Consejos y control obreros: desafío anticapitalista
Ángel Cristóbal Colmenares
A finales de la Primera Guerra Mundial y en medio de un generalizado ascenso de luchas revolucionarias, tiene lugar en Europa un vivo debate acerca de los Consejos Obreros como forma de organización que va más allá de las fronteras (marcadas por el sindicalismo) de un dominio aceptado, de una clase obrera que solo reclamaba un precio más elevado por su fuerza de trabajo sin poner en discusión la dominación misma. Esa era la diferencia de fondo y parte de sus antecedentes los podemos encontrar en las enseñanzas de la Comuna de Paris y en las intensas luchas de la Europa de 1848, línea divisoria entre socialdemocracia y revolución que hoy podemos reconstruir estudiando algunos documentos de esa época, entre ellos la "Crítica al Programa de Gotha" y el "Manifiesto Comunista". Tema principal era la percepción de una sociedad con dos polos fundamentales, la burguesía y el proletariado, en la cual el segundo era identificado como sujeto histórico en la edificación de una forma distinta de organización social por ser la única creadora de bienes, a los cuales sin embargo no tiene acceso toda vez que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como con un objeto extraño, a cuyo respecto se generó también un interesantísimo debate filosófico y desarrollo de conceptos tales como "alienación" y "cosificación". Los extremos prácticos del discurso eran:
a. una lucha por mejoras de diversa índole sin objetar el poder, es decir, sin vínculos con un modo diferente de producir/distribuir, y b. combatir por una sociedad diferente sin relacionar ese fin con las condiciones de vida cotidianas del proletariado.
Es necesario hurgar en la historia para entender el origen de esos dos polos sociales, por ejemplo, ¿por qué unas personas deben comerciar con su vida para subsistir vendiendo su fuerza de trabajo a otros?, ¿quién organizó así, tan injustamente, a la sociedad? Hay la explicación de una "acumulación originaria" (Marx, "El Capital"), llamada "acumulación previa" por Adam Smith ("La Riqueza de las Naciones"), y al respecto el primero de los nombrados explica: "En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres se ven despojados repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado como propietarios libres, y privados de todo medio de vida". En ese proceso tuvieron papel preponderante la violencia, el arrebato y la expropiación, primero de tierras, luego de medios de trabajo mediante acción directa del Estado, así que el régimen de la propiedad privada nace despojando al productor directo y destruyendo la propiedad privada basada en el trabajo, es decir, garantizando el monopolio de los medios de producción a una clase social específica.
Desde finales del siglo XV hasta finales del XVIII se desarrolla una etapa de terror que obliga a la gente al abandono de sus campos de labranza y vivienda a fin de lanzarla al desvalimiento para luego ser castigada bajo acusación de vagabundaje con cargos como "delincuentes voluntarios" y tal situación es reforzada mediante bandos y leyes que en Inglaterra, por ejemplo, comenzaron con Enrique VIII en 1530. Los castigos eran atroces e infamantes, como marcar a fuego la letra "S" de esclavo ("slave" en inglés) en la frente o en el pecho, azotes "hasta que la sangre mane de su cuerpo", derecho de quitarle los hijos al vagabundo y retenerlos bajo custodia como aprendices, los varones hasta los veinticuatro años y las mujeres hasta los veinte pudiendo mantenerles encadenados y sujetos con anillos de hierro por brazos, pies o cuello. Diferentes formas asume la lucha contra el despotismo político-económico sobre el cual comienza a cimentarse el dominio pero debe tomarse en cuenta que los trabajadores no se hallaban concentrados en sitios únicos, vale decir talleres colectivos y fábricas sino que laboraban en sitios dispersos, en aldeas y viviendas rurales.
