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21 de marzo del 2002
La vergüenza de Monterrey
José Gil Olmos
Proceso
Más claro ni el agua. Si alguna duda se tenía sobre la postura política e ideológica del "presidente del cambio", en el próximo cónclave internacional, El Consenso de Monterrey, veremos a Vicente Fox como lo que es: un mandatario que se siente como pez en las aguas del neoliberalismo y de la globalización.
El Consenso de Monterrey no es otra cosa más que un documento previamente dictado por Estados Unidos y que será avalado en la Conferencia Internacional sobre Financiamiento para el Desarrollo, que se desarrollará del 18 al 22 de este mes en la capital de Nuevo León y a la asistirán más de 50 jefes de Estado.
México será el anfitrión de esta Conferencia que se gestó desde 1997, luego de que la ONU tomó la decisión de buscar un acuerdo que pudiera aliviar la pobreza en los países subdesarrollados, mediante la ayuda de las naciones más industrializadas, principalmente el Grupo de los 8, encabezado por Estados Unidos.
En el papel esto se escuchaba muy bien, pues se esperaba la participación responsable de las naciones más industrializadas en la búsqueda de soluciones a problemas, como la deuda externa, que aquejan las débiles economías de países en vías de desarrollo. Incluso, se formó un grupo de alto nivel encabezado por el expresidente mexicano, Ernesto Zedillo, que se encargaría de plasmar las propuestas en un documento básico, que a la postre se llamaría el Consenso de Monterrey.
Sin embargo, todo fue una farsa, una falacia o una mentira, y lo que veremos en Monterrey será sólo una representación de un acuerdo al que ya llegaron los principales países industrializados, sin importarles la opinión de las naciones más pobres del mundo y tampoco de organizaciones ciudadanas que invirtieron tiempo, propuestas y dinero para intervenir en dicho documento.
Y Vicente Fox, anfitrión del encuentro, seguramente estará de acuerdo con el Consenso de Monterrey, a pesar de que tendrá un impacto negativo directo en nuestro futuro.
De acuerdo con la información que envió desde París la corresponsal del semanario "Proceso", Anne Marie Mergier, del 14 al 25 de enero de este año en Nueva York se realizó la cuarta y última reunión para discutir el proyecto de declaración. A puerta cerrada, en la reunión el gobierno de Estados Unidos dictó el contenido bajo la amenaza de que si no se seguía su línea, George W. Bush no asistiría a Monterrey.
En las reuniones previas se habían acordado puntos importantes como reducir el pago de servicio de la deuda por parte de los países del Tercer Mundo, que al año es de 200 mil millones de dólares; flexibilizar las políticas agrícolas de las naciones industrializadas, y evitar los paraísos fiscales en los cuales los políticos corruptos de las naciones subdesarrolladas depositaran sus cuentas.
Sin embargo, estos puntos fueron suprimidos en la reunión de Nueva York, a la cual asistieron los países de la Comunidad Económica Europea, quienes aceptaron la línea del imperio estadunidense, porque también les beneficiaba.
¿Pero a México, en qué le beneficia un documento consensuado por y para los países industrializados? ¿Cuál debería de ser la postura del presidente Vicente Fox ante un documento que contraviene los intereses nacionales?
Bruno Jétin, miembro del consejo científico de la agrupación civil francesa ATTAC, quien habría intervenido en el primer borrador del Consenso de Monterrey donde hablaba de la reducción de medidas comerciales proteccionistas y la reducción del pago de la deuda, advierte: "Cuando uno lee el Consenso de Monterrey salta a la vista que es una versión actualizada del Consenso de Washington que el gobierno estadunidense elaboró en 1989 para enfrentar la crisis de la deuda de los países latinoamericanos. En ese texto estaba plasmada la integralidad (sic) del programa neoliberal que luego fue aplicado por el FMI: más libre comercio, más inversiones privadas, privatización de todo lo que puede ser privatizado y equilibrio presupuestario. Lo que pasa en Argentina es el ejemplo más reciente de los estragos causados por semejantes recetas… Y son las mismas recetas las que pretende imponer la Conferencia de Monterrey".
En el Consenso de Monterrey sólo se "desea" que los países desarrollados dediquen el 0.7 por ciento de su Producto Nacional Bruto a la asistencia oficial al desarrollo, meta de la que se ha hablado sin cumplir desde 1970.
La Vergüenza de Monterrey es la leyenda de una pancarta que organizaciones civiles europeas mostraron en París y que ilustra el texto de la corresponsal de "Proceso", Anne Marie Mergier. El término parece ser el más correcto y no el de "consenso".
El gobierno de Fox se ha mostrado feliz y orgulloso de que la ciudad mexicana de Monterrey sea la sede del acuerdo de la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo. No obstante, en las páginas de la historia quedará que el "presidente del cambio" mexicano, Vicente Fox, no sólo signó esta farsa, esta vergüenza, sino que traicionó la fe de muchos que le dieron su voto con la esperanza de que habría una transformación del régimen económico neoliberal seguido por los gobiernos emanados del PRI, el cual ha provocado la pobreza en 60 millones de mexicanos.