7 de octubre del 2002
Sobre la conferencia de John Holloway en Rosario, Argentina
"Las viudas de la revolución"
Raúl Abraham
La Hine
Tristemente, con la apatía de los vencidos, culmina sus caóticas
páginas el libro de moda entre la pequeño-burguesía bienpensante
y culposa: ¿"Entonces, como cambiamos el mundo sin tomar el poder"? se pregunta,
"Al final del libro como al comienzo, no lo sabemos". Se responde, faltaba más.
Empalagosamente John Holloway abrió su exposición en Rosario:
"El capitalismo es una mierda", dijo, y una claque de alegres anticapitalistas
lo ovacionó. ¿Qué duda cabe? No por sabido el dicho deja de ser
efectivo. Queda bien decirlo, y - sobre todo - no jode a nadie, principalmente
a los capitalistas, quienes ocultan pudorosamente los potentes orgasmos que
les sobrevienen cuando escuchan las críticas éticas al capitalismo.
Nada suena mejor a los oidos del capital que una crítica de este tipo:
el capitalismo corrompe, el capitalismo mata, el capitalismo es una mierda.
Tamaña acusación resbala sobre las curtidas conciencias de quienes
efectivamente corrompen y matan. Los asemeja a una fuerza de la naturaleza,
y los empareja con cualquier otra forma de organización social: ciertamente
el esclavismo no fue (es) mucho mejor.
Previsiblemente Holloway calló (no por ignorancia, afirmo) que el capitalismo
frena el desarrollo de las fuerzas productivas, que expulsa trabajadores, condenándolos
ya no a ser separados de su producción, sino lisa y llanamente a retroceder
a formas pre- capitalistas de producción, y - last, but not least - que
el capitalismo está destruyendo las condiciones materiales de reproducción
de la existencia de la humanidad, serruchando la rama en la cual estamos todos
alojados: el planeta Tierra.
Posiblemente Holloway descalifique esta forma de presentar las cosas: se sabe,
demostrar con el rigor de los números que la irracional forma de producción
y apropiación del excedente lleva a la barbarie es muy largo, tedioso,
y requiere de complejos estudios en disciplinas áridas como la economía
y otras igualmente aburridas. Mucho más rápido y efectista es
revelarnos que "El estado no baila, el estado no ríe". Se refería,
claro, a que los hombre sí podemos hacerlo. Notable comprobación,
solamente tras largos años de estudios en venerables universidades europeas
se llega a tales extremos de sabiduría. O tal vez después de escuchar
las profundas reflexiones del sub-comandante Marcos, quién convenció
a Holloway que "preguntando caminamos". Nada en contra tendríamos que
decir a esto. Lamentablemente el docto irlandés, quizás bajo los
efectos de una sobredosis de mezcal, escuchó al sub-comandante, pero
no miró alrededor. Marcos - cuya producción teórica es,
cuanto menos, bastante superficial - opera como el sumo sacerdote de la "nueva
revolución", y - como todo sacerdote - intenta salvar almas, aún
a costa de la propia. De tal modo que postula el viejo principio del "Haz lo
que yo digo, pero no lo que yo hago": ¿Qué otra cosa, sino construir
un aparato estatal, estan haciendo en Chiapas? Con las particularidades que
cada situación propone, pero tratando de dar respuesta al par de preguntas
fundamentales que debe contestar quién pretenda construir poder, contrapoder,
o antipoder: ¿Quién, y cómo, organizará la producción,
circulación y distribución de bienes y servicios en una sociedad?
A estas cuestiones el irlandés las ignora, lo que de por sí es
malo, o las desprecia, lo cual es peor. Para Holloway todo se reduce a que los
revolucionarios del siglo XX - todos - estaban equivocados. Por que perdieron.
También alguna inferencia sobre su escala de valores podría hacerse,
pero no es el objetivo de esta nota. Es olímpico el desprecio que siente
el irlandés por la fuerza descargada por el capitalismo sobre todas las
experiencias revolucionarias, sin ocultar sus falencias, Dios nos libre. Para
mitigar el dolor que el fracaso de las revoluciones del siglo pasado le produce,
Holloway ensaya explicaciones históricas capciosas. No otra cosa es sugerir
un posible paralelismo entre las transiciones del feudalismo al capitalismo,
y una hipotética construcción del socialismo entre los "intersticios"
del modo de producción capitalista. Estas "grietas" del sistema serían
así susceptibles de ensancharse, y convertirse en las grandes alamedas,
dónde - más temprano que tarde - pasará el hombre nuevo,
redimido de las lacras individualistas. ¿Será esta la "vía hollowayniana
al socialismo"?
