Obreras, movimiento de mujeres y movimiento feminista: dos años de lucha y solidaridad con Brukman (*)
Andrea D'Atri
Decía Lidia Menapace en Economia politica della differenza sessuale: "En todos aquellos momentos en que se rompe la continuidad, cuando aparecen las formas no programables de la historia, las mujeres reaccionan bien, en muchas oportunidades, con una presencia que deja de lado los compromisos domésticos."
Esas mujeres obreras o amas de casa de los sectores populares, "esclavas domésticas" -como decía Lenin-, durante las crisis sociales, rompen con la abrumadora cotidianeidad del trabajo invisible, de las dobles cadenas y se hacen presentes en las tomas de fábrica, en las huelgas, en las movilizaciones, en las ollas populares, en los cortes de ruta, impulsadas en un primer momento por el deseo -surgido de la imperiosa necesidad- de defender y resguardar a su familia, a sus hijos, del ataque del capital y sus agentes. Esto encierra una paradoja.
Sobre esa aparente contradicción me voy a centrar para reflexionar junto a ustedes sobre esta relación entre las obreras de Brukman, el movimiento de mujeres y el feminismo. Una relación que incluye a algunas militantes de izquierda que colaboramos para que este nexo entre las obreras, el movimiento de mujeres y el feminismo fuera posible.
Dividí mi exposición en dos partes. La primera, en donde intento reflexionar sobre las dos posibles miradas contrapuestas sobre las mujeres de la clase obrera y los sectores populares , que denominé paródicamente como la mirada del "feminismo de taco aguja" y la del "populismo de alpargatas embarradas". La segunda parte, la titulé "orgullosas de hacer política (para tomar el cielo por asalto)".
Feminismo "de taco aguja" vs. Populismo "de alpargatas embarradas": dos aspectos de una contradicción real
Decía que las mujeres obreras y de los sectores populares generalmente irrumpen en la historia impulsadas por la necesidad de defender y resguardar a sus hijos del hambre, de la falta de techo, de la miseria. Y esto no deja de ser paradójico porque, en parte, es el ejercicio histórico del rol estereotipado que ordena que sólo se es una verdadera mujer si se es madre, el que engendra la posibilidad de esta irrupción de mujeres enérgicamente opositoras a las condiciones de existencia que impone el sistema capitalista. El mismo sistema que se regodea sosteniendo al patriarcado con sus estereotipos de género opresores.
En "tiempos normales", las mujeres obreras y de los sectores populares suelen ser los sectores más conservadores de las clases subordinadas. La socialización temprana en la obediencia y la sumisión, recae con todo el peso de las instituciones patriarcales de la familia, la Iglesia, incluyendo la violencia, el abuso, el maltrato, sobre estas mujeres.
Quienes más saben de recursos humanos en beneficio de los intereses patronales, analizan esto y por eso, en la selección de los operarios, prefieren a los varones casados antes que a los solteros. Además de que sobre la mujer del obrero recaerá el trabajo no remunerado que garantizará su subsistencia, es decir, su reproducción como fuerza de trabajo, sin causar una disminución de la ganancia del capitalista, es sabido que, ante la posibilidad de un conflicto de los obreros con la empresa, la mujer presionará a su marido en el hogar para que "no se busque problemas".
Sin embargo, cuando la crisis social asoma "con su cortejo de calamidades", según palabras de Trotsky, ésta gravita doblemente sobre las mujeres que soportan la explotación de la clase dominante y la opresión de su propia familia. Por eso Trotsky señala que el "despertar de las mejores cualidades de la mujer de las clases trabajadoras" es característico de las crisis revolucionarias.1
Es en esas circunstancias que la influencia de la Iglesia, los estereotipos inculcados de la sumisión y la obediencia y la ideología más reaccionaria sobre la naturaleza de las relaciones familiares pueden ser barridos al calor de una lucha revolucionaria, mucho más pronto que lo que podría hacerlo la más paciente de las explicaciones contra el patriarcado en tiempos de cotidianeidad.
En las formas no programables de la historia, como dice Lidia Menapace, las mujeres reaccionan bien y yo subrayo la palabra pueden, cuando digo que los prejuicios patriarcales pueden ser barridos al calor de esta buena reacción de las mujeres.
