20 de junio del 2003
El club de los miserables
Alberto Cruz
Rebelión
El novelista Víctor Hugo le hacía decir a uno de sus personajes
de "Los miserables"que quien a los veinte años no es revolucionario
es que no tiene corazón, pero quien a los cuarenta años no es
conservador es que no tiene cabeza. Me impactó tanto esta frase cuando
la leí que, con el tiempo, se ha convertido en una de mis citas favoritas.
Gracias a ella fui comprendiendo la evolución que han sufrido los intelectuales
orgánicos, aquellos pensadores, escritores, filósofos a quienes
convertimos en iconos en nuestra juventud. Es el caso de decenas de ellos, europeos
(digamos occidentales mejor) o latinoamericanos puesto que por nuestra cultura
los árabes, asiáticos y africanos son casi desconocidos. La lista
de estos intelectuales cubriría varios folios, pero en mi mente y en
mi corazón siempre estará un sociólogo español llamado
Jesús Ibáñez, hombre discreto y comprometido hasta su muerte,
prematura, en la mitad de los años 90.
Ibáñez decía que en el "ser revolucionario" había
cuatro conductas básicas: la de quienes reproducen pragmáticamente
el sistema (que él denominaba "conversa/continuidad"); la de quienes
critican a los gestores del sistema ("perversa/reforma"); la de quienes autojustifican
su propia legitimidad frente al sistema establecido ("subversiva/revolucionaria"),
y la de quienes promueven los movimientos populares para desbordar al sistema
("reversiva/rebeldía"). Consideraba que la "subversiva/revolucionaria"
y la "reversiva/rebeldía" son las más interesantes, pero que la
primera puede aislarse por su excesivo narcisismo y que la segunda puede instalarse
permanentemente en la esquizofrenia de lo contradictorio, con tendencia a adoptar
siempre una postura pragmática que termina derivando hacia la "perversa/reforma"
sin que se cuestione el sistema en sí.
Y así, desde Víctor Hugo (aunque hubo antes otros) a Jesús
Ibáñez (aunque habrá otros después), me he ido formando
como "ser revolucionario". Dejo al criterio de quienes lean este artículo
la consideración de en cuál de las categorías de Ibáñez
se me puede incluir, pero no puedo evitar salir al paso de la polémica
que surge en las últimas semanas a raíz de las ejecuciones y detenciones
en Cuba, del debate sobre la legitimidad o no de la resistencia armada en Palestina
-una vez que se ha producido la voladura del sistema internacional amparado
por la ONU con la invasión y ocupación neocolonial de Iraq y se
ha puesto en marcha el engendro de bantustán palestino conocido como
"Hoja de Ruta"-, de la necesidad de combatir para alcanzar la justicia social
en Colombia o de la imposición de los valores occidentales como los únicos
legítimos en la esfera de los derechos humanos, gráficamente sancionados
en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU que el mes pasado terminó
su sesión correspondiente al año 2003.
Eurocentrismo y homogeneización
Voy a partir de tres premisas que me parecen escasamente cuestionables -aún
a riesgo de aparecer como prepotente- estableciendo a su vez tres conclusiones
que me parecen evidentes.
Primera premisa: Occidente no conquistó el mundo (América Latina,
Asia, África) por la superioridad de sus valores, sino por su superioridad
a la hora de imponer la violencia organizada. Mantener hoy este criterio puede
no ser novedoso, pero sí necesario a la hora de analizar lo que ha sucedido
en los últimos años. Occidente viola el Derecho Internacional
Público (véase lo sucedido con Iraq, con Palestina, con Yugoslavia),
el Derecho Humanitario Internacional (Iraq, Afganistán, Yugoslavia),
las Resoluciones de la ONU (bien sean del Consejo de Seguridad o de su Asamblea
General) y los Derechos Humanos (en todas sus acepciones) cuando le place. Primera
conclusión: mientras Occidente no cumpla con la legalidad internacional
-pese a que el debate pueda ser ahora qué tipo de legalidad es la que
hay que defender tras la voladura a que hemos asistido con la guerra contra
Iraq-, "su" legalidad -puesto que fue impuesta por él básicamente
con la colaboración ocasional de la Unión Soviética y un
pequeño grupo de países más, allá por el segundo
lustro de los años 40- no debe aceptarse su discurso de respeto a los
derechos humanos ni de la paz.
