Argentina: Economía, política y lucha de clases
Observaciones críticas al segundo programa del EDI (Economistas de Izquierda)
Jorge Sanmartino y Ruth Werner
Verdaderamente han cambiado muchas cosas en nuestro país desde las jornadas de diciembre. En el campo de las ideas, un amplio abanico de la izquierda se encontraba en posición defensiva. Frente a la debacle de la experiencia neoliberal el panorama estaba saturado de un "antineoliberalismo" light, desde posturas de tipo desarrollistas- devaluacionistas hasta presupuestos redistributivos bajo el amparo de una "democracia social" incapaz de cuestionar las bases mismas del sistema capitalista. La potencialidad del movimiento de masas para modificar de cuajo la situación, expresada en las jornadas de diciembre que tiró al gobierno contribuyó a radicalizar los programas. La emergencia de las asambleas barriales, el debate público, las nuevas experiencias populares cristalizaron así una serie de medidas que una parte de la izquierda partidaria sostenía en soledad desde la etapa previa. La conformación de los Economistas de Izquierda es parte de ese torrente que confirma nuevamente que las ideas anticapitalistas han podido colocarse, después de más de 25 años, en una posición ofensiva. Es el síntoma de un claro giro a la izquierda, porque muchos de los firmantes creían hace muy poco tiempo que un programa de este tipo era un dogma arcaico, una pieza de museo que sólo la izquierda partidaria con su "consignismo" se animaba a sostener. En la izquierda partidaria, por otra parte, no deberíamos ofuscarnos ni sentirnos "plagiados" por el emprendimiento de los firmantes del EDI. En todo caso se trata de plantear los aciertos y límites de dicho emprendimiento, con total sinceridad y franqueza y de establecer un diálogo fructífero.
El simple hecho de haber difundido un amplio abanico de propuestas que cuestionan la propiedad y la ganancia capitalista ha concitado la furia de los propagandistas a sueldo del establishment, quien en los medios de difusión se encargaron de remarcar el carácter "sovietizante" de dichas propuestas.
En el programa del EDI se parte de los intereses populares para encarar la tarea de salir de la crisis, la recesión y la parálisis que ya lleva más de 4 años. El planteo de medidas como la nacionalización bajo gestión de los trabajadores y usuarios de la banca y las empresas privatizadas supone que sólo afectando la propiedad capitalista y en última instancia superando al régimen imperante es posible un proceso de reindustrialización y de desarrollo de las capacidades productivas.
Por otra parte el programa enhebra una salida de conjunto y no una serie de medidas parciales que a lo sumo podrían emparchar las cosas, pero no superar de raíz las trabas que impiden la satisfacción de las necesidades populares. Supera, por otra parte, el carácter burgués reformista de variantes como las planteadas por el plan Fénix, el Frenapo y la CTA, que en el mejor de los casos sólo pretenden "humanizar el capitalismo", es decir que se colocan sin excepciones y a pesar de sus matices en el campo de una salida de carácter capitalista a la crisis. El Plan Fénix ni siquiera se propone dejar de pagar la deuda, y la CTA ha sostenido que su programa "neokeynesiano" sería eficaz para reactivar los mecanismos de acumulación capitalista y salir de la recesión ampliando el beneficio privado. El programa del EDI, al contrario, parte de las demandas inmediatas de la población y por lo mismo llega hasta su conclusión lógica en el planteo de medidas anticapitalistas.
El programa del EDI tiene el mérito de intentar ponerse a tono con las luchas populares Por supuesto ningún programa nace de la inmediatez de las acciones presentes. Tampoco del "repollo argentino". Un programa condensa la experiencia histórica de la lucha de la clase trabajadora a escala internacional. En ese sentido muchas de las medidas planteadas ya habían sido establecidas en los programas socialistas desde Marx a la revolución rusa del '17, y fueron sistematizadas por Trotsky en su Programa de Transición del año 1938.
El programa del EDI tiene el valor de plantearse medidas que, aunque fueron establecidas y aplicadas en el pasado, deben ser readecuadas a la realidad viva del momento y a los rasgos específicos del capitalismo dependiente argentino. 1- Las fuerzas motrices de la revolución Argentina
El programa insiste -a nuestro modo de ver correctamente- que para obtener demandas mínimas y elementales como pan y trabajo es necesario afectar la propiedad privada y romper la subordinación al FMI. Ello está expresado en la expropiación de los bancos, las empresas privatizadas y en la ruptura con los organismos de crédito internacionales, en el no pago de la deuda externa. Es evidente hoy más que nunca en la historia nacional las estrechas vinculaciones, de carácter orgánicas que ha establecido el establishment local con los capitales y los acreedores externos. Fue esta asociación capitalista la que gobernó la última década estructurando un sólido bloque de poder. Aunque este bloque hoy está seriamente afectado, esta alianza está dictada por el carácter general de la estructura capitalista dependiente argentina más que por lazos de ocasión. Los restos de la "burguesía nacional" que en otros momentos fue llamada a liderar un proceso de "liberación nacional y social" en nuestro país, hoy ha quedado reducida a la impotencia social y el servilismo político. La figura del ex ministro de Duhalde Ignacio De Mendiguren la retrata de cuerpo entero. Asociadas al fraude de la deuda externa, la colocación de bonos del estado ha sido un instrumento eficaz de redistribución de riquezas y de la fuga de más de 100 mil millones de dólares al exterior, restringiendo más aún –y en el momento en que el PBI crecía a un 4,5% anual!!!- la acumulación de capital en nuestro país. Los despojos de este capital nacional como el de Pérez Companc se ven impelidos a retirarse todavía más.
