Opiniones
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23 de agosto del 2003
«Creo, sin ninguna exageración, que el país donde la práctica de la democracia como gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo es mayor, es Cuba» Entrevista con el sociólogo mexicano Pablo González Casanova
La responsabilidad de los intelectuales
Verónica Gago y Diego Sztulwark
La Jiribilla
Berlín. El sociólogo mexicano Pablo González Casanova tiene un tema que lo obsesiona por estos días: la responsabilidad de los intelectuales frente a la situación que atraviesa Cuba. Aprovechó su visita a Alemania, invitado a un congreso de la clásica revista Das Argument, para poner el debate en cada una de sus intervenciones. El episodio tiene su origen en la polémica que se desató tras los fusilamientos en la Isla y luego de lo cual se sucedieron una saga de artículos y diatribas en las que González Casanova jugó un papel decisivo. La cuestión es ahora relanzada al debate por el último documento del subcomandante Marcos que, por primera vez, habla de Cuba públicamente. González Casanova, ex rector de la UNAM y acompañante privilegiado de la caravana zapatista al DF, relata aquí su perspectiva de la posición de José Saramago y por qué se decidió a contestarle y armar un manifiesto de intelectuales de todo el mundo que él mismo le entregó a Fidel. A pocos meses de que se cumplan diez años del levantamiento zapatista, González Casanova también hace aquí su análisis histórico del período y los dilemas actuales de la izquierda.
«El texto de Saramago titulado Con Cuba hasta aquí me contrarió mucho, porque cuando un enemigo ataca, estás esperando el ataque, pero cuando alguien que no solo no es un enemigo, sino un hombre al que admiras por su obra y por su vida, hace un ataque tan irresponsable y se compara a sí mismo con todo un país, hace una declaración indigna. Esto provoca una mayor indignación porque te sientes mal hasta contigo mismo. Entonces, mi reacción fue escribir ese artículo que circuló por todas partes y que titulé Con Saramago hasta aquí, con Cuba hasta siempre. En el diario La Jornada le dieron un espacio especial en la primera página y a raíz de eso varios amigos pensaron que era conveniente que hiciéramos un manifiesto que incluyera un número mayor de firmas de quienes defendemos a Cuba y la soberanía del pueblo cubano, de quienes luchamos contra la intervención de los países imperialistas en los países de la periferia. La última vez que tuve una información sobre la cantidad de gente que lo había firmado me dijeron que ya eran más de dos mil intelectuales».
¿En ese manifiesto se plantea una discusión sobre la condición intelectual misma a partir de la situación concreta de Cuba?
Sí, y creo que fue importante porque siento que en este momento hay un problema para muchos intelectuales de izquierda progresistas. Es un problema un poco metafísico, en el sentido de herencia de una cultura en la que tú exiges que haya un juicio siempre equilibrado frente a cualquiera que hace algo y mucha gente saca su juicio olvidándose de las luchas concretas que se están dando y del sentido que tiene juzgar a una persona, a un partido y en este caso a un gobierno entero junto a su pueblo. Es decir, quitan de su juicio el hecho de que Estados Unidos pretende encabezar una nueva hegemonía y que en Cuba son muy pocos los que se oponen al gobierno, pero una parte importante de esos pocos reciben apoyos de todo tipo para desestabilizar a la Revolución cubana. Olvidarse de esos problemas, hablar en contra de la pena de muerte, pues, parece como razonable e incluso nos coloca a quienes estamos contra la pena de muerte en una situación un poco difícil porque ¿si estamos en contra de la pena de muerte por qué apoyamos a Cuba? Y ahí tienes otro problema y es cómo pasas a estar en contra de algo que hace un gobierno a estar contra ese gobierno y en el caso de Saramago de decir «hasta aquí con Cuba». Creo que es un disparate y se debe haber arrepentido. Es un problema que exige una definición por parte de las nuevas izquierdas.
¿En qué sentido?
Hay muchos intelectuales que han sufrido una etapa en la que el dogmatismo y la disciplina del partido obligaban a mucha gente a decir o a suscribir textos con los que no estaban totalmente de acuerdo y ahora parte de esa izquierda dice «yo soy libre, tan libre que lo mismo critico a los Estados Unidos que a Cuba». El problema es realmente muy complicado y ha hecho que un número importante de intelectuales hayan dejado de apoyar a Cuba y, sobre todo, que hayan dejado de ver qué está pasando en ese país. Es muy desagradable porque creo, sin ninguna exageración, que el país donde la práctica de la democracia como gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo es mayor es Cuba. Hay proyectos como el más reciente de la universidad-país por el cual cada municipio va a tener su sede universitaria y el conjunto de ellas va a tratar de unir la cultura superior con la cultura popular. Y este tipo de cosas hace que Cuba sea un país en que los intelectuales deberían pensar más. Yo no pido que lo apoyen: creo que si piensan lo van a apoyar.
Desde enero de 1994, el zapatismo generó una gran expectativa en todo el continente a partir de su pensamiento crítico sobre la revolución y la potencialidad de los movimientos sociales. ¿Cuál es la situación actual del zapatismo a poco de cumplirse diez años del levantamiento y cuál es su análisis de todo este período?