No existe identidad colectiva y el combate se apronta primero en forma individual y progresivamente por pequeños grupos. Por otra parte, el trabajo manual era dominante y al comenzar a ser introducido el uso de herramientas y artefactos que potenciaban la producción ello fue visto como elemento que desmejoraba condiciones de vida pues desplazaba mano de obra y provocaba reducciones salariales. Se hicieron comunes entonces las destrucciones de instrumentos y medios de producción, lo que se conoce como "luddismo" por referencia a un luchador británico llamado Ned Ludd, aun cuando ese método de combate era muy anterior, por ejemplo la serie de motines de "labourers" ingleses de 1778. Los obreros comienzan a construir organizaciones como la London Corresponding Society y las llamadas Sociedades Fraternales en Inglaterra; las Asociaciones de Oficiales del Oficio ("compagnonnages"), los comités de la Comuna de Paris y la Sociedad de Amigos del Pueblo en Francia. Los Códigos Penales franceses de 1804 y 1810 dan continuidad a la tradición represiva que considera a las coaliciones obreras como delito punible por el Estado. El sindicato aparece como instancia en las postrimerías de 1800 y se hace fuerte en las primeras décadas de 1900, pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial, en escenario que permitía prever acciones políticas de gran envergadura por parte de la clase obrera en la llamada lucha por el poder.
La organización sindical es duramente cuestionada no ya por los patronos y su Estado sino por sectores avanzados de la clase obrera, y es puesta en duda su capacidad de ser "escuela de revolucionarios" como en principio fue definida, pues ha devenido en aparato de control capitalista sobre los trabajadores limitando sus acciones, introduciendo valores contrarios a la clase obrera en el conciente colectivo y garantizando la hegemonía (el gramsciano consenso acorazado de coerción) del capitalismo. El capital y su Estado hacen de esa organización un medio más de dominio, como se observa con los contratos colectivos, mediante los cuales los empresarios planifican costos a mediano y largo plazo, determinando así las erogaciones que les permitirán expropiar el trabajo ajeno y calcular los gastos de la reproducción de la fuerza humana explotada, igual que prefijan los índices de la depreciación de máquinas y equipos de sus fábricas para su eventual reposición.
Resulta que los precios del trabajo son mucho más constantes que los de los víveres, casi siempre en proporción inversa y bajo tales parámetros el proletariado jamás traspasará en cuanto a calidad de vida los límites impuestos por los dueños de medios de producción, de los frutos del trabajo obrero y del mercado en el cual éste es comerciado, como resume Antonio Gramsci: "… El sindicato organiza a los obreros no como productores sino como asalariados, es decir, como criaturas del régimen capitalista de propiedad privada, como vendedores de una mercancía llamada trabajo". Experiencia documentada del proceso definitorio de la clase obrera lo constituye la organización del soviet de Petersburgo en 1905, cuya necesidad objetiva era fundada en:
1. tener una organización que gozara de autoridad indiscutible, que uniera a todos los sectores expropiados desprovistos de enlace; 2. convertirse en punto de confluencia de todas las corrientes revolucionarias existentes en el seno del proletariado, y 3. ser capaz de iniciativa político-militar, de autocontrol efectivo y de capacidad de respuesta inmediata. Ningún partido podía realizar esas tareas por sí solo ya que sus nexos con el colectivo social no capitalista eran débiles pues operaban propagandísticamente y desde la clandestinidad. El único vínculo orgánico entre masas proletarias no organizadas es el proceso de producción. Y era obvio que no se trataba de un problema de técnica organizacional sino de una definición de la naturaleza de clase de la organización. El soviet (traducción rusa del término