Debate sobre el poder en el movimiento popular
Por Rubén Dri
Las movilizaciones de los últimos tiempos han puesto en evidencia una
fuerte voluntad popular de afirmar su realidad subjetual. Pero ser sujeto significa
ponerse como tal, crearse, luchar por el reconocimiento, lo cual implica necesariamente
plantearse el problema del poder, en torno al cual, en el ámbito del
movimiento popular, podemos vislumbrar tres posiciones típicas:
La concepción clásica del marxismo-leninismo que se expresa como
"toma del poder".
La de pensadores influenciados por el posmodernismo, como Negri y Holloway,
cuya concepción es la de "huida del poder".
La de militantes de los nuevos movimientos sociales y políticos que prefieren
hablar de la "construcción del poder".
Se trata de una tipificación que permite tomar las diversas concepciones
como si se tratase de casos puros y resaltar, de esa manera, las diferencias
y oposiciones. En la realidad las concepciones se suelen entrecruzar.
1.- Toma el poder o el poder como objeto
En los movimientos sociales y políticos de las décadas del
60 y 70 que marcaron profundamente a nuestra sociedad, el problema del poder
fue planteado con fuerza, en contra de concepciones de izquierda tradicionales
para la cuales el tema se postergaba de manera indefinida. Partidos considerados
siempre de izquierda como el Partido Comunista, los diversos Partidos Socialistas,
las variantes maoístas y trotzquistas no se planteaban el problema del
poder.
No significa ello que no hablasen sobre el poder. El asunto es que para ellos
el problema no se imponía como una exigencia perentoria a realizar. No
se cuestionaba en los hechos seriamente el poder del capitalismo. Por una u
otra razón, la revolución estaba postergada, de manera que había
tiempo de sobra para debatirlo.
El problema, en cambio, adquirió no sólo actualidad, sino exigencia
perentoria en las diversas agrupaciones y partidos de una nueva izquierda, por
llamarla de esa manera, que se proponían hacer la revolución.
Ello significaba, terminar con la sociedad capitalista, sustituirla por una
sociedad socialista. Ya no se trataba de una meta lejana, sino de algo que estaba
en cierta manera a la mano.
El debate sobre el poder fue intenso, y las concepciones, diversas, pero todas,
de una u otra manera se sintetizaban en "la toma del poder". En realidad la
expresión pertenece a la teoría que fundamentó los procesos
revolucionarios del siglo veinte. Toma del poder, asalto al poder, asalto al
cielo, son expresiones equivalentes. Sin duda que son movilizadoras, encienden
en la imaginación figuras utópicas que impulsan a la voluntad
para la lucha.
El poder, en primer lugar, es concebido como un objeto. Así como
se puede tomar, asir, o, en términos populares, "agarrar" un objeto,
también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera, se piensa
que no se tiene el poder, no se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado. El
poder está en manos de las clases dominantes, de los grandes consorcios,
del ejército. En fin, alguien, o algunos lo tienen. Se trata de arrebatárselo.
En segundo lugar, el poder está en un lugar determinado. Ese lugar
puede ser la "Casa Rosada", Campo de Mayo o La Tablada. Quienes están
ahí tienen el poder. Para arrebatárselo es necesario trasladarse
hasta ese lugar. La columna del Che, desde la sierra Maestra a Santa Clara,
y desde allí a la Habana, o la "Larga Marcha" de Mao son símbolos
de este ir hasta el lugar donde se encuentra el poder, para tomarlo, arrebatándoselo
al enemigo.
El poder, en consecuencia, es como una cosa que está en un determinado
lugar al que hay que trasladarse para tomarlo. Algo semejante a la expedición
de los Argonautas dirigidos por Jason a la Cólquide para arrebatar el
célebre "vellocino de oro". Pero ya se sabe, semejante tesoro está
bien guardado, bien custodiado. La marcha para su conquista no es una fiesta,
sino una lucha. Menester es tener la organización y los instrumentos
necesarios para dar esa lucha.
El instrumento por excelencia es el partido político. Para la
toma del poder se necesita un partido revolucionario y para que éste
lo sea, debe estar constituido por el sujeto o los sujetos revolucionarios.
Como en la teoría marxista tradicional el sujeto revolucionario es el
proletariado, el partido debe ser un partido obrero y, su meta próxima
es la conquista del poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado.
El concepto de "dictadura del proletariado" es por demás significativo.
Normalmente significó lo contrario a la democracia, en cualquiera de
sus formas. Entiendo que no fue ésa la concepción de Marx, en
el cual, por otra parte, el concepto es marginal, nunca tematizado. Pero en
él el concepto de dictadura no se oponía al de democracia, en
el sentido de elecciones, partidos políticos diferentes, en la medida
en que consideraba que las democracias burguesas eran dictaduras.
Ello significa que para Marx la dictadura implicaba la dominación de
una clase sobre las otras, no necesariamente la de un partido político.
Así como la dictadura de la burguesía se ejerce mediante diversos
partidos políticos, lo mismo podría hacer el proletariado. Quiero
decir que la lógica de la dominación de clase no implica necesariamente
el partido único.
