjunto de sectores poderosos cuenta con una inocultable
iniciativa en la agenda económica, social y política. Lejos
están las masas- de conjunto- en cuestionar las formas e instituciones
de la dominación política, y, mucho menos económica.
El citado documento no intenta explicar aspectos de la realidad que de tan
evidentes nos parecen de perogrullo: si el pueblo está contra
el conjunto de las instituciones de dominación política y económica,
porqué el P.J. encabeza las encuestas y con toda seguridad se impondrá
en las próximas elecciones de marzo de 2003. ¿Acaso la fuerza política
de Menem, Duhalde, Rodriguez Saa, De la Sota, Aldo Rico, Reutemann y tantos
otros es percibido por las masas revolucionarias como una reencarnación
algo pintoresca del partido bolchevique? Para algunos sectores, la lectura
e interpretación de la conciencia política de los sectores populares
parecería ser un ejercicio sólo apto para devaneos intelectuales,
mas no un dato decisivo de la realidad para una central de trabajadores, que
se postula además para ser protagonista de un proceso de radicales
transformaciones sociales
En nuestra opinión y a lo largo de las dos jornadas citadas se pueden
diferenciar cuatro grandes protestas, que- no obstante- convergen en sus resultados.
Estas fueron:
La revuelta de las clases medias, particularmente de la
Capital Federal y sus zonas de influencia, motivadas por un contenido político
de clara defensa de la democracia. En este sentido, se contrapusieron por
vía de los hechos dos formas distintas de concebir el gobierno
del pueblo. Por un lado, la formalidad institucional y procedimental
consistente en que el pueblo elija ciertos gobernantes, y, estos luego hacen
lo que quieren. Esta es la posición sustentada por el poder económico,
el gobierno de turno y los partidos tradicionales en general. Y, por el otro,
el ejercicio real, profundo y substantivo de la referida democracia realizado,
de hecho, por el pueblo en la calle. Duro, duro, duro, ahora el estado
de sitio se lo meten en el culo, coreaban los manifestantes la noche
del miércoles 19, mientras rompían de hecho la arbitraria medida.
La causas de la rebeldía de estos sectores deben buscarse más
en la ruptura del pacto formulado por la alianza con sus votantes- comenzada
desde que arrancó su gestión- que en el denominado corralito.
De todos modos, la crisis bancaria mencionada influyó tensando el malhumor
de las referidas capas medias.
Motines del hambre, impulsados por sectores de indigentes
desesperados en respuesta a una situación económica tétrica.
El hecho que comenzaran saqueando supermercados para robar comida, y, luego,
proseguían con computadoras, artículos para el hogar, muebles
o cubiertas de automóvil no le quita el carácter que le hemos
adjudicado. Cuando la población está sometida a la habitualidad
de restringirse en todos los aspectos, y, repentinamente, se aflojan los controles,
esta situación provoca todo tipo de desbordes. Por otra parte, no puede
decirse que estas manifestaciones tuvieran contenido antidemocrático.
Entre ver morir pasivamente de hambre a sus hijos y saquear, la segunda es
una opción que indudablemente también tiene un contenido democrático.
Los saqueos no son una opción superadora de las iniquidades
de este sistema injusto, pero cuando son expresión auténtica
de sectores sumergidos que se defienden así de la barbarie capitalista,
no deben ser condenados.
Motines por el hambre como los anteriores, pero en este
caso impulsados, alentados y desarrollados por diversos sectores de la derecha
que van desde algunas franjas del P.J. (interesados en debilitar al entonces
gobierno nacional, antes que la situación de las provincias que gobernaban
se volviese incontrolable) a sectores influenciados por la derecha nacional
del coronel Seineldin y lo que hace algunos años era llamado el sector
carapintada de las fuerzas armadas. Es sugestivo
el testimonio del dirigente de la C.T.A., Luis D´Elía, quien afirmaba
haber observado operando en La Matanza a ex-militares otrora vinculados a
las asonadas antidemocráticas de la década del ’80. Por otra
parte, diversas informaciones periodísticas dieron cuenta de la presencia
de caracterizados punteros vinculados a algunos dirigentes del justicialismo
bonaerense alentando desmanes.
La revuelta impulsada, entre otros, por distintas fuerzas
de izquierda, el jueves 20 de diciembre, cuando la renuncia del presidente
era vista como una circunstancia inminente, antes de convertirse en hecho
consumado. Esto no implicó que hayan dejado de participar sectores
independientes y fracciones de la juventud en los hechos ocurridos en el microcentro
de la Capital Federal y otros puntos del país.
Estas revueltas profundizaron una crisis de gobernabilidad
que ya era evidente desde octubre de 2000, en ocasión de la renuncia
del vicepresidente Carlos Alvarez. Las causas centrales de la referida crisis
de gobernabilidad es necesario rastrearlas en la parálisis generada
por un discurso que simultáneamente pretendía seducir al poder
económico y al pueblo.
Los diez días finales del 2001 conmovieron al mundo
y vieron una extraña sucesión de presidentes que duraban un
suspiro, volteados como muñecos de paja en el vendaval de la crisis.
Pero, desgraciadamente, los verdaderos fundamentos del poder real permanecieron
inconmovibles. Los bancos cobrando intereses absurdos y usurarios por
sus préstamos, las privatizadas percibiendo tarifas fuera del alcance
popular, los concesionarios de peajes continuaron con sus cánones confiscatorios,
por poner algunos ejemplos. De modo que vemos como necesario sacar de estos
hechos algunas conclusiones, en lo posible algo más profundas que la
consabida crisis de dirección, explicación única
y excluyente que las fuerzas trotskistas dan a todos los problemas de la humanidad,
desde 1940 y hasta la fecha. A propósito, uno de los puntos más
flojos del documento Apuntes sobre nuestra estrategia reside
precisamente en una interpretación colindante con el trotskismo, cuando
afirma que uno de los problemas de la Argentina es la ausencia de una
dirección consciente. Página 35. Volveremos sobre este
tema más adelante.
En este sentido, para comprender las causas últimas
de los límites del movimiento popular, y dentro de esta temática,
de la insuficiente movilización de masas, suscribimos la tesis de Miguel
Angel Sierra, en un trabajo inédito. Dice este autor que La extrema
debilidad estructural de la sociedad civil en Argentina es la clave de los
principales problemas de este país, tanto en lo que se refiere a la
economía nacional, como a las consecuencias en la superestructura y
la conciencia política de las masas. No necesariamente coincidimos
con todas las inferencias del citado ensayista, pero, a nuestro juicio, uno
de los rasgos que mejor ejemplifican La extrema debilidad estructural
de la sociedad civil es el profundo desprestigio y vaciamiento de
la actividad política. Las causas del citado vaciamiento hay que buscarlas
en la impotencia del estado frente al poder económico, situación
que comenzó a ser percibida durante la presidencia de Alfonsín,
y, que halla una de sus explicaciones más importantes en los mecanismos
desregulatorios, los ajustes y las privatizaciones aprobados durante el menemato.
En efecto, durante la década del °90, resultaron vaciadas las atribuciones
de la formación estatal, por lo que esta quedó exánime
para hacer frente - si se lo hubiera propuesto el gobierno de turno- al conjunto
de monopolios que la venían reduciendo a la impotencia desde la etapa
de la dictadura.
