Compañeras
|
Más inquisición
Ana Mª Pérez del Campo
"Santo Oficio" se llamaba, históricamente, al que ejercían tenebrosos
tribunales de la Iglesia, bajo el nombre de Inquisición, porque se dedicaba a
"inquirir" en las conciencias de las personas, por descubrir si algunas de ellas
se permitían pensar de manera distinta a como decidía la Iglesia que se debía
pensar. Por tan sutil procedimiento, que incluía métodos tan sofisticados de
tortura física y psíquica que ahora mismo nos escandalizan, retrospectivamente,
en su comparación con los actuales interrogatorios de que se valen para arrancar
información a los perseguidos por algunas de las potencias que lideran la
dominación en el mundo; cientos de miles de usuarios que usaban inocentemente
del entendimiento como Dios les daba a entender, murieron pasto de las llamas
por el sistema profiláctico de la hoguera, que garantizaba que pasaban a mejor
vida "separados" de la Iglesia. La Religión quedaba impoluta, y sus víctimas
pulcramente "condenados".
La consabida estrategia eclesiástica, de mudar de nombre a las cosas para que la
Institución sobreviva a la eficacia de las palabras, hizo que, en tiempos muy
modernos, ya con una implantación de los "Derechos Humanos" en la Cultura
Universal, se inventase el nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe,
para desdibujar la misma actividad de los terroríficos Inquisidores de antaño;
que ahora, ya, no sentencian a la muerte física del insensato disidente, sino
sólo a su muerte civil; puesto que la condena consiste en privarle del derecho a
ejercer la docencia a que venía dedicado; la labor inquisitoria se llama
"expediente informativo"; pero la condena recae con frecuencia sin haber
escuchado siquiera al encausado, sin haberse, por tanto, podido defender; son
pues, simulacros de "juicios", en los que la tosca tortura física se ha
sustituido --y no del todo, que también la penuria y el fantasma del paro y el
desamparo profesional presionan-- por la sibilina coacción psicológica.
Al frente de la "modernizada" inquisitorial Congregación funciona, desde hace
veintitantos años, el conocido cardenal Joseph Ratzinger, cuyo Decreto más
sonado ha sido la reducción al silencio oral y escrito del teólogo brasileiro
Leonard Boff, el más cualificado representante de la "teología de la
liberación", así neutralizado en 1986. Obvio es que, ni el más hábil barniz de
maquillaje podría encajar en las coordenadas del sentir juridicista moderno la
estructura de una Oficina Depuradora de la Fe cual la de la Sagrada Congregación
que nos ocupa, de la que se halla ausente el menor atisbo de libertad de
pensamiento y de expresión o, siquiera, la menor posibilidad de debate e
intercambio democráticos, con un voto de obediencia de los obispos, entendido,
por esta razón, en la más estricta sujeción a la doctrina y a la ideología
religiosas establecidas por la Santa Infalible Sede ex cathedra de fe y
costumbres.
La nueva producción intelectual de Ratzinger, como Prefecto de la Fe, después
del celebérrimo decreto contra-Boff antes nombrado, ha sido la condena en estos
días producida, contra la ideología de los movimientos feministas, hoy
extendidos por todo el mundo. A esta ideología feminista --para cuya
descalificación, el manipulador e intelectual cardenal ha acuñado la expresión
de "ideología de género", de que la Cultura no dejará de pasarle buena cuenta--,
se la impugna con el argumento central de que la biología ha impuesto a las
mujeres un papel de subordinación natural, enteramente en consonancia con el
relato mítico del Edén, en el que se recogió, por inspiración divina, el propio
mandato de Dios...
El documento --que ha sido personalmente supervisado por el Papa--, reafirma la
reclusión de la mujer en casa, por encima de su derecho al trabajo. No hay en
ello ninguna novedad: La Iglesia católica ha sido responsable principal en la
construcción ideológica del Género; entiéndase, aquella que la Cultura --artificio
al fin humano--, exagerando y distorsionando las predisposiciones de la
Naturaleza, ha ido persistentemente elaborando; con la ayuda de los viejos
mitos, por supuesto --la Eva pecadora, la maldición divina, etc.--; pero también
con las "sutiles" disquisiciones de la Escolástica --¿tenía alma la mujer, o era
una extracción tan sólo, del alma de Adán, de su inteligencia, succionadas a
través de su costilla flotante?--...
Simultáneamente se lamenta, -no lo suficiente en los medios de comunicación- en
toda la extensión universal, la desaparición del científico Francis Crick --físico,
biólogo, neurocognitivista-- (fallecido, tal vez, ¿y por qué no?, por el
escándalo intelectual que le haya podido producir el documento en cuestión,
fabricado en los hornos crematorios de la más poderosa de las mil y una Iglesias
que hoy existen en el mundo). Crick fue co-descubridor del código genético
evolutivo; de cuyo estudio se desprende que el sexo masculino queda determinado
por adición de un cromosoma (el "Y") en sustitución de uno de los dos del par
"XX" que corresponde al sexo femenino; esto es, que, bioquímicamente, el sexo
masculino no precede, sino que procede, del femenino. O muy mal informado debió
andar el cronista del Génesis, o fue Adán el que surgió de la costilla de Eva.
