13 de agosto del 2002
Entrega y tragedia en la izquierda de América Latina: Una explicación ideológica
Iosu Perales
Rebelión
"En cualquier caso, una parte de nuestra búsqueda de un mundo mejor
debe consistir en la búsqueda de un mundo
en el que no se fuerza a otros a sacrificar su vida en razón de una idea".
K. Popper, En busca de un mundo mejor, 1994.
I Parte: Consideraciones preliminares
El siglo XX ha visto nacer en América Latina las más diversas
interpretaciones de la realidad social, económica y política.
Los distintos países y sociedades han dado cobijo a las ideas más
dispares sobre lo que constituye su razón de ser, sus orígenes,
su situación actual y su futuro. Nacionalismo, antiimperiaismo, nacionalismo
revolucionario, socialismo y comunismo han sido referentes permanentes de
acción sociopolítica desde las izquierdas; quienes los han abanderado
no han sido sólo las élites intelectuales, sino amplios grupos
sociales que se han movilizado, organizado y sacrificado en pro de la realización
de los ideales prometidos.
En América Latina, al igual que en Europa, miles de personas han sido
sacrificadas ante el altar de las ideologías. Miles de vidas vieron truncadas
sus aspiraciones de una situación personal y social más digna
y humana, y otras muchas abandonaron dimensiones esenciales de su vida personal
para responder a las exigencias de la disciplina ideológica, como escribiera
el poeta nicaragüense Leonel Rugama al momento de incorporarse a la guerrilla:
Ahora vamos a vivir como los santos
[1] . Como la izquierda universal, la izquierda
de América Latina ha compartido ese espíritu moderno heroico e
ilustrado que tenía como características: Un talante prometeico
y fe en el futuro; unos valores universales armoniosos; tendencia la unidad;
una política basada en las grandes causas; una filosofía del progreso;
proyectos a largo plazo o metarelatos; grandes sujetos sociales; sentido de
la pertenencia a grandes grupos; utilitarismo y relativismo moral.
A lo largo de este siglo miles de hombres y mujeres de variadas procedencias
sociales, lo dieron todo, hasta la propia vida, dándose numerosas experiencias
en las que se combinaba el riesgo físico con un confort espiritual propio
de quienes creen que actúan a favor de la corriente –espíritu
carente de inquietud intelectual, criticado por cierto por Walter Benjamin en
"Informe de dos conversaciones"-. Esta combinación se alejaba de lo complejo,
teniendo como preferencia la búsqueda de verdades sencillas y de esquemas
de pensamiento armoniosos. La vida de Tina Modotti
[2] , fotógrafa italiana que vivió en
México y luchó en la guerra civil española, ilustra el
caso de muchos militantes comunistas que se entregaron de cuerpo y alma, a una
causa que ofrecía la redención de la humanidad a cambio del sacrificio
cotidiano, la disciplina y la renuncia a la propia individualidad. El peruano
José Carlos Mariátegui, al decir que la revolución no es
una ciencia sino la fuerza de la pasión, abunda en la idea de la entrega
como también sugiere que el nuevo mundo no será tan sólo
una nueva economía, sino también otra moral; su marxismo crítico
es una rebeldía frente al Comintern.
Fue Che Guevara quien llevó hasta las últimas consecuencias el
llamamiento al sacrificio final para luchar por crear el hombre nuevo: él
mismo protagonista de la tragedia. Él insipiró decisivamente las
luchas guerrilleras de los últimos cuarenta años, en las que la
muerte no era siempre la peor de las alternativas personales sino una opción
casi jubilosa. Era más importante el juicio de la historia y el premio
final para todo un pueblo. Este comportamiento estaba vinculado a una mentalidad
impregnada por la seguridad de que los hechos acabarán por darnos
la razón. La fe en el triunfo final otorgaba un mundo seguro, aunque
la lucha fuera terrible. La actividad de la izquierda surgía como parte
de un curso transcendente. Para R. Nisbet el atractivo que ha ejercido el marxismo
sólo puede ser comprendido a la luz de la religión, de la conciencia
religiosa y de una mentalidad de auténticos creyentes: "La religión
civil de Rousseau, la nueva cristiandad de Saint-Simón, la religión
de la humanidad de Comte y la fe de Marx en la dialéctica no son sino
muestras de un pensamiento esencialmente religioso"
[3] . El marxismo como un sincretismo que funde la ciencia
con la promesa milenarista del cristianismo de eliminar todo sufrimiento e imponer
la hermandad, es algo que podemos apreciar en Mariátegui.
El mejicano Adolfo Gilly describe como una generación entera de revolucionarios,
procedentes de la pequeña burguesía, tomó en los años
sesenta el camino de la guerrilla, como en los finales del siglo XIX toda una
generación de revolucionarios rusos. Dice Gilly: "Al igual que entre
éstos (rusos), entre aquéllos (latinoamericanos) estaban algunos
de los mejores, no sólo ésos para quienes la revolución
es una estación de juventud hacia la decepción o hacia la instalación
en la sociedad que antes querían cambiar desde sus cimientos".
[4] Es el caso del guatemalteco Mario Payeras quien
en el libro Los días de la selva,
[5] narra la épica de la columna guerrillera
"Edgar Ibarra" que en 1972 penetró en territorio guatemalteco procedente
de Chiapas; durante meses, la guerrilla solitaria, sin base campesina, siempre
en vigilia, vagó de un lado para otro, movida por la fe en la victoria.
Payeras abandonó el Ejército Guerrillero de los Pobres, a mediados
de los ochenta, tras las fuertes derrotas guerrilleras de 1981-83, defendiendo
la necesidad de poner la acción política en el puesto de mando.
Es el caso también del nicaragüense Omar Cabezas que dejó
los estudios de derecho para unirse a una guerrilla casi inexistente. En La
montaña es algo más que una inmensa estepa verde,
[6] cuenta el tiempo que pasó comido por los
gusanos en los montes norteños de Nicaragua. "Recuerdo que fueron varios
años con hambre, con mucho aislamiento y sufrimiento físico. Y
cuando yo estoy experimentando todo eso, tal vez voy a decir una irreverencia,
yo empiezo a sentir al Che como propio y, él, que era un símbolo
inalcanzable, lo siento como un hermano, como un igual, y es entonces que me
doy cuenta que no tengo retroceso, que es Patria Libre o Morir".
[7]
En los umbrales del siglo XXI esta izquierda épica que estuvo en todas
partes y peleó todas las batallas, la misma que sembró semillas
y soñó todos los sueños, está siendo desplazada
por nuevos escenarios democráticos en los que puede actuar en marcos
legales y con aspiraciones de formar gobiernos. Escenarios creados también
por la propia izquierda, en algunos casos tras negociaciones de paz, y en otros
mediante su participación en transiciones con múltiples actores.
La izquierda se hace más pragmática, menos ideológica,
y abandona lentamente el discurso triunfalista de la modernidad asumiendo enfoques
más relativistas y que miran al más corto plazo. Pero esta mutación
se lleva a cabo con costos: de una parte se han ido rompiendo códigos
éticos que se establecieron para no desafiarse nunca jamás; de
otra parte el incumplimiento de las ilusiones y predicciones revolucionarias,
abre paso a la decepción.
El escritor y político Sergio Ramírez
[8] reflexiona sobre lo que llama la generación
destronada en Nicaragua, y hace un ejercicio nostálgico al recordar los
valores perdidos de entrega por el prójimo y del quehacer colectivo,
la mística de una opción radical por los pobres. El cemento de
los valores místicos que sostenían una solidaridad interna en
las izquierdas sufre una decadencia, y es sustituido por un individualismo creciente
que produce desgarramientos, desamparos.
El sacrificio de toda una vida contempla la caída de algunos de sus paradigmas
y no puede evitar verse como niño huérfano a la intemperie,
en palabras de Eduardo Galeano. Una fractura espiritual en un momento inoportuno,
pues lo deseable es remover las aguas, el reverso de la comodidad y del remanso
intelectual, bajo la aceptación expresa de que el futuro es inseguro,
no comprobable. Pero una fractura que es alentada por la sima que separa las
proclamaciones revolucionarias, más o menos abstractas, de la política
cotidiana, cada vez más insertada en los regímenes parlamentarios.
Joge Amado utiliza un lirismo desgarrado al expresar lo siguiente:"Sé
de hombres y mujeres, magníficas personas, que de repente se encuentran
desamparados, vacíos, sumergidos en la duda, en la incertidumbre, en
la soledad, perdidos, enloquecidos. Lo que los inspiró y condujo por
la vida, el ideal de justicia y belleza por el cual tantos sufrieron persecuciones
y violencia, exilio, cárcel, tortura y otros muchos fueron asesinados,
se transformó en humo, en nada, en algo sin valor, apenas fue mentira
e ilusión, mísero engaño, ignominia".
[9]
Las dimensiones pasional y racional, en virtud de las cuales miles de hombres
y mujeres asumieron renuncias radicales son el tema central de estas notas.
El sentido de las mismas es tanto un ejercicio crítico como de rescate
moral de unos comportamientos que respondieron al principio de generosidad.