Si desde el gobierno y el estado es muy difícil
revertir la relación actualmente existente entre economía y
sociedad- para decirlo en otros términos, entre el poder real y la
referida sociedad civil- el sistema político no puede proporcionar
soluciones a las carencias populares. De tal manera que, en una situación
impulsada y facilitada por la prédica de comunicadores al servicio
de los monopolios, la propia palabra política asume para sectores
subalternos proporciones sinónimas de robo, peculado, corruptelas,
coimas, etcétera. La política y todos los políticos,
no sólo los de las fuerzas tradicionales. Pero estos sectores populares
no pueden advertir que sólo desde la referida actividad política
pueden realizar acciones para modificar su suerte. Paradójicamente,
esta asume para los sectores subalternos connotaciones sinónimas al
inmovilismo. En consecuencia, si desde la allí no puede transformarse
la realidad, tal realidad resulta inmutable. Queda petrificada así
la actual correlación entre las clases sociales, y, consecuentemente,
congelado el cuadro de distribución del ingreso. Además,
todo lo expuesto configura un cuadro general de fomento para el escepticismo
popular, un cáncer que corroe los esfuerzos de los militantes.
Este poder real es el beneficiario de fondo y el responsable
principal de este vaciamiento de la política. Sin una resignificación
de la actividad política es imposible recrear alguna esperanza y la
sociedad argentina carecerá de futuro. Por cierto que nos resulta extraño
comprobar como, desde diversos sectores afines (Autodeterminación y
Libertad, por poner sólo un ejemplo), se celebra la desconfianza popular
hacia los políticos. Parecen no advertir que este escepticismo es,
ni más ni menos, una reafirmación de la vigencia del discurso
dominante entre las masas.
La necesaria resignificación de la actividad política pasa-
a nuestro entender- por cuatro ejes. Estos son los siguientes:
Afirmación del carácter social de la ciudadanía y predominio
de la sociedad civil contra el mercado. En otras palabras, de la política
sobre los condicionamientos económicos.
Autorganización o no delegación. Es decir, no esperar de
los gestores y representantes que nos resuelvan las carencias y problemas.
Y apuntar a que la movilización de masas sea la única garantía
que la política no se resuelva en las trenzas de algunos iluminados.
Defensa, recuperación y ampliación de los espacios públicos
confiscados o amenazados por los mercados.
Finalmente, como dice el documento Apuntes sobre nuestra estrategia,
para los sectores subalternos, la actividad política debe ser entendida
en términos de Emancipación frente a la dominación.
Hacia fines del año pasado, el proceso abierto el 19 de diciembre pareció
marchar en el sentido de la transformación del significado de la política,
es decir, como recuperación de la capacidad autónoma de la sociedad
civil. Por pocos días parecía que se ampliaba el campo de lo
posible, mas en la medida que las movilizaciones comenzaron a refluir, el
citado discurso del poder recobró su influencia y el espacio de la
política volvió a angostarse para beneficio de los monopolios.
El gobierno de Duhalde- nacido en condiciones de extrema debilidad, con un
gabinete ministerial que hace un verdadero culto de la inexistencia, salvo
el ocupante de turno del Palacio de Hacienda- ató el éxito de
su gestión al logro de un acuerdo con el F.M.I., ya que la creación
de un nuevo modelo productivo- anunciado con bombos y platillos en enero de
2002- era un objetivo demasiado ambicioso y falto de sujetos (la burguesía
emprendedora en la Argentina no existe y se conformó rápidamente
con el negociado de la pesificación forzosa).
De todos modos y analizando la gestión económica del ministro
Roberto Lavagna, son de destacar algunos puntos sustanciales. El primero,
la intervención estatal en los fenómenos económicos resulta
imprescindible, habida cuenta de la irremediable voracidad de los mercados,
a la cual es preciso cuanto menos limitar. La segunda, que también
se vuelve imperativo imprimir un mínimo contenido de dignidad nacional
a toda negociación con los acreedores externos. Aún para un
gobierno insalvablemente antipopular como el que preside Duhalde, la postura
ligeramente más firme le permitió oxigenar mínimamente
el terrible panorama actual y, en consecuencia, los resultados de su gestión
fueron mucho mejores que cuando- siguiendo dogmáticamente al F.M.I.-
se implementaba la libre flotación en el mercado cambiario. Igualmente,
en el marco de la situación actual de debilidad gubernamental y nacional,
tales maniobras autónomas son de corto vuelo. Estos dos aspectos deben
ser destacados como parte de la batalla cultural que debemos librar contra
el neoliberalismo: es decir, que el estado intervenga en cuestiones económicas
puede ser no sólo útil, si no también estrictamente necesario
y que este estado debe ser soberano.
En este contexto, las reivindicaciones populares plasmadas en las movilizaciones-
congelamiento de las tarifas, plena vigencia de los derechos sociales, juicio
a la Corte Suprema, profundización de la democracia, entre otras- quedaron
relegadas a este fin superior (la negociación con el
fondo).
Desgraciadamente, parece ser que la errática política de la
fuerza gobernante- los mismos parlamentarios que ovacionaron el default de
Rodriguez Saa, votaron las leyes exigidas por el F.M.I.- no le hará
pagar costos electorales. La mayor parte- si no todos- de los observadores
políticos coincide que el próximo presidente será justicialista.
Esto, a nuestro entender, reafirma La extrema debilidad estructural
de la sociedad civil, que es la causa principal de la orfandad política
en que fue cayendo el incipiente frente intentado entre nuestra central, el
A.R.I. y Autodeterminación y Libertad. Los sectores populares de la
sociedad argentina no pueden pelear porqué se vayan todos, si a la
vez, están inhibidos para realizar acciones defensivas elementales,
como un poco comprometido apagón, para evitar el tarifazo. Aunque es
una verdadera redundancia, el incremento en los servicios públicos
arrojará legiones de argentinos al proceloso mar de la pobreza.
La clásica consigna Que se vayan todos asumía
un doble carácter: por un lado, era indudablemente un enunciado de
contenido democrático; ya que servía como vehículo de
expresión para fuerzas cuya pretensión principal era lograr
la caducidad de los mandatos. Se buscaba así que el pueblo zanjara
con su voto, la crisis de legitimidad profundizada hacia diciembre de 2001.
Pero, por el otro, contribuía- y contribuye- al nefasto desprestigio
de la actividad política, al adjudicar a la dirigencia de los partidos
la exclusiva responsabilidad del colapso nacional y del empobrecimiento popular.
Nada casualmente, Que se vayan todos es un enunciado que hermana
fuerzas tan diversas como Luis Zamora y Jorge Altamira, por un lado; y, por
el otro, Bernardo Neustadt, Daniel Hadad, funcionarios del F.M.I, como doña
Anne Fredy Krueger, y el secretario del tesoro de E.E.U.U, Paul
O°Neil. Los representantes del establishment económico y los personeros
de este en los medios no vacilan en cargar las culpas sobre los políticos,
a sabiendas que de este modo se invisibiliza a los responsables de fondo de
la crisis.
La referida consigna perdió fuerza en la medida que se quedó
sin sustento por carecer de verdadera popularidad. Nunca- salvo algunos días
en diciembre de 2001 y en la Capital Federal y zonas de influencia- tuvo verdadero
anclaje de masas.
