El hambre en el granero del mundo
Por Luis
Mattini / La Fogata
arnolkremer@lafogata.org
"Hace un siglo nuestros abuelos emigraron de una Europa, asolada por guerras
y revoluciones, con los silos vacíos y hoy nuestros nietos abandonan
una Argentina con los silos repletos de cereales" , gritaba con los ojos
llenos de lágrimas, un manifestante de sesenta años. Esa frase
refleja la paradoja actual de este país. Mientras en España e
Italia se organizan colectas para enviar alimentos a los hambrientos de Argentina,
las ubérrimas pampas, a pesar de complicaciones climáticas, acicateadas
por peligrosas tecnologías que han expulsados miles de chacareros, siguen
multiplicando la producción agropecuaria.
La inmigrante sueca Gerda Pehrson recordaba en "Utvandrarbarnen i Argentina"
(Gidlunds, 1977) la historia de su llegada a estas tierras a principios del
siglo XX. Un contingente de inmigrantes suecos, que habían sido abandonados
en las selvas brasileñas, fueron sorprendidos por las crecientes de los
ríos y, después de muchas penurias, cruzaron el Río Uruguay
arribando la costa de la mesopotamia argentina. Desesperados, con los niños
llorando de hambre, no sabían qué hacer cuando aparecieron dos
gauchos rubios a caballo preguntando en sueco con acento finlandés :
"¿är ni från Sverige?" (¿Son ustedes de Suecia?) Sin aguardar
respuesta los dos gauchos, inmigrantes finlandeses, se metieron en el monte
y al rato regresaron con un par de vacas. Las mataron, las carnearon y asaron
allí mismo. Así conocieron aquellos famélicos suecos el
asado, orgullo nacional argentino, hecho a la criolla por sus vecinos escandinavos
convertidos en nuevos criollos.
Más allá de ciertas exageraciones, La Argentina siempre ha sido
un país de autonomía alimentaria, por lo que en algún momento
fue llamada "el granero del mundo". Se cuenta que en la post guerra proveía
el 25 % de los alimentos que importaba una Europa devastada por el conflicto
bélico. Hoy la exportación se ha reducido por el achicamiento
de un mercado mundial mucho más competitivo, pero aun así, este
país mantiene buenas posiciones en algunos rubros, sufriendo el lamentable
título de ser el mayor productor de soja transgénica.
La pregunta que se hace el hombre de la calle, sobre todo fuera de Argentina,
es. ¿Por qué en el país de los cereales y la carne hay hambre?
¿Por qué en un país que no ha sufrido ni una catástrofe
climática , ni la devastación de una guerra la desnutrición
infantil alcanza niveles desconocidos hasta ahora?
Hay que recordar que aún en las desigualdades de clase históricas
de La Argentina, el hambre, hambre, lo que se dice hambre, fue más metafórico
que real comparado no sólo con los países "pobres" sino con España
y la Europa previa a los estados de bienestar. En los años sesenta los
obreros de la Káiser avanzando hacia el centro de Córdoba con
consignas "salarios de hambre" , consigna que podíamos encontrar en todas
las manifestaciones y en todos los tiempos, indicaban simbólicamente
un conjunto de carencias en la voz de un pueblo que exigía sus legítimos
derechos. Terminada la demostración se iban a comer los tallarines, el
asadito, un puchero o quizás un buen guiso carrero.
Lo cierto es que hoy el hambre, esto es, cientos de miles de personas con carencias
agudas y males que ya son crónicos, como la desnutrición infantil,
es una terrible realidad. Hasta las tristemente célebres ollas populares
en la "época de los conservadores" parecen un episodio aleatorio comparado
con lo actual
El hambre es hoy, literal.
Claro que eso es parte de todas las calamidades que sufre el país, ocupación
, salud, servicios, educación, seguridad social …en fin y que se explican
por los famosos "modelos" y se presentan soluciones con "modelos" alternativos,
frecuentemente trazados con regla y compás …perdón con computadoras
en las mesas de los técnicos.
Todo eso está en la picota desde el 19 y 20 de diciembre; y es bueno
que lo esté y que tratemos de entender su funcionamiento, sus vínculos
internacionales, el imperialismo, el FMI, el Imperio, el peligro amarillo, en
fin … los problemas de la dependencia y así y asá. Foros, encuentros,
pensamientos alternativos, y así y asá. Y así y asá,
montones de ideas, muchas loables por cierto, necesarias, inteligentes, creativas,
intentan describir un modelo de país supuestamente aceptado por todos…
o al menos por las mayorías. Eso es lo que se cree. Y es bueno que se
crea porque sin confianza en las propias fuerzas no se haría nada. Así
se intenta hacer, con el micrófono, en las asambleas, en las marchas
en las puebladas. Digamos que podemos ver el futuro con cierto optimismo. La
gente, el pueblo, pelea.