En cierto modo son una reacción a la lectura del libro de José
Rodríguez Elizondo "Crisis y renovación de las izquierdas"
[10] , quien hace un análisis retrospectivo,
unilateral, del curso seguido por las izquierdas latinoamericanas hasta la derrota
electoral del Frente Sandinista y las inmediatamente posteriores negociaciones
de paz en El Salvador y Guatemala. Para Rodríguez Elizondo la revolución
cubana alentó y organizó un ultraizquierdismo de culto a las armas,
aventurero, que terminó por obligar a los militares a tomar el poder
en diversos países, retrasando de este modo lo que hubiera sido una evolución
pacífica hacia la democracia. Mi desacuerdo con Rodríguez Elizondo
es casi completo respecto de la tesis que mantiene -una lectura de la historia
de la izquierda latinoamericana construida a la medida de sus necesidades personales
de ajuste de cuentas con su propio pasado-. Lo es en la medida en que fuerza
los hechos para llegar a sus preconcebidas conclusiones, pero lo es asimismo
por lo que tiene de deshumanización de toda una generación que,
políticamente equivocada o no, actuó movida por altos ideales
y sentimientos de amor. Comprender, en todo caso, por qué las izquierdas
de los partidos comunistas y socialistas, actuaron de una determinada manera
en América Latina, es mucho más interesante que el fácil
ejercicio de la condena.
Rolando Morán (Ricardo Ramírez), fundador de la guerrilla guatemalteca,
decidió su vida en un hospital de tuberculosos en Honduras y aún
fue peón caminero antes de agitador universitario y luego organizador
del Ejército Guerrillero de los Pobres. Conocí su pureza espiritual.
Jesús Cardenal "Chusón", de las grandes familias burguesas nicaragüenses,
dejó los hábitos de jesuita para enrolarse en las Fuerzas Populares
de Liberación (entonces una de las 5 organizaciones del FMLN) salvadoreñas.
Lo mataron en una emboscada pocos días antes de que se firmara la paz.
Conocí su amor por los pobres.
Luis Cardoza Aragón, uno de los grandes pensadores guatemaltecos de este
siglo, dijo a Mario Payeras: "Sea usted escritor y revolucionario". Conocí
su dulzura.
La lista de los entregados, hombres y mujeres, a la causa revolucionaria respondió
casi siempre a vocaciones surgidas de una visión desagarrada de la miseria
que posteriormente abrazaron la ideología marxista. En otros casos visión
social e ideología hicieron un recorrido simultáneo. Sea como
fuere, la pasión gobernó conductas de intelectuales, sindicalistas,
guerrilleros, artistas, campesinos. Pasiones enlazadas con una concepción
holística de su propia misión en la tierra y una fe ciega en un
socialismo radical: No es posible ningún cambio esencial en el sistema
de distribución de la riqueza sin un cambio completo en el sistema de
producción y relaciones de propiedad. Fe ciega asimismo en un socialismo
inevitable, como una construcción utópica que hunde sus raíces
en el mito del advenimiento del paraíso terrenal. En América Latina,
como en Europa, el himno de Eugenio Pottier, La Internacional, se extenderá
como una promesa de que la catástrofe de la lucha final será fructífera.
Las raíces humanas de esta opción están claras: es la unión
con los sufrientes.
Sentimiento trágico y lucha entre valores.
En la cultura de la izquierda la tragedia ha estado asociada a la comprensión
de que determinados bienes se alcanzan a través del mal. Así,
el jacobinismo estuvo habitado por un aliento trágico: el terror al servicio
del pueblo y de la revolución. La renuncia absoluta al mal lleva, en
ocasiones, a la absoluta pasividad; supone la renuncia a aquel bien que sólo
un mal puede procurar. Los actos producen resultados en varias direcciones,
buscados unos y otros no.
Aristóteles diría que el personaje trágico no es un malvado,
sino un virtuoso que no puede evitar cometer una falta. Max Weber habló
de la esencia trágica de toda acción, en particular de la acción
política. Por su parte Hannah Arendt en su obra "La condición
humana" [11] vincula
lo trágico a la incertidumbre sobre los resultados últimos. Lo
más enojoso, dice Arendt, consiste en que el significado de la acción
no se pondrá de manifiesto sino después. De la ahí el carácter
de incertidumbre que se deriva de muchas de las elecciones.
Como dice Arendt el sentido trágico retorna al presente de los participantes
con una nueva dimensión: lo que durante los años de la confrontación
armada contra las dictaduras tenía una significación menor, de
inevitabilidad e inocencia, en la actualidad contiene una dosis de culpabilidad
y error. En la hora en que callan los fusiles regresan asimismo viejos fantasmas
que habitan en la historia oculta de las izquierdas.Un ejemplo simbólico
puede ser la ejecución del poeta salvadoreño Roque Dalton por
sus propios compañeros, en 1975, y que ahora es motivo de debate público
en El Salvador. La tragedia que significó el asesinato de la dirigente
salvadoreña Ana María en Managua, y el posterior suicidio del
supuesto inductor del crimen, Cayetano Carpio "Marcial", señala una aparente
degeneración. Otros ejemplos de ejecuciones sumarias de disidentes y
de personal civil realizadas en momentos de guerra por la propia izquierda,
revelan asimismo el fondo del problema.
Miguel Angel Sandoval [12] ex-diplomático
durante años de la URNG guatemalteca plantea la necesidad del esclarecimiento
histórico respecto de las violaciones de los derechos humanos, incuidas
las cometidas por las propias guerrillas, de la difusión de toda la verdad,
para llegar después al perdon. Sandoval defiende una catársis
de la izquierda que sólo puede venir del ejercicio de desnudarse éticamente
ante sus propias responsabilidades. Y, sin embargo, en América Latina,
las responsabilidades de las derechas civiles y militares son infinitamente
mayores que las de las izquierdas.
En todo caso, interesa en este punto nombrar una veta de la moral guevariana
que, a mi modo de ver, conecta con su visión tutelar y salvífica
de la sociedad. La idea de vanguardia ejemplar y conductora aparece una y otra
vez como garante de la línea correcta, como instrumento de la educación
del pueblo y del propio ejército libertador. El revolucionario y el partido
son apóstoles reformadores necesarios que, fusionando lo público
y lo privado en un nudo de armonía, deben imponer a toda costa, con inflexibilidad
puritana si hace falta, un proyecto vertical destinado a mejorar la condición
humana en el partido y en la sociedad. La moral convertida en normativa nos
remite entonces a una idea y práctica peligrosa: los filósofos
o líderes políticos determinan lo que conviene en nombre de un
finalismo que han capturado y gestionan. Entonces surge la necesidad de actos
ejemplares que empiezan por la unión en uno mismo entre lo que se dice
y lo que se hace; a continuación, los actos ejemplares para con los demás
se administran entre premios y castigos. Y los castigos pueden llevar al ajusticiamiento
de los que "no cumplan con su deber".
El Che enfoca la lucha por el socialismo como una aventura moral, filoreligiosa,
para lo bueno y para lo malo. Los procedimientos de resolución de los
conflictos no se miden, por consiguiente, con un termómetro democrático
sino con el de esa moral extrema.
La necesidad de la seguridad y la aspiración de la armonía chocan
con el sentir trágico. Se desea evitar el choque entre valores pero el
desgarramiento es inevitable: combaten implacablemente lo colectivo y lo individual,
lo racional y lo irracional. La moralización tiende a resolver los conflictos,
pero deja abiertos antagonismos que más adelante lograrán expresarse.
En este punto mi hipótesis defiende que a veces los términos de
la disyuntiva no son dos bienes sino dos males. No es posible escoger siempre
entre un bien y un mal o entre dos bienes; hay que hacerlo forzosamente entre
dos males. De ahí la expresión mal menor. No es esta una
posición, en todo caso, que enjuicia la trayectoria de la izquierda eximiéndola
de culpa, sino que se apoya en la defensa de una conciencia abierta a la complejidad
o de una conciencia trágica que reconoce la ambivalencia de la acción
y la imposibilidad de alcanzar la plena armonía, menos aún en
la política. Se puede ser culpable en tanto que inocente. Precisamente
esta lógica en cierto modo perversa puede aplicarse hoy a numerosos hechos
internacionales: el bombardeo de la ex-Yugoslavia por la OTAN; el bombardeo
de Irak; la tibia actitud europea ante la tragedia de Bosnia-Herzegovina...
Frente al sentimiento trágico que anida en muchas gentes de la izquierda,
defiendo la idea del choque entre valores. Es decir, su complejo de culpa se
asienta –en muchos casos sin saberlo- en una pretensión armonizadora
propia de los grandes sistemas ideológicos –en este caso el marxismo-,
algo que rechaza la razón trágica que tiene un sentido de la problematicidad
inmanente de la vida y del mundo. Ciertamente pienso que en el marxismo descansa
una buena parte del equívoco histórico de algunas izquierdas.
Lo paradójico estriba en que la izquierda radical latinoamericana, con
fuertes bases sociales cristianas, siempre tuvo un contenido moral. La lucha
tiene siempre un impulso que va más allá de la satisfacción
de saber que se camina, supuestamente, a favor de la historia. Otra cosa es
en que medida esa izquierda asumió como tales los valores morales. El
ámbito de estos valores no ha tenido un lugar importante en los estudios
y discusiones en las fuerzas marxistas en América Latina.
En la práctica los marxistas latinoamericanos han ejercido una moral
humanista, pero ello no ha ocupado un lugar en su concepción del socialismo.
La teoría de la revolución de índole marxista coloca la
moral en un lugar derivado, subproducto de la actividad política. ¿Por
qué? Porque el fundamento ético no asegura el socialismo, y la
concepción materialista, supuestamente científica, sí.
La diferencia es notable. La polarización de este enfoque se encuentra
en lo escrito por algunos marxistas que han escrito sobre los valores éticos;
pero presentan el deber ser como deducido de la necesidad: la valoración
moral basada en el fundamento del conocimiento de leyes históricas. Me
atrevo a decir que el humanismo de las izquierdas latinoamericanas ha estado
mediatizado por un marxismo importado. Dos de los casos que expongo, Mariátegui
y Che Guevara, son una excepción. La vida comunista de Tina Modotti pertenece
a otro campo: el del abrazo apasionado a una causa sin conocer sus fundamentos
teóricos.