Las asamblea barriales y populares- que fueron el sector que originariamente
levantó el Que se vayan- languidecen en la soledad de
su aislamiento con relación a la sociedad que debe nutrirlas, la repetición
automática de discursos estériles, la pelea miserable entre
distintas sectas para regimentarlas, las absurdas divisiones, el delirio cercano
a la psicosis (gobierno de las asambleas) entre otros defectos, y ya consumieron
largamente su capital político inicial. Este importante movimiento
social- al menos lo parecía en el verano- demostró su incapacidad
para seguir construyendo alternativas. Queda como indudable saldo positivo
la experiencia de la militancia realizada y algunos modestos logros: centros
culturales, comedores, merenderos, micro-emprendimientos, campañas
solidarias, reconstitución de vínculos sociales, que las relacionan
con los sectores más perjudicados por la crisis (por ejemplo, cartoneros
y desocupados) entre otros. Su aporte en el futuro dependerá de que
vuelvan a convocar a las masas o languidecerán en la mediocridad actual.
El movimiento piquetero persiste en su importante actividad de resistencia
y autorganización. Sobrelleva la fractura producida en su seno, hacia
comienzos del corriente año. Los dos grandes bloques enfrentados son
las organizaciones cercanas al Polo obrero, por un lado, y, por el otro, los
movimientos encuadrados en nuestra central y la Corriente Clasista y Combativa.
Acerca de la clase obrera y los sindicatos, nos expediremos más adelante.
Como fenómeno de nuevo tipo, aparece el sector de fábricas tomadas
y autogestionadas. De todos modos, no altera el carácter sustancialmente
defensivo que presenta, frente a la agresión del mercado que despoja
a sus asalariados del derecho al trabajo. Ciertamente, no ha logrado ejercer
su impronta sobre ninguna empresa decisiva y agrupa una más que reducida
porción del aparato productivo. Por todo lo analizado, afirmamos
que en el conjunto del movimiento social siguen predominando la confusión,
la dispersión, la atonía y el retroceso.
A partir del 26 de junio de 2002 aproximadamente, el día del asesinato
de dos militantes piqueteros, la crisis económica entró en una
cierta meseta de estabilidad, en el marco complejo que es de público
conocimiento. El gobierno de Duhalde parece conducir la nave del estado con
piloto automático hasta el próximo recambio electoral. Desde
el punto de vista político, el futuro de la Argentina parece estar
en manos de Menem, Kirchner, Reutemann o Rodriiguez Saa. Todos los síntomas
referidos nos reafirman en la convicción que la debilidad de la sociedad
civil es uno de los más graves problemas nacionales.
-
Sindicatos, ajuste
y privatizaciones:
El problema de la subjetividad
El proletariado debe despojarse
de todo residuo corporativo,
de todo prejuicio o incrustación sindicalista.
Antonio Gramsci, filósofo y dirigente político
italiano.
En los debates realizados en la C.T.A.-Capital, una de
las diferencias más apasionantes es la relacionada con quienes son
los sectores sociales que realizarán y dirigirán una transformación
social, los denominados sujetos revolucionarios. Se verifican en este punto
dos posiciones divergentes. Estas son:
La que adjudica ese papel a la clase trabajadora, en algunas
posiciones; clase obrera y aún el proletariado, en otras.
Nuestra idea afirma que es un mosaico de distintos sujetos
articulados por la oposición concreta al orden establecido, es decir,
la constitución en la lucha de la condición de sujetos para
una transformación política y social o bien un sujeto pluriforme
Partiremos de un mínimo análisis histórico,
para luego fundamentar teórica y prácticamente nuestras ideas.
Está fuera de discusión que el movimiento
obrero se halla en crisis y la propia emergencia de nuestra central da cuenta
de ello. En esta crisis que vive el citado movimiento obrero aparecen exacerbadas
las trabas de más de cincuenta años de conciencia corporativista,
introducida e impulsada por el peronismo sindical que ha dejado secuelas,
a nuestro modo de ver, inocultables. Esta conciencia corporativa llevaba a
los obreros a despreocuparse del problema de la salud pública, ya que
este problema se resolvía para los trabajadores mediante las obras
sociales sindicales. O a entender y practicar la solidaridad sólo al
interior del gremio, desentendiéndose de la suerte de otros sectores.
No ignoramos la existencia de programas progresistas y avanzados, como los
de La Falda y Huerta Grande. Pero estos enunciados fueron realizados en tiempos
que hasta podían ser suscriptos por algunos sectores burgueses. Hoy,
tales fuerzas empresariales han dejado de existir. Y aún, el nudo del
problema es preguntarse- y responder- porqué tales medidas no son ni
siquiera conocidos por las masas obreras. No hablemos que luchen efectivamente
por su vigencia y aplicación.
Por otra parte, en nuestra opinión, es urgente
hacer un mínimo balance de las experiencias obreras durante los °80
y los °90. En la primera de estás décadas, el proletariado le
hizo más de una docena de paros generales al gobierno presidido por
el Doctor Raúl Alfonsín, sin que ni siquiera uno solo de ellos
haya sido decidido por asamblea democrática alguna. Los únicos
momentos asamblearios en esta etapa fueron impulsados por fuerzas opositoras
a la conducción cegetista, como era en esos momentos el Movimiento
al Socialismo (M.A.S.). Por otra parte, el discurso de Saúl Edolver
Ubaldini, entonces líder y secretario general de la C.G.T., señalaba
como único causante de los infortunios de los trabajadores al gobierno
y aún al propio presidente, cuando las condiciones de opresión
en las plantas fabriles eran aún peores que en la época dictatorial
y se estaba consolidando el monstruoso poder económico que terminó
por hundir en la miseria al pueblo argentino. Si el sindicalismo peronista
no era cómplice del mencionado poder económico, lo disimulaba
muy bien. La connivencia reside en señalar un enemigo menor o ficticio-
los ocasionales encargados de gestionar el poder político- con lo cual
lo que se logra es invisibilizar al adversario real, obviamente el largamente
citado poder económico. Desgraciadamente, tal complicidad gozó
del acuerdo- por acción u omisión- de gran parte de los trabajadores.
El recurso de la huelga general- extremo y excepcional en otras latitudes-
era utilizado aquí con una extraña mezcla de vocación
por el fomento de la actividad turística y espíritu deportivo,
vaciándolo de contenido y esterilizando su efectividad. En la década
siguiente, cuando era ultranecesario para apoyar y solidarizarse con quienes
resistíamos las medidas de Menem, los burócratas corruptos se
cuidaron muy bien de siquiera amagar con una medida de lucha general. Salvo
cuando el conjunto del patrimonio público ya había sido enajenado
a la voracidad de los monopolios. Pero- hay que reconocerlo- tampoco apareció
la huelga general solidaria como tendencia espontánea entre los trabajadores
de la actividad privada. Desde la década del °80, los trabajadores
han visto fuertemente mutilada su capacidad de expresión autónoma,
no sólo frente a los gobiernos de turno. También, frente a las
burocracias sindicales que se han mostrado altamente exitosas, tanto en movilizar-
cuando lo consideran conveniente- como en hacer retroceder a los asalariados,
cuando llega el turno de hacerlo. Hizo crisis de este modo, más de
medio siglo de prácticas verticalistas impulsadas por el peronismo
en el seno del movimiento obrero. En tal período, las acciones autónomas
del movimiento obrero pueden contarse con el dedo de una mano.
En los °90, la mayoría de los mencionados trabajadores- con la excepción
de los involucrados directos, telefónicos, ferroviarios, docentes,
empleados de aeronavegación, estatales en general, entre otros- observó
como avanzaba el proceso de privatizaciones del menemismo, casi como un espectador
y aún en vastos sectores prestó un activo consenso. Tal aprobación
resultó refrendada en distintas compulsas electorales (1991, 1993 y
1995, reelección del presidente Menem) y, recién en 1997, con
la aparición de la Alianza y la agudización de sus enfrentamientos
internos, el peronismo sufrió una derrota electoral. Es decir que durante
los citados procesos electorales, se verificó un consenso que denominamos
activo. Fuera de estos momentos, se realizó un consenso que llamamos
pasivo, el generado por la aceptación sin luchas de las privatizaciones
o la negativa a manifestar la solidaridad con quienes resistían.