Es ciertamente tierno, suena hasta bucólico: una nueva Arcadia nos espera,
en la que yacerá el león junto al cordero. Lamentablemente la
experiencia, sin pretensiones de análisis marxista, indica que por lo
general el león se come al cordero, y si en algun momento demuestra cierta
vacilación es simplemente por que está eligiendo con qué
salsa lo va a adobar. Al respecto quizás convendría recordarle
a Holloway la fábula del escorpión y la rana: "está en
mi naturaleza", dijo el escorpión, mientras se hundía en el río,
después de picar al crédulo batracio. Tampoco estaría de
más que reflexionen sobre esto ciertos líderes políticos
sudamericanos prontos a triunfar en elecciones organizadas por el sistema para
encontrar una salida al rendimiento decreciente de la tasa de ganancia.
Tal vez en la imaginación de Holloway subyace una forma de organización
social de pequeñas comunidades, autosuficientes, que trocan productos
con otras similares en pie de igualdad. La poderosa irradiación de su
ejemplo obraría como excitante para que más y más grupos
humanos se organicen de esta forma, y al final del proceso nos encontraríamos
en un mundo cambiado, sin haber "tomado" el poder. Para Holloway nada ha pasado
desde Saint-Simón hasta nuestros días, pero en esto hay que reconocer
que no está sin compañias: a fuerza de ser tan pos-modernos algunos
filósofos, por lo general franceses, han logrado ser pre-modernos, y
a fuerza de discursos herméticos - cuánto más inentendible
mejor - la emprenden contra la ciencia y su, por otra parte, solapada ideologización.
Rompiendo lanzas contra el neo- positivismo propician el retorno de los brujos.
Buena manera de arrojar al bebé junto con el agua sucia.
Muchas cosas oculta, o disfraza, el irlandés devenido chiapaneco. Pero
entre ellas ninguna menos disimulable que su toma de postura en el debate "Reforma
o revolución". Mientras nos dice que la cuestión ha quedado superada,
por que ambas estaban equivocadas, toma partido por la primera. Está
en su derecho a hacerlo - qué duda cabe - pero el muy pillo lo escamotea,
y se dice revolucionario de nuevo cuño, pero no pasa de ser un triste
reformista de segunda, si le concedemos la honestidad, cosa que también
es discutible.
No contento con "desmitificar" el saber revolucionario, la emprende Holloway
contra el fetichismo del capital, nos recuerda la separación del productor
de su producto, la enajenación que supone para el trabajador no dominar
los medios de producción, y describe para nosotros la alienación
que este forzado divorcio supone para la psique humana: ¡Gracias!
O no tanto, pues las conclusiones que infiere Holloway son perversas: supone
que es en los espacios que el modo de producción capitalista deja libres
dónde podremos resolver la tensión intrínseca entre la
forma de producción - social - y la apropiación del excedente,
individual. Si algo nos dejó en claro el iracundo filósofo de
Tréveris es la contundencia de sus argumentos, libre de medias tintas:
la humanidad tiene la oportunidad de reemplazar un modo de producción
irracional y anticientífico por otro en el que la planificación
nos evite el bochornoso espectáculo de hambre, guerra, enfermedades y
otras lacras evitables, ya que no son fenómenos de la naturaleza, y esto
desde el punto de vista científico. Pero esta posibilidad sólo
la brinda el colosal desarrollo de las fuerzas productivas que provocó
la globalización capitalista iniciada en el siglo XVI. Sólo desde
la formidable acumulación de riqueza que el capitalismo produjo se puede
pensar en la construcción de un modo de producción racional. ¿O
acaso alguien cree que el creador del ejército rojo apostaba al triunfo
de la revolución en Alemania por simpatía personal con los espartaquistas?
Indudablemente que el capitalismo ha demostrado una capacidad de supervivencia
mayor a la esperada en tiempos de Marx, y que experiencias de construcción
del socialismo han fracasado. Pues bien: ¡Tanto peor! Será más
difícil el camino, y más dulce la recompensa, a despecho de aquellos
que no se han recuperado de la conmoción cerebral producida por los trozos
de mampostería caídos del muro de Berlín, pero que durante
años se negaron a ver que la existencia del muro, y no su caída,
era la aberración del pensamiento revolucionario. El capitalismo no caerá
por que alguien lo afirme, y menos estas líneas, pero muchísimo
menos por que alguien proponga organizar carnavales que reivindiquen el hedonismo.
Nada positivo saldrá del puro voluntarismo, sino del estudio de las condiciones
objetivas de la formación económico social que nos ocupe, de la
correcta apreciación de la correlación de fuezas de cada momento,
de la fuerza que apliquemos en los eslabones podridos del sistema, y - fundamentalmente
- de que podamos federar todas las luchas antisistémicas y apropiarnos
de la riqueza que el desarrollo actual de las fuerzas productivas permite generar.
Para eso deberán aunar esfuerzos todos los actores sociales involucrados
contra el capital, articular las alianzas de clase necesarias, y - críticamente
- dictar un programa de organización de la producción y distribución
de bienes a toda la sociedad.
Salvo que alguien crea que el capitalismo permitirá que la propiedad
de los medios de producción cambie de manos sin lucha, o que la creación
de "falansterios" siglo XXI terminará por derrumbar un sistema que corrompe,
degrada y mata.
udi414@hotmail.com