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Compañeras


6 de octubre de 2003

Angela Davis: Un negro porvenir

Patricia Godes
Ladinamo
Nada mejor que un buen look para hacer digeribles las posturas radicales. Como el Che Guevara, Angela Davis, feminista, comunista y activista de la causa negra, tenía todo lo necesario para convertirse en un icono pop. Era guapa, se peinaba a lo afro con grandes aretes africanos y llevaba las minifaldas como nadie. Su correspondencia con George Jackson, asesinado en la prisión de San Quintín, añadía el imprescindible toque romántico. Las revistas femeninas hablaban continuamente de la profesora de filosofía cabecilla de la liberación de la raza negra y las familias españolas reunidas ante el televisor en sus feos tresillos de skai, pudieron ver muchas veces en el telediario de las diez la imagen de la extraña revolucionaria perseguida por el FBI como cómplice de asesinato. Angela Davis había sido discriminada desde niña por partida doble. En su ciudad natal de Birmingham (Alabama) imperaban las leyes racistas: las escuelas, los cines y todos los lugares públicos estaban segregados y los negros debían sentarse en los asientos posteriores de los autobuses urbanos. Pero, además, Angela también sufrió el desprecio de sus compañeras de escuela y de sus vecinos por tener el pelo ondulado y la piel color café con leche. Del mismo modo, tuvo que enfrentarse a los prejuicios de sus compañeros de lucha que utilizaban el activismo político para afirmar su virilidad y pretendían relegar a la mujer a los papeles tradicionales. En lugar de ir dando tumbos por ahí como Eldridge Cleaver, Stokely Carmichael, Bobby Seale y otros activistas negros de la época, Angela pronto tuvo una fuerte base ideológica marxista en la que apoyarse. Según su autobiografía de 1974, Angela nunca se deja llevar por el odio ni por el sentimentalismo y es siempre la revolucionaria perfecta. Aislada en una celda de poco más de un metro y medio, está a punto de desfallecer pero se niega a compadecerse de sí misma, rechaza su individualismo y pronto vuelve a concentrarse en la causa de los prisioneros políticos. Cuando, desde la calle, le llegan los gritos de los manifestantes: "¡Libertad para Angela Davis!" coreados por el resto de las reclusas, Angela se pone a gritar "¡Libertad para Helen! ¡Libertad para Amy! ¡Libertad para Joann!", etc. hasta acabar completamente afónica. Para Angela, la liberación de la raza negra y la liberación de la mujer no podían separarse de la lucha de clases. Aunque durante mucho tiempo consideró el Partido Comunista norteamericano demasiado moderado, Angela forma parte del mismo desde 1968. En las elecciones presidenciales de 1980 se presentó como candidata a vicepresidenta. Actualmente es profesora de la Universidad de California en Santa Cruz y sigue activa en el campo político y social. La reforma de los regímenes penitenciarios es su principal objetivo.
Angela Y. Davis, Mujeres, raza y clase (Akal, próxima publicación a finales de 2003). Texto: Ana Varela
A través de trece ensayos Angela Davis traza un recorrido tanto por los mitos como por las lagunas históricas de la experiencia de las mujeres negras. El sexismo en las luchas por la abolición de la esclavitud, el racismo en el movimiento sufragista y la articulación de la raza y la clase en los primeros momentos de la lucha por la emancipación de las mujeres, los significados específicos de la emancipación, de la explotación sexual y de clase, las experiencias organizativas autónomas de las mujeres negras... todos estos avatares están vertebrados por una continuidad histórica y política que, según Davis, es preciso analizar para entender las dinámicas de explotación y las estrategias de liberación, no sólo de las mujeres negras sino de todas las mujeres.