Como resultado de este proceso brutal de transferencia
del patrimonio público a empresas privadas quedaron consecuencias perdurables
en la sociedad argentina. Mencionaremos algunas:
Resortes decisivos de la economía pasaron a manos
de capital privado- nacional, extranjero o en alianza de ambos- y en consecuencia
quedó profundamente acotado el margen de acción de la política
para imponerle límites o concesiones al poder económico, y,
de este modo, resolver los problemas populares. La actitud de las petroleras,
que desobedecen sistemáticamente a los gobernantes o corrompen a muchos
de ellos con las jugosas rentas que obtienen, es un buen ejemplo, mas no el
único.
Gremios como el ferroviario- entre otros, pero este es
el ejemplo más dramático- quedaron reducidos a una mínima
base de afiliados.
El espacio territorial de la nación quedó
profundamente desintegrado, ya sea por vía de los más que onerosos
peajes que perciben las concesionarias de caminos o por de levantamiento de
los ramales ferroviarios. Más de cuatrocientos pueblos del interior
corren el riesgo de desaparecer por causa de haber sido abandonados por los
ferrocarriles o debido a las diversas crisis de sus respectivas producciones.
Sus poblaciones continúan engrosando las franjas marginales de las
grandes ciudades.
Peor aún que el proceso descripto sucintamente
en el apartado c es la fragmentación social generada por el modelo.
Las privatizaciones coayudaron a que haya en la Argentina actual más
de 17 millones de pobres, se incremente la influencia nefasta del desempleo
como mecanismo de control social, se exacerbe el avance del deterioro de las
condiciones de vida de la mayor parte de la población, por añadidura
sindicado como fenómeno de la naturaleza por los epígonos del
poder. Estos son sólo ejemplos de lo que hemos dado en llamar fragmentación.
Es decir, la perdida de lazos solidarios y la instauración de lo que
se llama popularmente sálvese quien pueda. En la naturalización
de las diversas condiciones sociales reside gran parte de la posibilidad de
imponerlas. Si son naturales, nada puede hacerse para impedir su imperio.
Si en cambio, se las ve como construcciones sociales de los seres humanos,
tienen principio, desarrollo y final. En consecuencia, la intervención
consciente de los sujetos puede transformarlas.
En términos reales, el menemismo- si bien
en gran medida es una continuación de la siniestra dictadura 1976-1983-
constituye por la enorme cantidad de fenómenos implicados, una derrota
de características propias para los sectores populares aún
mayor que el llamado proceso de reorganización
nacional. Los fundamentos de esta afirmación están
en los cuatro puntos desarrollados poco antes. Y aunque nos duela reconocerlo,
esta derrota tuvo la aceptación- sea por vía activa o pasiva-
de gran parte de las víctimas. Los cambios económicos y sociales-
que analizamos brevemente un poco más adelante- nos permiten comprender
este revés de las clases subalternas. Pero ciertamente que son el trasfondo
histórico de la tragedia social que vive la Argentina de hoy.
Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que provocaron
la caída de De La Rua, uno de los picos más altos de la lucha
social y política argentina de los últimos cincuenta años,
son resultado de un proceso histórico en el cual predominó,
desde nuestro punto de vista, la retirada de la clase obrera en cuanto
factor decisivo de las luchas en el escenario social. Esta verdad no puede
ser oscurecida por los malabares discursivos a los que nos tienen acostumbrados
los distintos partidos de izquierda. (Ver por ejemplo, las publicaciones del
P.O. y el M.S.T. de fines del 2001, por ejemplo. Del argentinazo revolucionario
que describían, no ha quedado más que un tímido recuerdo
y ninguna modificación sustantiva de las relaciones de clase y de poder
real).
El protagonismo fundamental correspondió a sectores de clase media
cuyas posibilidades de supervivencia- ya no hablemos de ascenso social- quedaron
destruidas por la aplicación de la misma política económica
casi inmemorial, pese a la diversidad de gobiernos (Los dictatoriales, además
de los presididos por Alfonsín, Menem y De La Rua). Este modelo económico-
que privilegió a los sectores financieros y achicó constantemente
el mercado interno- es el que arrojó a vastas capas de las referidas
clases medias a la lucha callejera, al limitar las posibilidades de sobrevivir
de estas y empobrecerlas hasta lo inimaginable.
También la aparición de fuerzas políticas que establecieron
cuestionamientos al tradicional bipartidismo- independientemente del devenir
posterior de dichas fuerzas- es atribuible mucho más a los sectores
medios que a la clase obrera, que permaneció en gran medida fiel
al peronismo, es decir, a sus enemigos de clase. Nos referimos al
FREPASO, a Autodeterminación y Libertad y al A.R.I. Los propios partidos
de izquierda reclutan su membresía mucho más entre los llamados
pequeño burgueses, que entre los destacamentos del proletariado.
La polémica acerca del sujeto revolucionario en la Argentina contemporánea
es inconducente en el marco de las teorías que consideran esta condición
como ungida por razones inmanentes o cuasi religiosas. Por ello, hemos partido
de algunas consideraciones acerca del papel de los sindicatos desde 1945,
para centrar nuestro análisis en los casi veinte años de democracia.
En esta etapa se verifica un innegable retroceso de la clase obrera. Enunciaremos
algunas de sus causas.
Económicas. En la Argentina hay un proceso de desindustrialización
que ha hecho retroceder a la clase obrera en términos cuantitativos,
por no referirnos a los cualitativos. Entre 1930 y 1976 aproximadamente, la
economía fue centralmente industrial y la clase obrera tuvo un protagonismo
innegable en las luchas sociales y en el escenario político. La U.O.M.
era el sindicato más importante del movimiento obrero. El golpe revierte
esta situación y a partir de allí- agravándose todo esto
en los °90- la clase obrera se halla en retroceso en todos los planos. Por
ello, el principal gremio de la C.G.T. es... empleados de comercio, de acuerdo
al número de afiliados.
Tecnológicas. Las nuevas tecnologías requieren la utilización
decreciente de la fuerza de trabajo.
Sociales. El desempleo- instalado como una constante en el paisaje de la sociedad
argentina- es un formidable mecanismo de control social. Pero más dramáticamente,
actuó como elemento negador de la identidad de clase y de la condición
obrera.
Sindicales. La mayor parte de los sindicatos- en especial, los de obreros
industriales- se hallaban conducidos por la burocracia más traidora.
De conciencia, ya que los trabajadores carecen de herramientas críticas
para enfrentar los distintos planes de ajuste, en especial, el proceso de
privatizaciones. Prestaron así su apoyo a medidas que los contarían
como víctimas dilectas. Además, desde la dictadura y hacia aquí,
se ha producido un enorme borramiento en la memoria colectiva de las luchas
obreras y populares, condición decisiva para instaurar el escepticismo
y la abulia, tal cual lo requiere el discurso dominante.
Lo anterior es ilustrativo de la centralidad que asume para nosotros la idea
de sujeto o subjetividad, entendida esta como aparición sensible y
en la lucha de sectores sociales que resisten, y, en esa lucha, crean instancias
de autorganización y formación de nuevas identidades concretamente
opuestas al sistema. En palabras del filósofo argentino Arturo Andrés
Roig extraídas de su libro El pensamiento latinoamericano y su aventura:
Sujeto (en el sentido de aquello que sostiene un
proceso o está de soporte de los cambios), que "marcha" en una determinada
dirección. Marchar es, en nuestra opinión,
oponerse por medio de la lucha a este modelo. Un sujeto construido a
partir de una afirmación constante de su propia subjetividad, así
como de su mundo a través del cual se objetiva.