Pero el hambre es hoy real.
Y con doble monstruosidad porque el alimento está al alcance de la mano
y en abundancia. En los silos y en las góndolas.
Los silos están llenos, o casi, no se lo llevan los gringos. Parece ser
que los acopiadores especulan con el dólar.
¿Por qué no lo tomamos? ¿Quién lo impide?
Primero, la Ley
Segundo los custodios de la ley, la Justicia.
Tercero, los ejecutores de las órdenes de la Justicia, la policía,
privada o estatal, a veces la gendarmería.
Cuarto, los administradores del aparato de estado.
Quinto: los legisladores, los economistas, los científicos sociales,
los sacerdotes, los periodistas, los ahorristas, los empresarios, los sindicatos..
Sexto: los propietarios.
Por último nosotros.
Que yo sepa ninguno es estadounidense, ni alemán, ni inglés.
Todas esas instituciones son argentinas. Sus miembros son argentinos. No he
visto un sólo soldado yanqui que custodie los silos.
Los traficantes de cereales son argentinos. Si hay extranjeros no lo son en
representación de tal o cual potencia sino como comerciantes afincados
aquí, respondiendo a las leyes del país o a las que el país
acuerda .
Se dan algunas curiosidades que a veces se le escapan hasta a la ingeniosidad
de Eduardo Galeano (pero no al genio de Quino) : Los cerealeros argentinos nos
hacen pagar la harina a precio internacional; mientras tanto Mac Donalds
se ha visto obligados a "achicarse" y una hamburguesa vendida hoy en La Argentina
cuesta, en valor dólar, tres veces y pico menos que antes de la devaluación.
Supongo que es producida con harina y carne de este país.
Si, si, no nos apresuremos, no quiero decir que Mac Donnald se haya vuelto
filántropo; ocurre que uno puede pasar sin hamburguesas por lo tanto
si no las pesificaran no venderían nada. Por el contrario uno no puede
pasarse sin pan ni medicamentos y allí nuestros cerealeros y los señores
de las multinacionales de las drogas legales se comportan peor que los narcotraficantes.
¿Y qué tiene que ver en esto el FMI y la OMC?
Es el que pone las reglas, por supuesto, no necesito ser economista para darme
cuenta. Pero parece ser que sí necesito salir de la mentalidad de economista
para ver que esas reglas son aceptadas, no por simple servilismo de nuestros
gobernantes, sino por lisos y llanos intereses comerciales, más que por
"leyes objetivas" de la economía. ¿Se podría pensar que el problema
no consiste que quién pone las reglas sino quién las acepta?
¿Quién es más culpable? ¿El que quiere entrar o el que le abre
la puerta?
Si no se les abriera la puerta y quisieran entrar de prepo, como lo hacían
en el siglo XIX y como lo hacen en otros lugares del mundo, entonces agarraríamos
los garrotes y al son de la zamba de Rimoldi Fraga atravesaríamos con
una cadena el Río de la Plata. "La pucha con esos gringos, una gran
siete,,,venirse al cuete"
Ya sabemos quién las acepta, veamos por qué lo hace
¿Falta de patriotismo?
.La explicación me la da el economista; Si claro, pero si cerramos la
puerta también ellos cerrarán la suya y nosotros no podremos entrar
"allá".
Entonces, convengamos que no es fácil definir cómo es el juego,
si ellos queriendo venir o nosotros queriendo ir. .
La cosa se complica cuando intentamos diferenciar "ellos" de "nosotros" con
un pasaporte o una bandera nacional.
Disculpe lector, no me volé, Simplemente parece ser que hay que ir al
absurdo par recomponer la memoria. Veamos la historia de los últimos
cincuenta años:
Me inicié en la vida política, un poquito después de la
fundación del Fondo Monetario Internacional, allá por los cincuenta,
con la consigna "fuera los capitales extranjeros" Me convenció un guerrero
y economista español, Abraham Guillén que sabía tanto de
las leyes del mercado como de las cargas explosivas capaces de perforar blindados.
En 1952, la Meca europea empezó a solucionar sus problemas de alimentos
con el resultado de caídas de precios y reducción de la demanda.
Se acabó entonces la Argentina de fiesta. Perón se vio obligado
a dar un timonazo y pasar de la llamada "economía de bienestar" a la
"economía de desarrollo" Llegaron algunas empresas extranjeras nuevas.