II Parte:Pasión revolucionaria y compromiso militante
La agonía de José Carlos Mariátegui
El marxismo llega a América Latina con los inmigrantes italianos y españoles,
aunque tiene un sustrato de clase importante la formación de los sindicatos
urbanos y los sindicatos mineros. Ambos –socialismo y comunismo—no adquieren
en un principio la distinción que, por el contrario los caracteriza y
enfrenta en Europa, donde son tajantes las líneas divisorias existentes
entre la socialdemocracia y el marxismo-leninismo en ciernes. Los rasgos que
predominan en el comunismo-socialismo latinoamericano tienen, en la época
que nos ocupa, un fuerte predominio del marxismo-leninismo, con notables elementos
anarquistas y anarcosindicalistas. De ese modo, para esta filiación ideológica,
la dinámica social se explica por la lucha de clases, la oposición
de la clase obrera al desarrollo capitalista y la penetración imperialista
que hace que la lucha contra el capitalismo sea una lucha contra el imperialismo.
[13]
El marxismo de Mariátegui abandona la idea de que la unidad nacional
es el principio actuante de la política, y lo situa en las clases sociales
y su lucha. Además, la sociedad termina por ser contemplada como una
estructura heterogénea con grupos subordinados a los intereses de unas
élites económicamente dominantes. Como no podía ser para
menos, entre los grupos subordinados está la población indígena,
que comparte con los demás grupos explotados dicha condición.
Sin embargo, dentro de todos estos grupos subordinados, el proletariado –léase
la clase obrera— es el más importante a la hora de hacer avanzar la lucha
anticapitalista y antiimperialista.
Es importante hacer notar que, desde muy temprano, la filiación socialista-comunista
trata de aplicar a América Latina las ideas de modo de producción
precapitalista y capitalista, entendiendo al primero como feudal, colonial
e indígena, y al segundo como dependiente del imperialismo. Ello introduce
una novedad respecto a la ortodoxia que comienza a propagarse desde la Rusia
bolchevique desde donde suele hablarse de un capitalismo y un proletariado a
secas. Igualmente novedosa resulta la idea de un actor indígena, cuando
la ortodoxia insiste en que sólo hay una clase revolucionaria -la clase
obrera- que es la única depositaria de la transformación social.
En parte, es por estos elementos "novedosos" que el socialismo-comunismo latinoamericano
tiene dificultades para ser aceptado por el movimiento comunista internacional,
en cuyo seno la determinación de quién es un verdadero comunista
y quién no lo es depende cada vez más de los dirigentes rusos.
Habrá que esperar hasta los años treinta, cuando comienzan a establecerse
los partidos comunistas, para que el socialismo-comunismo latinoamericano logre
institucionalizarse. Ello obviamente supuso aceptar las 21 condiciones impuestas
por la III Internacional a sus nuevos miembros, con el subsiguiente abandono
–o paso a segundo plano- de los elementos más polémicos de la
visión de la realidad que los socialistas-comunistas latinoamericanos
comenzaban a elaborar.
José Carlos Mariátegui, fue un heterodoxo, enfrentado incluso
a una buena parte del socialismo peruano que desde Cuzco proponía una
línea de pensamiento tendente a la Internacional Comunista. Desde Amauta,
tarea colectiva en la que Mariátegui juega el papel de inspirador principal,
el socialismo mariateguista resiste. En sus 39 meses de vida fue el órgano
de una generación de pensadores originales empeñados en construir
un proyecto autóctono, peruano. Pero el punto de partida no era en este
caso el lema leninista de "sin teoría revolucionaria no hay práctica
revolucionaria" sino la praxis, la acción. Al menos esta fue la tensión
de Mariátegui y sus amigos. De modo que la tertulia diaria en la calle
Washington, con ser de intelectuales, era también un foro de conexión
con los sindicatos obreros y con los estudiantes. Amauta no tenía
un programa preciso sino una vocación: el estudio de los problemas peruanos.
Mariátegui busca un socialismo propio no importado. Y por ello mismo
es objeto de acoso desde las corrientes que teniendo como núclero organizador
la ciudad de Buenos Aires, trata de afincar el comunismo de inspiración
soviética también en el Perú. Por otro lado, Mariátegui
se confronta con Víctor Haya de la Torre. Merece la pena dedicar unas
líneas a este último, intelectual y líder político
vinculado desde muy joven a la lucha estudiantil, siguiendo las notas de Luis
Armando González [14]
Su actividad política universitaria lo llevó al exilio, concretamente
a México, donde estuvo desde 1923 hasta 1926. En este país formula
la propuesta de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), tan importante
en la historia del populismo latinoamericano. Viaja a la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas -donde se familiariza con el marxismo-leninismo-
y a Inglaterra -donde estudia con el autor de la Historia del pensamiento
socialista, D.H. Cole.
A pesar de que en sus primeros años de militancia compartió experiencias
con Mariátegui, Haya de la Torre se distancia desde un principio de la
filiación marxista. Ciertamente, se sirve de muchas de sus nociones para
interpretar la realidad peruana, pero lo hace siempre con una intención
contraria a la que cabría esperar de un socialista-comunista; se trata
en la propuesta de Haya de la Torre de potenciar un capitalismo latinoamericano,
y no de establecer un régimen socialista como antesala del comunismo.
Su pregunta, como la de tantos intelectuales de su época, es por
la naturaleza de América Latina: ¿Qué es América Latina?
¿Cuáles son sus actores sociales fundamentales? ¿En qué dirección
deben avanzar sus transformaciones socioeconómicas y políticas?
Con estas inquietudes en mente, este autor peruano se apresta a dar su aporte
al debate político latinoamericano.
Su experiencia en Perú, conjugada con los conocimientos que adquiere
en su estadía europea, lo llevan a caracterizar a América Latina
como un feudalismo colonial. Haya de la Torre está convencido
de la inexistencia de un capitalismo consolidado en la región; lo que
existe de éste es apenas muy incipiente y sin capacidad de desarrollo
autónomo debido a la presencia del imperialismo. En América Latina,
según él, hay imperialismo sin capitalismo, pues el primero vive
a expensas de la herencia feudal colonial que le es imprescindible para sus
fines. En un afán que incluso lo llevó a sentirse como quien había
superado con creces a Lenin, Haya de la Torre afirmó que en América
Latina el imperialismo no es la fase superior del capitalismo, sino la primera.
Se trataba, por tanto, de llevar adelante una lucha antiimperialista y antifeudal,
pero con el propósito de instaurar un capitalismo nacional.
En este proyecto -que fue en definitiva el proyecto de la APRA- no tenía
cabida la noción de las clases sociales y su lucha. En lugar de ello
había que potenciar la creación de una amplia alianza multiclasista,
liderada por las clases medias y forjadora de un Estado fuerte capaz de propiciar
el surgimiento de una auténtica burguesía nacional. Esta visión,
en la que se rechaza el conflicto de clases como eje dinamizador del desarrollo
social, se sitúa en la línea de un Estado benefactor, que
debe ser lo suficientemente fuerte tanto para promover el desarrollo de la industria
nacional como para hacer frente al imperialismo.
En América Latina existe un feudalismo Se trata entonces de constituir
una alianza o frente único de todos estos grupos -presentes en la sociedad
feudal colonial-, independientemente de su adscripción de clase, que
se proponga la constitución de un Estado antiimperialista cuyo núcleo
esté formado por los grupos medios que son los más lúcidos
y conscientes de dicha dominación".
El proyecto aprista tuvo un éxito político indudable. Como el
modelo que surgió en México, inmediatamente después de
la revolución de 1910, fue una síntesis del nacionalismo y el
antiimperialismo, es decir, fue un nacionalismo revolucionario. Los regímenes
populistas que dominaron la vida política latinoamericana desde los años
treinta hasta los sesenta tuvieron en el proyecto de la APRA una fuente de inspiración
decisiva. Haya de la Torre fue el gestor de esa propuesta en virtud de la cual
los Estados latinoamericanos propiciaron el desarrollo industrial, la organización
de la sociedad civil y la creación de sistemas políticos incipientemente
democráticos. Lo que se ha dado en llamar la matriz estado céntrica
tuvo en Haya de la Torre a uno de sus principales artífices intelectuales.
Esa matriz entró en crisis con el advenimiento de las dictaduras militares
de los años sesenta y setenta, las cuales dieron inicio a un proceso
inexorable de redefinición del Estado. Las actuales propuestas de limpiar
la economía de cualquier presencia estatal son parte de la ofensiva antiestatista
que militares como Pinochet iniciaron en 1973 . Las reformas neoliberales están
llevando a término la obra iniciada por los militares; con ello, están
tirando por la borda lo que quedaba de la propuesta sociopolítica de
Haya de la Torre.
Mariátegui coincide con Haya de la Torre en que el sujeto histórico
de la transformación revolucionaria del Perú debía ser
un bloque de fuerzas populares. Pero a diferencia de Haya de la Torre, para
Mariátegui el socialismo estaba a la orden del día.
José Carlos Mariátegui asume el socialismo como una nueva vida
y el marxismo como una herramienta crítica. Interroga al marxismo desde
una tradición popular conformada por la religiosidad del Perú.