La dialéctica subjetividad-objetividad opera, en los hechos,
en que cuanto mayor es la afirmación de la subjetividad, más
testimonios objetivos quedan en el mundo (la sociedad) de esta subjetividad:
transformaciones por modestas que sean, nuevas identidades, mayores vínculos
solidarios, redes de información, debate e intercambio, entre otras.
Por todo lo antedicho, negamos que la clase obrera tenga
una papel que le corresponda por derecho natural en el proceso de cambio que
imperiosamente requiere la Argentina. En todo caso, será un sujeto
más, similar y a la par de aquellos que ya se han constituido,
como los piqueteros, los indígenas, las mujeres, los diversos encuadramientos
campesinos, las organizaciones defensoras de los derechos humanos, las distintas
minorías sexuales, el movimiento estudiantil, los jóvenes, los
sin vivienda y tantos otros.
Una de las novedades principales de los piqueteros es que ya no agrupan a
los trabajadores tradicionalmente sindicalizados, al modo que podía
representar un afiliado a la C.G.T.. A partir de las transformaciones de lo
que se dio en llamar globalización aparecen nuevos protagonistas y
estos son los que participan en las nuevas organizaciones. Es una enorme multitud
de sujetos- los desocupados y también los ocupados- que el sociólogo
nacido en Estados Unidos, James Petras (Articulo en Revista Cuadernos del
Sur N° 11) denomina en un sentido muy amplio pueblo trabajador.
Para este autor, El crecimiento masivo del trabajo temporal, del empleo
múltiple, de remuneraciones que no son salarios ha dado origen a una
categoría de mano de obra que es una cruza entre los asalariados y
los independientes... a los que denominaremos pueblo trabajador. En
esta categoría ubica también a los desocupados- gran parte de
los desempleados sobrevive de changas- y pobladores urbanos y rurales.
Tal es el modelo distinto que encarna la C.T.A.. En nuestra
central tienen un espacio todos los oprimidos, marginados, excluidos y explotados
por las clases dominantes. Independientemente que tengan o no un anclaje laboral
o corporativo. Es decir, una pluralidad de sujetos.
Para el ensayista mencionado es fundamental articularlos
en una perspectiva de transformación de las duras condiciones de la
actualidad y que pueda poner límites al avance conservador, superando
el aislamiento y la fragmentación que les depara el sistema. Tal articulación-
principalmente evitar que los desocupados caigan en el desaliento, la desagregación
y el enfrentamiento mutuo- es una de las tareas más importantes de
la actualidad para todos los sectores partidarios de una transformación
social. De este modo se lograría superar la contradicción y
la lucha- tan inútil como desgastante- entre trabajadores ocupados
y desocupados, una de las piedras angulares de la hegemonía que aún
muestra el modelo neoliberal; en crisis, pero todavía vigente en nuestro
desdichado país. Los espacios que no son ocupados por esta prédica
tan necesaria como liberadora, los coloniza el discurso hegemónico
del poder.
Las tareas de la hora
Sólo el espesor y la fuerza de la sociedad
civil
puede evitar la desorganización de los individuos
ante las crisis económicas.
Antonio Gramsci.
Filósofo y dirigente político italiano
A nuestro entender las principales tareas de la actual
etapa- y por sobre problemas de estricta coyuntura que también trataremos,
como las elecciones del año próximo- son cuatro:
La defensa de la nación agredida por la amenaza potencial de desintegración
territorial y por el proyecto imperialista del ALCA.
La defensa y ampliación de la ciudadanía y
La defensa, profundización y ampliación de la democracia.
La defensa incondicional del concepto de solidaridad, tanto al interior de
nuestra sociedad como en el plano de las relaciones internacionales.
Nada casualmente en los cuatro puntos enunciados figura la palabra defensa.
Es que consideramos que subsume por completo la impronta de esta etapa, de
carácter marcadamente resistente. Obviamente, todos los aspectos están
totalmente relacionados y es imposible tomarlos por separado. Comenzaremos
definiendo sin demasiada precisión el concepto de nación. Esta
es- para el romanticismo alemán- la realización de una idea
proveniente de la historia. Para ciertos manuales de ciencias sociales, una
realidad de índole cultural, opuesta al estado, que sería de
carácter político y jurídico. Para visiones influidas
por la antropología, la defensa de hábitos culturales construidos
en un largo proceso histórico. Según el común de las
personas, la nación se resuelve en un sentimiento de pertenencia. Tal
vez, a todas las definiciones glosadas les asista una parte de verdad. Nosotros
preferimos mencionarla como una casa común, un mismo espacio de reconocimiento,
en el cual todos los ciudadanos tienen idéntico derecho efectivo
a una vida digna. Con todas las implicancias sociales que tiene el mencionado
derecho a la vida. Además, la nación es inseparable de un
estado nacional soberano e irrealizable sin este. En consecuencia, la
nación argentina se halla jaqueada por peligrosos enemigos de adentro
y de afuera. No es necesario explayarse acerca del imperialismo yanqui, ancestral
oponente de los pueblos que luchan por sus derechos. En la Argentina, uno
de los peores peligros es la existencia de una clase empresarial sin conciencia
ni destino nacional, que aún no saldó la polémica acero
o caramelos, y, si lo hizo, fue para no producir ninguna de las dos
mercancías y dedicarse a la importación de baratijas y a la
especulación financiera. Además, no vacila en seguir vendiendo
sus empresas al capital transnacional y aún alentar- en complicidad
con ciertas dirigencias políticas- la tupacamarización del territorio
del país. Por lo tanto afirmamos que:
Ni la ciudadanía ni la verdadera democracia pueden lograrse, si
no es en el marco de una nación y un estado soberanos. Y
Los trabajadores somos la reserva moral y material de la nación frente
al naufragio al que la han conducido las clases dominantes.
Para ejemplificar e ilustrar nuestro concepto de ciudadanía, que para
nosotros es articulador de la nueva subjetividad, analizaremos aspectos del
movimiento piquetero. En efecto, el contenido y la demanda esencial de la
revuelta píquetera puede sintetizarse en el concepto de ciudadanía,
entendido en cuanto versión substantiva del mismo y no en su aspecto
puramente legal. Por cierto, existen dos ideas opuestas de ciudadanía.
Estas son:
La simple igualdad ante la ley. Esta concepción es defendida por las
distintas variantes del liberalismo, sean estas neo o paleo. Es la igualdad
(formal) entre el poderoso empresario y el más sumergido habitante
de un asentamiento urbano. Además, esta isonomía (igualdad
ante la ley) se halla consagrada en el texto de nuestra constitución
nacional.
La noción de ciudadano, entendido como
sujeto plenamente acreedor a derechos fundamentales que van más allá
de los establecidos en los ordenes jurídico y político (derecho
al voto, por ejemplo). Obsérvese que estos derechos son los llamados
derechos sociales, sin los cuales las personas carecen de auténtica
libertad.
No hay dudas que la perdida de vigencia de los
referidos derechos, hace a los individuos esclavos con relación a las
necesidades de su propio cuerpo: el hambriento sólo piensa en saciar
su apetito; el enfermo, en curar su enfermedad; quien vive en la calle, en
dormir bajo techo, y así sucesivamente con los distintos derechos.