Segunda premisa: cualquier persona que se considere especialista en una determinada
rama del saber humanístico estará prisionera de sus experiencias,
de los valores dominantes de su sociedad, de las tradiciones e, incluso, de
los estereotipos de su entorno. Segunda conclusión: si, como en mi caso,
hemos nacido en Europa -no voy a hablar de educación- tenderemos a una
visión eurocéntrica, por no decir etnocéntrica, a la hora
de enfrentarnos a situaciones de otras latitudes, sistemas o religiones. El
respeto al derecho a la autodeterminación de los pueblos tiene que trascender
de la mera retórica para ser efectivo. Cuando desde Occidente se menciona
la palabra "solidaridad" con el peyorativamente denominado Tercer Mundo se hace
desde la imposición de un modelo política y culturalmente centrado
en la competición individual, en la negación de los pueblos y
de las clases sociales. La expansión avasalladora del occidentalismo
ha tenido razones más profundas que la legitimación formal del
colonialismo y del imperialismo, ha buscado imponer en la estructura psíquica
de las masas un tipo de pensamiento en el que conceptos como desarrollo, progreso
y solidaridad, entre otros, han sido interiorizados, desnaturalizados y convertidos
en aptos para consentir nuevos tipos de explotaciones.
Tercera premisa: contrariamente a lo que dicen los ideólogos de las democracias
"liberales" y se transmite con machacona propaganda desde los medios de comunicación/adoctrinamiento
de masas no hay una concepción única sobre los derechos humanos
a escala planetaria, no hay una concepción única aceptada por
todas las naciones y pueblos y tampoco por la comunidad jurídica internacional.
Y este es el propósito de la globalización: imponer sus propias
reglas como las únicas en la discusión sobre esta esfera de los
derechos humanos y ejercer el denominado "derecho de injerencia". Tercera conclusión:
se entra en la dialéctica legalidad- efectividad y se termina prescindiendo
de la primera en beneficio de la segunda, que se sustenta en la tolerancia de
terceros ante los hechos consumados, de lo cual hay sobradas muestras a lo largo
de la historia pasada y reciente (volvemos a Yugoslavia, Israel e Iraq por no
retrotraernos más allá en el tiempo).
Establecidas estas premisas parciales y sus consiguientes conclusiones, también
parciales, paso rápidamente a exponer la conclusión final: la
globalización no sólo es económica, también es ideológica.
Cualquiera que se plantee, aún en el simple ejercicio intelectual, una
contestación a la globalización tiene que tenerlo en cuenta. Y
la globalización ideológica está muy ligada a la estrecha
concepción ideológica de los derechos civiles y políticos
enarbolados por la Revolución Francesa de 1789. Así, se tienen
estos derechos como una imagen superior e inmodificable de la sociedad, sin
tener en cuenta que gran parte de la población del planeta sufre discriminación
social, política y económica. A mí esta situación
me recuerda la ocurrida en Haití en 1972siglo cuando los esclavos se
tomaron al pie de la letra el lema de los revolucionarios franceses "libertad,
igualdad, fraternidad" y pretendieron que se les aplicase también a ellos.
La revuelta de los esclavos fue considerada por los prohombres, por los insignes
ciudadanos franceses, por los demócratas que recorrían las calles
de París coreando esos lemas y que habían aprobado unos años
antes la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Ciudadanos como
una "insolente aspiración". Y el mismo trato dieron los colonialistas
británicos, franceses, belgas, alemanes, holandeses… a los pueblos africanos
y asiáticos que luchaban por su autodeterminación, por su independencia,
por su dignidad como pueblos. Quienes aprobaban en la ONU la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (1948) se la negaban sin sonrojo a los pueblos
que estaban sometidos a su dominio. Así ha sido desde entonces.