Para cierto feminismo abstraído de la realidad social, los movimientos donde las mujeres trabajadoras y de los sectores populares suelen ser las principales protagonistas siempre merecen una dura crítica porque, generalmente, reproducen la lógica patriarcal.
¿Qué decir de las mujeres de los barrios más pobres que son capaces de administrar y sostener comedores populares si cuando se trata de "hacer política" su voz es reemplazada por la del dirigente o el puntero? ¿Qué decir de las mujeres piqueteras que cortan las rutas enfrentando a las fuerzas represivas si lo hacen con sus hijos en brazos porque, seguramente, sus compañeros se niegan a cuidar de ellos? ¿Qué decir de las mujeres trabajadoras que toman fábricas y producen sin patrones si en el momento de conducir un plenario de trabajadores le ceden el micrófono a un compañero varón?
El 28 de mayo pasado, en el Día de Acción por la Salud de las Mujeres, organizamos una charla en la carpa de las obreras de Brukman a la que asistieron más de 80 compañeras desocupadas, obreras, estudiantes y feministas. Recuerdo el momento en que una mujer preguntó cómo hacía para cuidarse si su marido no quería usar el preservativo. Y la respuesta acalorada de una vieja feminista que le señaló que él tenía que hacerlo y punto y, sino, ella debía negarse a tener relaciones. Entonces, la mujer que estaba a mi lado, sonriendo y por lo bajo me dijo "¿Sabés qué? Le llego a decir eso y me tira en la cama de un golpe ¡ma' qué forro ni forro!"
Nada es puro. Los movimientos sociales tampoco. Nadie nace antipatriarcal, no se es feminista de manera silvestre. Porque ser feminista requiere de un aprendizaje a contracorriente. Saberse una sujeto de derecho, desnaturalizar lo que durante siglos distintas instituciones han intentado naturalizar, romper con los estereotipos que nos inculcaron la familia, la educación, la Iglesia, los medios de comunicación... son todas tareas, esfuerzos personales, que implican una actividad conciente.
Hay que atravesar barreras, hay que saltar vallas, incluso para saber que una tiene derecho a saltar las vallas.
Nuestras ideas las sostenemos en distintas circunstancias y apostamos a propagar nuestras ideas también en distintas circunstancias, de distintas maneras. Pero debiéramos preguntarnos - aunque más no sea por una razón práctica- ¿cuál es el mejor momento para que estas ideas sobre la emancipación de las mujeres, nuestras ideas, se hagan carne en otras mujeres, en más mujeres? ¿en qué circunstancias habrá mayor predisposición a escuchar estas ideas? ¿en qué situación será más fácil que estas ideas se conviertan en fuerza material?
¿Es acaso el mejor momento cuando la sociedad permanece inmóvil, siempre igual a sí misma, cuando priman la confianza en las instituciones, cuando la pasividad y la rutina se apoderan de las masas, cuando el fatalismo se transforma en la ideología predominante? ¿O es quizás, cuando irrumpen las formas no programables de la historia que estamos en mejores condiciones de plantear que son muchas las vallas que pueden saltarse, incluso aquellas vallas menos pensadas?
"Brukman bajo control obrera." "Ni capitalismo ni patriarcado." Eso decían los cartelitos que el 8 de marzo del 2002, algunas feministas pegaron en la puerta de la fábrica tomada por sus obreras. A su modo, estas feministas habían comprendido que los aires post-diciembre y las puertas de una fábrica recuperada por sus trabajadoras eran un buen lugar y un buen momento para propagar sus ideas.
El feminismo de "taco aguja", en estas circunstancias, se enoja con la realidad Desprecia lo existente, por su impureza. Nada en la realidad es como los libros dicen que debería ser.
Mientras las obreras aceptaban pasivamente el látigo de la explotación y asumían con fatalismo que su desocupación era la única solución para la crisis del empresario, estas feministas ignoraban esta realidad, impresionadas por las cifras de desocupación y los beneficiosos planes que las agencias internacionales promovían sobre género y desarrollo.
Si las obreras toman la fábrica, se deciden por la lucha, pero le dan el micrófono al compañero porque aún sienten vergüenza de hablar en público o porque todavía están convencidas de aquello que les fue inculcado desde siempre de que "ellas no saben", entonces estas feministas se enfurecerán contra los vestigios patriarcales que aún resuenan en el movimiento obrero.