Para Alberto Flores Galindo [15] ,
Mariátegui está próximo a Rosa Luxemburgo en su concepción
de la revolución como un acto de masas y no un hecho tramado por una
minoría. Próximo al sorelismo (y por consiguiente inclinado al
sindicalismo), el intelectual sentado en una silla de ruedas es un agitador
apasionado de la revolución que es lucha y batalla cotidiana. En un comentario
de la novela El cemento para Repertorio Hebreo, expresa una visión
intensa: "La revolución no es una idílica apoteosis de ángeles
del Renacimiento, sino la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear
un orden nuevo. Ninguna revolución, ni la del cristianismo, ni la de
la Reforma, ni la de la burguesía, se ha cumplido sin tragedia. La revolución
socialista que mueve a los hombres al combate sin promesas ultraterrenas, que
solicita de ellos una tremenda e incondicional entrega, no puede ser una excepción
en esta inexorable ley de la historia. No se ha inventado aún la revolución
anestésica, paradisiaca y es indispensable afirmar que no será
jamás posible, porque el hombre no alcanzará nunca la cima de
su nueva creación, sino a través de un esfuerzo difícil
y penoso, en el que el dolor y la alegría se igualarán en intensidad"
[16] . La agonía de Mariátegui tiene que
ver con la idea de que su destino es la lucha y no la contemplación.
Pero es una lucha solitaria que, separándose del enfoque del Comintern
y de la I Conferencia Comunista de Buenos Aires, no garantiza la consecución
de sus fines. El socialismo mariateguista no significa la solución de
todos los problemas ni la anulación de los conflictos. El socialismo
era un ideal que permitía cohesionar a la gente, obtener una identidad,
construir una multitud en marcha y dar un derrotero por el que merece la pena
vivir. Era ante todo una moral y un mito colectivo; una especie de religión
de nuestro tiempo. Una meta por la que luchar sin que nada garantice su consecución.
[17]
José Aricó defiende la idea de que en el Perú de Mariátegui
se estaba produciendo, por primera vez, un marxismo enteramente latinoamericano.
[18] Mariátegui logra dar de la doctrina marxista
una interpretación antieconomicista y antidogmática, ayudado por
dos hechos: su formación marxista fuera del movimiento comunista oficial
y la existencia de un movimiento socialista peruano no sujeto a la presencia
del partido comunista o a la herencia de un socialismo positivista. Aricó
señala la influencia italiana sobre Mariátegui y su capacidad
para amalgamarse con experiencias diversas como las de grupos indigenistas,
movimientos obreros de distintas tendencias, movimientos artísticos,
corrientes radicales de estudiantes, etc.
Su posición heterodoxa cuestiona el paradigma eurocéntrico, utilizando
el marxismo como un instrumento de análisis y no como una teoría
prescriptiva. "Mariátegui piensa en un largo proceso de construcción
de una voluntad nacional popular que se extiende a la manera del movimiento
cristiano que su maestro Sorel había tomado como ejemplo para mostrar
el mito de la formación de los grandes movimientos populares"
[19] El socialismo de Mariátegui no podía
conectar con el movimiento comunista dirigido por la Unión Soviética.
Su visión no da ningún destino por trazado, choca con el marxismo
de herencia hegeliana que pretende haber capturado el curso de la historia.
La esperanza es un valor superior que cualquier previsión razonable.
Para Mariátegui, el marxismo, más que una teoría fue un
estilo de vida, una manera de encarar el mundo. Su marxismo era la revolución.
Tina Modotti: el lado sensual de la orquesta roja
Las ideologías revolucionarias tienen una dimensión pasional sin
la cual hubiese sido imposible el sacrificio y la entrega sin límites
de sus militantes. El caso de Tina Modotti ilustra paradigmáticamente
esta dimensión pasional. Antes de entrar al examen de la vida de esta
militante es pertinente señalar que la pasión comunista se desató
con gran intensidad en Europa
-entre sus principales figuras intelectuales- después del triunfo bolchevique
de octubre de 1917 y durante la época de la lucha antifascista.
En efecto, para muchos intelectuales europeos la revolución bolchevique
puso de manifiesto que la salvación de la humanidad era posible históricamente;
es decir, 1917 demostraba que la Ilustración no sólo era una emancipación
racional, sino una emancipación material. Ciertamente, se trata del primer
experimento político que tiene como meta la justicia y la igualdad socioeconómica
de las grandes masas de la sociedad. Por ello es vista por sus defensores como
una continuación de la revolución francesa, en línea directa
con las mejores tradiciones revolucionarias occidentales. La voluntad humana,
con la revolución rusa, se sobrepone sobre cualquier obstáculo
para la emancipación total.
Asimismo, la amenaza contrarrevolucionaria de los primeros años de poder
soviético es vista como la reacción propia del antiguo régimen
que busca conservar sus privilegios, oponiéndose al progreso. El terror
rojo, al igual que el de Robespierre, es una necesidad ineludible de la revolución:
Lenin es el Robespierre ruso, quien por lo demás continúa el esfuerzo
de reforma social iniciado por Rousseau. Este es el marco que sirve de justificación
a las purgas estalinianas de los años treinta-treinta y cinco, una vez
que Stalin se ha consolidado en el poder tras la muerte de Lenin (1924).
A finales de los años treinta, cuando el poder de atracción de
octubre comienza a perderse, Stalin abandera la lucha antifascista con lo que
el espíritu libertador de los comunistas rusos es recuperado con inusitada
fuerza. Con todo, no hay que perder de vista que el antifascismo estalinista
tiene dos fases bien distintas entre sí: en la primera, que abarca prácticamente
los años treinta, Stalin promueve la crítica al fascismo, pero
de hecho mantiene acercamientos con Hitler a tal punto de llegar a firmar el
pacto germano-soviético (1939) en el que el primero se comprometa a no
agredir militarmente a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS). Esta situación genera confusión en algunos círculos
comunistas y en algunos militantes, que no logran entender la alianza entre
los enemigos de la humanidad y sus salvadores. Sin embargo, todos terminan por
aceptar las críticas y los llamados estalinistas contra el fascismo,
dejando de lado que el acercamiento entre ambos jefes contradice totalmente
los llamados a luchar contra los nazis formulado desde la cúspide del
poder soviético.
La segunda fase es propiciada por la invasión nazi a Polonia y el avance
de las tropas hitlerianas hacia territorio soviético. A principios de
la década de 1940, cuando la segunda guerra mundial está en pleno
vapor, la URSS emerge como abanderada de la lucha contra los nazis; es decir,
como abanderada de los ideales occidentales más queridos: democracia,
justicia, libertad, fraternidad e igualdad. Se produce una "cultura antifascista"
a la que dan su aporte pintores, poetas y escritores, en un afán de sumar
esfuerzos en pro de la libertad. Los sufrimientos del pueblo ruso y, más
aún, la obra "liberadora" del ejército soviético en Europa
del Este, erigen al modelo soviético como la mejor realización
de los ideales humanos más profundos.
La muerte de Stalin, en 1953, y el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética, en 1956, permiten sacar a la luz pública lo que la
fuerza pasional del comunismo no permitía ver: los crímenes de
Stalin, los campos de concentración soviéticos y el engaño
sistemático promovido por el jefe comunista muerto tres años atrás.
De ese entonces en adelante, la atracción sin límites generada
por el modelo soviético se fue quebrando lenta, pero inexorablemente.
Al descrédito internacional (invasión a Checoslovaquia, invasión
a Afganistán) se sumó el fracaso económico; a la inexistencia
de libertades civiles se sumó la incompetencia política. La perestroika
desencadenó un proceso de transformación sociopolítica
que ha obligado a los antiguos países comunistas a reandar el camino
del capitalismo. No hay pasión revolucionaria capaz de obviar estos hechos
tan brutales y contundentes.
Ante esos procesos, sin embargo, esta pasión se impuso. La vida de Tina
Modotti ilustra el caso de otros muchos militantes comunistas que se entregaron
totalmente, en cuerpo y alma, a una causa que ofrecía la redención
de la humanidad a cambio del sacrificio cotidiano, la disciplina y la renuncia
a la propia individualidad. En Tina Modotti estos elementos de la pasión
comunista son extremadamente marcados, sobre todo por que contrastan con lo
que fue su vida antes de convertirse en militante.
El libro Tinísima, de Elena Poniatowska
[20] , es un homenaje a esa mujer -fotógrafa
de profesión, de familia humilde y emigrante- que ejerció su poder
de seducción sobre la intelectualidad mexicana de los años veinte.
Antes de su compromiso revolucionario, frecuentó los círculos
formados por pintores, poetas y fotógrafos en los cuales se abría
espacio por su belleza y sensualidad. No sólo los demás le rendían
culto a su cuerpo, sino que ella misma estaba absorbida por las experiencias
afectivas que era capaz de suscitar. En esta etapa de su vida era una mujer
que vivía para el placer y los sentidos, sin ocultarse ni ocultarlo.
Por tratarse de una época donde la libertad sexual de las mujeres no
podía ser ni siquiera soñada en México, Modotti fue sin
duda alguna una cuestionadora de las costumbres y los tabúes sexuales.
Fue una mujer que vivió en una época que no era la suya -el México
provinciano y ranchero de los años veinte- y en la que reivindicó
su derecho a gozar sensiblemente sin estar atada a -o depender de- un hombre.
Se casó con el escultor Robó, a quien amó y murió
en México. Fue amante del fotógrafo Edward Weston, con el que
conservó siempre una amistad sincera. Se emparejó con Xavier Guerrero,
un silencioso comunista que la inició en las ideas y en la vida del partido;
tal vez el hombre por el que más sufrió. Se enamoró de
Julio Antonio Mella, de quien admiró la fuerza de sus convicciones.
Agosto de 1923.