Un cambio de "modelo" desde el esquema convertible hacia uno de cambio libre y devaluación está reorganizando la economía a costa del salario y de una pobreza generalizada. Eso es lo que el programa denomina "genocidio social". Pero una salida burguesa a la crisis está todavía por darse. Y estará asociada al aumento de la productividad del trabajo, al aumento de los ritmos de producción y a establecer como ley natural un salario por debajo de la reproducción de la fuerza laboral, manteniendo a su vera un ejército de millones de desocupados. Irremediablemente traerá consigo una nueva y mayor destrucción de fuerzas productivas.
El choque frontal entre las clases fundamentales de la sociedad capitalista será inevitable tarde o temprano, más allá que por efecto de la inflación, el terror económico impuesto por la desocupación y la complicidad criminal de los líderes sindicales oficiales la clase trabajadora, salvo excepciones, no haya hecho aún su entrada en la escena del drama nacional. Alberto Bonnet escribió hace un tiempo en un aporte para el EDI que no podíamos pensar con los viejos moldes de una clase obrera militante que se coloque al acecho del "palacio de invierno". Que en la crisis actual nuevos sujetos ocuparán su lugar, como lo esbozan las asambleas populares y los movimientos autogestionarios. Pero por supuesto no se debería confundir la emergencia de nuevos fenómenos populares llenos de vida y experiencias con las fuerzas motrices del proceso revolucionario, dictados no sólo por la constitución de "sujetos de lucha" sino y sobre todo por las relaciones de producción, la organización clasista de la sociedad y su especificidad dependiente en nuestro país. Mientras la actual sociedad regida por la propiedad privada y la ganancia capitalista no sea superada (a menos que se suscriba la teoría poco afortunada y absolutamente anticientífica de la extinción de la ley del valor de Tony Negri) la resultante de la contienda social y el proyecto social futuro estará decidida por la confrontación de las clases fundamentales de la sociedad, la burguesía y la clase trabajadora. Y esto será así en Argentina más que en ningún otro país de la periferia, que cuenta con una mayoría de la población asalariada (si contamos además de los 8 millones de asalariados a sus familias) y organizada en grandes centros urbanos que manejas los resortes fundamentales de la producción, los servicios, el transporte y la banca. Las clases medias arruinadas y los sectores populares más diversos, que han sido protagonistas importantes de las jornadas de diciembre, serán aliados fundamentales, sin el concurso de sus fuerzas la revolución Argentina será una quimera, pero no están capacitados para imponer una salida independiente de las clases fundamentales. La intervención de un sector de la clase trabajadora como son los movimientos de desocupados, puede jugar un papel importante pero sólo podrá ser decisiva como parte de la acción de la clase trabajadora en su conjunto, junto a sus sectores más concentrados.
Esto ha sido así históricamente y lo seguirá siendo en el proceso revolucionario en nuestro país. La polarización social y política en la lucha de clases dividirá inevitablemente a las clases medias y romperá el "bloque de diciembre" en el que un bloque heterogéneo de fuerza sociales actuó unida en oposición al gobierno de De La Rua. Por supuesto, la clase obrera no es un sujeto trascendental hegeliano, su fuerza social potencial deberá demostrarla en la práctica misma porque no hay "astucias de la razón". Es un proceso vivo, y en él la clase trabajadora como clase revolucionaria puede hipotéticamente faltar a la cita. Pero entonces el programa del EDI, desde la nacionalización de la banca y el comercio exterior hasta la organización económica basada en la planificación racional de los recursos y la democracia de los productores y los consumidores, será letra muerta, o para decirlo con otras palabras estará condenado de antemano. La "apuesta al socialismo" es la apuesta a la emergencia de una clase obrera revolucionaria o no será nada. El programa del EDI es, podríamos decir, un programa de tipo socialista. Pero el socialismo moderno, fundado sobre sólidas bases científicas por Marx es el programa de la clase trabajadora moderna. Sólo ella puede organizar la sociedad según los criterios que se propone el programa del EDI. Un programa de medidas anticapitalistas no nace de las ideas de los intelectuales, aunque estos sean economistas, al contrario estos traducen los intereses históricos de la clase que es portadora –por su naturaleza social- de las capacidades de superar la sociedad existente. El programa del EDI al ocultar a la clase que representa y al mismo tiempo definirse como socialista, crea el espejismo de un programa elaborado en la cabeza de los intelectuales, - independientemente de la clase social que efectivamente lo ha destilado y lo ha aplicado históricamente- y a su vez ofrecido al buen uso de una indiferenciada "sociedad civil" carente de las contradicciones sociales que la atraviesan en las muy concretas relaciones de producción. Pero un enfoque de este tipo recae en visiones de tipo idealistas, en las que se invierte la conexión entre las ideas y la materialidad de las relaciones sociales que hace posible su existencia.
¿Por qué debería ser ocultado uno de los principios rectores del planteo de Marx en un programa que se pretende socialista?
La superación de la "mercantilización del mundo" sólo puede ser establecida con la superación misma de las relaciones mercantiles, en cuyo núcleo se haya la capacidad productiva del trabajo humano en su forma enajenada. Pero las relaciones de producción capitalistas no pueden ser eliminadas externamente, por sobre las relaciones entre el capital y el trabajo que se hallan en el corazón mismo de las unidades productivas. No era un derroche de romanticismo el que llevó a Marx a sostener que la burguesía crea su propio sepulturero.