En última instancia, este feminismo propenso a hablar de la lógica patriarcal que se reproduce aún en los movimientos sociales, poco entiende realmente de lo que significa el patriarcado, si supone que largos siglos de opresión podrían eliminarse de nuestras mentes y nuestros cuerpos en un abrir y cerrar de ojos, con sólo decirnos de izquierda o enfrentarnos a un patrón o cuestionar al gobierno y al Estado.
Hay otra posibilidad, opuesta por el vértice, que es la de suponer que todo lo que provenga del movimiento de masas es en sí mismo progresivo, loable, benéfico sólo por ser popular.
Pero la idealización de "lo popular" encierra una trampa. Porque a decir verdad, es bastante popular, lamentablemente, que los varones golpeen a las mujeres. Es bastante popular que las niñas se encarguen, junto a sus madres, de las tareas domésticas y la crianza de los hermanos menores.
Las estadísticas señalan alarmantes datos que muestran que las violaciones y los abusos son mucho más populares de lo que desearíamos y es mucho más popular que estos hechos no sean denunciados a que lo sean.
Son más populares los abortos clandestinos llevados a cabo por la vecina del barrio con métodos precarios, insalubres y de alto riesgo, que los abortos clandestinos de 1500 pesos con anestesista profesional y monitoreo cardíaco.
Son más populares las telenovelas donde los niños ricos que tienen tristeza se enamoran de las mucamas que los artículos de bell hooks, Adrienne Rich, Alexandra Kollontai, Luce Irigaray o cualquiera de nosotras. Y es más popular la Iglesia que el marxismo.
La idealización de "lo popular" nos somete a la conformidad con lo ya dado. Nos obliga, a través de un falso respeto a la autonomía del movimiento, a unos (pre)supuestos tiempos de maduración, a aceptar que hay algunas vallas que no pueden saltarse, al menos por ahora...
La idealización de "lo popular" está intrínsecamente asociada a la idea de que hay que respetar inevitables etapas, de manera evolutiva y gradual, en el proceso no programado de la historia.
Cuando las masas en su lucha tiran algunas vallas, el populismo se prohíbe decir que es necesario tirar algunas otras vallas más. ¡Incluso, ni siquiera hay que nombrar que existen esas otras vallas! Y es más, aunque una sepa que existen otras vallas, debe callar sobre su existencia y debe hacer de cuenta que no existen si no quiere ser acusada de ser una "vanguardista sectaria", una "izquierdista incorregible". Por eso las populistas suelen enojarse con la izquierda, siempre siempre mucho antes que con la derecha.
El populismo celebra la realidad. Festeja lo existente, incluyendo sus "impurezas" más atroces. Para los populistas, la única verdad es la realidad.
Para poner un pequeño ejemplo sin mayores consecuencias graves y que hasta pareciera cómico: en la lucha de las obreras de Brukman hemos visto mujeres que aplaudían a las obreras al grito de: "Brukman, brukman, brukman... ¡huevo, huevo, huevo!". Porque en el imaginario de la "gente común" ser valiente, tener coraje y disposición para pelear es propio y exclusivo de los seres que tienen testículos. Y las populistas adoooooran a la "gente común".
Pero las que estamos aquí, sabemos que enojarse con lo que es porque "es como es", resulta tan inocuo como contentarse con lo existente sólo porque "es lo que hay".
A decir verdad, lo que une a las feministas "de taco aguja" con las populistas "de alpargatas embarradas" es el desdén por hacer política, en el buen sentido del término, es decir, en el sentido de transformar concientemente y de manera revolucionaria la sociedad.
Las que estamos aquí, en cambio, sabemos que, mirando con desdén y nariz fruncida o aplaudiendo acríticamente, será muy difícil que podamos tomar el cielo por asalto.
Orgullosas de hacer política (para tomar el cielo por asalto)
Las obreras de Brukman tomaron la fábrica, pero no todas opinan que si pueden manejar una fábrica, entonces pueden manejar el país.
Las obreras de Brukman participaron de los Encuentros Nacionales de Mujeres, pero no todas opinan que hay que luchar por el derecho al aborto libre y gratuito.
Las obreras de Brukman durmieron muchas noches en la fábrica y la carpa, pasaron muchos días sin volver a su casa y sin ver a su familia, pero no todas opinan que desde que recuperaron su autoestima y desde que empezaron a confiar en sus propias fuerzas, su casa ya no es su lugar favorito.