Por lo tanto, si los mencionados derechos sociales carecen de concreción
práctica, las personas están sometidas a las arbitrariedades
de los gobernantes, los punteros políticos y algunas organizaciones
que se favorecen del atraso y la ignorancia de vastos sectores de nuestra
población sumergida. Por todo lo anterior, estos derechos son la
precondición de la libertad auténtica y de la ciudadanía
plenas y sustantivas, como observó Hannah Arendt en su célebre
ensayo Sobre la revolución. Allí comenta
que... la pobreza es abyecta debido a que coloca a los hombres bajo
el imperio absoluto de sus cuerpos....
Por otra parte, el sociólogo francés
Pierre Rosanvallon (Reportaje en Clarín del 25/11/01) afirma que...
si la ciudadanía es simplemente el derecho al voto, estaría
ya lograda. Pero si es una historia de la pertenencia y de la integración,
entonces no lo está. Porque ciudadano no es simplemente el que dispone
del derecho y el ejercicio del sufragio sino el que se considera como un miembro
pleno de la sociedad. Y para esto, son esenciales los ya varias veces
referidos derechos sociales.
En el centro de estos debates se halla uno de los problemas
más importantes de la hora actual: la relación que se opera
en el campo de lo público entre los ciudadanos y los productores. En
realidad, es una dialéctica entre tres sectores componentes: los que
aún tienen trabajo (productores); quienes tienen todavía el
goce de los derechos sociales fundamentales (ciudadanos), pero que se hallan
en peligro de perderlos y las grandes masas excluidas que aspiran a una ciudadanía
lo más plena posible. Si se logra articular un frente tan vasto, sería
de hecho invencible.
El objetivo de este frente- y del movimiento político
y social- es realizar la liberación nacional, o, dicho en otros términos
la revolución (democrática) burguesa o burguesa (democrática).
Al definirla en los términos citados, aludimos más a un cierto
horizonte histórico que a una problemática reactualización
de sujetos (la clase burguesa), que tal vez resulte inviable. En nuestro pensamiento,
tal transformación consiste en generalizar el trabajo asalariado- básicamente,
para una población excluida de este derecho- y crear un verdadero estado
nacional, o sea con auténtica soberanía (poder de decisión).
Por lo tanto, en estos tiempos, la citada generalización del trabajo
a cambio de salario implica reindustrializar nuestra economía para
lograr reincorporar a los excluidos por el sistema neoliberal. Esto, sin dudas,
no puede hacerse sin la formulación de un proyecto de país que
recree el mercado interno, con un fuerte contenido distribucionista y a favor
de los sectores populares. En tal perspectiva pueden converger trabajadores
ocupados y desocupados, diversos profesionales, algunos sectores empresarios,
comerciantes, y otros sectores propietarios. Además, distintas fuerzas
políticas y territoriales.
Por otra parte, la creación de un estado soberano significa romper
con las trabas y condicionamientos con que los organismos internacionales
y otros estados (el G7) pretenden someter las posibilidades de autodeterminación
del conjunto de la nación argentina. Además, es la única
posibilidad de que exista realmente la democracia. El auténtico gobierno
del pueblo no pasa de ser un discurso vacío en una sociedad
postrada frente a organizaciones financieras y gobiernos de otros países.
En esta lucha puede articularse un frente tan vasto como para aislar y derrotar
al poder económico monopólico autóctono y sus aliados
del exterior, principales causantes de los infortunios populares.
Finalmente y profundamente vinculado a los problemas expuestos
precedentemente está la cuestión de la democracia, campo de
confrontación con las clases dominantes. Efectivamente, para estas,
el problema democrático se reduce a lograr la aparición de una
figura política que concite adhesión popular y gestione los
negocios públicos en beneficio de los poderosos. El referido esquema
se vuelve a reproducir en las provincias y municipios y cada bienio o dos
bienios, se renuevan autoridades. En tal cosa consiste la llamada democracia
representativa y además procedimental, es decir, la formalidad de los
procedimientos, por sobre la afirmación sustantiva de auténticos
mecanismos de decisión popular. Cuanto menos participativa, tanto mejor
será para los sectores dominantes. Inclusive, hay países, como
E.E.U.U., en que el poder fomenta la apatía hacia la política
y hasta se vota en días laborables. En cambio, para los sujetos subalternos,
es fundamental ampliar permanentemente los horizontes de la vida económica,
social, política, educativa, cultural, territorial y familiar pasibles
de ser sometidos a deliberación democrática y a mecanismos de
decisión de masas. La salud, la educación, el trabajo deben
dejar de ser espacios pertenecientes al cerrado saber de algunos tecnócratas,
para que la discusión y nuevos mecanismos institucionales permitan
avanzar al pueblo en instancias de decisión que garanticen la vigencia
de los intereses de las mayorías. Por poner un ejemplo, sin el aporte
de los trabajadores, no se crearía riqueza en las empresas. Sin embargo,
estos se hallan indefensos ante las medidas que toman los directorios. ¿Por
qué no someter las decisiones económicas y empresariales a mecanismos
democráticos?
A nuestro entender, estas son las tareas decisivas de la etapa- ampliar la
democracia y la ciudadanía, defender la nación, establecer vínculos
solidarios- y se deberían marchar hacia la concreción de un
frente amplio político y social. En este sentido, el documento de la
mesa nacional de la C.T.A. Construir la unidad del campo popular
nos parece un aporte más que valioso. Del mismo modo que el texto que
está editado con el título Apuntes para una estrategia
avanza en definir al movimiento político y social como una
instancia que apunte a tomar la crisis argentina con una noción de
integralidad y al territorio como el espacio donde debe centrarse el trabajo
militante para construir instancias de poder popular.
Elecciones 2003:
Que hacer
Quien tiene asco por la política
es gobernado por quien no lo tiene.
Es esto lo que los malos políticos, los corruptos
y los demagogos quieren de nosotros:
repugnancia a la política.
Frei Betto. Teólogo de la liberación.
Para decidir la actitud que deben tomar las fuerzas partidarias de una transformación
social hacia el fenómeno electoral, es necesario partir de consideraciones
históricas, teóricas y de un análisis político
lo más certero posible del nivel de conciencia y de actividad de las
masas populares. Esto último es la piedra de toque de la cuestión
electoral.
Desde el punto de vista histórico, diremos que nunca las elecciones-
y particularmente, las que se producen bajo las formas mas ampliadas de la
democracia de masas- fueron una dádiva graciosamente arrojada por la
burguesía hacia los pueblos. Desde la Constitución Jacobina
de 1794- primer ejemplo de sufragio universal que por cierto excluía
a las mujeres- hasta la elección del general Perón en 1973,
pasando por la conquista del voto femenino en todo el mundo y el derecho electoral
de las mayorías negras en Sudáfrica; en toda época y
lugar, los sistemas electorales fueron respuesta del poder a la combatividad
de las masas y concesiones realizadas por las clases dominantes, cuando no
tenían otra opción. Por lo tanto, existen contenidos democráticos
en todo llamado electoral, aún en los más fraudulentos. La clave
reside en mostrarlos y que resulten evidentes. Así como en denunciar
de modo práctico sus aspectos restringidos.
Desde el punto de vista teórico, diremos que la posición de
la mayoría de los clásicos del pensamiento revolucionario consiste
en que es obligatorio participar en las elecciones, mientras la conciencia
y la actividad de las masas no supere por vía de los hechos
la democracia formal y sus mecanismos eleccionarios. Esta es la posición
de Lenín, tal como se la puede consultar en El izquierdismo, enfermedad
infantil del comunismo, libro escrito cuando ya los bolcheviques se hallaban
en el poder. Pero jamás desde el llano adujo el carácter limitado
de los llamados a elecciones como fundamento de una táctica abstencionista.