Si lo pensamos desde el punto de vista del proceso mismo de la lucha de clases, la capacidad de bloquear la auto reproducción capitalista, de manejar las comunicaciones, de paralizar el sistema bancario, el transporte de las mercancías, la producción de elementos básicos, en fin de desarticular las capacidades económicas y estratégicas de la clase capitalista está en manos de los trabajadores asalariados concentrados en no más de mil empresas claves.
Enfocado desde el programa, es decir de la capacidad de impulsar un sistema social planificado racionalmente llegamos a la misma conclusión. ¿Cómo pueden pensarse la nacionalización de la banca, de las empresas privatizadas y de las industrias estratégicas sin la participación en un rol preponderante de los trabajadores bancarios, telefónicos, de la energía, del transporte y la de los obreros industriales concentrados en las siderúrgicas, las automotrices, los laboratorios y las empresas petroleras?
Si se pretende que las ramas de la industria en general dejen de pertenecer a individuos que compiten entre sí y pasen a pertenecer a toda la sociedad y sean administradas en beneficio de toda la sociedad mediante la asociación y de acuerdo a un plan general, ello es posible a condición de que aquellos que detentan las potencias enajenadas por el capital sean capaces de reapropiárselas y mediante ese acto reapropiarlas al conjunto de la sociedad.
¿De qué se habla cuando se menciona la "gestión democrática"? Si no son los asalariados la fuerza motriz del "proyecto socialista" entonces no es posible una gestión democrática, que sólo puede manifestarse allí donde los productores deciden directamente la asignación de recursos de acuerdo a las necesidades sociales. Pensar en un "plan general", "racional", sin la determinación de un movimiento obrero revolucionario que pueda ejecutarlo, es poner en manos de burócratas, tecnócratas, comandantes, secretarios generales y otras "autoridades" las decisiones sobre la utilización de los recursos bajo las nuevas relaciones de producción. La introducción de mecanismos de mercado no endereza en sí las deformaciones de una planificación centralizada burocráticamente. Allí se ve porqué las diversas variantes del socialismo autogestionario a pesar de pretender eliminar toda autoridad, toda clase dirigente, todo partido dirigente, todo organismo dirigente, todo "aparato", terminan reinstalando en el poder centralizado de mando a fuerzas que están por sobre y ajenos a los productores. Si el centro gravitacional del proceso revolucionario no es asumido por la propia clase trabajadora entonces cualquier otro resultante -aún si excepcionalmente se lograse expropiar al capital y superar la propiedad privada de los medios de producción-, no será la gestión democrática de una supuesta planificación socialista. El productor sólo tendrá capacidad colectiva de autogestionar democráticamente la economía si en la etapa previa fue capaz de conquistar la autonomía proletaria respecto a la burguesía en el terreno de la lucha de clases. ¿No se trataba de aprender de la experiencia fracasada del socialismo real? Un "horizonte socialista, mejor dicho, una sociedad de transición hacia el horizonte socialista deberá contar con productores organizados a nivel de fábrica, empresa, rama de producción y organizaciones regionales y nacionales que permitan la toma de decisiones a todos esos niveles para poder establecer las pautas de producción decididas democráticamente. Esto implica no sólo la participación conciente de los trabajadores en el proceso revolucionario sino también su nivel organizativo, a través de consejos de trabajadores. Pero estos deben surgir, como lo demuestran todas las experiencias revolucionarias en las vísperas de la revolución. La planificación económica y la lucha revolucionaria no están separadas por un muro de Berlín. La experiencia inigualable de las fábricas hoy recuperadas y puestas a producir bajo gestión obrera, como Brukman y Zanón tienen el mérito de señalar la potencialidad que le es propia a la clase obrera y trazar una perspectiva socialista en las condiciones actuales de crisis capitalista.
El programa del EDI no habla sólo de la democracia de los consumidores, sino también de los productores, de la reindustrialización y la planificación. Pues entonces no es posible "apostar al socialismo" sin apostar al desarrollo de un nuevo movimiento obrero revolucionario en Argentina, capaz de agrupar tras de sí a todas las demás capaz del pueblo pobre.
Muchos pueden inclinarse por la idea de que un proceso de cambio social puede ser llevado a cabo por el "pueblo", la "sociedad civil", las "clases subalternas". La revolución es en sí popular, en la medida que participan de ella millones de personas que emergen como un torrente en la superficie de la vida social. Pero su carácter sólo puede definirse en función de la organización capitalista, es decir clasista de la sociedad. Ni el "pueblo", ni la "sociedad civil" indiferenciada podrá liderar una revolución anticapitalista sin el concurso hegemónico de la clase obrera organizada en sus unidades productivas. A propósito de la "emergencia de nuevos sujetos sociales" se ha hecho mucho ruido respecto del zapatismo, pero se ha evitado cuidadosamente señalar un balance serio sobre las condiciones actuales del campesinado mexicano luego de 8 años de experiencia zapatista. Ni la reforma agraria, ni la liberación nacional, ni los derechos democráticos elementales para los pueblos originarios serán conquistados sin abolir la propiedad privada y sin derrocar al estado capitalista, condiciones ambas que el Subcomandante Marcos ha rechazado con desprecio, al igual que muchos intelectuales "marxistas" que abonan sus teorías, como el escocés John Holloway.
No se trata de una petición de principios ni de una posición cómoda. La clase trabajadora está viviendo un verdadero genocidio, golpeada por la desocupación, la crisis social, la fragmentación estructural y el atraso político. Pero esta realidad incuestionable no habilita a buscar atajos ni a practicar la alquimia social, en busca de un nuevo sujeto que remplace al que aún no ha golpeado a la puerta. Sería más expeditivo, por supuesto, ya que otros actores sociales están ya en la escena. Estaría en concordancia con el sentido común, pero como decía Marx, éste en general es el menos común de los sentidos.