Si las obreras de Brukman compartieron esta lucha en las mismas condiciones pero no todas piensan igual es porque en el medio existe la política.
Si las obreras de Brukman no hubieran tomado la fábrica, no hubieran participado de los Encuentros Nacionales de Mujeres y no hubieran pasado varias noches en la fábrica y en la carpa, hubiera sido más difícil para nosotras hablar con ellas de la necesidad de luchar por un gobierno de la clase obrera y el pueblo, del derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo y del significado profundo de la esclavitud doméstica que pesa sobre las mujeres. Es cierto.
Pero también es cierto que existimos las que nos acercamos a solidarizarnos con su lucha, las acompañamos en los Encuentros Nacionales de Mujeres, dormimos en las carpas varias noches y también hablamos del gobierno obrero y popular, del derecho al aborto y la opresión patriarcal.
Hicimos política. Política contra el patrón, la justicia, el gobierno y algunos medios de comunicación que también hicieron política sosteniendo el principio incuestionable de la propiedad privada. Política contra la Iglesia que sostiene la sumisión y la obediencia como las normas más elementales de su dogma que recae de manera brutal con todo su peso sobre las mujeres obreras y de los sectores populares.
Los jueces Bonorino y Piombo, en el último desalojo, cuando fallaron contra las obreras declarando que no hay supremacía de la vida sobre los bienes económicos, estaban haciendo política. Y el comisario que dirigió el operativo de represión posterior al desalojo y mostró por TV una botella con orina denunciando la existencia de molotovs también estaba haciendo política.
El gobierno también hace política y, sin ir más lejos, aprobó la ley de expropiación transitoria de la Brukman obligando a las obreras a aceptar el famoso artículo 8 que dice que quienes actuaron como agentes de la patronal durante el conflicto, pueden volver a trabajar en Brukman.
¡Vaya manera de hacer política la del chantaje y la prepotencia basada en el poder del Estado frente a la necesidad acuciante de un grupo de trabajadoras de volver a trabajar!
Sabemos que es sentido común estar en contra de "los que hacen política". "¡Nosotros no hacemos política!" "Esta lucha no es política", "el problema es que hay gente que hace política" Eso tiene una larga historia en nuestro país, sobre la que no voy a extenderme.
Lo que sí quiero señalar es que cuando se censura la política, no se censura la política y a los políticos en general sino únicamente la política de izquierda y a la clase obrera como sujeto político, a la clase obrera cuando rompe las ataduras con la patronal, con sus partidos y sus agentes en el movimiento obrero y decide hacer su propia política.
Para la clase obrera, hasta luchar por mejores salarios o por trabajo está permitido. Lo que la burguesía, el gobierno, el régimen de esta democracia para ricos que acaba de cumplir 20 años en Argentina y la burocracia sindical no permitirán jamás es que la clase obrera tome su destino en sus propias manos, haga política, su política, una política independiente de los personeros del capital.
Por eso en estos días, Kirchner acusó "al Partido Obrero, Izquierda Unida y demás" de "hacerle el juego al establishment" por llevar al movimiento piquetero tras posiciones "intransigentes", exigiéndoles una "autocritica" sobre sus métodos de lucha.
Todo esto en medio de una impresionante campaña que, en el oligarca diario La Nación se expresa como una política maccartista contra la ultraizquierda y el trotskismo, en la Unión Industrial Argentina como un pedido a "una decidida y firme acción del Estado" contra las protestas; mientras el cristiano matrimonio Duhalde -asesino de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki- pide mano dura, Sobisch en Neuquén la aplica salvajemente contra el MTD y los trabajadores neuquinos y el menemista Romero hace lo suyo en Mosconi.
Lo que aterra a los políticos y sus personeros defensores de este orden de hambre, desocupación y represión es que haya sectores de la clase obrera y el pueblo que radicalicen su experiencia política, que comiencen a romper con el peronismo y los demás partidos patronales y a luchar conscientemente por una perspectiva anticapitalista.
Horacio Tarcus escribió al respecto: "¿por qué es más sospechosa la politización de los piqueteros que, por ejemplo, la de los empresarios o la de los periodistas? Sin duda, porque se politizan por izquierda".
Si no hacemos política por el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados para resolver el problema del hambre, el puntero y el gobierno hacen la suya, la política de la contención del conflicto social, la política de la beneficencia con planes miserables y ahora, además, con la obligación de contraprestar trabajo a cambio de esos 150 pesos.