Y eran las elecciones a un Parlamento (Duma) ciertamente restringido, como
que eran convocadas por la autocracia zarista; al lado de la cual, el aparataje
punteril de la provincia de Buenos Aires luce como modelo de juricidad y de
democratismo extremo, puntilloso y hasta elegante.
Karl Marx denunció implacablemente las condiciones de exclusión
en que se desenvolvían los procesos electorales. Pero jamás
planteó que estas pudieran ser pretexto para no participar. De hecho,
en la polémica con los anarquistas desarrollada durante la vigencia
de la primera internacional (1864-1872), impulsó, como en todas las
restantes ocasiones en que pudo hacerlo, la citada intervención política
de los trabajadores en los comicios. Y en su época no se había
logrado en ningún país capitalista el derecho a sufragar
para todos los habitantes. Por cierto que tal derecho fue un resultado de
las luchas de los pueblos, más que una concesión brindada por
la burguesía. La negativa de los poderosos a permitir la expresión
popular por medio del sufragio atraviesa la historia contemporánea:
desde la primer constitución de la revolución francesa a la
proscripción por casi dos décadas del peronismo en nuestro país,
pasando por la negativa a conceder el voto a las mayorías negras en
Sudäfrica o las minorías del mismo color en E.E.U.; siempre el
voto fue una conquista de los distintos pueblos y sus combates.
Sólo los pensadores anarquistas se han negado sistemáticamente
y por principios a la participación electoral. Pero muy bien se sabe
que la tradición ácrata puede ser tomada como modelo de moral
revolucionaria, pero nunca de táctica política.
No es un secreto para nadie el carácter tramposo, restringido y amañado
de las elecciones previstas para marzo de 2003, como por otra parte, ocurre
con toda convocatoria a sufragar en el sistema capitalista. Pero este reconocimiento
no puede guiar una táctica de tipo abstencionista, puesto que esto
sería equivalente a diseñar la orientación política
desde algunas necesidades subjetivas- las de algunos destacamentos politizados
y de vanguardia de los sectores populares- y no desde las del conjunto del
movimiento. En este error, nos parece, caen compañeros de organizaciones
hermanas como la Corriente Clasista y Combativa y Autodeterminación
y Libertad. Particularmente, estos últimos aparecieron a la faz pública
capitalizando el descrédito de la dirigencia política en el
marco de la severísima crisis del país. En este sentido, en
las elecciones del 2001, favorecieron una canalización dentro de la
actividad institucional y política a sectores muy diferenciados. Por
un lado, fracciones conscientes, combativas pero minoritarias, que estaban
dispuestas a librar luchas incesantes contra este modelo. Pero por el otro,
se expresaron a través del voto por A.L sectores escépticos
de todo tipo y aún de derecha. Era frecuente en los recuentos de sufragios
una extraña combinación: Zamora-Beliz.
A nuestro juicio, el dato que debe inclinar decisivamente el análisis
frente al proceso electoral es que la gran mayoría de las masas no
tiene hábitos autogestionarios, más bien le critica a la democracia
burguesa y a sus representantes que no resuelvan sus problemas y carencias.
Pero muy lejos se hallan de haber superado- en su conciencia y en sus prácticas-
el horizonte del parlamentarismo burgués. Por lo tanto, una salida
abstencionista sólo ayuda a reafirmar- más allá
de las loables intenciones de quienes hayan formulado esta táctica-
las condiciones descriptas, y, de ningún modo, favorece el avance
en organización y conciencia, ya que no se diferencia del discurso
que adjudica a la política todos los males y deja a vastos sectores
presa del escepticismo. Por otra parte, estas posiciones abstencionistas
no dan cuenta del giro a la izquierda de los electorados latinoamericanos,
como demuestran las elecciones en Brasil, Bolivia y Ecuador y las inminentes
en Uruguay.
De modo que aseveramos el carácter necesario de la participación
en el proceso electoral. Para denunciar sus aspectos limitados, tramposos
y fraudulentos y para reafirmar la necesidad de construir una alternativa
política que defienda los intereses de los sectores populares en el
juego de las instituciones democráticas. A su vez, estas fuerzas deben
enfatizar que la llegada al gobierno no es su objetivo exclusivo,
para diferenciarse adecuadamente de los partidos tradicionales y de fuerzas
aventureras que nunca escasean.
Algunas diferencias con el documento
Apuntes sobre nuestra estrategia
Por cierto que el referido texto es sin dudas un gran aporte. Pero desde el
punto de vista histórico, puede citarse una verdadera paradoja. Entre
1945 y 1976, en tiempos que el movimiento obrero contaba con verdadera fuerza
social y aún institucional, sus direcciones políticas y sindicales
lo dejaban en posición subordinada frente a los sectores dominantes.
En nuestra época, en que podemos interpelar a la sociedad con un documento
de tanta riqueza teórica y política, carecemos los trabajadores
de organicidad y verdadera fortaleza para impulsarlo y llevar esta propuesta
a todos los niveles, particularmente, entre el conjunto de los sectores subalternos.
De todos modos, este reconocimiento a los aportes del documento no debe silenciar
algunas diferencias que comenzamos a exponer.
En primer lugar, las tres posibilidades de resolución de la crisis
de hegemonía. Dice Apuntes... en la página 10:
... las tres posibles salidas son:
La posible reconstrucción de cierta hegemonía del bloque de
poder para reinstalar una gobernabilidad con algún consenso social,
sin que ello descarte formas de represión y terror.
El mantenimiento del orden vigente, sin ningún consenso y, por supuesto,
con más autoritarismo y terror.
La afirmación de una nueva coalición política y social
que instale una alternativa económica, política, social y cultural,
capaz de alterar las presentes relaciones de producción.
A nuestro modo de ver, las alternativas 2 y 3 son imposibles e inviables,
bien que por motivos muy distintos, como se verá a continuación.
La solución 3, la salida que sería absolutamente deseable, se
halla totalmente alejada de sus posibilidades inmediatas de concreción,
por causa de la ya citada inmadurez e insuficiencia de la sociedad civil.
Construir esta nueva alternativa es el eje de un proceso de acumulación
a mediano y largo plazo; pero, en los tiempos que corren, lo vemos como inaccesible.
Salvo que la agudeza de la crisis provoque una aceleración más
que vertiginosa en los procesos de maduración de la conciencia, este
escenario no lo vemos en términos inmediatos y factibles.
La segunda posibilidad es inviable teórica, y, por lo tanto, prácticamente.
No existe, no ha existido, ni existirá ningún régimen
político relativamente durable, en una sociedad capitalista, que pueda
sustentarse exclusivamente en el autoritarismo, el terror y la represión.
Aún los gobiernos más despóticos hacen sentir su virulencia
sobre ciertas franjas de la población merced al acuerdo de otros estratos
sociales. Simplemente queremos recordar que cuando las fuerzas armadas- durante
el salvaje genocidio practicado contra nuestro pueblo en especial entre 1976-1983-
realizaban sus criminales acciones, recibían el implícito apoyo
de parte de la población expresado, entre otras maneras, por la célebre
frase por algo será, ampliamente justificadora
de la represión. O adhiriendo a tópicos propios del autoritarismo
militar, del tipo de la campaña antiargentina, en especial,
durante el mundial de fútbol de 1978.