"La piel, su envoltura humana, la completaba. No tenía palabras para
decirlo, reinventaba su relación consigo misma, se quería. Si
su cuerpo podía transmitir esa fuerza, la profundidad de las sombras,
la armonía y el ritmo de su diseño, entonces ella también
sería inolvidable. Su cuerpo allí en el papel [en la fotografía
que Weston le ha tomado, desnuda, en la azotea] trabajaba sobre ella, adquiría
un carácter impresionante. Edward [Weston], su maestro, le brindaba una
nueva manera de ver a Tina. Estar desnuda era ser ella misma, sin disfraz, y
mostrarse en su desnudez era presentarles a los demás su más hermoso
vestido". [21]
Su presencia en los círculos intelectuales le permiten entablar relaciones
con Julio Antonio Mella, quien desde su exilio mejicano funda el Partido Comunista
de Cuba, a quien no tarda en seducir con su belleza y con quien vive un intenso
romance que dura hasta el asesinato de éste, en enero de 1929, cuando
caminaban del brazo por una de las calles de la ciudad de México. La
experiencia amorosa con Mella y la difícil situación que le acarrea
su muerte -las autoridades mexicanas la acusan de cómplice en el asesinato
del comunista cubano- la vinculan a los círculos comunistas de este país
en actividades de propaganda y denuncia. Bajo la sospecha de haber participado
en un atentado contra el presidente de México es encarcelada; en consecuencia,
la amenaza de deportarla a su país, una Italia dominada por Mussolini,
no se hace esperar. Una vez deportada, en 1930, recibe la ayuda del militante
comunista Vittorio Vidali (Enea Sormenti), -enviado a México por la Internacional
Comunista-, quien prepara las condiciones para que ella pueda viajar a Alemania
(con Hitler amenazante) donde los comunistas le ayudan a viajar a la Unión
Soviética.
Octubre de 1930.
"Tina desemboca en la Plaza Roja, del brazo de Vittorio Vidali. De tan extenso,
el adoquinado parece ondular. ‘Nunca he visto una plaza así de enorme’,
dice apretándose contra él, ‘nunca en mi vida’. Y ahora sobre
este mar de adoquines avanzan hacia el Kremlin amurallado, su palacio pesado
y secreto como un monseario. ‘También el zócalo de México
es grande , dicen que ahí cabe la más grande tempestad’. ‘Si al
lado de este desierto de piedra, es un recuerdo acogedor’. ‘Todos los espacios
de la Unión Soviética son inmensos’... ‘Mira, aquí trabaja
Stalin, en una oficina desnuda, sólo lo acompañan dos retratos:
Lenin y Marx... El destino del mundo va a decidirse aquí. Su ventana
siempre está encendida, bajo esa luz Stalin trabaja hasta el amanecer.
Se acostumbró a bregar de noche en la clandestinidad. El toma todas las
decisiones, no delega nada. Ven, tenemos que cenar en algún lado, si
no llegamos a tiempo nos quedamos con el estómago vacío. ¿Traes
cupones?’ ‘Tantos, ríe Tina, ‘como piedras hay en el pavimento. También
me dieron unos rublos para gastos personales. ¡Qué cálidos y atentos
son los rusos!’ ". [22]
Prácticamente, aquí se inicia la radical conversión de
Tina Modotti. Trabaja en el Socorro Rojo Internacional ejerciendo responsabilidades
importantes y llevando a cabo misiones de mucho riesgo en diversos países.
Es reclutada por la Internacional Comunista como una agente en el exterior,
previo entrenamiento y comprobación de su fidelidad al comunismo. Tras
varias misiones a Alemania en su calidad de agente secreto, a mediados de los
años treinta la envían a su prueba más difícil:
la guerra civil española. Pelea contra las tropas franquistas, moviliza
y cura heridos, pero fundamentalmente sigue las órdenes del camarada
Stalin. Su vida personal se sacrifica en la lucha de los comunistas por la República,
con disciplina y fervor, pero en el fondo su vida está consagrada a Stalin.
La perturba que éste haya firmado un pacto de no agresión con
Hilter, pero está segura de que la fidelidad del jefe comunista al pueblo
soviético y a los pueblos del mundo no puede ser puesta en duda.
Enero de 1935.
"Camarada Modotti [le dice su responsable Stásova], deberá ir
a España. Usted va a luchar al lado de los camaradas asturianos... -¿Cuándo
debo salir? -Mañana, esta misión será más larga
que otras; tendrá que llevar sus efectos personales; la situación
en España es incierta". [23]
Noviembre de 1936.
"Hace dos días comenzaron los bombardeos sistemáticos a Madrid.
Madrid arde destechada. Los aviones nacionalistas vuelan bajo y ven a los madrileños
correr por la calle... Cuando puede dejar de guardia a Sebastián, Tina
sube a ayudar a las salas. Los heridos la llaman porque sabe escucharlos...
Tina nota que se le hinchan las piernas, pero le molestan menos que el vapor
de los peroles". [24]
Julio de 1937.
"Hace mucho que Tina rebasó su nivel de agotamiento y en sus ojos se
lee una fiereza que antes no tenían. No así su cuerpo adelgazado
y quebradizo. Gerda Taro, su Rolleiflex hombro, la irrita y la atrae. Bonita,
los hombres la enamoran. Lo mismo a la Valero. ‘¿Habré olvidado que soy
mujer?’, se pregunta Tina". [25]
Enero de 1939.
"Franco entra en Barcelona.
El éxodo de quinientos mil refugiados desde Cataluña es alucinante;
frío, lluvia, nieve, falta de provisiones, bombardeos despiadados. Miles
de civiles rumbo a la frontera avanzan a tropezones, defendidos por divisiones
del ejército de la República a costa de sacrificios enormes".
[26]
La derrota de la República le duele, y como otros tantos vencidos tiene
que abandonar España y embarcarse hacia otro país. Vuelve a México
donde es recibida por antiguos amigos que le manifiestan cariño, aunque
ya no la efusividad de antes. Tina Modotti es otra; incluso muchos no logran
reconocerla. Está vieja y cansada. La militancia comunista la hizo olvidarse
totalmente de sí misma, al punto de haber perdido la costumbre de verse
en un espejo, pues esa era una costumbre burguesa que desviaba la atención
de las necesidades de la lucha revolucionaria. Muere olvidada de sí misma
y olvidada por los demás -en el asiento trasero de un taxi en marcha-
mientras se dirige a su casa.
Abril de 1939.
"El barco de Tina llegará a Veracruz el 19 de abril, es una carrera contra
el tiempo: si no lo ve [a Vittorio] en el muelle mexicano va a sentirse mal.
Hay que avisar a los del partido en México, a Rafael Carrillo, a Hernán
Laborde, a quien encuentre, para que compañeros de confianza lleguen
a recibirla. Al describirla siente que se le cierra la garganta. -Es seguro
que lleve una chaqueta negra y un sombrero negro, muy modestos ambos, la vista
siempre baja, casi sin equipaje, de estatura más bien pequeña.
Nadie debe enterarse de que María o Carmen Ruiz Sánchez, de nacionalidad
española, doctora, profesora o lo que sea, es la presunta autora del
frustrado asesinato, hace nueve años, del entonces presidente de México,
Pascual Ortiz Rubio.
Nadie se dio cuenta de que la española Carmen Ruiz Sánchez, de
ojos muy hundidos, tez ajada y manos temblorosas, era la Tina Modotti expulsada
en enero de 1930. Al contrario, cuando un inspector la vio tambalearse, le gritó
a un secretario: -ayúdala, hombre, ¿que no ves que es una persona de
edad?". [27]
6 de Enero de 1942.
Vittorio la espera leyendo. Cuando suena el timbre se da cuenta de que es más
de la una y baja la escalera. A Tina se le habrán olvidado las llaves.
Dos señores le dan las buenas noches y preguntan por el marido de la
señora Tina Modotti. –Yo soy, ¿dónde está la señora?
-¿Quiere usted que nosotros nos ocupemos? -¿Le pasó algo? -Falleció.
-Un momento, ¿de qué me están hablando? -Su esposa, Tina Modotti,
murio en un libre en la acera de aquí enfrente. El taxista la llevó
a la Cruz Roja. Nosotros trabajamos en pompas fúnebres y estamos a sus
órdenes...
"Cuando el libre se detuvo, en la esquina de Insurgentes y la calle de Villalongín,
Tina dio su dirección de doctor Balmis y el chofer preguntó: -¿dónde
mero? -Frente al Hospital General. -Bueno, la llevo... El taxi se detuvo frente
al Hospital General.
-Servida, señora. El chofer oyó que la mujer se quejaba quedito,
abrió la puerta trasera del coche y la rozó. -Señora, ya
llegamos. Al verla inmovil, entró corriendo a la guardia del hospital
y señaló su taxi. Después de insistir, lo siguieron dos
practicantes. -Se hizo tarde, mano, ya se murió, llévala a la
Verde. Allí la entregas". [28]
Tina Modotti, una mujer bella y sensual, que vivía para sí misma,
queriendo hacer de su individualidad el centro del mundo. Tina Modotti, cansada
y con ojeras, sin lavarse los dientes y verse al espejo, entregada totalmente
a una causa que traería la salvación definitiva a los pobres de
la tierra. Suman miles las personas, hombres y mujeres, que tuvieron una conversión
similar. Suman miles las personas, hombres y mujeres, que alimentaron con su
sacrificio personal y su disciplina la ideología comunista. Esta fue
la clave de su fuerza, pero también del fanatismo y el dogmatismo que
la caracterizaron a lo largo del siglo XX. Dogmatismo que le llevó a
romper con Diego Rivera, por haber aceptado pintar varios murales por encargo
del gobierno. Para Tina Modotti no había lugar a la flexibilidad, cuando
se trataba de la revolución; ni siquiera con el hombre que la había
inmortalizado en sus murales repartiendo armas al pueblo.
Su entrega a la causa revolucionaria durante la guerra española mereció,
en 1971, estas palabras de María Teresa León, escritora española
y durante muchos años compañera del poeta Rafael Alberti:
"Después de treinta años, las mujeres seguimos aprendiendo de
ti, de tu dedicación, de tu lucha por la causa del proletariado, de tu
solidaridad con los que sufren" [29]
El cubano Juan Marinello, militante de Socorro Rojo, escribió en 1942:
"Si cada persona y cada paisaje nos deja una impresión matriz, dominante,
céntrica, yo debo decir que Tina fue para mí la figuración
corpórea de la más alta virtud revolucionaria: la abnegación.