Tengo una simpatía muy grande por el movimiento y me siento muy identificado con los aportes que el zapatismo ha hecho a la historia mundial, no solo a la de México y a los países con pueblos que desde la época colonial se encuentran en una situación de dependencia y discriminación muy grande. Creo que su aporte es fundamental para plantear una nueva alternativa. Las aportaciones que hace el zapatismo han sido reconocidas en todos lados: en Seattle, Génova y Porto Alegre no hay quien no diga que todo esto empezó en Chiapas. Tengo que poner especial cuidado en ver si lo que digo corresponde a lo que está ocurriendo porque no es fácil ni tener la información necesaria ni hacer una síntesis sobre las tendencias, pero con estas precauciones, diría que el inicio del proyecto, entre los muchos aportes que hace, vincula la cultura de los jóvenes que habían estado en el proyecto revolucionario, insurreccional, de los años 60 y 70 con la cultura que lleva mas de 500 años de la resistencia de los pueblos indios. Y creo que ahí se puede ver la riqueza del pensamiento que surge porque se encuentran una cultura riquísima por la que los pueblos indios han podido sobrevivir con su propia autonomía, no reconocida por el derecho, y un proyecto de cambio revolucionario tal como se pensaba en los 70. Y estas culturas se asocian cuando una serie de jóvenes se van a la montaña pensando en términos de dirigir un proyecto revolucionario y ven que lejos de que acepten la dirección de ellos esos pueblos y sus propios dirigentes, les piden que se integren y que se sumen a la lucha que ya están librando.
Entonces, ahí hay un gesto muy importante y es el no constituirse como vanguardia del movimiento y ese fenómeno también se enriquece con la idea de que no hay un jefe personal. El líder más destacado es el subcomandante mientras los demás son todos comandantes, y es un hecho. Marcos solo es comandante en el momento que los demás deciden concentrar la fuerza para razones de defensa o de lucha política. Ahí empieza una rica articulación de las culturas de los pueblos indios con la cultura moderna y con la cultura posmoderna. Aparece al mismo tiempo la defensa de los derechos particulares de las comunidades y de derechos universales. Se enriquece así el concepto de lo particular y de lo universal. Luego, viene toda una etapa en la que se va desarrollando un proyecto que culmina en los primeros días del 94, con el levantamiento zapatista, la toma de varias ciudades y la propuesta de paz y diálogo que aceptan los zapatistas y el propio gobierno y se inicia un proceso de diálogo en el que las fuerzas gubernamentales intentan hacer lo que ellos entienden por diálogo: convencerte de hacer lo que ellos querían antes del diálogo. Ellos quieren tomar sus medidas, pero con el consentimiento de ese supuesto diálogo. Es muy interesante porque esto está pasando en el mundo entero. De una manera muy compleja, se logra el acuerdo de San Andrés y ese acuerdo va a ser la base de una movilización política ya no solo de los zapatistas, sino de la inmensa mayoría de los pueblos indios que empiezan a adherirse y que adquiere legitimidad gracias a su apoyo y al de los campesinos mestizos, las poblaciones urbanas, los trabajadores y los estudiantes y se convierte en un movimiento nacional de una magnitud sin precedentes en los últimos años. Se organiza luego la caravana en lo que he sido invitado a estar junto a la delegación zapatista, y por desgracia no había ningún fotógrafo cuando estuve ahí. El éxito de esa movilización nacional fue notorio aunque poco después el senado aprobó por unanimidad un proyecto de ley en el que se les niegan todos los derechos a todos los indios, incluidos aquellos que venían de la época colonial y otros obtenidos en el marco de Naciones Unidas.
La respuesta que ellos eligieron dar fue la del silencio, se suspendieron durante mucho tiempo los comunicados del EZLN y en este momento yo diría que las aportaciones de tipo general que hizo el movimiento zapatista en el mundo aparecen y se llevan a cabo en el movimiento interno, sobre todo en el movimiento de los habitantes de las poblaciones urbanas marginados, los campesinos, muchos otros pueblos indios, trabajadores industriales, estudiantes. Empieza a aparecer una nueva cultura, creo que la misma que ha surgido en la Argentina: una nueva forma de pensar los problemas en los movimientos.
¿Cómo caracterizaría esa nueva forma?
Es una discusión en la que ya no se invocan textos de tales o cuales autores para confirmar la verdad de lo que uno dice: se reclama la autonomía de las personas y de las organizaciones; no se lucha por el poder político en lo inmediato y se plantea de una manera que me parece bastante innovadora soluciones al enfrentamiento que hay en todo el mundo entre los movimientos sociales y los partidos políticos. En México, por ejemplo, las fuerzas de izquierda han pasado de una posición dogmática a una pragmática y su manera de enfrentar los problemas es hablar de una manera políticamente correcta y de apoyar medidas del FMI con argumentos de izquierda. Algo parecido a lo de Felipe González en Europa. Hay una desarticulación muy fuerte de los movimientos sociales respecto a los partidos y con algunos sindicatos, aunque no con todos. El Sindicato Mexicano de Electricistas es uno de los ejemplos de vinculación con los movimientos.
¿Y cuáles considera que son los dilemas actuales de los movimientos sociales?
Los problemas que creo que faltan trabajar son, por ejemplo, qué es lo que entendemos por autonomía, lo que ha llevado a pensar de manera incorrecta que no queremos el poder. No queremos un cierto tipo de poder ni luchar de cierta manera por el poder político inmediato. Pero se está planteando una nueva alternativa de poder desde abajo y la autonomía se está ejerciendo ahorita mismo, en medio de dificultades muy grandes, en las zonas zapatistas. También se plantea el problema de si se participa o no en las elecciones y ahí muchos de nosotros pensamos que sí es necesario al mismo tiempo participar en las elecciones porque el abstencionismo es la forma que está encontrando la derecha para quitarle toda participación en el sistema político al movimiento social. Pero ahí hay dificultades: no hay tanto acuerdo. Yo pienso que se debe combinar la autonomía respecto a los partidos con el apoyo a aquel candidato que se comprometa con un programa mínimo.