Voy a proporcionar un dato que ayuda a la comprensión del párrafo
anterior: este año 2003, en virtud del tan defendido derecho al voto
libre y secreto, Libia ha sido el país elegido para presidir la Comisión
de Derechos Humanos de la ONU. En calidad de tal, Libia se arrogó el
derecho a poner encima de la mesa un aspecto de la norma jurídica internacional
que siempre ha quedado relegado al baúl del olvido desde que se aprobó,
allá por 1968: el párrafo 13 de la Proclamación de Teherán,
adoptada por la ONU para conmemorar el XX aniversario de la Declaración
de los Derechos Humanos del año 1948 y que dice, textualmente, que
"como los derechos y las libertades fundamentales son indivisibles, la realización
de los derechos civiles y políticos sin el goce de los económicos,
sociales y culturales resulta imposible". Todo Occidente, en pleno y sin
fisuras, se apresuró a rechazar la pretensión libia indicando
que la misión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU del
año 2003 se tenía que ceñir a lo de siempre, la revisión
de los derechos políticos y civiles, sin tener en cuenta los otros. Ni
siquiera se tuvo la gallardía de hablar de la guerra de ocupación
de Iraq cuando aún se estaba produciendo, cuando los muertos, civiles
y militares iraquíes, se contaban por miles y estaban aún calientes.
Pero en esta ocasión el bloque de Occidente no estuvo compuesto sólo
por países, sino por sus "fuerzas de choque", las Organizaciones No Gubernamentales
-incorrecta denominación de lo que debería considerarse Organizaciones
Paragubernamentales- como Reporteros Sin Fronteras o Human Rights Watch, por
mencionar sólo las más beligerantes y quienes no sólo se
permitieron el lujo de criticar la elección de Libia para la presidencia
de la citada Comisión, sino que en un ejercicio de neocolonialismo zafio
y ramplón apostaron ¡por EEUU! como "garante y aval de una Comisión
útil" (palabras de Joanna Wechler, representante de HRW en la citada
Comisión). Eso es un buen ejercicio de democracia, no cabe duda alguna,
de espíritu democrático y de defensa de unos valores de justicia
social y respeto a los pueblos. Y lo hicieron, tanto RSF como HRW, en unos momentos
en los que los EEUU violaban de forma flagrante el derecho internacional y todas
y cada una de las normas jurídicas en que se ampara con la invasión
de Iraq, entre ellas la libertad de prensa - con los ataques a periodistas,
iraquíes o no-. Y lo hicieron en unos momentos en los que 1.200 personas,
en su gran mayoría árabes-estadounidenses, permanecían
detenidas por sospecha de vinculación con el terrorismo en los EEUU,
todas sin acusación formal ni juicio alguno. Y lo hicieron mientras en
Guantánamo (base ilegal que retienen en territorio cubano contra la opinión
y deseos del pueblo de Cuba) se mantenían 600 personas -entre ellas adolescentes
de 15 años- como prisioneros de guerra sin reconocimiento legal y sin
derecho alguno. Y lo hicieron mientras en los EEUU la libertad de prensa pasó
al baúl de los recuerdos al instalarse la autocensura en los medios,
cuando no se ofrecían imágenes de los muertos civiles iraquíes
y se llegó a renegar de su existencia. Y lo hicieron mientras en España
el poder cerraba un medio de comunicación, otro más, y RSF no
se encadenaba en las embajadas del Reino de España en el exterior defendiendo
la "libertad de expresión", como ha hecho en otros casos.
Por lo tanto, no aceptar esta realidad es sucumbir ante el primer propósito
de la globalización: imponer sus propias guerras como las únicas
en la discusión sobre la materia. Visto lo visto, la globalización
ya ha logrado ganar una batalla fundamental, la homogeneización de mentes
y conciencias. Parece un fenómeno nuevo, pero no es así. Ya en
los años 60 (McLuhan) se teorizó sobre la "aldea global" en comunicación
y sobre la "internacionalización necesaria del mundo" bajo el empuje
de los detergentes, de la Coca-Cola, de la CIA y de la ITT, así como
de todo el aparato de colonización económica y militar. Era la
instantánea de la penetración imperialista en todas las partes
del planeta; era la universalización del conflicto, de la violencia estructural.