Su silencio trabajador ganaba todas las batallas, las grandes, las de la redención
definitiva; las pequeñas, las que tejen sabiamente el acuerdo necesario
de las voluntades heroicas". [30]
Muerta Modotti, años más tarde, en la década de los cincuenta,
la relación ortodoxia-heterodoxia resurge con fuerza en los círculos
de la izquierda comunista latinoamericana. Surge una nueva heterodoxia: la representada
por la revolución cubana y los movimientos armados de liberación
nacional. Ambos experiencias suponen una cierta ruptura con las tesis defendidas
por los partidos comunistas, incluso, en muchos aspectos, se vuelve a la ortodoxia
rusa de principios de siglo: la revolución no sólo es una tarea
del presente, sino que la misma debe tener un alcance internacional. Se impone
la idea de que la estrategia de la lucha armada (guerrillera) es la que se debe
privilegiar sobre otras formas de lucha; asimismo, surge una nueva vanguardia
de naturaleza político militar, articulada por núcleos armados
y regida en muchos casos por el centralismo democrático. Su base de sustentación
social son los sectores oprimidos, especialmente los obreros y los campesinos,
quienes deben aliarse para luchar por la transformación social.
La lección de la revolución cubana a los partidos comunistas se
puede resumir así: estos últimos han buscado el socialismo siguiendo
una ruta equivocada, pues la ruta correcta es la lucha armada, a la cual tienen
que sumarse si quieren ser protagonistas en el proceso revolucionario. Por la
lucha armada, el socialismo y el comunismo se revelan como ideales realizables
aquí y ahora no por burócratas regordetes y acomodados, sino por
guerrilleros sacrificados y heroicos como Ernesto "Che" Guevara.
El dilema moral del Che Guevara
Su visión del marxismo es clásica en lo que se refiere a la concepción
del movimiento de la historia que sigue un curso ascendente, favorable a los
intereses de los obreros y de los campesinos, de modo que el socialismo aparece
como resultado necesario. Es en ese aspecto un marxismo muy europeo, como el
que se extendió por América Latina en las primeras décadas
del siglo de la mano del argentino Juan B. Justo, aunque la vía revolucionaria
cubana nada tiene que ver con la fórmula de Justo que pasa por la democratización
radical de las instituciones. No obstante el Che se separa muy radicalmente
de la ortodoxia soviética, tanto en lo que se refiere a los métodos
de lucha como en su pretensión de ser la única verdad, de manera
que lee y estudia a Trosky y a Mao, siempre con una tensión contraria
al dogmatismo y a la retórica -quedó triste cuando la policía
destruyó las placas del libro La revolución permanente
de Trosky-. Además, el marxismo del Che contempla el hacer la revolución
en países subdesarrollados, apoyándose en la reforma agraria,
lo que fue admitido por Marx en sus últimos años tras analizar
la situación de Rusia.
En su concepción del partido, la idea de vanguardia leninista aparece
una y otra vez como garante no sólo de una conducción correcta
de la revolución, sino también como instrumento de educación
del pueblo, es decir como tutela moral necesaria. Desde luego se trata del partido
único que atraviesa todos los nervios del Estado y de la sociedad. Del
mismo modo su concepción del militante y del cuadro del partido, se acerca
a la de un apostol de la revolución. El nivel de exigencia del Che Guevara
nos remite a una concepción salvífica, redentora, en la que el
partido es una agrupación de santos, y hay ahí como un desencuentro
entre la realidad y su pensamiento.
Él era un revolucionario en estado puro, no un estadista como Fidel Castro
sino un utopista del siglo XX. Y este componente moral del que se alimenta en
su primer viaje en motocicleta por América Latina, rumbo a una leprosería
de Venezuela, le acompañará siempre. La visión de la extrema
pobreza y de la América india irá tomando en su interior la forma
de una llamada de la humanidad. De forma que su entrada en la política
se producirá en Guatemala como reacción a la rabia que le produce
la intervención de la CIA y de los militares contra el gobierno reformista
de Jacobo Arbenz. Hasta entonces Che Guevara había sido un joven antiperonista
sin actividad política, como muchos otros en Argentina.
Pero si la visión moral del mundo es su lado fuerte, su característica
más atractiva, es también su lado débil. Es la moral la
que contribuye a que tuviera una concepción del Estado como instrumento
reformador de la sociedad, tutelar, a la manera de Platón que quiso diseñar
un Estado que pudiera educar al pueblo en un código de valores que fusionara
lo privado y lo público en un nudo de armonía. Si por el lado
de la concepción estatista de Platón podemos encontrar una justificación
en la sentencia a muerte de Sócrates que viene a ser el fracaso de una
vía pacífica para la reforma moral de la ciudad-estado, en la
concepción guevarista la justificación de su estatismo creo que
reside en el fracaso de las vías pacíficas, electorales; el derrocamiento
violento de la Guatemala de Arbenz que había impulsado una importante
reforma agraria marca la idea de que hace falta una vía más expeditiva
y un Estado más fuerte.
Es por ese su lado moral como descubrimos a un Che a veces inflexible, un poco
puritano y con un costado de monje -en acertada definición de Galeano-.
[31] Un Che que, según el escritor uruguayo,
no podía ver a un humilde vendedor por cuenta propia en las calles de
La Habana, porque veía en ello una capsulita de capitalismo, en el fondo
temía que allí pudiera haber un pequeño Rockefeller en
potencia. Es verdad que su llamado era una advertencia frente a la codicia,
frente a las trampas de la codicia. Pero hay en él un reformador moral
autoritario que desde arriba señala lo que debe hacerse. Por otra parte
el tiempo dirá que la estatización de toda actividad económica
es un error y además es ineficaz. Y, sin embargo, el igualitarismo del
Che fue una fuente de inspiración para las izquierdas de todas las épocas
posteriores.
Es así que debe distinguirse el impulso moral como inspiración,
como raíz para la acción política, ya que en última
instancia el cambio de sociedad nos remite siempre al deseo de mejorar la condición
humana, de la moral como concepción estatal que nos remite a una idea
peligrosa de Estado normativo, de sociedad vertical, tutelar, en la que los
filósofos, la vanguardia o los líderes determinan lo que le conviene
a la gente. En el Che se encuentran las dos.
Sin embargo no hay trampa en su concepción moral, al contrario hay una
coherencia de la que podemos extraer algunas conclusiones.
En primer lugar sus actos están llenos de ejemplaridad. Entre lo que
dice y lo que hace hay una unidad completa. En el trabajo voluntario, arrastrando
un asma que a veces le hace aparecer como un ser agonizante, corta caña
o maneja un tractor, pero no para la fotografía sino con una intensidad
y una sinceridad que nadie nunca a discutido en Cuba. El tipo se presentaba
en una fábrica y se ponía a trabajar de peón en horas nocturnas,
sin que apenas nadie lo supiera, ante la alucinación de los trabajadores
del turno. Siempre cobró el sueldo mínimo, dos o tres veces por
debajo del salario de un técnico. Cuando tiene conocimiento de ello suprime
los suplementos en alimentación de los que se beneficiaba su familia.
En segundo lugar el impulso ético conduce al Che a una interpretación
antropológica del marxismo. Y este es el meollo de su pensamiento y de
su modo de actuar. En su visión el hombre, la mujer, sustituyen al desarrollo
económico y la tecnología como los factores principales del cambio.
Rompe con el economicismo y denuncia una idea de socialismo basada en el reparto
de los bienes. A él le interesa una nueva sociedad, una nueva civilización,
unas nuevas relaciones sociales, humanas y sentimentales; su socialismo es una
aventura moral. Por eso dirá que no es el incentivo material sino el
moral el que debe prevalecer. Piensa que los dos deben combinarse, por necesidad
práctica, pero advierte que el incentivo material es una herencia pesada,
no un factor de la nueva sociedad. De ahí surge su idea del hombre y
la mujer nuevos. Una concepción que rompe con el marxismo soviético
y enlaza -tal vez sin querer- con la corriente histórica del socialismo
utópico. De hecho la evolución del Che con respecto a la URSS
es cada vez más crítica, no le gustan ni los métodos fordianos,
ni las concepciones economicistas, ni la escasa calidad de los productos soviéticos.
Para él es el factor humano el eje del desarrollo del socialismo. Él
le devuelve a la conciencia el valor protagonista que tiene en la historia de
la humanidad.
Era partidario de un modelo de sociedad autosuficiente, donde los valores éticos
predominen sobre los mercantiles, y donde el bien común sea el valor
por excelencia. Hay en este último punto una inspiración radical
que parece tener su raíz o al menos conectar con Rousseau, pensador francés
del siglo XVIII.
Pero antes de señalar lo que hay, a mi juicio, de relación con
Rousseau, es de interés indicar que de su viaje a la URSS a finales de
1960 viene gratamente impresionado por la solidaridad recibida. Como dice Paco
Ignacio Taibo II en su biografía sobre el Che,
[32] no tenía una mínima percepción
del desastre social, del autoritarismo político, del carácter
policíaco de la sociedad soviética. No obstante su posición
crítica fue en aumento, y tras la crisis de los misiles donde los cubanos
se sintieron manejados por la política de Kruschev quien pactó
con Kennedy a sus espaldas, Che Guevara entró en un enfurecido silencio
respecto de la URSS. Ese silencio fue roto en Argel en 1965, donde denunció
la complicidad tácita de la dirección soviética con el
imperialismo en la profundización del desarrollo desigual y la subordinación
de los países pobres al reparto del mundo. Presiente las enormes dificultades
de Cuba en su tránsito al socialismo y lanza su mensaje a la Tricontinental
de crear otros Vietnams, no confía para nada en una Cuba dependiente
de la URSS, una Cuba sometida al monocultivo del azúcar como producto
principal de cambio para la importación de maquinaria del Este de Europa.