consejo) se convirtió así, hasta su desmantelamiento por la regresión estatal, en motor de cambios efectivos pues constituyó unidad de discusión, legislación y ejecución de las clases obrera y campesina doquiera se hallaren elementos individuales de ellas, por lo cual existieron soviets de obreros, campesinos y soldados. Objetivo consejista era conquistar la autonomía de la clase obrera desde la fábrica misma, donde el productor se ve constreñido por el propietario, donde la ley es la palabra del patrono, donde toda la complejidad del mundo se reduce a una realidad cotidiana: la masa de trabajadores crea riqueza y un reducido núcleo social se apodera de ella. El trabajador como individuo no tiene visión de conjunto de los problemas técnicos, económicos, políticos ni sociales en una situación que es mantenida y profundizada por la burocracia, la cual nace y se alimenta de la ausencia de conocimiento, competencia, iniciativa y actividad socio-cultural por parte de los trabajadores, sometidos a rutinas embrutecedoras impuestas por la división social del trabajo. Rosa Luxemburgo
("¿Qué quiere la Liga Espartaco?") resumía: "… Debemos actuar en la base; esto es lo que corresponde al carácter de masa de nuestra revolución, cuyos objetivos apuntan hacia los fundamentos, hacia las raíces mismas de la constitución social, lo cual corresponde al carácter de la revolución proletaria actual. Debemos conquistar el poder político no por lo alto sino por lo bajo (…) Es en la base donde cada patrono hace frente a sus esclavos asalariados. Es en la base donde los órganos ejecutivos de la dominación política de clase hacen frente a los objetos de ésta dominación. Es en la base donde nosotros debemos arrancar a los gobernantes, pedazo por pedazo, los instrumentos de su poder para tomarlos en nuestras manos". Ningún concepto explica mejor a ese "arrancar pedazo por pedazo" que el de control obrero de la producción, cuyo desarrollo práctico significa oponer un poder dual a la burguesía como clase, al capitalismo en tanto régimen socio-económico, al Estado en cuanto resumen del dominio clasista. Y comienza cuando la clase obrera deja de ser, por propia decisión, elemento de la economía para convertirse en partícipe de ella; abandona el papel pasivo de ser un engranaje de la maquinaria y asume la dirección conciente del mecanismo industrial.
Como acertadamente señalaba Gramsci: "La política es acción permanente y da nacimiento a organizaciones permanentes en cuanto se identifica con la economía". La primera posguerra es tiempo de intentos en esa dirección, entre ellos la huelga de trabajadores metalúrgicos italianos en 1920, la insurgencia del Movimiento de los Delegados de Taller ("shop stewards") en Inglaterra, los Consejos Obreros en Alemania y, en el continente americano, los conflictos de trabajadores en Seattle y Winnipeg.
Era innegable la influencia política ejercida por la revolución bolchevique y posteriormente vendrían la gran crisis del capitalismo ("crack" de 1929) y la irrupción de la reconcentrada forma del poder de la burguesía: el fascismo. Entre 1936 y 1938 hay repunte de luchas con huelgas en Francia y la experiencia colectivizadora de Cataluña. Y es importante señalar también que ante la insurgencia que desbordaba los límites del sindicalismo ("más pan y más mantequilla" sin problematizar el dominio, criticaba Gramsci), la burguesía desarrolló planes alternativos para neutralizar la estrategia de su clase antagónica y logró -- en no pocas oportunidades-- utilizar a los comités de fábrica confiándoles responsabilidades en las empresas creando situaciones de confrontación entre los propios trabajadores que caían en la trampa de ocupar fábricas y dirigirlas bajo métodos capitalistas, con lo cual se convertían en agentes reproductores del régimen que decían combatir. El control obrero devenía, bajo tales circunstancias, en cogestión, una de las formas que el capitalismo utiliza para administrar y resolver sus crisis.