Y hoy, cuarenta años después, cuando se interioriza desde sectores
pretendidamente de izquierda y se extiende como una mancha de aceite el discurso
de "viabilidad" como determinante del apoyo y desarrollo que un proyecto político
puede tener, no se atiende tanto al razonamiento como al reconocimiento. Es
decir, como la globalización es un fenómeno irreversible debemos
amoldarnos a él. Y se teoriza ese discurso reiterando que sólo
la alianza con las fuerzas de la derecha "civilizada", incluso neoliberales,
y centro izquierda es la única posible dentro de este marco globalizador
(póngase por caso Brasil) y que los caminos de la resistencia (póngase
por caso Cuba), de la insurgencia (póngase por caso Palestina y/o Colombia)
y de la movilización popular (póngase por caso Bolivia y/o Ecuador)
son inviables. Quiero centrarse sólo en tres de las situaciones reseñadas.
Cuba y el pret-a-porter ideológico
Desde el triunfo revolucionario de 1959, Cuba nunca ha dejado a nadie indiferente.
Todas y cada una de sus acciones son alabadas o vilipendiadas, haga lo que haga,
y lo justifique con el argumento que sea. Pero desde hace unos años se
ha venido instalando en la pretendida izquierda lo que Jesús Ibáñez
denominaba el "pret- a-porter ideológico", o sea, la moda de lo "políticamente
correcto": el ser políticamente relevantes en la convicción, errónea,
de que así se ejerce más influencia sobre el sistema al convertirse
en funcionales y adaptativos. En una palabra, conformistas, por mucho que nos
revistamos de un discurso de "resistencia global" o de transformadores hacia
otro mundo que, supuestamente, sería posible sin cambiar las reglas de
juego del actual. Es como cuando se critican las políticas del BM y/o
del FMI sin tener en cuenta el concepto de capitalismo, como cuando se reprocha
al BM y/o al FMI el generar miseria como si la lógica del sistema capitalista
no influyese para nada y la miseria fuera producto de errores que se pueden
corregir sin cuestionar esa lógica.
A raíz de la detención, juicio y condena de una serie de personas
por realizar actividades contrarias al ordenamiento constitucional cubano y,
especialmente, con la condena a muerte y ejecución de otras tres hemos
asistido a una avalancha de declaraciones en las que lo que ha primado ha sido
el distanciamiento y la crítica feroz hacia esas decisiones, especialmente
desde Europa. Y todas y cada una de ellas han sido abundantemente aprovechadas
por los propagandistas del sistema. Un fenómeno que no ha sido inesperado
ni nuevo. Ya en la primera mitad del siglo XX la Escuela de Frankfurt centró
su actividad precisamente en la gran importancia que para el capitalismo tienen
los medios de comunicación y el propio lenguaje -hoy diríamos
"políticamente correcto"- al que los frankfurtianos consideraban una
producción viciada, encargada de transmitir estereotipos y pautas culturales
encaminadas a mantener la alienación, a transmitir ideología y,
por lo tanto, falsa conciencia. Y así, uno siente que las críticas
vertidas contra Cuba, descontextualizadas y eurocéntricas como casi siempre,
se han realizado desde sectores que se pueden encuadrar claramente en el conformismo
con el sistema social. Y la conformidad, la sumisión, es una condición
sine qua non del sistema capitalista: nada debe cambiar o, si cambia, tiene
que ser para hacer más funcional el sistema. Por lo tanto no es de extrañar
que se hayan repetido hasta la saciedad las opiniones de los críticos
(único punto de vista que se trasladará a la opinión pública)
con la decisión del Gobierno cubano y que, por el contrario, los divergentes,
quienes se han atrevido a respaldarla hayan sido condenados al vacío,
a la no existencia por representar una desviación evidente sobre los
términos del equilibrio institucional y político, de lo -vuelvo
a mencionarlo- "políticamente correcto".