El establecimiento de las dictaduras del proletariado ha producido resultados
decepcionantes. Los partidos revolucionarios que lograron la toma del poder
establecieron efectivamente una dictadura que se llamó "dictadura del
proletariado" pero que, en realidad, fue una dictadura del partido, del aparato
burocrático y finalmente del líder, depositario de la ciencia.
La revolución se había realizado para construir una sociedad plenamente
liberada, con igualdad efectiva de derechos para todos. La realidad fue decepcionante.
La dominación no fue quebrada sino sustituida. Los revolucionarios pasaron
a ser los nuevos señores. Mentiras, crímenes y corrupción
acompañaron a la nueva sociedad, que no resultó nueva, sino antigua.
La caída del Muro de Berlín es el símbolo de la derrota
de las revoluciones que tomaron el poder.
Hablar de traición, referirse a las condiciones difíciles en que
se produjo la revolución soviética, a la temprana muerte de Lenin
y a otras circunstancias, de ninguna manera logran explicar un fracaso tan rotundo.
Volver al debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo puede ser un ejercicio excelente,
no para darle ahora la razón a Rosa, sino para bucear en el destino de
una revolución realizada por una organización, el partido político,
que "toma el poder".
2.- Huir del poder o fugar al anti-poder.
Las posiciones de Holloway, de Negri y de Hardt pertenecen al amplio espacio
abierto por autores que, desencantados de las revoluciones que se habían
producido bajo la égida del marxismo ortodoxo, reniegan de todo lo que
suene a estructura o institución. Se fundan en interpretaciones de las
nuevas prácticas que se generaron luego de la caída del Muro de
Berlín, como las de Chiapas, las de los Sin Tierra de Brasil, las de
los diversos Movimientos Sociales, de las Asambleas en Argentina y, en general,
de los movimientos anti-globalización.
El planteo de Holloway guarda semejanzas con el de Negri y Hardt, pero también
diferencias, cuya base fundamental se encuentra en la diferente posición
frente a la dialéctica. Mientras éstos la rechazan como un elemento
burgués inserto en el pensamiento revolucionario, Holloway, por el contrario,
la incorpora como clave de su pensamiento.
En este sentido, recupera a Hegel y fundamentalmente a Marx. Sus análisis
de la alienación en Marx, especialmente como se expresa en los Manuscritos
de 1844 son excelentes. Pero su dialéctica no es tanto la de Marx, sino
la dialéctica negativa de Adorno. Esto lo lleva directamente a la conclusión
de que toda institución constituye una alienación. La única
formulación posible de una revolución que se pretenda liberadora
será la del anti-poder.
Las coincidencias fundamentales contemplan dos rubros, "la centralidad de la
lucha oposicional (ya sea que la llamemos poder de la multitud o anti-poder)
como la fuerza que da forma al desarrollo social" y el concentrarse en la revolución,
que "no puede concebirse en términos de tomar el poder del Estado". (Holloway;
2002; 244). Mientras los autores de "Imperio" a la fuerza de oposición
la denominan "multitud", Holloway, le da el nombre de "anti-poder".
La diferente denominación no es una simple cuestión de nombres.
Significan dos posiciones diferentes en cuanto al contenido mismo de la oposición.
La "multitud", aunque sea algo indeterminado, volátil, pulverizado, es
"algo", mientras que el anti-poder es nada, o mejor, es "no". Ninguna posibilidad
de darle un contenido, una forma, una estructura.
La segunda coincidencia es, en realidad, la verdadera coincidencia. La alergia
al Estado, a cualquier Estado es total, porque el Estado no es otra cosa que
"una forma rigidizada o fetichizada de las relaciones sociales. Es una relación
entre personas que no parece ser una relación entre personas, una relación
social que existe en la forma de algo externo a las relaciones sociales" (Id.;
142). Es necesario escapar del Estado. La fuga, en todos los autores citados
es la clave de toda la lucha por una nueva sociedad.
Holloway, al igual que Negri, se considera heredero del pensamiento de Marx.
Se plantea entonces aquí un problema, pues para Marx, el Estado es mucho
más que la simple fetichización de las relaciones sociales. Es
la forma "en la que se condensa toda la sociedad civil de una época"
(Marx; 1977; 72), por lo cual en el primer proyecto de su obra, esto es, de
El Capital, figura como el tercer momento de la primera dialéctica, formada
de la siguiente manera: 1) "Las determinaciones abstractas que corresponden
en mayor, o menor medida a todas las formas de sociedad". 2) "Las categorías
que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa". 3)
"Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma de Estado". (Marx; 1980;
29-30).
En la concepción tradicional, ortodoxa del marxismo se sostiene la desaparición
del Estado, pero al final, luego del acto revolucionario de toma del mismo por
parte del proletariado dirigido por el partido. Menester es tener en cuenta
que el concepto "destrucción" o "eliminación" es antidialéctico.
Engels lo utiliza sin problemas y de allí provienen las confusiones posteriores.
Marx es mucho más cauto al respecto y suele referirse al problema mediante
el concepto de Auf-hebung, que traducimos por "superación".