El Che vive entonces con angustia la soledad vietnamita y se rebela contra la
guerra de insultos y sectarismos que libran la Unión Soviética
y China; no entiende ni acepta esa división del campo socialista.
Su alejamiento de los soviéticos y un mayor conocimiento de la experiencia
china, alimentaron sobre él el estigma de ser pro-chino, y sin embargo
lo cierto es que siempre se mantuvo fiel a sus propias ideas y a su conciencia
y lo que siempre defendió en aquellos difíciles momentos era la
unidad del campo socialista.
En su pequeño ensayo El socialismo y el hombre en Cuba,
[33] escribe como en la historia de la revolución
cubana aparece un personaje que supera al individuo: la masa. Esta idea de la
masa que no es una mera suma de individuos, una agregación, no es otra
cosa que la voluntad general de Rousseau, mejor o peor expresada. Responde a
dos proposiciones: de un lado superar la democracia burguesa, parlamentaria,
sustituyéndola por una democracia realmente participativa, directa, "el
pueblo reunido", algo que permanece en la filosofía de la revolución
cubana; y de otra parte superar el individualismo -inclusive el de buena voluntad-
sustituyéndolo por el cuerpo social colectivo, cuya voluntad no deviene
del recuento de votos individualmente expresados, sino de la fuerza espiritual
y política que se manifiesta en el clamor de la masa. Pero un primer
problema de la voluntad general es que requiere de seres éticos capaces
de poner por delante el bienestar de todos a la ventaja personal. A esto responderá
el Che con la necesidad de la educación orientada por el Estado -otra
vez Platón-; ya advierte que la sociedad en formación tiene que
competir muy duramente con el pasado. Un segundo problema -de Rousseau ya en
el siglo XVIII, como el del Che y el de la Cuba actual-, es quién interpreta
la voluntad general y quién dirige la voluntad general de la masa. No
es un problema menor, sino un problema de envergadura que indica la dificultad
de una vía democrática que supere al sistema representativo.
Como es sabido siendo Ministro de Industria provocó algunos debates económicos
de gran envergadura entre 1963 y 1965. Algo hemos comentado sobre el asunto
de los incentivos, pero fue el tema de la ley del valor en la transición
del capitalismo al socialismo el que convocó la participación
de intelectuales como Mandel, Sweezy, Huberman, etc. En síntesis, quienes
defendían la importancia de la ley del valor atribuían a los mecanismos
del mercado en la economía planificada un papel decisivo, de manera que
defendían una amplia autonomía financiera de las empresas e insistían
en el dinero como factor clave para aumentar la productividad. El Che y sus
partidarios -entre ellos varios economistas de prestigio como Alvarez Rom y
Oltuski- pusieron el acento en la gestión centralizada, teniendo en cuenta
las desigualdades del desarrollo en la isla. Creía que la autonomía
financiera de las empresas alimentaría opciones sectoriales y no nacionales;
pensaba que la autonomía de los directores en materia de inversiones
y salarios derivaría en desigualdad y desequilibrios territoriales. El
Che proponía una economía que tuviera en cuenta las prioridades
nacionales y gestionara cuidadosamente las escasas divisas y los recursos escasos
en medio del bloqueo [34] .
La propuesta del Che se apoyaba en un fuerte sentido de la igualdad, en un temor
fundado a las relaciones monetario-mercantiles, y en su critica al socialismo
de la URSS. Pero hay en su planteamiento una apuesta por el Estado en detrimento
de la autonomía, de la misma manera que en la reforma agraria pondría
el acento en la centralización y no en las cooperativas y en la propiedad
social diversificada.
Pienso que su fortaleza ética se pone de relieve también en el
hecho de que escogiera la vía armada. Hay en esta opción una pasión
por lograr los cambios por el camino que él considera más corto
y seguro. Y no es que estuviera en desacuerdo con la participación electoral
de la izquierda, pero ha visto demasiado fraude en el continente, y ha visto
como a los avances políticos de la izquierda la derecha responde invariablemente
con golpes de Estado. La esperanza se cansa de esperar y es por ello que el
Che tiene prisa, es un impaciente. Vive la acción revolucionaria con
urgencia, como si cada día que pasa es un día más de sufrimiento
intolerable de la humanidad.
Parece cierto que el Che no temía a la muerte, y que incluso parecía
buscarla. Lo dice el mismo Fidel en una entrevista que dio a Gianni Mina
[35] . Hay un poema del propio Che que empieza diciendo:
Bienvenida sea la muerte/ donde quiera que sea/... Pero esa actitud,
o si se quiere esa aptitud, se asemeja a la disposición del que cree
profundamente; algo similar hemos visto en otros guerrilleros en América
Central, en creyentes cristianos que lo arriesgan todo con extrema generosidad.
Así era el Che, un hombre que incluso cuando jugaba al ajedrez lo hacía
a todo o nada, ganar o perder.
Su vía armada contiene un singular humanismo. Lo dejó claro al
decir que un revolucionario debe estar movido por grandes sentimientos de amor;
él no odia al soldadito al que combate, odia al sistema, odia a la injusticia
social y a la dictadura política. Y esa conjunción de amor y de
odio son los ingredientes necesarios de un humanismo que busca la realización
aquí en la tierra. El amor y el odio van pegados.
En esta vía revolucionaria el Che pareciera cargar el universo sobre
sus hombros. La Tricontinental le descubre una vocación salvífica
sin fronteras. En una viaje a Africa como ministro se siente responsable del
hambre y del colonialismo. Vuelve al Congo como combatiente, junto con un puñado
de veteranos de Sierra Maestra, y pronto se ve envuelto en un laberinto tribal,
de rivalidades, que no logrará entender. Sin duda los combatientes de
Laurent Kabila carecían de la disciplina y de la mística de los
cubanos; regresa a América defraudado y triste. Aquí podemos apreciar
como el Che no era un calculador político, sino un apasionado, y en este
caso un voluntarista llevado a Africa por su generosidad infinita. Y en Bolivia
otra vez se repetirá en cierto modo el error de cálculo, aunque
en otro escenario. Solo, con un grupo de convencidos, será traicionado
por los comunistas locales y creo sinceramente que es víctima de la política
exterior soviética que influye decisivamente sobre Mario Monge, el secretario
general de los comunistas bolivianos que en lugar de presentarse en una cita
con el Che, viaja a Bulgaria y luego a Moscú a buscar apoyo para su tesis
contraria a la lucha armada. La posición de Monge estuvo además
influida por su incumplido deseo de ser el máximo dirigente de la guerrilla
en Bolivia, y el sectarismo frente a la posición de dirigentes y militantes
de las juventudes comunistas que se incorporaron con entusiasmo al grupo guerrillero.
Pero el Che, además, se equivoca de época y de lugar, creo. En
Bolivia se produjo un diálogo de sordomudos entre el foco guerrillero
y el paisaje humano y físico. Hay que recordar que en Bolivia, tras el
estallido revolucionario de 1953 liderado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario,
se habían logrado en parte tres objetivos: una reforma agraria, la nacionalización
de las minas y la implantación del sufragio universal que llevó
a una notable politización de mineros, estudiantes, campesinos. Es verdad
que pocos años después se instaura una dictadura militar y el
PIB es el más bajo de América Latina después de Haití,
pero lo comprobado por los hechos es que las condiciones sociales no eran las
óptimas para una guerra de guerrillas. Cuando quiso buscar un escenario
más favorable, donde los hermanos Peredo gozaban de simpatías,
fue abatido en la Quebrada del Yuro.
En todo caso es conocido que el Che, al elegir Bolivia, quiere dar inicio a
una plan sensato que formaba parte de una estrategia continental. Abrir un sólido
frente de lucha armada en Bolivia era un paso más hacia su gran objetivo:
Argentina, primero, y luego todo el cono sur. Lo cierto es que aun sintiéndose
cubano, el Che era muy argentino. Siempre, incluso en Sierra Maestra, había
soñado con luchar en su Argentina.
Y es en este hecho que puede descubrirse otra faceta del Che: su visión
bolivariana, continental. Para él, Cuba debe ser un referente, una bandera,
pero es sólo el comienzo. Esto da pie para descubrir el distinto papel
entre el Che y Fidel Castro. Eran dos personalidades tan fuertes que necesitaban
de una cierta distancia. Fidel era y es un político de Estado, calculador
y pragmático, hábil dirigente, un conductor de pueblo. El Che
era el revolucionario en estado puro, mucho menos calculador, conductor de grupos
pequeños de grandes ideales como los de él. Así por ejemplo
si Fidel era capaz de soportar las políticas soviéticas, el Che
Guevara o bien hacía saber su disentimiento o bien se refugiaba en un
mutismo significativo. La misma diferencia encontramos en el tratamiento que
hacen ambos a la unidad con los comunistas cubanos del PSP. Es indudable que
el Che no tiene mucha confianza en ellos. La verdad es que toda su confianza
la depositaba en el Ejército de Liberación, donde veía
una garantía mayor de mística. No creo en todo caso que esta visión
suya sea positiva, sino más bien chata, y ello sin hacer un juicio de
mi parte al comportamiento de los comunistas cubanos.
Por lo demás eran años en los que había que construir un
Estado y el Che odiaba a la burocracia y en ese tiempo se trataba justamente
de organizar una administración, de poner a técnicos al frente
de muchas tareas. Choca asimismo con los Comités de Defensa de la Revolución
en los que detecta una penetración de oportunistas en busca de casa o
de automóvil o de mejor acceso a alimentos.