A nuestro modo de ver, existen sólo dos alternativas inmediatas. La
tercera, que es la más deseable, no es previsible a corto plazo. Las
posibilidades que vemos como factibles son:
La primera en los mismos términos que la define el documento. Es decir,
la legitimación de las relaciones de dominación, prácticamente
del mismo modo en que se han vivido en los últimos años, que
se perpetúan, precisamente en función de haber logrado recrear
un cierto consenso. Esto implicará algún uso de la represión.
Una salida autoritaria- tal como determinados sectores pensaban durante el
último verano- presupone necesariamente la creación de una base
social de sustentación. Y
Una situación de inestabilidad económica y social, crecientes
luchas populares y aumento de las dificultades para gobernar de la coalición
dominante. En este contexto, los sectores subalternos logran que sus demandas
sean retomadas- aunque sea de modo parcial, deformado y fragmentario- por
los gobernantes en crisis. Tal etapa, de concretarse, sería un momento
de transición entre la situación actual y el momento en que
al fin pueda lograrse la creación de un nuevo bloque de poder gestado
desde abajo.
Otro punto en el que deseamos dejar expresada nuestra diferencia es la afirmación
de la página 22 del documento de la Central. ... el año
2001 representa, desde la experiencia política de los sectores populares,
el final de la Argentina de la dictadura. Nos parece que las acciones
de masas ocurridas ese año parecieron abrir un nuevo ciclo social y
político en la Argentina y cerrar otro: el caracterizado por la derrota
popular comenzada en 1976 y el profundo retroceso de la sociedad civil. Pero
esto sólo fue un espejismo. Las movilizaciones fueron importantes,
pero insuficientes y no lograron establecer variaciones de fondo en la correlación
de fuerzas entre las clases sociales y su acceso al ingreso. Sin establecer
cambios substantivos entre los sectores dominantes y las clases subalternas,
nos parece que no puede afirmarse definitivamente que ha llegado el
final de la Argentina de la dictadura. Por mas que el referido texto
cite- con acierto- la existencia de movilizaciones y organizaciones autónomas,
el criterio determinante, en nuestra opinión, es el inocultable predominio
que cuenta el discurso dominante en vastos sectores populares. Insistimos,
sin alterar las relaciones de fuerza entre las clases sociales y sin modificar
la fuerte hegemonía de tópicos propios del citado discurso dominante,
no puede afirmarse que se ha dejado atrás la Argentina de la dictadura.
Finalmente, una mención al diagnóstico que se hace en el
documento de las dificultades del movimiento social. Líneas arriba,
caracterizábamos de neotrotzkismo la afirmación que el principal
problema de los sectores subalternos es la ausencia de una dirección
consciente. En primer lugar, fundamentaremos la calificación
de neotrotzkista que hemos adjudicado a esta idea, para luego rebatirla. León
Trotski dice en el Programa de transición, texto elaborado en 1938,
que la crisis de la humanidad se reduce a la crisis histórica
de la dirección revolucionaria, juicio más que reduccionista
y simplificador, justificable y comprensible tal vez en las difíciles
circunstancias de la época (auge del fascismo, inminencia de la segunda
guerra mundial, durísimas derrotas de los movimientos populares), pero
insostenible en la actualidad. Los problemas de la humanidad, nos parece,
son infinitamente más complejos que la crisis histórica
de la dirección revolucionaria. Pongamos un ejemplo, la existencia
de una dirección consciente en estos tiempos ¿Cómo resuelve
algunos dilemas que se le presentan a toda la sociedad? ¿Cuidamos el medio
ambiente o mantenemos las fuentes de ocupación masivas, aunque depredadoras
de la naturaleza? Esta pregunta da cuenta de los inmensos problemas que tenemos
por delante. Los partidos trotzkistas han atravesado más de medio siglo
de historia con los citados fundamentos teóricos y otros de similar
entidad. Su histórica orfandad y raquitismo políticos, nos parece,
tienen directa relación con sus ideas constitutivas, que les impiden
balancear la conciencia de las masas y basar su línea política
en la realidad. Por tal motivo, los documentos de estos partidos son tan ricos
en excentricidades y análisis de variada índole rayanos en el
impresionismo y el surrealismo.
En nuestra opinión, el problema principal no pasa por la ausencia de
una dirección consciente. Más conciencia que la desplegada por
distintos dirigentes de nuestra central- organizando a los sectores más
sumergidos, denunciando al poder económico, impulsando la necesaria
redistribución del ingreso, intentando articular a los diversos sujetos
agredidos por el neoliberalismo, participando en el fallido frente por la
caducidad de los mandatos, entre otras iniciativas- es difícil encontrar.
El problema que estas direcciones (conscientes) hallan muy escaso eco a sus
iniciativas en el seno de la sociedad civil. La clave se encuentra en que
todo proceso de revolución social requiere una profunda revolución
cultural que transforme las conciencias, reduciendo progresivamente, hasta
eliminar por completo, la influencia del discurso dominante.
Por lo demás, tenemos acuerdos de fondo con gran parte del documento.
Particularmente con el apartado que bajo el título Distribución,
soberanía y democracia enuncia distintos puntos para un programa.
En este punto, sólo queremos proponer que la Central impulse una ley
de ciudadanía alimentaria que tenga tres ejes principales. Estos son:
La obligatoriedad para los exportadores de alimentos, consistente en que un
30% de sus ventas externas sea obligatoriamente canalizado internamente para
eliminar el hambre.
Sostenimiento obligatorio, por parte del estado, de toda instancia nacida
de la sociedad civil (comedores vecinales y populares, O.N.Gs, cooperativas,
huertas comunitarias, entre otros) encaminada a disminuir o eliminar la desnutrición.
Para ello,
Creación de un Fondo Nacional, bajo control de las organizaciones sociales
y populares, formado con impuestos a las grandes fortunas, a las petroleras
y a los grandes beneficiarios del modelo en general.
- Conclusiones con el
racionalismo de la voluntad
sólo merece vida y libertad
quien ha de conquistarlas día a día.
W. Goethe. Poeta alemán.
A riego de caer en la reiteración, sintetizaremos lo más importante
de nuestro análisis acerca de la actual coyuntura de nuestro país.
En la Argentina, se verifican las mismas condiciones generales- con más
algunas muy específicas- que se observan en otras partes del mundo,
desde el punto de vista social más general.
El proceso de movilizaciones abierto el 19 de diciembre de 2001 ha dado lugar
a un inocultable reflujo. Sólo desde el reconocimiento de la realidad,
puede formularse una táctica correcta.
Para dejar atrás más de un cuarto de siglo de derrotas y retrocesos,
la transformación que necesita la sociedad argentina es un proceso
de liberación nacional o revolución burguesa, en los términos
que hemos definido, es decir, generalización del trabajo asalariado
y (re)creación de un estado nacional soberano.
El principal problema.- no el único- de nuestra sociedad es la debilidad
estructural de la sociedad civil. Para revertir esta situación es necesaria
una revolución cultural, que comience previamente y continúe
desarrollándose a la par de las transformaciones que hemos definido
en la conclusión anterior
Las diversas transformaciones que sufrió la sociedad argentina- así
como el propio capitalismo mundial- ponen en cuestión la idea tradicional
del sujeto revolucionario que diversas corrientes le asignan aún hoy
a la clase obrera.
En el marco de la severísima crisis que padecemos, la participación
en la coyuntura electoral es una instancia más- ni única ni
excluyente pero absolutamente necesaria- en el proceso de construcción
del movimiento político y social.