Se lograría ello no mediante una destrucción, sino mediante la
universalización de la satisfacción de necesidades. La característica
cautela de Marx para no incursionar en realidades futuras que sólo podían
ser barruntadas es, en cierta manera compartida por Holloway, si bien tanto
él como Negri exageran nuestra ignorancia con respecto a todo futuro.
Las disidencias, por su parte, están centradas "en el tema del paradigma".
Para Hardt y Negri, en efecto, la revolución consiste en un cambio de
paradigma, semejante a los que ya hubo, como ser, "del imperialismo al Imperio"
o " de la modernidad a la posmodernidad, de la disciplina al control, del fordismo
al posfordismo, de una economía industrial a una informacional" (Idem;
245). Ello significa que la sociedad es algo estable, lo cual es totalmente
contradictorio con una dialéctica negativa como la de Holloway.
El enfoque paradigmático lleva al funcionalismo, según Holloway,
a una concepción de la sociedad en la que todo encaja. Su origen se encuentra
en la posición anti-dialéctica y anti-humanista de ambos autores,
lo que, por otra parte, los lleva a sostener la continuidad entre animales,
seres humanos y máquinas, siendo éstas últimas, prótesis
de nuestros cuerpos y mentes. Con ello entramos en una antropología del
ciberespacio, pero "el problema con esta visión, dice Holloway, seguramente,
es que ni las hormigas ni las máquinas se rebelan. Una teoría
que está basada en la rebelión tiene poca opción: tiene
que reconocer el carácter distintivo de la humanidad" (Idem; 249).
La revolución no es otra cosa que "el desarrollo del anti-poder", del
no-poder, de la negación del poder, la cual "toma millones de formas
diferentes: desde arrojar el despertador contra la pared, hasta llegar tarde
al "trabajo", realizar tareas sin esforzarse, ausentismo, sabotaje, luchas por
descansos, por el acortamiento de la jornada laboral, por vacaciones más
largas, por mejores pensiones, huelgas de todo tipo, etc." (Idem; 270).
Dos observaciones se imponen al respecto. En primer lugar, es imposible pensar
todas estas prácticas como simple no-poder. De hecho constituyen construcción
de poder. Son prácticas constitutivas del poder popular. Es que el concepto
mismo de anti-poder como no-poder que se debe lograr, es contradictorio, pues
para lograrlo hay que luchar, lo cual significa siempre construir poder.
La pesadilla de la que Holloway quiere escapar mediante su concepción
del anti-poder es el círculo diabólico de la circularidad del
poder, sobre el cual se había explayado Foucault. El poder como siempre
se lo ha considerado y practicado es el poder-sobre, la dominación sobre
otros. Cuando se lucha en contra de ese poder, de hecho lo que se hace es cambiar
de quien ejerce el poder-sobre.
Así ha pasado con las revoluciones socialistas, especialmente con aquéllas
que fueron denominadas del "socialismo real". No se modificaron sustancialmente
las relaciones sociales. Cambiaron los dominadores, pero no se eliminó
la dominación. Holloway quiere salir del círculo con la pretensión
de separar taxativamente el poder-hacer del poder-sobre, como si el sujeto pudiese
ejercer un poder sin encontrarse con la relación de poder del otro. En
otras palabras, pretende saltar afuera de la diale´ctica del señor y
del siervo.
En segundo lugar, todas esas prácticas han sido realizadas por los obreros,
maestros, empleados, profesores universitarios, y trabajadores distintos desde
la implantación del capitalismo. Nunca se consideró que ello se
hacía por el no-poder. Todo lo contrario, lo que se quería es
un poder de abajo, de los dominados, un poder alternativo.
Entre las formas de lucha Holloway destaca la migración, pues mediante
ella "millones de personas huyen del capital, buscando esperanza" (Idem; 270).
Esta apreciación de la migración es compartida con entusiasmo
por Hardt y Negri. Dos observaciones se imponen también aquí.
En primer lugar, la migración puede interpretarse, más allá
de la conciencia de los migrantes como una fuga del capital, pero de hecho éstos
buscan un lugar donde el capital les permita tener un trabajo que en su lugar
de origen no consiguen. El mexicano que pasa a Estados Unidos lo hace bajo esa
condición, lo mismo que el boliviano que migra a la Argentina.
En segundo lugar, es curiosa esta manera de privilegiar la migración
como forma de lucha por el anti-poder. Es cierto que constituye una forma de
lucha, como todas las enumeradas, pero está lejos de ser privilegiada.
Es una lucha penosa, amarga y que al capital no le ocasiona demasiados trastornos.
En todo caso los soluciona con medidas cada vez más represivas.
Otro aspecto de la concepción de Holloway con respecto a la revolución
es el heroísmo. En su concepción "el movimiento del comunismo
es anti-heroico", pues "el objetivo de la revolución es la transformación
de la vida común, cotidiana y es ciertamente de esa vida común
y ordinaria que la revolución debe surgir" (Idem; 302; 303). Esto lo
lleva, a su vez, a criticar la concepción revolucionaria que se basa
en la conducción de los líderes y los héroes.