Para colmo, el científico Crick estaba a punto de localizar el origen
neuroquímico de la "ideas" que constituyen nuestro pensamiento; y, por tanto, la
conexión física entre las bases materiales del mecanismo neurológico y la
producción de las ideas de significación, inmateriales, o sea el plano mental en
el que discurren todas nuestras ideas, desde la noción del alma hasta el
concepto de Dios. Ahora que Crick ha muerto, que venga un nuevo Galileo que lo
diga, antes de que pasen 500 años en que la Iglesia le pida perdón.
La Iglesia de Roma ha sido, desde siempre, la gran depredadora, más que
represora, de la mujer. Lo que ahora la misma Iglesia califica de "feminismo
radical", es, simplemente, la proclamación ideológica de los "derechos humanos
de las mujeres", que han sido atropellados, entre otras, por la ideología
religiosa; aquella que la Iglesia imparte porque le permite mantener su poder
económico y terrenal; disfrutando del cual ha logrado subsistir hasta el día de
hoy.
La epístola antifeminista de Ratzinger --dirigida a modo de instrucción "a todos
los obispos del mundo"--, no es sino un intento desesperado de poner cortapisas
a la libertad y al legítimo derecho de autonomía de las mujeres; a las cuales se
les recuerda que "en lo más profundo y originario de su ser, existen por razón y
en razón del hombre". Se convendrá en que ser y existir en razón de otro, es la
fórmula de expresión verbal más perfecta que pueda darse para definir la esencia
de la esclavitud. Además, nadie dejará de asociar semejante presupuesto
ideológico con el comportamiento de violencia desencadenado por los hombres,
esto es, como un reforzamiento de la violencia de género que sufren las mujeres
en el mundo. La dogmática católica podrá distribuir a su capricho las funciones
socio-culturales, vetando a la mujer la posibilidad de desarrollar sus
capacidades, y confiriéndolas todas a uno sólo de los sexos, del que hace
depender al otro. Pero no es el sexo el que nos discrimina, sino la falacia del
género, alimentada por las mal llamadas creencias religiosas.
Bajo la perspectiva de quien pretende hablar en nombre de Dios, sería mejor y
más comprensible para la humanidad, que la Iglesia empezara a pedir perdón: a
las mujeres, a las que siempre ha discriminado, a los homosexuales de uno y otro
sexo por la infamante persecución a la que les ha sometido, a los pobres por
ofrecerles sólo caridad en vez de derechos humanos, a las víctimas de los
regímenes dictatoriales a los que la Iglesia prestó su beneplácito y
colaboración, y a la infancia masacrada moralmente por la pederastia clerical.
Todas ellas tienen cuentas que reclamar. Y no es cosa de hacer aquí un recuento
de la Iglesia pecadora, porque sería interminable. La deuda que la Iglesia tiene
contraída con la Humanidad por los hechos que están en todas las memorias,
debiera incitarle, si tuviera un mínimo de dignidad y coherencia, a hacer
pública penitencia, no con el histrionismo de besar, rodilla en tierra, cada
asfalto del aeropuerto que se preste a ello; si no deponiendo definitivamente su
discurso manipulador de las conciencias y su asociación con las estructuras de
poder, tentáculos ejecutores de una ideología maniquea por ella propiciada.
Y, por último, una renuncia imperiosa si la Iglesia quiere ganar credibilidad,
al menos en España. Es la de que haga bueno, de una vez por todas, el compromiso
obligado y formal de la autofinanciación en su día contrajo con el gobierno de
España; un mínimo sentido de la dignidad para cumplir la palabra dada, sin el
subterfugio de escudarse en fórmulas de fraudulenta confesionalidad de hecho, en
un Estado constitucionalmente erigido bajo el status de absoluta neutralidad
religiosa, y el resultado bochornoso de seguir engrosando sus arcas, año tras
año, en cifras que superan los cien mil millones (en pesetas), extraídas del
bolsillo esquilmado del pueblo español que en más de un 70% aborrece, cuando
menos, este engaño. Una realidad político-social que todo Gobierno democrático,
más, en una sociedad laica, con la Constitución en la mano, está obligado a
efectuar
<>Ana Mª Pérez del Campo. Presidenta de la Federación de Asociaciones de
Mujeres Separadas y Divorciadas
Enriqueta Chicano. Presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas
Carmen Toledano Presidenta de Unión Nacional de Asociaciones Familiares
Angeles Alvarez. Presidenta de Enclave Feminista
Lourdes Hernandez. Mujeres Vecinales de Madrid
Más textos sobre la polémica planteada por la iglesia en: