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Opiniones

1 de diciembre de 2003

Lucha contra el pragmatismo

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada


Hay que ser pragmático. Esta frase se repite hasta la saciedad. En cada reunión, foro o conferencia, se aduce al pragmatismo para acallar las voces disidentes. Su uso cotidiano anuncia un mundo menos conflictivo. Declamarse del pragmatismo pasa a ser sinónimo de tener la cabeza sobre los pies y actuar sensatamente. Nada hay más gratificante. Es un salvoconducto que abre las puertas del poder. Si además se quiere descalificar el uso crítico de la razón basta con llamar utópicos a sus defensores y uno mismo identificarse como pragmático: todo solucionado. Eso cala en el corazón de la gente. Se ataca el centro neurálgico de los radicales o antisistémicos. Peirce, Dewey, James o Mead, los padres del pragmatismo estarían hoy en su salsa observando el triunfo de su filosofía de vida. Su práctica justifica y se hace compatible con prácticas corruptas, leyes del punto final, declaraciones de impunidad para tiranos o el simple reconocimiento de la arbitrariedad en la aplicación de la justicia, la trata de esclavos o el comercio de niños o de órganos humanos. Para no dejar cabos sueltos en este sentido, veamos cómo argumentan William James y George Mead, dos de sus máximos exponentes. Primero James nos orienta sobre el significado de la acción pragmática señalando que la misma: "se aleja de abstracciones e insuficiencias, de soluciones verbales, de malas razones a priori, de principios inmutables, de sistemas cerrados y pretendidos 'absolutos' y 'orígenes'. Se vuelve algo concreto y adecuado hacia los hechos, hacia la acción y el poder. Eso significa el predominio del temperamento empirista y el abandono de la actitud racionalista". Como método supone "la actitud de apartarse de las primeras cosas, principios, categorías, supuestas necesidades, y de mirar hacia las cosas últimas, frutos, consecuencias, hechos". Asimismo, George Mead apostilla: "Una persona que perdona pero que no olvida es un compañero desagradable; junto al perdón tiene que ir el olvido, la eliminación del recuerdo displacentero..."

Con estos consejos es posible entender, en parte, la fuente de la cual se nutren los gobiernos post dictaduras en América Latina, España y Portugal a la hora de aplicar políticas. También facilita entender el principio de actuación de los principales dirigentes políticos que hoy gobiernan el mundo. Se trata de olvidar y perdonar. Afganistán, Irak, Palestina son el resultado directo de esta visión pragmática que impera en el proceso de toma de decisiones. Borrón y cuenta nueva. En aras del pragmatismo se firman y se legitiman actos de injusticia irreparables y se justifican crímenes de lesa humanidad. Sin una explicación ético-política todo se reduce a ser pragmáticos.

Algunos ejemplos nos pueden ayudar a comprender. En Chile, durante el mandato de Eduardo Frei (hijo) éste no fue capaz de recibir en audiencia a la asociación de familiares de presos detenidos-desaparecidos a pesar de habérselo solicitado en múltiples oportunidades. Sólo cuando Pinochet fue detenido en Londres se "dignó" reconocer su existencia. Otro tanto ocurre en España. La fragilidad de memoria hace que el dictador Francisco Franco pase a ser simplemente "el anterior jefe de Estado". Asimismo, hasta hoy no se reconocen los muertos desaparecidos durante el alzamiento contra la segunda República. Tampoco se debe recordar, es de mal gusto, los apoyos dados a Franco por la mayoría de los actuales dirigentes del Partido Popular. Menos aún señalar que la actual monarquía tiene su principio de legitimidad derivado del orden dictatorial. Hay que perdonar y olvidar. De lo contrario nos convertimos en sujetos a eliminar política y socialmente. En Italia la lucha anticorrupción de fiscales y jueces es boicoteada desde los partidos tradicionales llegando a un pacto de no agresión y de tábula rasa frente a la corrupción política y económica. No hace mucho Naciones Unidas dio el visto bueno y legitimó la invasión de Irak, todo en nombre del sublime pragmatismo.