Toda revolución que se realiza a partir de un liderazgo, reproduce desde
el principio las relaciones que quiere subvertir e hipoteca las realizaciones
a la voluntad del líder. Éste, por otra parte, tenderá
a ahogar todo avance que suponga una mengua de su propio poder-sobre. En este
sentido, Holloway tiene razón. Además, el liderazgo siempre tenderá
a perpetuarse y tendrá fuertes tentaciones de manera el poder como si
proviniese de él y no del pueblo.
Es importante la observación de Holloway en lo referente a los héroes.
Efectivamente, la revolución no es una tarea de héroes, sino del
pueblo. La revolución no la hacen los héroes, ni se hace para
vivir una vida heroica. Se hace para vivir mejor, para "vivir bien" como quería
Aristóteles, donde "bien" no significa sólo realidades materiales,
las que deben ser suficientes, sino la posibilidad del sujeto de realizarse
plenamente.
Pero las afirmaciones de Holloway no parecen admitir espacio alguno para el
heroísmo, virtud excelsa que expresa realizaciones humanas superiores,
en el sentido cualitativo, sin que ello dé ninguna razón para
ejercer un poder sobre los demás. La construcción de esa futura
sociedad en la que podamos fraternizar entre todos, puede exigir, y de hecho
así es, actos de heroísmo. Un piquetero que, entre las balas de
la policía, se detiene a auxiliar al compañero caído es
un acto heroico. La lucha siempre estará llena de ellos.
Los 30.000 mil compañeros detenidos-desaparecidos eran jóvenes,
la mayoría de ellos, como cualesquiera de los jóvenes de hoy,
con una vida común, con sus afectos, virtudes y defectos. En un momento
determinado fueron puestos en la situación-límite del heroísmo.
Pero ello le sucede también a la más común de las madres
cuando debe enfrentar situaciones-límites en la defensa de su hijo.
Por otra parte, el heroísmo es un momento fundamental en los proyectos
que se formulan en la juventud. Nada más aplastante y descorazonador
que encontrarse con jóvenes que quieren vivir una vida tranquila. Pasión,
ansias de transformar la realidad, son constitutivas de una juventud no contaminada
por el cansancio de la vida, propio de sociedades decadentes. No por nada muchas
veces se siente tentada por la aventura fascista. No se hace una revolución
para vivir una vida heroica, pero su realización suele exigir momentos
de heroísmo.
3.- La construcción del poder, o el poder como relación social.
El poder, veíamos, no es un objeto o una cosa que se encuentra en
algún lugar al que es necesario ir para tomarlo. Es una tendencia difícil
de vencer, como anotaba Hegel, poner en movimiento las representaciones propias
del entendimiento. El poder concebido como objeto no es otra cosa que una representación
del entendimiento. Menester es fluidificarlo, ponerlo en movimiento.
El poder es una realidad propia del ámbito de las relaciones humanas
que, de una u otra manera, siempre son sociales y políticas. No existe,
no es, igual que los sujetos. Se hace, se construye de la misma manera en que
se construyen los sujetos. Éstos, para crearse, empeñan una lucha
a muerte por el reconocimiento. Esta lucha genera poder. Generarse como sujeto
es generar poder.
Todo cambio, toda transformación, toda revolución que se proponga
siempre tiene en su centro el tema del poder que significa quién y como
será reconocido. La frase que figura como acápite es el corte
que le da Jesús a la discusión que se había entablado entre
los componentes más cercanos de su movimiento, cuando, al dirigirse a
Jerusalén pensaban en el triunfo de la propuesta liberadora.
Los dirigentes del movimiento de Jesús discuten sobre cómo se
van a repartir el poder en la nueva sociedad, y Jesús les replica que
no habrá nada que repartir, porque habrá que pensar el poder de
una manera totalmente distinta, contraria a la que ellos pensaban. No como poder
de dominación, no en la relación señor-siervo, sino como
diakonía, como servicio, como mutuo reconocimiento de sujetos
plenamente libres.
Ese poder no puede empezar a construirse una vez que "se lo ha tomado", porque
en realidad entonces lo que se ha hecho es ocupar el lugar que antes tenían
"los otros". No se rompe la relación señor-siervo, aunque se sostenga
que ello constituye una fase para romper la dominación anterior. La célebre
"dictadura del proletariado" que es, siempre, la dictadura del partido, de determinados
aparatos del Estado o de una persona, el "líder", no se instala para
desinstalarse en función de la diakonía, sino que llega
para quedarse a perpetuidad si ello es posible.
El poder es esencialmente relación social, relación de reconocimiento.
En ese sentido es fluido, circula, cambia. Pero necesita momentos de reposo,
de instalación. Es el momento de las célebres estructuras, sin
las cuales todo poder se evapora. La mínima relación, la que se
produce entre dos sujetos, sean éstos madre e hijo, amigo con amigo,
novios, es lucha por el reconocimiento y, en consecuencia genera un ámbito
de poder. En ese sentido todos ejercemos y se ejerce poder sobre nosotros.