La línea política fue "De la casa al trabajo y del trabajo
a la casa". Después los gorilas dieron el golpe de Estado y las inversiones
se multiplicaban. Frondizi se embelesaba con la palabra "desarrollo", Se instalaron
más de veinte fábricas de automóviles durante su gobierno,
por supuesto con tecnología importada. La consigna se redobló:
Peronistas y marxistas gritábamos "fuera los capitales extranjeros".
Con ella se llevaron adelante todas la revoluciones anticoloniales y antiimperialistas
de la segunda mitad del siglo veinte. Algunas triunfaron y asumieron el poder.
Otras pelearon y no lo lograron, pero las anticoloniales, la mayoría
en Africa y Asia, llegaron al poder. Ahora todas, incluida la más radical
y firme Cuba, se desesperan por inversiones extranjeras. El "gallego" Guillén
ya murió, de los contrario le pediría explicaciones. Dígase
lo que se diga es una de las grandes ironías de la juguetona historia.
Algunas ironías son muy explicables, entendibles, comprensibles por la
necesidad, pero, como recomendaba Rosa Luxemburgo a los bolcheviques, no hay
que hacer de la necesidad virtud: la revolución cubana, como la mayoría
de las revoluciones de aquel llamado socialismo real, entre otros grandes logros
abolió la práctica comercial de la medicina, por ejemplo. La medicina
es un bien no comerciable por definición ética y emancipadora.
Sabemos que el valor de cambio desnaturaliza el valor de uso más allá
de la voluntad de los hombres. La medicina es la vida misma y no puede ser tratada
como una mercancía. La ironía es que Cuba vende medicina al mercado
mundial para obtener divisas, paradójicamente destinadas, en parte, a
comprar tecnología para sustentar su medicina social. Nos es mi propósito
criticar lo que hace o deja de hacer Cuba, Nación que intenta sobrevivir
como tal salvando los logros posibles de su revolución, sino de no hacer
de la necesidad virtud.
Ahora viene el economista a explicar: Vendo lo que puedo producir para comprar
aquello que no puedo producir por las razones que fueren, recursos naturales,
tradiciones, en fin, las que fueren.
Quizás la pregunta que hay que hacerse es: ¿Qué tan necesarios
son esos productos que se buscan afuera. ?
Volvamos a Rosa y a la necesidad hecha virtud. Si carezco de alimentos y mis
tierras no dan para toda la población y tengo algo que vender , pues
si señor, la necesidad hace derecho. Le compro pescado a los suecos y
les vendo piedras de Mar del Plata, vino de San Juan o jugadores de fútbol.
Pero no les compraría barrenos para pescar en los lagos helados ni carnada
para capturar lucios, ni esquíes para andar en Buenos Aires o Córdoba.
Porque resulta que la historia de los países emancipados de las colonias
o del imperialismo, como el nuestro, es la historia de la compra de tecnologías
sin detenerse a mirar si son socialmente necesarias, adecuadas y aplicables
o, como lo son en realidad, mercancías con valor de cambio. Se estableció
así la famosa "dependencia tecnológica" cuestión esta que
excede en mucho los contextos económicos. Hace a la vida misma de los
pueblos.
Creo que aquí cabe una aclaración: no estoy hablando de técnicas
adecuadas para hacer algo, de progresos en los procesos productivos y mayores
conocimientos sobre las materias, sino de tecnología, que no es lo mismo,
por lo menos cuando de sociedad se habla. La tecnología es la resultante
de un indeseado encuentro entre la ciencia experimental y el mercado. No es
"neutral", es capitalista por definición. La técnica en cambio,
es el máximo logro de cada persona o grupo colectivo con el medio, en
donde el sujeto y el objeto se entrelazan.
A través de la historia ha podido verse cómo los pueblos desarrollaban
diversas técnicas en procura del sustento, seguridad y de bienestar.
. Si los chinos asombraron al mundo con su muralla y su tinta , los vikingos
poseían gálibos náuticos inexplicables para su "escaso
desarrollo de sus fuerzas productivas" y las civilizaciones americanas dominaban
las matemáticas y técnicas agrícolas, por solo nombrar
algunas cosas. ¿Y qué me dice de los vietnamitas durante sus guerras
de liberación? Decían más o menos así : "A la incomparable
superioridad tecnológica del imperialismo, nosotros oponemos nuestra
superioridad técnica" Lástima que eso que hicieron durante las
guerras no pueden hacerlo ahora, en la paz. Porque lo que sí aparece
en común, es que cada región del mundo desarrollaba sus conocimientos
de acuerdo a la naturaleza y las necesidades de cada lugar involucrando al sujeto
con el objeto a transformar. El excedente se intercambiaba, solo el excedente.