Los "posmarxistas" como Laclau han señalado que la potencialidad sociológica de la clase obrera de constituirse como sujeto revolucionario es una fantasía absurda. Muy abocado a combatir el "reduccionismo clasista" basado en ilusorias "relaciones estructurales de producción" ha dado paso a sujetos que se constituyen en la subjetividad misma, es decir en el "despliegue discursivo". Los grandes batallones de la clase obrera todavía no han dicho su palabra. ¿Deberíamos darla por superada porque aún no tiene voz? ¿Nos atreveríamos a caer en un "reduccionismo del lenguaje"? ¿O tendremos que escribir un tercer programa cuando la clase trabajadora haga sentir su presencia?
Tony Negri cree que el nuevo sujeto es la multitud indiferenciada, que no necesita programas ni estrategias y que resiste espontáneamente a través de las líneas de fuga del nomadismo y la dispersión. Todo un galimatías para hacer de la escasez de cuestionamientos revolucionarios al poder centralizado del estado capitalista en los últimos 25 años, en una virtud posmoderna de lo inorgánico, lo heterogéneo y lo difuso. Algunos militantes se ha encandilado con esta "multitud", tan mal definida y tan carente de aptitudes para parir una nueva sociedad.
Si la clase trabajadora es un sujeto ausente el programa del EDI en el mejor de los casos es un espíritu sin cuerpo, y en el peor de ellos, un espíritu socialista en un cuerpo ajeno, una ilusión condenada de antemano al fracaso.
Las asambleas populares son un fenómeno político de primer orden, desplegaron espontáneamente una gran creatividad y combatividad, idean proyectos populares, deliberan, cuestionan y han sido las artífices de esa gran consigna de "que se vayan todos". Lo mismo sucede con los movimientos de desocupados, que siendo parte de la clase trabajadora, sin embargo no lograrán por sí solos, sin unirse estrechamente con el movimiento obrero ocupado, la satisfacción de sus necesidades, porque ellas están vinculadas orgánicamente a las relaciones mismas de producción capitalistas. La demanda de la repartición de las horas de trabajo, en consecuencia no es un slogan más, tiene una importancia cardinal. Todos estos actores han desplegado grandes luchas. Y es justamente por ello que los economistas de izquierda tienen la obligación de señalar sin pausa donde están las fuerzas sociales capaces de hacer realidad las aspiraciones y deseos de ese pueblo movilizado.
Pero la clase trabajadora está casi ausente del discurso socialista. Vaya paradoja. Parece como que estamos hablando de arsénico y encaje antiguo. Zamora, por ejemplo, batió todos los record posibles. Entre las decenas de discursos que dio en el parlamento y las entrevistas radiales y televisivas en los últimos meses no fue capaz de nombrarla una sola vez. Sólo hizo mención a los jóvenes desocupados que realizan emprendimientos productivos al margen del mercado capitalista. La mayoría de la izquierda habla del poder, del gobierno de la izquierda, del "sujeto piquetero" pero no ha balbuceado siquiera una estrategia para que la energía de las capas movilizadas pueda despertar y confluir con la clase obrera ocupada.
El EDI si pretende verdaderamente inscribir su programa en un proyecto socialista no debería aceptar las teorías a la moda, ya sean autonomistas, populistas o reformistas. El socialismo científico se desarrolló en la arena de la lucha de clases combatiendo contra todas estas ideologías premarxistas. No debería dejar de hacerlo ahora, cuando estamos dejando atrás un período de reacción social y política y estamos presenciando tal vez un nuevo giro histórico que dará nuevas oportunidades a la revolución obrera y socialista. 2- Segundo resbalón: la cuestión del estado y el poder político
La configuración de un nuevo mapa de las luchas sociales en todo el mundo, la emergencia de renovados fenómenos políticos y en definitiva la ampliación de las denuncias del capitalismo por parte de sectores crecientes de la población mundial y por supuesto de las masas populares en Argentina, reactualiza las bases de un nuevo programa anticapitalista. Ese ha sido el espíritu del EDI. Para llegar a buen puerto no debería dejar de lado una cuestión fundamental ¿Qué rol hemos de asignarle al estado? ¿Cuál es su papel? Luego de la experiencia abortada de los populismos latinoamericanos y del reformismo que fueron tributarios de un estado burgués del que vivieron y al que están orgánicamente asociados, muchos intelectuales de izquierda han dado un giro hacia cierto autonomismo y antiestatismo. Esa crítica radical hacia el estado, sin embargo, hunde sus raíces en las mismas coordenadas que sus acérrimos enemigos, los neoliberales, quienes han hecho del estado "interventor", "protector", "burocrático" su nuevo Leviatán, al que sin embargo han modelado según sus propios intereses y explotan en su propio beneficio.