Crear nuevo poder, crear poder popular significa crear nuevas relaciones humanas,
nuevas relaciones sociales, nuevas relaciones políticas (1). Éstas
no pueden comenzar cuando, por ejemplo, se tome el aparato del Estado. Se realizan
en el camino, en el proceso. Si el otro es un objeto para mí, o un súbdito,
mero soldado del partido o de la organización, se está reproduciendo
el poder de dominación.
Microfísica del poder, en consecuencia, y redes del poder
sobre las cuales nos informa abundantemente Foucault. Pero su planteo no logra
romper, traspasar las paredes que encierran a los micropoderes en los cuales
nos enredamos. No habría otra salida que un juego de poderes y contrapoderes,
o en todo caso un pequeño espacio de liberación, ese espacio en
el que se ejerce mi poder, que sería la "línea de fuga" de Deleuze
o, en todo caso el ser "militante de la acción restringida, limitada"
de Badiou.
Ello significa lisa y llanamente renunciar a construir poder popular en sentido
fuerte, es decir a construir una sociedad del mutuo reconocimiento, una sociedad
plenamente democrática, en la que el poder se ejerza tendencialmente
en forma horizontal. En otras palabras, los micropoderes se encuentran englobados
en megapoderes, y así como hay que construir los primeros, también
hay que construir los segundos. De la microfísica es necesario pasar
a la macrofísica, no en forma línea sino dialéctica.
Los pequeños poderes se encuentran englobados en los megapoderes. No
hay paso lineal de unos a los otros.
Esto significa que toda lucha, ya sea barrial, villera, campesina, en las cárceles,
en la escuela, en la familia debe conectarse dialécticamente con una
lucha más amplia, que tenga como horizonte la totalidad. Si ello
se pierde de vista, estamos condenados a movernos en un círculo sin salida.
Es un magro consuelo o una burla decirles a desocupados que ellos también
ejercen poder. Es cierto que ejercen poder, y lo hacen cuando, por ejemplo cortan
rutas y obligan al poder político a ceder a determinados reclamos. Pero
ese poder es totalmente asimétrico con el poder del gran capital, de
las grandes corporaciones.
Los trabajadores desocupados, los villeros, los campesinos construyen poder
con su trabajo, con sus debates, con sus asambleas, con sus medidas de lucha.
Ese poder comienza siendo micropoder, o mejor, micropoderes que se gestan en
las diversas asambleas que se conectan entre sí en forma de redes. Éstas
interactúan con los megapoderes, confrontan con ellos, negocian, se retiran
y vuelven.
Micropoderes, redes de poder, circulación de poderes, fluidez de relaciones.
Todo ello es cierto, pero toda fluidez tiene momentos de condensación.
Dicho de otra manera, el movimiento necesita estructurarse. Con la estructuración
aparecen nuevos desafíos, expresados sobre todo en el fenómeno
de la burocratización. Un verdadera construcción del poder, o
sea de relaciones sociales, luchará siempre contra la tendencia, siempre
renaciente a la burocratización.
Hegemonía y poder.
Como es sabido el triunfo de la revolución en la Rusia zarista y
las derrotas de los intentos revolucionarios de la segunda década del
siglo XIX en Alemania, Hungría e Italia, llevaron a Antonio Gramsci a
una profunda reflexión sobre las causas de tan dispar destino de los
intentos revolucionarios. La contribución más importante de estas
reflexiones gira alrededor del concepto de hegemonía que desde
entonces figura en todas las elucubraciones que tienen que ver con la realidad
política.
Me interesa, en este apartado, trabajar sobre la relación entre dicho
concepto y la construcción del poder popular, reinterpretando el concepto
de hegemonía, o, incluso, corrigiéndolo. Para empezar, hay una
observación importante que hace Gramsci al referirse a las diferencias
existentes entre las tareas que le esperan a la revolución de octubre
y las que es perentorio realizar en las revoluciones del los países centroeuropeos.
Siendo la sociedad zarista una sociedad en la que prácticamente no había
sociedad civil, tomado el Estado, o la fortaleza, como lo denomina Gramsci,
la tarea a realizar era nada menos que la de crear la sociedad civil, lo que
significa, crear la hegemonía, entendida ésta como consenso de
los ciudadanos. Ese consenso es poder. Construir la hegemonía es construir
poder, poder horizontal, democrático, lo cual significa, a la vez, construirse
como sujetos.
Esta tarea no puede ser creada desde arriba, pero es el único lugar
en que esa revolución la podía realizar. Una contradicción
prácticamente insoluble, como se mostró ulteriormente. Como se
ve, nos estamos sirviendo del concepto gramsciano de hegemonía, pero
transformado o reinterpretado, como se quiera. Es muy difícil, por
no decir imposible, que la revolución soviética no terminase en
el estalinismo.
De hecho, esto ya había sido expuesto por Hegel en la célebre
dialéctica del señor y el siervo. El camino del señor es
un callejón sin salida. Desde el poder de dominación, aunque éste
se denomine "dictadura del proletariado" es imposible pasar a una sociedad del
mutuo reconocimiento. Los sujetos no se realizan por una concesión que
se les hace desde arriba. Se conquista en una lucha en la que los siervos, dejan
de serlo, no se reconocen como siervos, sino como sujetos.