Y después de años repitiendo que hay que amoldarse a los nuevos
tiempos, que hay que refundar los movimientos sociales, que ya no existen diferencias
entre derecha e izquierda, nos encontramos con que desde estos sectores conformistas
se recupera a pensadores clásicos de la izquierda, como ha sido el caso
de Rosa Luxemburgo en su debate con Lenin sobre la pena de muerte. Bien, puestos
a resucitar, hagámoslo con el compañero y camarada de Rosa, Karl
Liebknecht, quien nos enseñó que cuando una persona de izquierdas
se encuentra en la misma trinchera de acción política que la derecha,
aunque esta sea liberal, debe hacerse una autocrítica. Aquí
se ha estado del mismo lado que EEUU, Gran Bretaña, España y los
denominados países aliados que han violado el derecho internacional atacando
a Iraq, que han vulnerado el derecho humanitario y que han sancionado un nuevo
orden internacional que echa por tierra el derecho a la autodeterminación
y soberanía de los pueblos. O con gente que ha salido a la calle (FNCA)
con lemas como "Iraq hoy, Cuba mañana", sancionados por diferentes representantes
diplomáticos de los EEUU y no sólo en referencia a Cuba, sino
a otros países. O resucitemos al propio Karl Marx cuando hablaba de la
contradicción principal (las nada veladas amenazas de "intervención"
contra Cuba) y la secundaria (las penas de muerte y los encarcelamientos) teniendo
en cuenta el contexto en que se produce determinada situación.
En todo este debate se ha dejado de lado que hay concepciones enfrentadas en
lo que hace a la comprensión científica de los fenómenos
sociales y del desarrollo social. Pero, lo que es más grave: se ha olvidado
que la UE hoy no es un sujeto activo en las Relaciones Internacionales, donde
desde la guerra contra Yugoslavia de 1999 es sólo un sujeto pasivo, con
un margen de autonomía muy escaso y que sólo se puede mantener
estableciendo alianzas de subordinación hacia la potencia imperial en
los aspectos políticos, económicos y militares. Pongamos los ejemplos
de Colombia, de Palestina e, incluso, de Iraq. O ahora con la reciente decisión
sobre Cuba. Por lo tanto, revistámonos de fraseología emancipatoria,
de humanismo y proclamas de fervor en otro mundo posible y sigamos haciendo
el juego al sistema dentro de los límites que nos marca. Así nos
encontramos con que la expansión avasalladora del occidentalismo -en
cuanto valores- ha logrado imponer en nuestras mentes un tipo de pensamiento
en el que conceptos como desarrollo, progreso, libertad, derechos, etc., han
sido desnaturalizados y convertidos en aptos para consentir otros tipos de explotaciones.
Abandonemos las prácticas y ansias emancipatorias y convirtámonos
en conservadores al estilo de Víctor Hugo. Bienvenidos al club.
Palestina y la reversión de la lógica
Otro tanto sucede con Palestina. Después del famoso 11-S estamos
asistiendo al discurso maniqueo y falso del "terrorismo y la lucha antiterrorista",
discurso que proviene del centro neurálgico de la globalización
(los EEUU) y se distribuye acríticamente por todo el planeta. Hoy es
definida como terrorista cualquier lucha contra la injusticia o por la dignidad
y liberación nacional y social. Hay muchos casos, pero el más
paradigmático es el de Palestina.