Para la "izquierda antiestatista" cualquier referencia a la nacionalización de la banca y las empresas privatizadas, a la nacionalización de las empresas que cierran o despiden, en fin a la tarea de centralización de los recursos económicos como palancas de la organización planificada de los recursos, les enciende enseguida las luces de alarma. "Una nueva tentativa por amordazar a las fuerzas espontáneas y la creatividad de las masas laboriosas", "un nuevo intento, ya fracasado, por encerrar las potencias y energías populares en el Lecho de Procusto del estado". En ocasiones esta posición es tan radical que las apelaciones a la nacionalización de los recursos productivos es rechazada incluso si viene acompañada del plateo de un control y gestión democrático por parte de los trabajadores y los usuarios. El EDI ha sorteado algunas de estas dificultades, pero ha sucumbido al planteo general de esta perspectiva de tipo autonomista, al haber escamoteado el debate sobre qué poder político (y ya vimos qué clase social) podrá imponer el programa que se defiende. De esta manera, quedando bien con dios y con el diablo se ha llegado a una flagrante contradicción. Porque la perspectiva de nacionalizar los recursos productivos fundamentales de la sociedad, la imposición del monopolio del comercio exterior, la nacionalización de las empresas privatizadas y la consecuente organización económica sobre bases socialistas no puede ser ejecutado sin el monopolio político de estado por parte de la clase trabajadora. Desde la Crítica al Programa de Ghota y desde la Comuna de París, Marx la ha denominado "dictadura del proletariado", se ha popularizado como "gobierno de los trabajadores y el pueblo", "gobierno obrero y popular" o como se quiera llamar al monopolio estatal, económico y político de la clase trabajadora hegemonizando una vasta alianza con las restantes clases explotadas.
Pero luego del '89 a la cuenta de Marx y ni hablar de Lenín o Trotsky, se ha cargado el fardo estalinista (Y dicho sea de paso muchos de lo que han hecho esto son justamente los que han militado durante décadas y defendido ciegamente al estalinismo). Más de 150 años desde el Manifiesto Comunista, pretende ser invalidado con el expeditivo trámite de asociar el fracaso de los llamados "socialismos reales" al "fracaso del marxismo". Y como balance se concluye que "tanto la variante reformista como la revolucionaria", con sus apelaciones a la toma del poder y al gobierno de los trabajadores, es en esencia un estatismo fracasado. Esta idea estuvo asociada en las ultimas dos décadas a una hipotética "falla de origen" del marxismo en todos los planos. Pero equiparar las gestas revolucionarias de las masas en el siglo XX, para el caso su paradigma inobjetable la revolución rusa, con el "estado de bienestar" adoptado por las mismas clases dominantes en la posguerra o es una incomprensión absoluta de lo que se está hablando o esconde objetivos poco confesados pero claramente reaccionarios. Para usar los términos en que estos intelectuales pretenden establecer la discusión, podríamos decir que pocas veces se ha visto un argumento tan determinista, vulgar y esquemático como el que han presentado en las últimas dos décadas los detractores del proyecto revolucionario, asociando la tentativa liberadora de los esclavos asalariados con la arquitectura del "estado de bienestar".
Los llamados autonomistas han creído ver en los cambios operados en las últimas décadas, -una mayor globalización de la producción y las finanzas, innovaciones científicas en el campo de las telecomunicaciones y de la informática, apertura de los mercados en los países de la periferia, nuevas formas de organización en el trabajo- un nuevo tipo de sociedad, poscapitalista, posindustrial, posimperialista y posmoderna, que han llamado, en el caso de Negri "imperio", que mediante redes difusas y heterogéneas de control social, el "biopoder", atraviesan el cuerpo social, disolviendo o por lo menos transformando en elementos subordinados las viejas categorías con que antes dábamos cuenta del mundo, los estados nacionales y sus jerarquías desiguales, la clase trabajadora, el imperialismo, y también han disuelto las estrategias que antes pensábamos podían ser eficaces para alcanzar una sociedad más justa, la revolución, la toma del poder, el partido político revolucionario o los soviet. Ahora ya no es necesario destruir el estado capitalista ni derrotar al imperialismo. En consecuencia no es necesario organizarse, formar partidos y centralizar los combates contra la clase dominante. En definitiva, es posible alcanzar el comunismo aquí y ahora, a la vera del imperio, construyéndolo no en oposición dialéctica, sino como "alternativa" "inmanente" al capitalismo, todo lo cual evita el doloroso parto de la revolución social, con todas sus implicancias, incluida su posible degeneración burocrática. Sin embargo, los cambios operados en el mundo lejos de alumbrar una sociedad poscapitalista y posimperialista, y disolver el carácter de la dominación burguesa, han perfeccionado sus mecanismos, combinando la coerción y el consenso, han sofisticado sus aparatos de estado y asegurado su monopolio del armamento, recrean a cada paso la estructuración jerárquica de los estados nacionales para facilitar la internacionalización del capital, maximizar sus ganancias y preservar la hegemonía imperialista en el mundo. No es posible siquiera pensar en terminar con la pobreza y el hambre y satisfacer las necesidades de las masas en todo el mundo sin enfrentar las fuerzas del estado burgués, tomar el poder y expropiar la inmensa riqueza social que acumulada en un puñado de parásitos y liberadas a la anarquía de la producción capitalista, traba a cada paso el desarrollo y el progreso y genera más hambre, miseria y degradación a la inmensa mayoría de la población.
En compañía de los autonomistas existen también los "reformadores sociales". La idea de asociar el proyecto de Marx (lucha de clases, destrucción del estado burgués) al de Keynes (intervenciones reguladoras del estado, promoción social) no es exclusiva de aquellos que infieren de esto connotaciones negativas, sino de muchos que le rinden homenaje. Frente al avance triunfal del "neoliberalismo" se colocaron en posición de defender la "civilización keynesiana" del pasado.
En este campo han militado la mayoría de las organizaciones del Foro de Porto Alegre, incluidos los defensores de ATTAC y su propuesta de aplicar impuestos al capital financiero, un impuesto, vale recordar, que el mismo Tobin creía que era nada más que "un grano de arena en los engranajes del sistema financiero". Y esta vulgata de la "lucha por la hegemonía del nuevo pensamiento" frente al "pensamiento único", se la ha presentado como el primer peldaño de una "estrategia socialista" a "largo plazo", transformando al Gramsci de la hegemonía proletaria en un teórico de la hegemonía cultural y un "estratega" del socialismo gradualista.