Gramsci plantea correctamente, para las sociedades avanzadas, con sociedad civil
ampliamente desarrollada, que la hegemonía debía preceder a la
toma del poder o del Estado. En realidad, ese principio vale para toda revolución
y no sólo para las sociedades avanzadas, porque si la hegemonía
no se construye en el camino, no se la construirá posteriormente. Se
repetirán las prácticas anteriores.
A menudo se me pregunta en los seminarios si los amos o señores no pueden
también lograr el reconocimiento y, por lo tanto ser sujetos en sentido
pleno. La respuesta es absolutamente negativa. Ni los señores, ni los
siervos pueden logra el reconocimiento como autoconciencias o sujetos sin dejar
de ser señores o siervos. Tanto el ser siervo como el ser señor
es la negativa del sujeto.
La hegemonía como consenso democrático no puede ser construida
desde arriba, porque ello implica subordinación. Quien detenta el poder
del Estado o el poder político y económico puede obtener legitimación,
que implica aceptación de la dominación, pero no hegemonía
en el sentido de consenso democrático. Éste sólo puede
lograrse desde el seno de las sociedad civil. Es una construcción
que se realiza entre iguales, entre sujetos que se reconocen mutuamente como
tales.
4.- Criterios fundamentales.
En la construcción del poder popular habría que tener en cuenta
algunos criterios fundamentales:
No se debe partir de organizaciones o partidos políticos ya estructurados,
con línea que se pretende clara para bajarla a los sectores populares
que se están movilizando. Esta práctica expresa todo lo contrario
de la construcción de una nueva sociedad en la que sus miembros sean
sujetos reconocidos. Esa estructura partidaria es la representación de
la sociedad en la que unos saben y los otros son ignorantes, unos son esclarecidos
y otros andan en tinieblas, unos mandan y otro obedecen.
Por lo tanto, es necesario dejar de lado la concepción leninista de que
al proletariado o, en nuestro caso, a los sectores populares, se les inyectará
conciencia "desde afuera". Sería conveniente, al respecto, como he dicho
más arriba, revisar las polémicas entre Lenin y Rosa Luxemburgo
sobre el partido, no para darle ahora la razón a Rosa en contra de Lenin,
sino para incorporar críticamente algunas intuiciones y aciertos de Rosa
en cuanto al protagonismo popular en el proceso revolucionario.
Decía Rosa, en contra de Kautsky: "Piensan que educar a las masas proletarias
en el espíritu socialista significa darles conferencias, distribuir panfletos.
¡No! La escuela proletaria socialista no necesita de eso. La actividad misma
educa a las masas" (Cliff 1971; 64). Descontextualizada esta afirmación
es errónea. Rosa aquí exagera, porque está polemizando
con la dirección burocrática de la socialdemocracia alemana que
pretendía dar conciencia desde afuera, mediante conferencias y panfletos.
La conciencia crece en la práctica, en la acción, en la lucha.
En ese proceso de práctica-conciencia, de lucha-reflexión se cometen
errores, pero "los errores cometidos por un movimiento obrero auténticamente
revolucionario, dice Rosa, son mucho más fructíferos y tienen
más importancia histórica que la infalibilidad del mejor Comité
Central" (Ibidem). Ya sabemos a dónde han conducido la infalibilidad
de los diversos comités centrales. Los pueblos en su lucha aciertan y
se equivocan, logran victorias y sufren derrotas. Aprenden continuamente. Una
dirigencia infalible nunca aprende, ya lo sabe todo. Eso no tiene remedio.
En contra de la concepción de una determinada élite revolucionaria
que desde arriba, desde afuera pretende dar conciencia a los trabajadores, o
a los sectores populares, es conveniente hacer efectiva la concepción
gramsciana de que se debe partir del "buen sentido" que radica en el desagregado
y caótico "sentido común" que se encuentra en dichos sectores.
O, en palabras del Che, ayudar a desarrollar "los gérmenes de socialismo"
que se encuentran el pueblo. Toda pretensión de construcción que
tenga que ver con una elaboración teórica separada de las aspiraciones,
expectativas, valores presentes en los sectores populares, contribuirá
a instalar una nueva dominación. El socialismo tendrá sentido
y será una verdadera solución si es el despliegue de valores profundamente
arraigados en los seres humanos.
En contra de que el socialismo es primeramente una teoría que habría
nacido recién en el siglo XIX, menester es tener en cuenta que, en cuanto
expresa, por una parte, valores, aspiraciones, ideales y utopías y, por
otra, luchas para conseguirlos, es tan antiguo como el mismo ser humano. Luchas
en contra de la opresión, luchas de liberación han existido siempre.
Realizaciones socialistas, en el sentido de agrupaciones o sociedades humanas
liberadas, con relaciones relativamente horizontales, siempre se han dado en
la historia.
El socialismo es fundamentalmente la realización de una sociedad fundada
en los mejores valores del ser humano. Éste es tanto egoísta como
altruista, tanto tacaño como generoso, tanto se ama a sí mismo
como se odia, tanto ama a su vecino como lo aborrece. Es un ser dialéctico.