Con Palestina estamos asistiendo a una asunción del discurso israelí,
según el cual paz equivale a seguridad. Con ello se invierte la lógica
del conflicto: ya no estamos ante la ocupación militar de unos territorios
(Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este) sino ante una cuestión de
simple terrorismo. Da igual que los resistentes palestinos ataquen un tanque,
un convoy de soldados, un asentamiento de colonos, un comercio o un autobús
de línea. Todo es terrorismo y, por lo tanto, hay que acabar con ello
como sea. Da igual que la resistencia palestina contra la ocupación esté
amparada por el derecho internacional ("los pueblos sometidos a dominación
colonial están legitimados para utilizar todo tipo de medios, incluso
el uso de la fuerza armada, con el fin de ejercer su derecho a la libre autodeterminación
frente a la potencia metropolitana que se oponga al mismo y no se emplee contra
objetivos civiles", Protocolo I de la IV Convención de Ginebra -y
aquí hay que preguntarse dónde está la frontera de "civiles"
dentro de los Territorios Ocupados-), que exista proporcionalidad entre los
medios utilizados por los resistentes (los palestinos no tienen Ejército,
en virtud de los tan defendidos, por algunos, Acuerdos de Oslo de 1993 y es
una condición que se mantiene en la famosa "Hoja de Ruta") y los objetivos
perseguidos, que no son otros que la retirada israelí a las fronteras
de 1967; la lucha armada palestina no está bien vista. Volvemos al pret-a-porter
ideológico e indignémonos por la violencia de respuesta con más
intensidad que con la que la origina. Pidamos concesiones a los resistentes
(equivalentes a que se amputen alguno de sus miembros) y no a los ocupantes
(excepto que se cambien de vestido). Mostremos nuestra indignación por
las víctimas civiles, pero pasemos rápidamente la página
de lo sucedido en otros lugares (Iraq, donde se contabilizan ya un mínimo
de 5.425 y un máximo de 7.041 muertos civiles según la organización
inglesa Iraq Body Count ) y amoldémonos a la nueva situación
manteniendo la política de hechos consumados (como con la Resolución
1483 del Consejo de Seguridad de la ONU que ha sancionado finalmente el derrocamiento
de un gobierno mediante la invasión y ocupación de Iraq, contraviniendo
-otra vez- el derecho internacional público tal y como quedó sancionado
tras la sentencia emitida por el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya
en 1986 -"Nicaragua contra Estados Unidos: el caso de las actividades militares
y paramilitares en y contra Nicaragua"- que consideró nulas e ilegales
este tipo de prácticas contra la soberanía y autodeterminación
de los pueblos). La ONU violando a uno de sus hijos (el TIJ) y mostrando la
misma demente ineficacia que ha venido manteniendo desde que en 1948 se aprobase
la Resolución 194, el derecho al retorno de los palestinos expulsados
de su tierra con la creación del Estado de Israel.
Resulta curioso observar con qué virulencia se ha exigido a la Unión
Europea que rechazase la petición cubana de ingreso en el Acuerdo de
Cotonou (antigua Convención de Lomé, un marco único en
el mundo porque recoge las relaciones de cooperación con 77 países
y 12 esferas o áreas de influencia, especialmente de materiales primarios),
finalmente conseguido en una muestra más de su capitulación ante
los EEUU y su escaso margen de autonomía en Relaciones Internacionales
y política exterior, y, por el contrario, nadie ha pedido la expulsión
de Israel del Acuerdo de Libre Asociación establecido con la UE en 1995
pese a que, en su artículo 2, establece que se mantendrá vigente
siempre y cuando Israel respete los derechos humanos de la población
palestina de los Territorios Ocupados. Defender hoy el Derecho Internacional
Público cuando ha sido volado consciente y concienzudamente por los EEUU
y los acólitos que le siguieron en la invasión de Iraq suena a
clase de historia antigua. No obstante, merece la pena recordar que Israel -en
su calidad de firmante de la IV Convención de Ginebra- viola de forma
sistemática y consentida los artículos 33 (castigos colectivos),
49 (conquista militar), 50 (bloqueos), 55 (protección civil a los ocupados),
56 (modificación de la economía del territorio ocupado) y muchos
otros. La ONU, año tras año, se viene reafirmando en su línea
jurídica: "Israel, como potencia ocupante, debe cumplir escrupulosamente
con sus obligaciones legales según lo dispuesto en la IV convención
de Ginebra" (...) "la IV Convención de Ginebra es aplicable en los Territorios
Ocupados". Pero nadie lo recuerda hoy, ni siquiera el propio organismo multinacional
convertido en una marioneta de los Estados Unidos dentro del famoso "Cuarteto".