Por ello algunas reglas del Control Obrero son perfectamente claras, por ejemplo: su objetivo es una regulación planificada de la economía por los propios productores organizados en instancias que incluyan a personal administrativo y técnico; esas instancias tienen derecho de fijar límites de producción y de tomar medidas para determinar costos de esa producción; deben tener acceso a toda información relativa a las unidades productivas, especialmente los libros de contabilidad, terminando radicalmente con el "secreto" tan celosamente guardado, que no es otra cosa que manipulación de datos y cifras mediante las cuales el patrono (como clase social, no solo como individuo) falsifica la realidad y encubre tanto la explotación como sus efectos. Y es obvia la diferencia con la práctica sindical y con la variante cogestionaria (o "accionariado") ya que debidamente dirigido y aplicado el control obrero no es "institucionalizable" por el capitalismo, no acepta ser asimilado a sus estructuras y se asienta y desarrolla sobre rasgos político-organizativos verdaderamente autonómicos, que por otra parte son también garantía de verdadero progreso individual basado en mejor experiencia profesional, efectiva organización de la producción y elevación de la conciencia social de los trabajadores pues la promoción se asienta en efectiva vinculación con objetivos colectivos. Superación de lo señalado por Marx ("Manuscritos Económico-Filosóficos" de 1848): "Las únicas ruedas que la Economía Política pone en movimiento son la codicia y la guerra entre los codiciosos, la competencia." La Segunda Guerra Mundial trae la consecuencia de un nuevo mapa político, económico y militar del globo con la preeminencia de los Estados Unidos. En Europa los partidos revolucionarios habían sido diezmados por la represión fascista, especialmente en Italia, prevista por la administración Wilson como "una segunda Rusia" por su fuerte y combativo movimiento obrero, problema que parcialmente les fue resuelto por Mussolini, tanto que los líderes sindicales estadounidenses daban la bienvenida al fascismo como baluarte contra el comunismo en un periódico denominado "American Federationist", editado por el presidente de la American Federation of Labour (AFL) Samuel Gompers. Esa simpatía se mantendrá y fortalecerá luego de la guerra, cuando mediante operaciones clandestinas CIA-Mafia y el condicionamiento de aplicación del "Plan Marshall" el gobierno estadounidense garantiza la restauración en el poder de la misma clase representante y beneficiaria del fascismo, tarea en la que la AFL contribuyó para "reforzar las fuerzas de la libertad y progreso social en todo el mundo", según declaraba su entonces presidente, George Meany, citado por Noam Chomsky ("El miedo a la democracia", Grijalbo Mondadori, 1992) Tomemos en consideración los cambios que se han operado en la sociedad desde aquellos años, la desaparición de la Unión Soviética como punto de referencia y eventual apoyo, la existencia de China como "potencia comunista" con un modo de producción evidentemente capitalista, la heroica supervivencia de Cuba con una Constitución socialista en lucha cotidiana contra un feroz cerco imperialista y toda la experiencia que la burguesía, a escala mundial, acumuló para administrar sus inevitables crisis y convertirlas --por ausencia de proyectos revolucionarios alternativos-- en superación y crecimiento. Las luchas populares continúan y en muchos lugares el sindicalismo actúa con extremo apego a la legalidad capitalista, provocando rebeldía en los trabajadores, quienes presionaban por acciones defensivas del salario y el trabajo y llegan a desencadenar huelgas contra la voluntad y las instrucciones de la dirigencia. A finales de 1945, en medio de un ambiente de rebeldía, los dirigentes de la AFL dirigen una carta al presidente Harry Truman, ante quien se identifican como "jefes responsables" de movimiento obrero y critican a las "huelgas irregulares y a los ataques subversivos contra la producción esencial".
Por esos mismos años se discutía en Inglaterra el establecimiento de una plena democracia industrial y también del control obrero, sintetizado como poder para obtener información, para establecer supervisión sobre la actividad de la gerencia, para imponer un veto a las decisiones arbitrarias y obtener representación, de modo que los trabajadores puedan desempeñar tales funciones. En Bolivia hubo una importante experiencia en 1946, cuando el sindicato de mineros reivindicó el control obrero en sus Tesis de Pulacayo, según las cuales "los obreros deben controlar la dirección técnica de la empresa, los libros de contabilidad, intervenir en la designación de empleados y, sobre todo, deben interesarse por hacer públicos los beneficios que reciben los grandes mineros y los fraudes que realizan cuando se trata de pagar impuestos al Estado y de contribuir a la caja de seguridad y ahorro obrera".
¿Por qué fracasó ese intento? Una de las respuestas obligadas es que el capitalismo superó el nudo crítico quedando demostrado una vez más que las crisis económicas por sí mismas no son suficientes para determinar un cambio revolucionario. Otras respuestas deben ser buscadas por el movimiento obrero organizado en las diferentes versiones que de tales experiencias existen, muchas de ellas teñidas por los intereses e intenciones de quienes cuentan la historia. Se habla por ejemplo de políticas arribistas y grupales al interior de los consejos, lo cual causó su rápida regresión; la influencia del sindicalismo en el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que colaboró en la conversión de la corporación minera en una caja chica donde se cobraba sin trabajar; de la permanente influencia de los comandos partidistas en el funcionamiento de las minas; de una exagerada oferta de trabajo respecto a la capacidad de producción, lo cual devino en política clientelar que corroía las posibilidades abiertas por la legislación social, toda vez que la fuente financiera del beneficio era precisamente la producción minera que se derrochaba en burocracia y politiquería. Y en esa búsqueda de información y razones importa analizar un documento también emitido por los trabajadores mineros bolivianos:
las Tesis de Colquiri de 1963.