El buen sentido del que habla Gramsci está constituido, precisamente,
por los valores de amor a sí mismo, de generosidad, de bondad. De esos
valores socialistas es necesario partir.
Ello no significa renegar de la teoría. El problema es no confundir teoría
o ciencia o filosofía con conciencia. La conciencia nunca puede venir
de fuera. La conciencia es autoconciencia desde el primer momento, pero sólo
lo es implícitamente. Avanza de desde los primeros balbuceos en el plano
de lo sensible. Toda teoría al entrar en relaciones dialécticas
con la conciencia será motivo de crecimiento de ésta, tanto de
la conciencia del teórico como de aquél a quien se comunica la
teoría, la cual a su vez sufre transformaciones en el proceso. Se avanza
de la conciencia a la autoconciencia, o de la conciencia en-sí a la conciencia
para-sí, como dice Marx en la Miseria de la filosofía.
El para-sí o nivel superior de la conciencia no es un agregado que
viene de fuera. Es el en-sí que se supera en el para-sí. Este
segundo momento, que en realidad es tercero,, es decir, en-sí-para-sí,
es una superación –Aufhebung- que sólo puede darse en el
sujeto. Es éste que se supera en su totalidad. Si el tercer momento no
estuviese ya en el primero, nunca llegaría a ser, por más adoctrinamiento
externo que se practicase.
La conciencia socialista no se inventa, no se crea desde arriba, no se introduce
desde afuera. O ya está en la conciencia humana o nunca estará.
Está, pero no está "puesta" para decirlo hegelianamente. O no
está "en acto", para emplear la categoría aristotélica.
No está puesta, y puede no estarlo nunca. Ello dependerá de la
práctica o, para decirlo con una categorización marxiana, dependerá
de la revolución. Ésta es el proceso de mediatizar lo inmediato
o llevar al acto lo que está en potencia.
Por lo tanto no se avanza con la "unión de la izquierda", si ello significa
hacer unidos lo mismo que se está haciendo en forma separada, es decir,
actuar como estructuras piramidales que poseen "la ciencia". La verdadera unión
hay que encontrarla atreviéndose a criticar las formas tradicionales
de concepción de los partidos de izquierda e ir confluyendo con inserción
verdadera en los sectores populares.
Un proyecto alternativo que ya se encuentra en germen en agrupaciones, comunidades,
organismos de derechos humanos, movimientos de trabajadores desocupados, asambleas
barriales, luchas de diverso tipo, asume una forma movimientista que se está
descubriendo y construyendo. El peligro del movimientismo es su posible transformación
en un "gigante invertebrado y míope", según la expresión
de John W. Cook El movimiento, verdadero torrente de los sectores populares,
debe estructurarse, con todo lo que ello implica de peligro de burocratización
y obstaculización de la marcha dialéctica.
Para la construcción de la identidad, sin la cual no hay sujeto, por
una parte, es necesario recuperar auténticos símbolos populares
como Agustín Tosco, John W. Cook, Enrique Angelelli, Evita. El Che por
su parte, es un poderoso símbolo convocante para las nuevas generaciones.
Por otra parte, es necesario dar la lucha hermenéutica en torno a los
símbolos arraigados en los sectores populares.
No hay identificación posible o, de otra manera, no hay construcción
posible de un sujeto sin los símbolos. Los sujetos son esencialmente
simbólicos y, entre los símbolos, los que asumen características
religiosas –tal vez sea la realidad de todos- tienen especial importancia, por
cuanto los sectores populares son particularmente religiosos. La posición
"cientificista" que el marxismo "ortodoxo" heredó de la Ilustración
es ciego frente a esta realidad.
Si el símbolo con el cual construye su identidad determinado sujeto es
considerado sólo únicamente como "fetiche", ya se ha puesto un
telón de acero para comprender qué construye dicho sujeto en la
relación con el símbolo. No se tiene en cuenta que borrar el símbolo
es borrar al sujeto que con él se relaciona y, fundamentalmente, que
la relación símbolo –fetiche es una relación dialéctica.
Todo símbolo tiene algo de fetiche.
Desde las diversas prácticas sociales y políticas es necesario
ir confluyendo en un proyecto político común que sea la unión
en la diversidad. Como todo proyecto político debe darse su instrumento
que tradicionalmente es el partido. Pero, de acuerdo a lo que venimos reflexionando,
el partido tradicional de izquierda no nos sirve. Reproduce las relaciones de
dominación. Se necesita un nuevo tipo de partido que sea una verdadera
articulación del poder popular gestado en la base.
5.- El socialismo de cada día.
Con la caída del denominado "socialismo real" y la imposición
de la globalización neoliberal conservadora entró en crisis también
una determinada concepción de lo que significa hacer la revolución.
Ésta era pensada como una lucha en la que siempre se jugaba el todo social.
Se trataba de derribar el capitalismo para instaurar el socialismo. La consecuencia
era que, salvo en los países que esto se habría logrado, en todas
las demás sociedad la revolución o había fracasado o estaba
retrasada.