Si no hacemos política por el derecho al aborto, contra la violencia hacia las mujeres, por los derechos sexuales, la Iglesia hace la suya. Si no hacemos política contra la explotación sexual, contra el tráfico de mujeres, el Estado hace la suya. Mientras no hacemos política, ellos hacen la suya abusando de nuestras hijas e hijos y manteniendo en la impunidad a los culpables, condenando a las mujeres a morir por abortos clandestinos y haciendo hablar a los obispos por televisión contra los piqueteros que "son todos vagos".
Yo no podría dirigir la producción de Brukman bajo control obrero, en primer lugar porque no soy obrera de Brukman, no soy trabajadora del vestido, no sé nada de costuras, de cortes, de telas, sisas, hombreras, menos aún de máquinas de coser industriales.
Sí puedo saber datos estadísticos sobre el porcentaje de mujeres que trabajan en la industria del vestido, sobre la reactivación de la industria textil en nuestro país a partir de la devaluación monetaria, sobre la huelga organizada por la obrera textil Elizabeth Gurley Flynn conocida como la huelga de Pan y Rosas de 1913 en EE.UU., sobre las obreras textiles que murieron calcinadas en Nueva York...
Con esto que yo pude estudiar porque tuve el privilegio de no estar miles de horas de mi vida frente a una máquina de coser, puedo escribir artículos y nada más. O puedo también conversarlo con las obreras de Brukman. Sin obreras que tomen las fábricas y produzcan sin patrones, ese conocimiento sería mera ilustración.
Pero cobra todo su sentido cuando las Elizabeth Gurley Flynn de este siglo, con una gran sonrisa declaran ante una cámara de video, que desde que salieron a la lucha su casa ya no es su lugar favorito. Cobra todo su sentido cuando estas obreras descubren, comparando su propia experiencia con las biografías de otras mujeres obreras de la historia, que "las mujeres no estamos sólo para cocinar y lavar la ropa, que damos para mucho más".
Contrariamente a las tendencias actuales que están a la moda en el feminismo, esas ideas que se plantean la democracia radical en los estrechos horizontes de la sociedad capitalista, donde muchos derechos pueden proponerse pero nunca será abolida la explotación; contrariamente a ese feminismo que anda mal pero acostumbrado a vivir de las migajas de los centros imperialistas; contrariamente a quienes se muestran "radicalmente radicales" cuando hablan en los foros mundiales del respeto a la diversidad y la otredad, pero profundamente conservadoras cuando "la otra" es la mujer inmigrante que trabaja en su casa como empleada doméstica, las que estamos aquí -con nuestras diferencias, profundas diferencias seguramente- luchamos por otro mundo.
Las mujeres del PTS que con otras compañeras impulsamos la construcción de la agrupación Pan y Rosas, luchamos por un mundo en el que no haya mujeres que deban dejar sus hijos y su hogar al cuidado de una trabajadora doméstica para poder concurrir a los congresos internacionales sobre derechos de las mujeres.
Luchamos por un mundo en el que no haya trabajadoras domésticas que deban restarle horas al descanso para aprender a leer las convenciones internacionales donde están escritos sus derechos.
Una sociedad donde no haya mujeres obligadas a la doble jornada de trabajo. Una sociedad donde no haya señoras de Brukman y obreras de Brukman.
Luchamos por una sociedad en la que, abolida la esclavitud asalariada, la humanidad -y eso incluye a las mujeres, fundamentalmente a las mujeres oprimidas por este sistema- tenga la libertad de soñar todos sus sueños y la posibilidad de concretarlos.
1 Trotsky, L.: ¿A dónde va Francia?, s/r.
(*) Esta ponencia fue presentada por Andrea D'Atri en el foro "Obreras, movimiento de mujeres y feminismo: dos años de una experiencia de lucha y solidaridad con Brukman", realizado el viernes 12 de diciembre en el Centro Cultural Rosa Luxemburgo, Buenos Aires. El panel estuvo conformado por Celia Martínez (obrera de Brukman), Marta Fontenla (feminista lesbiana de ATEM), Liliana Daunes (trabajadora de la comunicación y docente de la Univ. Pop. de Madres de Plaza de Mayo) y Andrea D'Atri (integrante del PTS)