Ambas orientaciones, tanto la autonomista como la reformista han podido convivir sin dificultades en el mismo foro.
Lo que esta corriente neo reformista tiene en común con aquellos que "a la moda" hablan de un "socialismo desde abajo", "antiestatista" es la de negar que sólo es posible afianzar, sostener y extender las tareas que surgen del segundo programa del EDI en el terreno de la lucha política revolucionaria, es decir como lucha que sólo puede resolverse en el terreno de la dominación estatal.
El programa habla de un horizonte socialista ¿Qué significa en este caso? Dicho horizonte ¿está próximo o lejano? ¿es imprescindible trasponer la línea de ese horizonte o es móvil y actúa más como una "utopía" que como una necesidad histórica? ¿Es posible acercarnos a él por medio de medidas económicas "alternativas" aún sin arrebatarle el poder político a la burguesía? Si en verdad se pretende que el programa puede ser alcanzado de esta manera, "a la chilena", estamos en presencia de una perspectiva neoreformista, aunque contemple medidas progresivas, como las contemplaba las medidas económicas del gobierno de Allende. (También el laborismo inglés y el socialismo francés de preguerra, y en muchas ocasiones con posterioridad a la segunda guerra, incluían en sus programas la nacionalización de la industria y de los bancos. La república de Weimar se vio obligada a nacionalizar gran parte de las empresas como consecuencia del descalabro industrial de posguerra). Si el programa del EDI, en cambio, está llamado a ofrecer puntos de apoyo para la lucha de clases en pos de alcanzar ese horizonte, deberíamos clarificar el hecho de que sin destruir el monopolio económico, político, militar y cultural del estado capitalista ese horizonte es un blanco móvil, que se alejará a medida que creamos estar ilusoriamente caminando hacia él.
¿Estamos hablando de esto último o estamos en presencia de un programa económico de izquierda, más a la izquierda que el Plan Fénix o el Frenapo por las medidas que propone, pero que pretende desplegarse en los marcos mismos del régimen capitalista? Si así fuera no estaríamos en presencia de un "programa socialista" sino de uno de tipo "democrático radical" de carácter pequeño burgués.
Claudio Katz en su artículo "Apostando al socialismo" no deja de inquietar. Desenvuelve su argumento de combinar equilibradamente la planificación socialista de la economía con la necesaria corrección que debe proveer el mercado. Este por supuesto fue un debate entre los economistas soviéticos de los años '20. El mismo Trotsky sostuvo la necesidad de que, en las condiciones específicas del período de transición del momento (y no como "ideal socialista" al estilo de Alec Nove), la economía esté apoyada en tres pilares, la planificación centralizada, la más amplia democracia soviética y mecanismos de mercado para fijar la asignación de algunos recursos, sobre todo los de consumo. Pero por supuesto Trotsky hablaba de la economía del estado soviético, del primer estado conquistado por la clase trabajadora en su historia. Katz por el contrario nunca fija el objeto de su economía. Nunca queda claro de qué está hablando, si de la combinación de la planificación y del mercado en un estado de los trabajadores o en un estado capitalista. ¿O hay algún tipo de estado intermedio, algo así como el "estado popular" del que hablaba Lassalle? ¿Cómo se puede "apostar al socialismo" sin apostar a un gobierno de trabajadores? El socialismo autogestionario y la crisis de poder burgués en la Argentina
Al calor de la experiencia asamblearia y piquetera se ha extendido esta idea de inaugurar un "socialismo autonomista", en el que las experiencias sociales se van acumulando para constituir gradualmente desde la sociedad civil un contrapoder popular.
Lógicamente el planteo de una acumulación de la experiencia social que vaya sedimentando bajo la corteza estatal, se traduce en la separación de esa experiencia social respecto a las tareas políticas que enfrentan los explotados en relación a la cuestión del poder. Sin embargo la "sociedad civil" no reposa en el vacío.
Cuando se pretende cerrar los ojos a la lucha política del momento, apelando a un confuso antiestatismo, -que lleva en su frente el sello de la antipolítica- se está reforzando involuntariamente el poder reorganizado del comando capitalista.
El planteo de un gobierno de trabajadores no responde al dogma de la izquierda partidaria, sino a un objetivo esencial, que el programa del EDI no debería esconder.
Suele suceder que aunque no queramos tomar en cuenta al estado, el estado sin embargo, termina tomándonos en cuenta a nosotros, y por lo general nos termina tomando por el cuello. Si las luchas y los movimientos del presente no lograran constituir una poderosa alternativa centralizada para oponer al estado capitalista y sus intentos de estabilizarse mediante el gatopardismo de reformas políticas, tarde o temprano, el precario equilibrio resultante del actual empate hegemónico entre las clases en lucha, se irá inclinando hacia salidas de tipo bonapartistas autoritarias, apoyadas en amplios sectores de las capas medias y quizá de sectores pauperizados que serán ganados contra la "anarquía" y a favor de "la ley y el orden". Es justamente por el hecho de que la clase dominante busca desesperadamente salidas políticas a su crisis que las clases subalternas deben ofrecer la suya propia. Las nuevas experiencias ejercitadas desde el campo popular no bastan por sí solas para impedir las maniobras del régimen y serán impotentes para impedirlas. Dicho sea de paso, sin organización centralizada, sin una estrategia de disputa por el poder, y sin desmantelar las maniobras políticas y ganar a los sectores mayoritarios de las masas pobres, estas nuevas experiencias serán barridas por la reacción capitalista. La respuesta a la crisis orgánica del régimen debe darse en el campo de la política revolucionaria, de la estrategia, la táctica y los programas adecuados. Este es el acervo del leninismo, tan denostado por los mismos socialistas y sin embargo de tanta actualidad.