Sencillamente al Che no le entusiasmaba la idea de verse sumido a la rutina
de aquella construcción estatal seguramente inevitable; no en vano sus
oficinas eran una especie de campamento y el tipo estudiaba en el suelo, todo
como si fueran lugares de tránsito o la montaña misma. No tiene
vocación de poder, no quiere el poder, como lo prueba el hecho de que
el día de tomar posesión del ministerio de Industria el 23 de
febrero de 1961 le dijera a su colaborador Manresa: Vamos a pasar cinco años
aquí y luego nos vamos. Con cinco años más de edad, todavía
podemos hacer una guerrilla.
Como bien puntualiza la cubanologa francesa Janette Habel
[36]
, aquel su discurso de Argel en el que denuncia a la URSS por su papel abusivo frente a países pobres, frente a Cuba, fue muy mal acogido en Moscú que hizo saber que lo consideraba inaceptable. A su regreso de la capital argelina el Che y Fidel discutieron durante dos días. Ya el Che no volvió a aparecer públicamente.
Es así que pienso que en la mente del Che está la idea de que Fidel lo llena todo en Cuba y que su misión es otra bien distinta: impulsar dos, tres Vietnam. Su internacionalismo, su sentimiento latinoamericano, encarnó un modelo de provocación a los poderes establecidos y una llamada al asedio perpetuo al imperialismo y al colonialismo. Las claves de su pensamiento son dos: la misión del revolucionario es hacer la revolución; ninguna injusticia que suceda en el mundo le deja indiferente, no hay pues fronteras. Desde luego no las hay para él, que nace en Argentina, entra en la política en Guatemala, se casa con una peruana en Méjico, lucha en Cuba, luego en el Congo, y muere en Bolivia. Hay una confesión increíble que le hace a su padre, ya en enero de 1959, a los pocos días de haber triunfado la revolución: Yo mismo no sé en que tierra dejaré mis huesos.
Consideraciones finales
A partir de los años sesenta, de manera simultánea a la postulación de la lucha armada como mecanismo de acceso al poder por parte de las nuevas organizaciones marxista-leninistas, aparece una cierta distinción entre quienes optan por socialismo desde la socialdemocracia y quienes lo hacen desde posturas comunistas (al estilo soviético) o desde la lucha armada. Es decir, aparece la distinción entre marxismo-leninismo y socialdemocracia, en una situación ligeramente semejante a la dibujada en Europa a principios de siglo. Quienes defienden posturas socialdemócratas se oponen a la lucha armada; defienden la tesis de una economía mixta; aceptan la competencia electoral -de hecho tratan de insertarse en sus respectivos sistemas políticos-; apuestan, pues, por un socialismo democrático. Pese a todo, a medida que los movimientos revolucionarios se radicalizan -y a medida que la represión estatal y paraestatal se agudiza- muchos socialdemócratas terminan subordinándose a los grupos revolucionarios, aportándoles fondos y relaciones a nivel internacional.
En definitiva, entre los años sesenta y setenta se perfilan en la filiación comunista-socialista los siguientes rasgos: cuestionamiento a los partidos comunistas y a su tesis de la "maduración" de las condiciones burguesas; emergencia de grupos político-militares (movimiento armado); y una cierta distinción entre socialismo y comunismo al estilo de la que emergió en Europa a principios de siglo, aunque sin llegar al anatema y a la condena recíproca propios de la experiencia europea.
En los años ochenta se abre paso la discusión sobre la transición a la democracia. Ello supone la aceptación, por parte de la gran mayoría de actores sociopolíticos, de que la democracia (occidental) es algo que conviene lograr. A esas alturas, los movimientos armados o han sido derrotados o están en vías de incorporarse a la legalidad burguesa. A finales de los ochenta, el derrumbe del bloque del Este y la crisis del marxismo-leninismo ponen en una situación difícil a la filiación socialista-comunista. En cierto modo, en un contexto en el que el socialismo real ha demostrado su absoluta inviabilidad, la poca oportunidad que le queda a la filiación socialista-comunista camina por la vertiente del socialismo demócrático, guiado por los ideales morales tradicionales de la izquierda.
La izquierda latinoamericana se encuentra en un momento de renovación profunda o si se quiere refundacional en el que debe sopesarse la función de materiales viejos, pero debe ponerse el acento en lo nuevo. Para empezar es dudoso que las ideologías del siglo XIX, muy lesionadas ya, puedan servir para cimentar nuevas identidades colectivas en el siglo XXI. Junto con ello debe reflexionarse sobre la imaginación utópica, cuyo género literario fue una de las manifestaciones más características de los movimientos sociales del XIX y del XX, proponiendo soluciones sin aceptar los límites de lo considerado como inmediatamente posible. En este punto cabe considerar lo siguiente: si bien las utopías positivas, constructoras de sociedades armoniosas, no parecen hoy propicias, es posible que las utopías negativas puedan responder eficazmente a las incertidumbres y amenazas del presente –me refiero a Huxley, Orwell, etc-
Unos valores bien escogidos son fuente de cohesión y de energía. Otra esfera provechosa es la actividad critica. Un campo importante, por fin, es el destinado al conocimiento del mundo en que vivimos.
En el caso de la izquierda centroamericana –la que mejor conozco-, nacida con fuerza en los años sesenta se nutrió de figuras legendarias: Sandino, Farabundo Martí, remozadas luego con la estampa del Che Guevara. Se dotó de una imagen de pocos rasgos, hecha de abnegación, de heroísmo, de internacionalismo. En realidad, como es sabido, los grandes movimientos han contado con sus tipos ideales. Hoy día, en Centroamérica como en el resto del mundo, las izquierdas necesitan nuevos materiales subjetivos, nuevas ideas-fuerza: el humanismo, el acento en la diversidad, en el pluralismo, la toma de una distancia de la visión holística, la reivindicación del individuo libertario y del sentimiento; la asunción del ecologismo y del feminismo, la separación de esferas (ciencia, filosofía, política), una actitud de remover las aguas intelectuales... El mundo subjetivo de la izquierda de hoy requiere mayor profundidad moral y, a la vez, mayor relativismo, más laxitud.
Desde estas premisas la idea misma de socialismo debe afincarse en los datos, más que en construcciones ideológicas urdidas en otro tiempo y lugar. Debe fortalecerse asimismo, paradójicamente, en la incertidumbre mariateguista: luchar por la justicia y la igualdad sin saber cuánto podremos lograr. Así como en la búsqueda de nuevas relaciones sociales y sentimentales, para una nueva civilización.
El socialismo como meta tiene mucho más que ver con la moral que con la ciencia, en realidad la ciencia no tiene nada que decir puesto que se mueve en otro ámbito.
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[1] RUGAMA, Leonel (1978) La tierra es un satélite de la luna, Ediciones Taller, Leon (Nicaragua)
[2] BARCKHAUSEN-CANALE, Christiane (1998) Tina Modotti, Editorial Txalaparta, Tafalla.
[3] NISBET, R. (1981) Historia de la idea de progreso, Gedisa, pp 369-370.
[4] GILLY, Adolfo (1986) La senda de la guerrilla, Editorial Nueva Imagen, México.
[5] PAYERAS, Mario (1984) Los días de la selva, Editorial Revolución, Madrid.
[6] CABEZAS, Omar (1982) La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, Editorial Nueva Nicaragua, Managua.
[7] Declaraciones al autor para el libro Querido Che (1987) Editorial Revolución, Madrid.
[8] RAMIREZ, Sergio (2000) Prólogo a Los Jóvenes, de Melvin Sotelo, Managua.
[9] AMADO, Jorge (1991) Sólo el futuro es nuestro, la Jornada Semanal de 29 de diciembre, México. (citado por Jorge Castañeda en la Utopía desamarda)
[10] RODRIGUEZ ELIZONDO, José (1995) Crisis y renovación de las izquierdas, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile.
[11] ARENDT, Hannah (1958) Condition de l´homme moderne, Calman.Levy, París.
[12] SANDOVAL, Miguel Angel (2000) La paz precaria, CHOLSAMAJ, Guatemala.
[13] Ver ARICO, José (1995) El marxismo latinoamericano, en Historia de la Teoría Política T 4. Fernando Vallespín, (Com) Alianza Editorial, Madrid.
[14] GONZALEZ, Luis Armando (1997) Revis. ECA nº 585-586. UCA, San Salvador.
[15] FLORES GALINDO, Alberto (1991) La agonía de Mariátegui, Editorial Revolución, Madrid.
[16] Ibíd.
[17] Ver el capítulo La religión de Tawantinsuyo, en 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana , obra ya clásica de MARIATEGUI, José Carlos (1928) Biblioteca Amauta, Lima.
[18] ARICO, José (1995) Ibíd.
[19] Ibíd.
[20] PONIATOWSKA, Elena (1997) Tinísima, Editorial ERA, México.
[21] Ibíd.
[22] Ibíd.
[23] Ibíd.
[24] Ibíd.
[25] Ibíd.
[26] Ibíd.
[27] Ibíd.
[28] Ibíd.
[29] Cita extraída de BARCKHAUSEN-CANALE, Christiane. Ibíd.
[30] Ibíd.
[31] PERALES, Josu (1987) Querido Che (entrevistas), Editorial Revolución, Madrid.
[32] TAIBO II Paco Ignacio (1997) Ernesto Guevara, también conocido como el Che, Planeta, Barcelona.
[33] GUEVARA CHE, Ernesto (1977) Obras escogidas T.II, Editorial Fundamentos, Madrid.
[34] Ibíd.
[35] MINA, Gianni (1988), Habla Fidel, Mondadori, Madrid.
[36] HABEL, Janette (1997) Revis. Viento Sur., nº 34, Madrid.