Nuevas y cercanas experiencias de control obrero las tenemos en Argentina, donde los trabajadores han ocupado fábricas y otros negocios que habían sido cerrados o abandonados por los patronos, entre ellos Cerámicas Zanon, Textileras Bruckman, Imprenta Chilavert, Frigorífico Fricader y Clínica Junín de Córdoba. Sobra decir que los "ocupas" han sido y son objeto de ataques de todo tipo, pero también es importante la movilización social que en torno a las luchas obreras se manifiesta bajo las duras condiciones de ese país, "fundido" (Duhaldedixit) por el soplete del capital internacional. Los trabajadores venezolanos tenemos la oportunidad y el deber de aprender y discutir las experiencias actuales --porque históricamente resumen el acervo de las luchas en cada país-- y las pretéritas en función de avanzar evitando repetir viejos errores. Y esto es sumamente importante pues en Venezuela se ha planteado, desde el seno de importantes sectores laborales, la necesidad de aplicar el control obrero en aquellas empresas que sean cerradas unilateralmente por los patronos con fines sediciosos, contra la Constitución y por ende contra el movimiento popular. Creemos por ejemplo que nuestra principal empresa energética debe ser colocada bajo control directo de los trabajadores sin caer en el error de convertirla en refugio de "funcionarios" partidistas o sindicales, pecado que por lo menos aquí no es atribuible al movimiento popular pues tal fue lo que hizo la burguesía emergente luego de la fraudulenta nacionalización petrolera y que perfeccionaron los autócratas pedevecos inventando cargos superfluos, asegurando los puestos de dirección y repartiendo subcontratos entre sus allegados y parientes, utilizando además las finanzas de PDVSA para organizar sus grupos políticos bajo disfraz de "organizaciones no gubernamentales", uno de cuyos mejores ejemplos lo tenemos en "Primero Giusti-CIA".
Nos encontramos ante una coyuntura decisiva que a escala planetaria se puede resumir entre globalización, es decir, desembozado imperialismo, y supervivencia del género humano. Allí vienen las grandes corporaciones, impersonales pero ubicuas, a por nuestras riquezas naturales (petróleo, gas, oro, bauxita, maderas, aguas, biodiversidad) en función de expandir y mantener su dominio. Es la vieja pero nunca reconocida lucha de clases que en estos tiempos de conexiones instantáneas, de satélites y de innovaciones electrónicas sigue generando desencuentros y miserias. De nada han servido la democracia formal (di lo que quieras pero haz lo que te ordeno), el "desarrollo" y las técnicas para erradicar a la pobreza que cada vez crece más. La expropiación de trabajo ajeno se intensifica, adopta novísimas nomenclaturas ["calidad total", "excelencia", "reingeniería de procesos", "outsourcing", "just in time") y trata de seguir enmascarando bajo sus rimbombantes términos a la realidad de cada día.
Recordemos a Antón Pannekoek ("Pannekoek et les conseils ouvriers", 1969):
"La lucha de clase revolucionaria del proletariado contra la burguesía y sus órganos es inseparable del control de los trabajadores sobre el aparato de producción y de su extensión al producto social, por lo que la forma organizativa que une a la clase en su lucha constituye, simultáneamente, la forma de organización del nuevo proceso de producción".
Los Consejos Obreros y el Control Obrero sobre la producción constituyen desafíos al dominio capitalista y la decisión o no de asumir ese reto no corresponde a organización, grupo ni a individualidad alguna, por importante o decidida que pueda ser, sino a los propios trabajadores afianzados en su conciencia y potenciados por su autonómica organización.