La crisis de hegemonía ha puesto sobre la superficie la cuestión del poder, ante la cual ningún planteo, por más "económico" que se presente, puede soslayar. No lo hacen los economistas de derecha, ni los de centro ni de la centroizquierda, cada uno de los cuales se inscriben en un proyecto político y en una coalición social.
La burguesía concentra sus fuerzas en rescatarse así misma y su poder maltrecho. ¿Las clases explotadas deben abandonar la "descabellada idea" de arrancárselo a la burguesía bajo el pretexto de que "el estado corrompe" como demostrarían supuestamente las experiencias reformistas y el "socialismo real"? Actuar de esa forma condenaría a los socialistas de antemano.
Lo que se pretende ocultar en un lado aparece en otro. Si un programa de tipo socialista es posible implementar más allá del carácter de clase del gobierno en que se apoye, tenemos la conclusión (por omisión) que el EDI bien podría ver desplegado aunque sea algunos puntos de su propuesta bajo un gobierno "de izquierdas". El frente popular en la Francia de León Blum en el año 1936, la república española bajo el gobierno del frente popular del '36 al '39, el gobierno de Unidad Popular de Allende en Chile que ya mencionamos, entre otras experiencias históricas, han aplicado de una u otra manera medidas como la nacionalización de empresas y minas, expropiación de terratenientes, etc. Pero en todos estos casos se trataron de gobiernos de colaboración de clases, es decir de carácter burgués. Ellos impidieron el desarrollo de organismos de poder obrero y popular, adormecieron a las masas con el arrullo izquierdista y abonaron el terreno para el triunfo de la reacción fascista. Se trata de saber, en consecuencia el carácter del estado en que pueden prosperar medidas encaminadas hacia un horizonte socialista. La discusión en el seno de la izquierda sobre la cuestión estatal es de vida o muerte para el futuro de las luchas populares. En el seno de los economistas de izquierda puede haber diferencias apreciables en vastos campos de la realidad social, pero soslayar la cuestión fundamental de saber en manos de quien debe hallarse el poder, sólo puede crear una falsa idea de unidad, pero no la unidad misma. Se puede progresar a través del error, nunca de la confusión.
Por último, vale aclarar que no estamos insinuando que la cuestión del poder obrero y popular esté planteado resolverlo en lo inmediato. La tarea central hoy está enfocada, a nuestro modo de ver, en la lucha por las masas. Pero en todo caso un programa de izquierda debe servir para acercar y preparar más eficazmente a la clase trabajadora en la tarea consciente de su misión histórica. Y es justo en el momento actual, en el que se ha roto para vastos sectores de la sociedad el monopolio de la hegemonía político cultural de la clase dominante, en el que la crisis capitalista ha demolido la solidez de sus propios fundamentos, en el momento en que la experiencia arroja a sectores cada vez más importantes por el camino de la lucha de clases, en que millones cuestionan la validez de sus instituciones de dominio, cuando puede prosperar la idea de la revolución social. Sea que las masas maduren a tiempo o no, el programa del EDI, sin esta perspectiva en el mejor de los casos carece de sustento, en el peor de todos puede servir involuntariamente como cobertura de una futura estrategia de colaboración de clases. Poscriptum
El programa mismo al carecer de una delimitación clara respecto a los puntos anteriormente analizados se hace compatible con proyectos de colaboración de clases o movimientos de izquierda que no pretenden trasponer los límites del régimen político burgués. Zamora, por ejemplo, lo ha tomado como referencia, no obstante lo cual ha contribuido y contribuye a las reformas políticas del régimen. Y esto es así porque el planteo de "que se vayan todos" lo ha traducido a su propio lenguaje, es decir a la renovación total de los cargos, lo cual es incompatible con el "que se vayan todos" sobre la base de la demolición de este régimen político. Antes de los decretos electorales de Duhalde, Zamora ya se estaba proclamando candidato, por eso realizó un plenario donde decidieron de antemano y sin condiciones presentarse a elecciones entrando en las reglas de juego del régimen.
En estos días Zamora volvió a hablar de una asamblea constituyente pero jamás a realizado, a pesar de su prestigio y popularidad, una convocatoria a la movilización extraparlamentaria, a una lucha de clases seria para impedir las maniobras del régimen de perpetuarse. Y esto ha sido así o peor en el caso de la IU, que le exigió, no ponerse a la cabeza de esta lucha, sino de compartir la fórmula presidencial.
El socialismo "autogestionario" de Zamora, tan "antiestatal" en apariencia, se vuelve en los momentos decisivos muy estatal, pero poco "autogestionario" y mucho menos socialista. 3- ¿De qué MERCOSUR estamos hablando?
El programa del EDI cree con justa razón que "la recuperación económica requiera altas tasas de crecimiento asociadas a una absorción de avances tecnológicos, que no se logrará "viviendo con lo nuestro", ni intentando la utopía de erigir una economía nacional cerrada y aislada del mercado internacional". Su salida pasa por "otra reinserción al mundo, que en vez de transitar por el FMI se apoye en relaciones de solidaridad, con todos los pueblos que actualmente participan en la protesta global contra el capital."
