Guillermo Almeyra
La Insignia. México, noviembre del 2002.
John Holloway es un pensador serio, que ha estudiado el Estado y que tiene un pensamiento abierto. Por lo tanto merece ser leído a fondo y criticado. Se apoya en los aportes de Marx sobre el fetichismo para combatir el dogmatismo que ha infectado buena parte del pensamiento marxista (aunque, en su libro, curiosamente, deja de lado autores que, como Christian Rakovsky o el mejor Trotsky, desbrozaron el camino que él intenta recorrer en su lucha contra todas las manifestaciones de poder y, en la vasta bibliografía que ofrece ni siquiera los menciona).
Lo más importante de su libro es que estimula a pensar en profundidad y a discutir lo pensado (cosa que hoy es rara). Como otro libro con el que tampoco estoy de acuerdo -Imperio, de Toni Negri y Michael Hardt- responde además a una necesidad de encontrar una explicación teórica a lo que vivimos actualmente, después del abandono por muchos no sólo de las recetas ideológicas sino también del trabajo teórico. No es muy importante que las explicaciones de Holloway, como las de Negri, sean a mi juicio muy insuficientes o erróneas y que la interpretación de la esencia misma del pensamiento y de la acción zapatista no corresponda con la realidad. Lo importante es que abre una discusión entre quienes siguen empeñados en comprender "el mundo" para transformarlo, no según sus deseos ni su voluntad, sino según las tendencias que abren caminos hacia un futuro impredecible, pero no capitalista, o sea hacia la "imposible pero urgente revolución".
A mi juicio, uno de los principales errores de Holloway consiste en que, a diferencia de Marx, en el cual intenta apoyarse constantemente, no ve de frente, no desmenuza los conflictos, no parte de la realidad para teorizar sino que, creyendo seguir el método de Marx en El Capital, trabaja con la abstracción y a partir de la teoría. Por eso no ve en la consigna "ĦQue se vayan todos!"- que, según él, es revolucionaria- los límites que simbolizan la actual situación de buena parte de la izquierda argentina. Porque el "que se vayan" indica que se espera (como en el "que se mueran") de factores que no dependen de la propia conciencia y voluntad y hasta confianza en la existencia de restos de decencia entre los que podrían decidir "irse". Es una consigna pasiva, como lleva a la pasividad la idea de que el mundo cambiará cuando mágicamente todos seamos cultos y buenos. Además, arrastrado por la idea de que todo poder reproduce el poder, no ve como positiva la maduración política que lleva, en germen, a algunas asambleas populares argentinas a tomar medidas que no sólo van contra el poder capitalista sino que construyen una subjetividad anticapitalista y relaciones que podrían dar base a un poder diferente en una transición entre el capitalismo y una situación en que tanto el Estado como la alienación comiencen a debilitarse.
Holloway parte también, por un lado, de la verificación del desprestigio, impopularidad y carácter de freno de los partidos y, por otro, de que todo intento de cambiar la sociedad por la vía socialdemócrata o por la revolucionaria ha conducido al fracaso (como en la Comuna de París) o a la degeneración monstruosa de la revolución que quería ser socialista (como la rusa, porque la china o las de Europa oriental no fueron revoluciones socialistas sino movimientos militares dirigidos por un partido "socialista"). Esta comprobación equivale a decir que porque la gente envejece y muere ni la vida vale nada ni nada se puede hacer para que sea mejor. En cuanto a los partidos, nacieron con la Revolución Francesa y, en su forma actual, se desarrollaron en el siglo XIX y se burocratizaron y separaron de sus bases por su integración en el sistema capitalista y en el Estado. No son pues eternos. Pero lo que sí es permanente es la necesidad de agruparse en torno a ideas y necesidades y, por lo tanto, de la unión de gentes con una base ética común porque seguimos viviendo en un mundo donde el trabajo intelectual sigue separado del manual y en el que la mayoría de los oprimidos está sometida a la dominación y la hegemonía cultural de su adversario. Por eso están surgiendo partidos-movimientos o los movimientos sociales actúan como partidos sui generis.y hacen política, porque ésta no es sólo la que se hace en las instituciones.
No pronunciarse sobre ninguno de los problemas actuales equivale a no dar el combate por el poder en la cabeza de las personas: eso es la peor política, la que preserva el poder actual. Pero la marcha zapatista, o mantener las armas, o aparecer en San Lázaro enmascarados para tratar de imponer una ley a esa institución parlamentaria es hacer política, como lo es, en el caso del Movimiento de los Sin Tierra, ocupar tierras para imponer una reforma agraria. Desgraciadamente, Holloway se equivoca en su visión de la política, se equivoca en lo que corresponde a la necesidad de un instrumento político y se equivoca en la posibilidad de eliminar el poder estatal y el poder en las relaciones sociales y en las personas sin sacar del poder a los que asesinan, hambrean, enajenan, estupidizan.