Sobre el autismo, el sectarismo y la práctica crítica
La relación entre lo "viejo" y lo "nuevo", el sectarismo conocido y el de nuevo tipo, la necesidad urgente de recuperar la tradición crítica del marxismo y su vocación por unir teoría y práctica en una praxis integral, transformadora.
"Los partidos pueden presentarse bajo los nombres más diversos, aún con el nombre de anti-partido y de "negación de los partidos". En realidad los llamados "individualistas" son también hombres de partido, sólo que desearían ser "jefes de partido" por la gracia de Dios..."
Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo
(escrito a mediados de la década del ´30 del siglo XX)
Por Marabunta
Muy a menudo nos encontramos en debates con numerosos compañeros en las que se critica a la "vieja izquierda". Y a la luz de la experiencia, evidentemente hay muchos puntos para reflexionar. En este artículo nos queremos detener en especial en uno de los principales problemas que afectan a las organizaciones de izquierda: el autismo teórico, analítico e intelectual.
Pero éste no es un simple resultado de un sectarismo estructural, que según algunos prejuiciosos intelectuales sería una característica constitutiva de toda la izquierda revolucionaria.
Por el contrario, dicho autismo que no es uniforme ni mucho menos absoluto, constituye una peligrosa anteojera que puede abonar posteriores actitudes sectarias.
Si no escuchamos lo que dice el que está al lado, nunca vamos a tener una verdadera discusión en la que podamos tomar lo que el otro plantea y así ampliar nuestra mirada, incorporando preguntas en las que no reparamos anteriormente, repensando argumentos que hagan nuestra posición mas sólida.
Lo "nuevo"... tan parecido a lo "viejo"
Un claro ejemplo de esto fue el debate acerca de qué situación política abrieron las jornadas del 19/20 de diciembre. El resultado de este debate fue un monólogo en el que cada organización siempre creyó tener toda la razón.
El autismo necesariamente precede al sectarismo, no lo sigue, pero una vez instalado, lo refuerza.
De esto se desprende una máxima para la acción política: la manera de combatir una tendencia que se considera equivocada es tratando de anular sus premisas, en lugar de tomarla como algo dado y pretender destruirla con prácticas que, vaya paradója, terminan reproduciendo un sectarismo aún más dogmático que el que se dice criticar.
Es que hay grupos que hacen de esa "crítica" su misma razón de ser, y en su desesperada búsqueda por atacar a la izquierda tradicional terminan sustituyendo la crítica por el dogma. Así terminan atacando no sólo a determinadas prácticas sino a todo lo realizado por el movimiento obrero internacional y las organizaciones políticas de izquierda desde sus inicios hasta la fecha. ¡Tremenda soberbia!
Este rechazo comienza por el antipartidismo y deviene en la negación práctica (por más que se diga lo contrario) de toda construcción política consciente, de toda apuesta activa hacia el futuro de cara a la transformación revolucionaria de la realidad.
Una variante similar, pero con matices que la diferencian de la anterior, es la que niega la organización política en el discurso, pero que en los hechos se convierte en eso que dicen negar. Y en la práctica los núcleos «duros» de militantes que impulsan diferentes experiencias de lucha, actúan y cumplen la función de una organización, aunque no quiera reconocerse como tal.
Estas concepciones – quiérase o no - propician el espontaneísmo y dejan como única opción valida la de seguir "lo que hay"; es decir, lo que la realidad ofrece en ese momento en materia de movimiento social. Luego lo elevan a la categoría de ley general y lo proclaman como lo nuevo, en oposición a «lo viejo», que pasa a ser demonizado, expresión de las formas tradicionales de hacer política, de pensar.
Y en esa división entre lo viejo y lo nuevo, se impone siempre el criterio personal del que clasifica, quien - aunque le cueste aceptarlo - reproduce el mismo iluminismo que supone combatir.
Así el desprecio por toda organización, y las acusaciones de stalinismo que se escupen contra todo aquel que adhiere a una idea de organización y trata de asociarse con otros para llevarla a la práctica, suelen ocultar la dirección de pocos, el personalismo y, muchas veces, el caudillismo más liso y llano.
Así surge el fetiche de la horizontalidad absoluta. El argumento es el siguiente: no se debe sancionar mecanismos formales de dirección y decisión porque eso lleva a la burocratización. De ese modo, al no establecerse claramente las formas de decidir y discutir, se resuelve por consenso en función de una igualdad que - en los hechos - se muestra bastante desigual, pues siempre se impone la voz de los que mayor formación y preparación tienen.
Por el contrario, si se pretende tender a ser más horizontal y democrático, hay que partir de la base de que el compromiso, la preparación y el conocimiento entre los compañeros es desigual, y que la única manera de fomentar mayor participación es impulsando la formación de todos en función de sus conocimientos e inquietudes previas, poniendo mecanismos claros de funcionamiento.
Desde Marabunta creemos que no se trata de oponer de manera antojadiza lo viejo a lo nuevo, pues este esquematismo poco ayuda a entender la realidad. Entendemos que la reflexión crítica (y autocrítica) sobre las experiencias del pasado y las prácticas del presente, son vitales para una construcción plena de vitalidad revolucionaria. La verdadera crítica es.
La excesiva generalización - como meter en la misma bolsa a todo el que se manifieste a favor de la destrucción del estado burgués - y la excesiva simplificación de las posiciones de los demás, suelen estar orientadas a evitar el debate franco y abierto entre las distintas corrientes revolucionarias de cara al conjunto de los trabajadores.
Como no creemos tener todas las respuestas (estamos convencidos de ello), nos parece poco pertinente la actitud de aquellos que creen estar habilitados para dar a los trabajadores "el santo y seña de la revolución". Esto oculta un desprecio total por la experiencia y lucha cotidiana de los laburantes; así, en lugar de aprender de su práctica concreta, se la termina sustiyunde por la teoría pura, generada dentro de las cabezas de un puñado de intelectuales.