Y se importaba sólo aquello que era imprescindible. Cuando se rompía
ese equilibrio devenía la decadencia. ¿No sería interesante revisar
un poco la teoría que establece como única explicación
la contradicción entre modos de producción y desarrollo de las
fuerzas productivas?
En todo caso el hambre actual en Argentina no es debido a un problema de "desarrollo
de las fuerzas productivas", sino de reparto. Así de sencillo, de reparto.
Ya hemos señalado la paradoja: Hambre con los silos llenos y toda una
legislación y un sistema que impide acceder a ese alimento en la cual
poco tiene que ver "extranjeros". El diario "La Nación" titulaba hace
pocos días: "El aumento de los precios de los cereales en el mercado
internacional beneficia al país" Al día siguiente la carne subió
de precio. Eso puede ser real y hasta racional, para un sujeto que no se involucre
con el objeto. Pero nosotros, sujetos deseantes, no tenemos dudas que no es
ni razonable ni justo.
La primera cosa a apuntar es que la producción agropecuaria Argentina
es altamente tecnologizada. La tecnología, insisto, no es "neutral" implica
más alta aún concentración de la propiedad. La tecnología
es una droga de altísimo poder adictivo que produce la más pertinaz
dependencia.
La segunda es que esa tecnología expulsó miles de personas del
campo. La mayoría de ellos son hoy pobres con hambre.
La tercera es que dicha tecnología es importada. En forma directa o por
lo menos dependiente de las patentes. No está pensada como técnicas
superiores de producción sino como fuentes mayores de ganancias.
La cuarta cosa es que desde hace décadas el país dirige su política
a producir para el mercado mundial. Que yo sepa, hasta hace poco tiempo, este
criterio era compartido desde la derecha a la izquierda. Las diferencias pasaban
obviamente en cómo se repartía la riqueza obtenida de la venta
en el mercado mundial. En un reciente encuentro propiciado por el ARI sobre
medio ambiente y salud pública se valoraba la posibilidad de la utilización
de la soja transgénica ofrecida gratis por los cerealeros, para calmar
el hambre de los pobres.
¡Soja, en el país de la carne y el trigo! La palabra "transgénico"
no pareció preocuparle a los expertos participantes.
La quinta es que en materia de tecnologías agropecuarias, en este país,
famoso por la producción rural, existe una ignorancia supina, no ya en
la población en general sino también en las clases ilustradas.
Salvo los interesados en el negocio y los activistas en defensa de la biodiversidad,
nadie sabe nada del tema, ni le interesa mayormente. Sólo se sabe vagamente
que la mal llamada "ingeniería genética" es un "tema polémico"
El corolario es que no podemos tomar esos alimentos acumulados en los silos
(supongamos por medio de un decreto del PE o una ley del Congreso, para que
no nos acusen de apología de la violencia) porque cambiaríamos
la legalidad. Al romper la legalidad interna rompemos la externa, romperíamos
con el FMI con la OMC y nos quedaríamos, además de sin mercados,
sin tecnologías para seguir produciendo soja, con lo que ni siquiera
tendríamos los cincuenta gramos diarios por pobre que ofrecen gratis
algunos cerealeros.
Como hemos visto, romper los portones de los silos, es bastante más duro
que el material con que están hechos. Se vendría una seguidilla
de rupturas que habría que estar dispuestos a afrontar. Romper la dependencia
tecnológica que es la verdadera dependencia, dependencia de la que hasta
ahora nadie pudo zafar del todo. Significa algo más que un valiente acto
de fuerza, significa en primer lugar romper nuestra propia cabeza, que a veces
es la más dependiente. Ver las paradojas del progreso que ponen en duda
la racionalidad de los seres humanos. Esa irracionalidad: se expresa en un chiste
que se decía en mi pueblo para señalar el colmo de la estupidez:
"Sonso el Pepe Guidi, vendió el caballo para comprarle pasto". . Compramos
tecnología para aumentar la producción que nos permite pagar esa
tecnología.
Sin embargo existe la posibilidad de ensayar alternativas que esquiven el bulto
a la dependencia tecnológica. Abramos la mente a esas propuestas que
ensayan ya algunos grupos y que implican incluso gran dominio de la técnica.
Pero antes tenemos un problema grave inmediato:
El hambre está ahí.
¿Qué hicieron aquellos gauchos finlandeses a orillas del Río Uruguay?