Nos encontramos, en la práctica, ante la dialéctica legalidad-tolerancia
ante los hechos consumados y el ejemplo más trágico del proceso
de globalización económica e ideológica. La tragedia palestina
es consecuencia de una política imperialista globalizadora basada en
la opresión, la ocupación y el apoyo ilimitado que recibe Israel
para convertirse en el instrumento de Occidente para controlar la región
de Oriente Medio mediante la negación de los derechos humanos (tan proclamados),
la ocupación militar y la agresión también por la fuerza
de las armas (y es la misma lógica que se acaba de aplicar en Iraq legitimando,
de la mano de un Consejo de Seguridad desprestigiado y en manos de los EEUU,
la invasión y ocupación de Iraq; los radicales de entonces -Francia,
China, Rusia- se convierten en pragmáticos ahora). La "Hoja de Ruta"
no es un plan de paz, sino de rendición y se inscribe en la lógica
imperialista de crear y sostener regímenes políticos en los que
la legitimidad por contar con respaldo popular brilla por su ausencia y la única
legitimidad "legítima", valga la redundancia, es su adecuación
y sumisión al imperio. Nadie se ha preguntado qué piensa el pueblo
palestino de ella y cuando aparecen esos datos, se hace caso omiso de ellos.
Pues bien: el 67'8% rechaza el nombramiento de Abú Mazen como primer
ministro por no haber sido elegido por ellos, sino por presiones externas; el
75'3% apoya la continuación de la Intifada y el 56'4% que esa Intifada
incluya acciones armadas contra Israel.
Y son estos pragmáticos europeos (y no sólo de este continente)
quienes siguen la estela que marca el portaaviones imperial, lo mismo que hicieron
en el año 2001 al constituir el famoso "Cuarteto" que presentó
en sociedad una "Hoja de Ruta" con la que frenar la Intifada en un nuevo ejercicio
de "viabilidad" de un proyecto político: la lucha por la liberación
ha llegado a su fin y hay que empezar a hacer política, a hacer Estado.
Releguemos la lucha a los libros de historia, pese a que nunca como ahora se
haya puesto tan de manifiesto que la lucha de liberación nacional en
Palestina está en su momento más álgido y crítico,
dado que los palestinos se enfrentan a las dos grandes amenazas que subyacen
bajo el plan de "paz" imperialista: la limpieza étnica si no aceptan
el plan (eufemísticamente denominada transfer) o conformarse con
los bantustanes en que se convertirá, si es que se produce, ese proclamado
estado palestino en el año 2005. El reconocimiento de los derechos nacionales
del pueblo palestino representa una amenaza par ala existencia colonial de Israel,
por lo que hay que desnaturalizarlos. Como expresión de un modelo occidental,
Israel ha logrado que los países capitalistas hayan reconocido que su
política es "defensiva" frente a un Oriente bárbaro y, sobre todo,
el "terrorismo árabe". Un terrorismo que, es sabido, representa la principal
amenaza para la estabilidad del democrático mundo occidental, de ese
que respeta los derechos humanos y las libertades básicas comprando votos,
corrompiendo conciencias y que da lecciones en ese sentido a los demás.
Reitero que actualmente, y para estos sectores, todas las formas de resistencia
política y militar palestinas contra la ocupación israelí
-verdadero origen del problema- se describen como prácticas terroristas
a las que hay que poner fin por cualquier medio, negando en consecuencia la
válida presencia de los palestinos como seres humanos que tienen una
serie de derechos en cuanto personas y que son sistemáticamente negados
por Israel con el beneplácito de la muy democrática comunidad
internacional. Los Territorios Ocupados de Gaza y Cisjordania, más la
parte Este de Jerusalén, se llaman así porque están ocupados,
no porque sea la denominación del Estado de Palestina como el Reino de
España, la República de Francia o los Estados Unidos de América.
Y si están ocupados, es porque hay alguien que los ocupa. Esa es la raíz
del problema. Por lo tanto, no es aceptable para cualquiera que no haya arriado
la bandera de su capacidad intelectual el discurso que presenta la agresión
israelí, las guerras, las masacres como un simple ejercicio del "derecho
a la autodefensa" al que tiene derecho el "democrático" Israel. Este
país siempre es presentado como un símbolo de la civilización
y la democracia, el país que tiene derecho a marcar los límites
de la justicia y del castigo. Este país siempre es tratado con benevolencia
por Occidente y sus intelectuales orgánicos quienes, al mismo tiempo,
crean una imagen distorsionada de los árabes y de los palestinos en el
imaginario colectivo occidental. Señores, señoras, sean bienvenidos
al club.
