5 de febrero del 2003
La izquierda oficial ya no es lo que fue
El auge de los sepultureros
Manuel Talens
www.manueltalens.com
Es posible que uno de los aspectos más destacados del lenguaje
en nuestra época posmoderna sea el de la ambigüedad que cada día
adquieren viejos términos del vocabulario corriente que antaño
poseían un significado preciso. Ya en 1951, el cineasta y escritor francés
Jean Epstein denunciaba este fenómeno y añadía que, a fuerza
de alimentar generaciones de sentidos dispersos de alguna palabra, hemos originado
tal confusión que, al utilizarla, en vez de iluminar una idea sólo
creamos incoherencia.
En el ámbito político esto ha sucedido, por ejemplo, con las voces
'comunista' y 'fascista', que ahora tienen poco o nada que ver con lo que fueron
en su origen y están casi relegadas a la categoría de epítetos
ofensivos para embadurnar al adversario de turno. Esto, con ser grave, no es
peligroso, ya que cualquier ciudadano más o menos bien informado sabe
distinguir lo que es un insulto y, tras su intercambio, todo queda en lo que
es, un recurso retórico, agua de borrajas. Sin embargo, la utilización
de otros términos también sometidos a metamorfosis es mucho más
peliaguda, sobre todo si ésta ha tenido lugar en fechas tan recientes
que algunos (o muchos) todavía no se han enterado y siguen asociándolos
con lo que fueron hasta el día de ayer. Quizá el paradigma de
este grupo selecto de vocablos alterados, que por obra y gracia de la polisemia
oportunista hoy ya no significan absolutamente nada, sea la palabra izquierda.
Dice el DRAE que procede del adjetivo izquierdo, por la posición
que ocupaban los componentes de las asambleas de la Revolución francesa.
Tiene, pues, poco más de doscientos años de existencia semántica,
lo cual no es mucho si lo comparamos con los más de dos milenios de algunas
de las palabras que el lector acaba de leer antes de llegar a este punto. Con
posterioridad al zafarrancho francés, a mediados del siglo XIX, llegó
Marx, clarificó el panorama y puso las cosas en su sitio. Los burgueses
revolucionarios dejaron de ser los buenos del cuento de hadas, se empezó
a hablar de la división social en clases económicamente bien precisas
y rivales y surgieron los partidos políticos como supuesta vanguardia
de cada una de ellas. Fue así como la izquierda, con el marxismo de bandera,
inició su andadura. Buscaba, en un principio, cambiar el mundo mediante
un giro copernicano del motor que hace avanzar la historia: las relaciones de
producción.
De todo aquello queda ya muy poco. Hasta la década de los setenta del
siglo que acaba de concluir el tiempo avanzó a un ritmo sosegado, mientras
las cosas evolucionaban con lentitud, de manera imperceptible. Pero entonces,
como por ensalmo, la izquierda parlamentaria occidental empezó a largar
lastre con la finalidad de llegar al poder. El Partido Comunista de España,
que desde su creación había sido marxista-leninista, abandonó
el segundo apellido, si bien con poco éxito, pues a estas alturas ya
no es ni la sombra de lo que fue. Pero, a pesar de ello, sus postulados siguen
siendo de izquierda. Donde todo se confunde es en la casa de su primo, el PSOE,
pues una vez que éste, siguiendo la misma tendencia, se deshizo oficialmente
del marxismo, alteró por completo la situación semántica
de las fichas en el tablero de la política, ya que verbalmente ha seguido
definiéndose de izquierda, pero al mismo tiempo abrazó el capitalismo
de mercado como sistema social y se propuso el objetivo de controlarlo y darle
un rostro humano. La cuestión a debatir sería si eso es posible.
Vale la pena recordar aquí la boutade que, con sorna, lanzó
hace poco Juan Carlos Rodríguez Ibarra, el presidente socialista de la
Junta de Extremadura, que dicho sea de paso sigue siendo uno de los miembros
más lúcidos de un partido hoy ya descafeinado sin remedio. 'Si
no somos obreros', dijo, 'y tampoco socialistas, lo único que somos es
españoles, de manera que, en vez de PSOE, nuestras siglas deberían
ser PE'.
Lo que en la actualidad se autodesigna izquierda en los sistemas parlamentarios,
que son la voz del discurso oficialista, no pasa de ser una social democracia
que ofrece nulas esperanzas a los acérrimos de un auténtico cambio
social. Desde Chile a Suecia, desde España a Francia o a Inglaterra,
la izquierda gubernamental mantiene dicha marca de comercio únicamente
con fines electoralistas, pues buena parte de su clientela histórica
no ha puesto en hora todavía el reloj de las ideas y sigue confiando
en ella por inercia o por eso que se llama voto útil.
La situación se complica con la intrusión en esa izquierda diluida
de intelectuales y políticos que en otra época fueron progresistas,
pero que ya no lo son. En un reciente artículo, el sociólogo marxista
estadounidense James Petras los fustiga por considerarlos sumamente dañinos,
ya que, como explica, 'sus cartas credenciales son todavía de izquierda
y su historia personal es creíble', lo cual hace que embrollen aún
más el panorama con sus continuas llamadas al 'pragmatismo' y al 'consenso'.
El jefe de fila de este grupo es el británico Tony Blair, que desde el
Labour Party (Partido del Trabajo, otro nombre totalmente impreciso) gobierna
según el código neoliberal, ha demolido lo que quedaba del estado
del bienestar en su país y es el cómplice más fiel del
imperialismo guerrero estadounidense.
Sí, ésta es una mala época para los militantes que aún
sueñan con un mundo mejor, pues a la espera de tiempos más propicios
se ven obligados a mantener encendida la llama en la calle o en los medios alternativos
de comunicación, en paralelo y sin contactos con el páramo estéril
de la política oficial, que los margina. La izquierda nació ilusionada
y llena de promesas, alcanzó el poder, acaparó el sentido semántico
de su nombre y lo tiró luego por la borda a fuerza de incompetencia o
mala fe. Y hoy, ya vieja y achacosa, vive infiltrada por sepultureros que buscan
darle el golpe definitivo y enterrarla para siempre.
* Manuel Talens es escritor