Ese puede ser el principio pero no el fin. La "unidad en las luchas" no puede per se "facilitar la recuperación económica con altas tasas de crecimiento" absorbiendo "avances tecnológicos" que no están disponibles en el país. Como se ve la salida propuesta no responde al problema planteado, y en consecuencia no puede superar planteos nacionaloides del tipo de los esgrimidos por Aldo Ferrer y el Plan Fénix. Si se lo piensa bien, una lucha continental de todos los pueblos latinoamericanos puede en lo inmediato hacer descender dramáticamente los índices de crecimiento y el ingreso de la población. Así ha ocurrido efectivamente en todas las revoluciones de la historia. Sólo el triunfo de esas luchas, es decir sólo revoluciones triunfantes pueden lograr que la "solidaridad" se transforme en "cooperación" económica efectiva.
Aquí nuevamente el problema no es de tipo económico sino político. Lo que obvia el programa del EDI, y por eso no es convincente su argumento, es que sólo en los marcos de una federación de estados latinoamericanos, es decir ampliando considerablemente la escala de la producción y asociando las capacidades productivas y los recursos de la gran mayoría de los más importantes países de la región podría pensarse en un proceso de desarrollo efectivo integrado y expansivo. Y esto sólo como plataforma para integrarse junto a los países centrales que acaparan, y sólo para ejemplificar, el 85% de la investigación y la ciencia mundiales. Las luchas y la solidaridad, como vemos no alcanzan. Los desarrollistas y los reformistas hablan claro, sin rodeos, dicen "no al ALCA, si al MERCOSUR", alineándose de esa forma con las burguesías locales y los monopolios extranjeros que alientan esta variante de unión aduanera según sus propios intereses. La salida a la encerrona del programa ya ha sido formulado de múltiples maneras por los marxistas internacionalistas, esto es, la necesidad de establecer una federación o unión de estados latinoamericanos. El programa hace bien en aclarar que no es la burguesía latinoamericana la que pueda liderar una unidad favorable a los intereses populares. Incluso en el plano industrial, por su carácter fragmentado y dependiente, la burguesía es incapaz de asociarse para hacer frente a la presión comercial, industrial y financiera norteamericana y europea, a las cuales se halla subordinada.
La crisis en la que está sumergido el continente es el producto combinado de una recolonización imperialista, el dislocamiento del aparato productivo que fue puesto en función de los intereses de los grandes capitales nacionales e internacionales extranjeros, una acumulación capitalista restringida, un endeudamiento gigantesco, la fuga masiva de capitales y la remisión de utilidades que permitieron conectar los beneficios capitalistas más con sus casas matrices y sus proyectos de inversión mundiales que con los recursos productivos de los países en que esas empresas se radicaron. De esta manera el capital ha bloqueado la acumulación ampliada de capital, ha segmentado la fuerza de trabajo, ha reducido los mercados, destruyó el sistema de crédito y en definitiva trabó el desarrollo de las fuerzas productivas.
Pero es justamente por los efectos destructivos y disgregadores del capital que una federación latinoamericana no puede tener más que un carácter socialista. Es decir, sólo superando la propiedad privada, concentrando los recursos productivos fundamentales y organizando la producción no en función del beneficio privado, sino en función de las necesidades sociales, es que es posible impulsar un proceso de reindustrialización, desarrollo y bienestar a escala ampliada. Por supuesto nunca veremos una federación socialista sin que esas "luchas" a las que se hace mención se transformen en revoluciones obreras y socialistas, es decir, constituyan gobiernos obreros y populares en el continente. Es más fácil hablar de la "solidaridad" y de las luchas del movimiento anticapitalista antes que del internacionalismo proletario y el establecimiento de una federación socialista de estados latinoamericanos, pero ello no es una alternativa al "vivir con lo nuestro" del desarrollismo vernáculo y de la burguesía mercado internista. El planteo de "otro MERCOSUR" no emparcha el asunto. En Europa fue esgrimida también la idea de una "Europa social" con los mismos objetivos de mejorar la calidad de vida de las poblaciones. Y fue estandarte de todo el arco de la centroizquierda europea y los grandes sindicatos socialdemócratas. El planteo de un "MERCOSUR social" no logra sobrepasar los argumentos a favor de "reformas sociales" en los marcos del capitalismo, es decir en los marcos del MERCOSUR realmente existente.
En este caso el "horizonte" del EDI es demasiado estrecho. La formulación que propone el programa está más próxima a la idea que tiene la CTA y el PT de Brasil respecto a qué tipo de MERCOSUR es necesario, que a un planteo verdaderamente científico y socialista del asunto. Hasta ahora el programa obrero e internacionalista de los marxistas no ha sido superado por ninguna otra formulación, menos que menos por una ambigua apelación a la "solidaridad con los que resisten los efectos de la globalización".
Persisten aún otras observaciones al programa. Una de ellas es el hecho de que el planteo de una reforma agraria radical para dar trabajo y recolonizar el país está disociada del planeo de expropiar a la burguesía terrateniente, cuestión de primer orden que no pretendemos profundizar aquí pero que posiblemente haya sido más un olvido de los redactores que una posición asumida. Otras observaciones son importantes de establecer, pero quisiéramos destacar uno en particular: El que hace al planteo de las fábricas ocupadas y la posición con respecto a las cooperativas, el control obrero y la nacionalización de las empresas que cierran o despiden, cuestión esta última que está ausente del programa pero que sin embargo es levantada hace meses por los trabajadores de dos fábricas que son el símbolo de la lucha obrera actual: la cerámica Zanon y la textil Brukman. Nos proponemos abordarlo en un próximo artículo que dedicaremos por completo al tema. 6-8-02
Para leer el documento del EDI
http://www.geocities.com/economistas_de_izquierda