El pragmatismo político elimina el componente ético a la hora de enjuiciar, comprender y valorar el carácter de los actos y decisiones políticas adoptadas. Frente a las manifestaciones de campesinos, obreros e indígenas, el gobierno de Sánchez de Lozada saca al ejército y reprime, con un saldo de 88 muertos. Bajo el dominio del pragmatismo el uso de la palabra se degrada en aras de ejercitar un parloteo vano propio del discurso sofista. Se trata de ser flexibles en la valoración de nuestras acciones y en la configuración del carácter. En este sentido los actos de políticos corruptos se sirven acompañados de un sentimiento de culpa. Apelando a la confesión pública como último recurso liberan cuerpo y alma de pecados. Se sienten otros. La responsabilidad política se diluye hasta su total desaparición, iniciándose una nueva vida donde el pasado y la memoria no existen. Puede volver a ser diputado, secretario general de algún partido o ministro. En Italia, la actual Cámara de Diputados da cobijo a más de 30 por ciento de confesos de corrupción en legislaturas anteriores. Da igual. El tiempo cura las heridas y aplaca la memoria. Una vez confesado el pecado se libera el espíritu. Mañana será otro día. Se puede reincidir, volviendo a cometer perjurio, actos corruptos, robar, asestar malos tratos a la familia o violar. No importa: con declararme públicamente culpable inhibo mi responsabilidad y reconozco ser débil de carácter ("qué le vamos a hacer, no pude evitarlo -dirá el violador ante el juez-; ella me provocó, vestía seductoramente, no me contuve, por eso la violé"). En una sociedad machista y sexista este arrepentimiento exime de parte de la culpa y se trasforma en un atenuante. Decirlo es un acto de pragmatismo y reduce la condena. Esta lógica se reproduce en todos los órdenes de la vida, aceptando los vicios de carácter como algo inherente a la condición humana y al ejercicio del poder político. Los tópicos y refranes populares son un buen ejemplo. "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". "No me den, pónganme donde haya". "El poder siempre llama a sus amigos, nunca a los mejores".

¿Pero de dónde emerge esta filosofía de vida? Curiosamente surge en Estados Unidos, con el desarrollo del capitalismo industrial a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, profundizando los valores del individualismo y el utilitarismo escocés y británico del siglo XVIII. Sus propuestas de vida son las más adecuadas al establecimiento de un orden político construido sobre el principio capitalista del mercado, donde la explotación y el deseo de acumular riquezas en forma de dinero y mercancías constituyen los pilares de dicho sistema de explotación y dominio. La creación de instituciones educativas para extender el pensamiento utilitarista y pragmático está fuertemente ligado al nacimiento de las universidades y escuelas privadas financiadas por las grandes fortunas acuñadas por los primeros empresarios estadunidenses. Las acciones de filantropía no eran tales: respondieron a intereses específicos para divulgar los principios filosóficos que deben acompañar una sociedad fundada en la lógica empresarial. Rockefeller en Chicago y Hopkins en Baltimore, crearon universidades y fundaciones que expandieron la filosofía pragmática. "No es impertinente ni mera coincidencia que también mencionemos cuáles fueron los principales centros de los pragmatistas. James, Peirce y Mead fueron estudiantes de Harvard. James enseñó allí desde 1880 hasta su muerte, ocurrida en 1910. Peirce dictó cátedra en la Johns Hopkins, y allí se recibió Dewey. Y fue en la organización chicaguense de Rockefeller donde Mead y Dewey elaboraron los elementos principales de sus respectivas variedades de pragmatismo" (W. Mills). Hoy el pragmatismo se extiende bajo el manto protector del neoliberalismo, justificando los más execrables actos humanos. Desmitificarlo es abrir el futuro a la construcción de proyectos democráticos.