Colombia y el dilema de la paz
Si Palestina es uno de los grandes polos de la lucha revolucionaria y de
liberación nacional, Colombia es el otro. El carácter político
del conflicto civil en Colombia es innegable, como lo es que tiene su origen
y se alimenta de situaciones estructurales de injusticia, exclusión social,
política y económica. Una realidad tangible consecuencia, entre
otras cosas, de la gran erosión interna y de pérdida del perfil
opositor al régimen que sufrieron las tan defendidas y alabadas "tercerías"
-como la Alianza Democrática- en los años 90 debido a su trabajo
por arriba, al caudillismo y los apetitos individuales y burocráticos
de sus dirigentes, muchos de ellos ex guerrilleros que se desmovilizaron al
calor del derrumbe de la URSS convencidos de que, faltos de un hipotético
colchón ideológico, no se podía derrotar al Estado colombiano
y que la lucha armada había perdido su razón de ser.
No acertaron, como en tantas otras cosas, y ahora recuperan su esencia marxista
- que repudiaron entonces- para hablar de guerra metodológica (la guerra
por la guerra) en vez de guerra programática (la toma del poder) por
parte de las organizaciones guerrilleras que se mantienen activas. Y lo hacen
en una no tan curiosa estrategia coincidente con el BM. Paul Colier, director
del grupo de investigación para el desarrollo de ese "democrático"
organismo afirma con rotundidad que es falso que las organizaciones guerrilleras
colombianas tengan causas políticas, económicas o sociales dado
que son "un ejército y un negocio" que dedicarían todas sus energías
a recaudar sus propias finanzas sin otro fin que no sea su propia supervivencia,
olvidándose de la política. Y lo hacen justo cuando desde la vilipendiada
ONU hay funcionarios íntegros que cuestionan las estrategias militaristas,
como James LeMoyne. Según este funcionario, delegado del organismo multinacional
para Colombia, es un error pensar que las FARC son solamente narcotraficantes
o terroristas, puesto que su columna vertebral es gente comprometida ideológicamente.
Y lo hacen justo cuando la propuesta que se vuelve a poner encima de la mesa
es la de siempre: entrega de las armas o reformas estructurales. Colier aboga
por lo primero ("inclusión social de los violentos", dice), LeMoyne por
lo segundo ("no hay un futuro en paz si no se hacen profundas reformas en el
poder político y económico en Colombia"). Y lo hacen cuando es
incuestionable que los acuerdos específicos que los grupos guerrilleros
que se desmovilizaron en 1991 firmaron el el gobierno colombiano de turno fueron
en gran parte incumplidos y la reinserción de los desmovilizados, en
el sentido social y de atención directa, no sólo fue débil
y desorganizada sino, en la mayoría de los casos, menospreciada por los
dirigentes de sus organizaciones por lo que tuvieron que buscar suerte desde
la venta callejera hasta los asaltos bancarios o, alentados por el dinero fácil
de los grandes empresarios, ingresar en los paramilitares.
A modo de conclusión
De forma escueta: sólo con un profundo cambio de estrategia, y de
concepciones, de este sector de esa pretendida izquierda y el reconocimiento
de que sin reformas estructurales profundas en todos los órdenes (político,
económico, jurídico e internacional) será posible el respeto
a la soberanía, a la autodeterminación y a la dignidad de los
pueblos se podrá avanzar. Y en ese cambio profundo de estrategia y de
concepciones hay que incluir el concepto de paz. Una paz en la que quede bien
claro su sentido: o negativo (ausencia de conflicto) o positivo (resolución
de las causas que dan origen a los conflictos). Sólo a quienes apuesten
por la segunda opción habrá que felicitarles porque sí
defenderán la justicia social y el respeto a los pueblos. A quienes apuesten
por la primera, por el contrario, habrá que darles la bienvenida al club.
* Doctorado en Relaciones Internacionales, politólogo y licenciado
en Ciencias de la Información.