La visión que en general se tenía era que una sociedad era capitalista
o socialista. El socialismo como modo de vida no podía realizarse en
una sociedad capitalista, de manera que el sujeto socialista sólo surgiría
cuando esa nueva sociedad pudiese implantarse. La visión totalizadora,
el bosque, no permitía ver las partes, los árboles.
La globalización, verdadera imposición del universal abstracto,
como hemos visto, produce un resquebrajamiento del todo social en fragmentos
aislados. Contradictoriamente esta nueva realidad ha permitido repensar todo
el problema de la revolución y, en consecuencia, del socialismo. Por
una parte hay un impulso posmoderno de quedarse en la sola parcialidad, pero,
por otra, permitió repensar la totalidad no sólo sin sacrificar
la parcialidad, sino tomándola como punto de partida.
En esta visión, no se trata de pretender inmediatamente la gran meta,
lo que históricamente se conoce como la toma del poder. En primer lugar,
porque el poder no es ninguna cosa u objeto que se tome; en segundo lugar, porque
es necesario plantearse metas reales, a las que sea posible acceder y finalmente
porque si las relaciones sociales no se cambian en el camino, cuando se llegue
a la meta y se pretenda realizar el socialismo, lo que se hará será
reproducir las relaciones anteriores. Esto ya no necesita demostración
alguna. La historia del "socialismo real" lo ha puesto en claro.
El poder no es una cosa u objeto, sino "relación social". Se trata, por
lo tanto, de ir creando nuevas relaciones sociales, acordes con lo que pensamos
que deba ser una realización del poder que sea efectivamente liberadora.
En consecuencia, relaciones lo más horizontales posibles, con la vista
puesta en el horizonte utópico de un poder horizontal, profundamente
democrático.
No es que no queramos transformar toda la sociedad, derrotar definitivamente
al capitalismo. Claro que queremos hacer eso, pero debemos tratar de clarificarnos
sobre lo que nos corresponde hacer hoy, en un hoy en el que debemos hacer presentes
los valores socialistas.
La objeción que surge de toda la concepción anterior es que no
se puede vivir con los valores socialistas, es decir, humanos, en una sociedad
capitalista, porque ésta impone sus leyes. Esta objeción es verdadera
sólo en parte y, en consecuencia, si se la afirma de esa manera, es falsa.
Es cierta en el sentido de que ninguna parte, llámese un grupo, una organización
o un individuo pueda sustraerse de las leyes que impone la sociedad en la que
se encuentran enclavadas.
Esto puede incluso generalizarse, como lo hizo Marx, al mundo entero. Ninguna
nación, y aquí es necesario colocar a Cuba, puede realizar el
socialismo hasta que éste se realice de manera hegemónica en el
mundo entero, porque finalmente el sistema hegemónico termina imponiendo
sus leyes. Eso es cierto cum grano salis, porque allí se viven
auténticos valores socialistas, humanistas, como el haber sacado del
"negocio" a la salud, la educación y la alimentación.
Ello también puede y debe realizarse, con todas las limitaciones y contradicciones
del caso, en el seno de la sociedad capitalista. Si un sujeto quiere vivir de
acuerdo con valores socialistas, ¿quién se lo puede impedir? ¿No es posible
ser generoso? ¿Debemos necesariamente verlo todo como un negocio?
El socialismo no se ha de construir a partir de las ideas "científicas"
que tengamos en nuestra cabeza o en nuestros libros, ni por la acción
de un grupo esclarecido. Ya ha comenzado su construcción. Está
en camino en los diversos movimientos a los que he hecho alusión.
Como decía el Che, el socialismo está en germen en el pueblo.
No es el socialismo ninguna construcción teórica o "científica"
pensada desde fuera, sino el desarrollo contradictorio, creativo, que se realiza
todos los días en nuestras luchas, proyectos, encuentros, debates. La
solidaridad, la ayuda, el diálogo, la fiesta, el compartir constituyen
valores esenciales del socialismo de cada día.
Notas
(1) Prefiero hablar siempre de "construcción del poder popular" y
no de "contrapoder" o "doble poder". La expresión "contrapoder" expresa
una voluntad de permanecer siempre allí, en la contra, por lo cual va
acompañado de "contracultura". Ello implica considerar que sólo
es política el contraponerse. Será siempre una política
marginal. La expresión de "doble poder", es la concepción leninista
que supone dos poderes como dos entidades ubicadas una arriba y la otra abajo.
Se trata de derribar la que está arriba para poner la que está
abajo.
Bibliografía citada
Cliff, Tony: Rosa Luxemburg- (Introducción a su lectura). Galerna,
Buenos Aires, 1971.
Holloway, John: Cambiar el mundo sin tomar el poder. (El significado de la
revolución hoy). Herramienta y Universidad Autónoma de Puebla.
Buenos Aires, 2002.
Marx, Karl: Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política (Grundrisse) 1857-1858) 1. Siglo XXI, México, 1980.
Marx, Karl: La ideología alemana. Ediciones Pueblos Unidos, México,
1977.
Rubén Dri
Buenos Aires, 15 de noviembre de 2002