|
LA ANIBAL VERON, DESPUES DE LOS ASESINATOS DE KOSTEKI Y SANTILLAN
Antes y después del día de la represión
Salen del shock, vuelven a la bloquera, las reuniones, la huerta, la
panadería. Reciben solidaridad, sienten la presión policial, buscan
un delicado equilibrio entre la desconfianza y evitar el aislamiento. Retrato
de un grupo después de un ataque terrible.
Por Susana Viau
Los efectivos de la comisaría 1ª tienen inquietudes ambientalistas. Por
eso, el martes 26, ordenaron: "No respires, negro de mierda, que ensuciás
el aire". Silvio, militante de la Coordinadora Aníbal Verón,
lo cuenta con una sonrisa amarga. Está sentado en una de las sillas de
la guardería que atiende a 60 chicos del barrio y donde funciona el horno
de pan. Hay otro horno, que aún no ha entrado en funcionamiento, de fabricación
artesanal, hecho con restos de una vieja heladera. Si ellos no lo explicaran,
lo denunciaría el botón de acrílico que se ve a un costado
con la marca General Electric. La Aníbal Verón de Lanús
es un trípode que se apoya en los barrios Urquiza, La Fe y La Torre,
y sobre su gente se concentró ese día una cuota considerable de
la represión: llagas abiertas por balas de goma, agujeros producidos
por las postas de plomo de las Itakas, dedos quebrados por los tacos de los
borceguíes policiales, golpes, zamarreos, insultos. Y los asesinatos
de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Sobre todo a causa de
esas muertes hay para la gente de la Aníbal Verón un antes y un
después del 26 de junio: lo marca la foto de Santillán, que es
lo primero que se ve desde el portón de la guardería. Están
retomando las tareas. Regresan a la herrería, a la bloquera, a los talleres,
a la discusión. Salen lentamente del shock. La muerte siempre provoca
desconcierto y el duelo no es sólo un sentimiento individual.
Los militantes de "la Verón de Lanús" se turnan para
recibir a los visitantes que llegan a darles su solidaridad. Vienen de la Capital,
de las asambleas, de otros puntos del Conurbano. Ellos invitan con mate, con
pizza o factura cocinada en los hornos y los llevan a recorrer sus lugares de
trabajo. Es una manera de dejar claro dónde siguen puestos los esfuerzos.
"Esto nos reconforta –dicen y es probable que no sea una fórmula
de cortesía–. A partir de esta desgracia nos abrimos a otros sectores
de los que antes nos resguardábamos." La intensidad del trasiego
parece indicarles que, por el momento, la operación quirúrgica
que, el 26, intentó desconectarlos del tejido social, satanizando las
hondas y los rostros cubiertos, ha naufragado. De todas formas, ese es todo
un tema en sus charlas. Se trata de establecer un delicado equilibrio entre
la necesidad de protegerse y el prejuicio o los fantasmas agitados por una parte
de los medios. "En un corte, en Auchan, fui sin pañuelo –relata
un joven de La Torre– y después sirvió para que un puntero de
la zona atacara a mi familia diciendo que era una familia de piqueteros."
"La cuestión de las capuchas es un símbolo, pero al principio,
cuando comenzamos a luchar más fuerte, durante el gobierno de De la Rúa,
empezaron a hostigarnos. A mí me amenazaron tres veces, la última
a punta de pistola. Yo pensé que estaban decididos a matarme. Hace poco
a un compañero lo balearon en el pecho", apoya Luis Salazar, el
primero en instalar en el barrio la idea del Movimiento de Trabajadores Desocupados,
el nucleamiento del que participa la Verón.
Las razones para resguardar la identidad se acumulan: "Cuando mataron a
la gente de Mosconi, reaccionamos rápido y fuimos a la Casa de Salta.
A un compañero, el Colorado, lo identificaron tirando una piedra y lo
procesaron". Tienen evidencias todavía más recientes de que
la cacería del Puente Pueyrredón no fue el final de una escalada:
"El 3 de julio acá, en Lanús, desde un coche con gente de
civil balearon a un compañero que venía para la marcha. Le tiraron
con silenciador. Pero eso quedó confundido con el asalto a un banco en
Remedios de Escalada". Florencia, una coordinadora de La Fe, duda de que
la confusión haya sido casual. Estos piqueteros mantienen con la prensa
una relación ambivalente, entre el reconocimiento y la desconfianza:
"Hay periodistas y periodistas –interviene Silvio–. Cuando murió
Darío, nos habló uno de Ambito Financiero para preguntarnos con
qué financiábamos los sofisticados equipos de comunicación
que teníamos. ¡Sofisticados equipos! ¡Si no tenemos ni celular! Habían
matado a Darío y nos llamaban para eso. Lo mandé a la mierda".
Adiós al amigo
El nombre de Darío asoma una y otra vez en las conversaciones. "Darío
estaba organizando la juventud piquetera", señala Florencia cuando
explica que, contra lo que se escribe, los jóvenes son la minoría.
"Se ven más, parecen más porque van al frente de las marchas,
porque son ellos los que aguantan para proteger a las mujeres y a los chicos
si hay represión." También está presente en el racconto
de las historias que cada uno registró y guarda de la jornada más
difícil: "Había un muchacho que estaba con mucho miedo. Mientras
corrían, Darío lo abrazó y lo animó: ‘Yo también
tengo miedo’, le dijo". Los más veteranos de la Verón de
Lanús saben que aceptar la normalidad del miedo es cuestión de
educación y saben también que el miedo se educa.
Y la educación es una pieza clave en esta estructura de 17 barrios, funcionamiento
asambleístico y práctica horizontal. Un cartel colgado de uno
de los muros del local indica a los principiantes cómo es la dinámica
de una asamblea: escuchar opiniones, levantar la mano para hablar... ¿Y la política?
"La política se discute en una mesa semanal con los compañeros
elegidos en cada asamblea." Para todos están los talleres de formación
una vez a la semana. "Se trabaja mucho el respeto a los compañeros,
el no creerse dirigente, algunos elementos básicos de economía."
La cronista, a esta altura, cometerá una estupidez:
–¿Qué se lee en los talleres? –pregunta.
–Bueno –contesta Florencia, condescendiente–, hay muchos compañeros que
no saben leer. Hacemos juegos, representaciones, traemos fotos, siempre con
un eje y una problemática. Al final de cada taller se saca una conclusión.
Los compañeros lo hacen. Nosotros solamente coordinamos, no orientamos
la conclusión.
Sobre una repisa, hay una imagen de la Virgen. A metros del local se levanta
un templo evangélico. Es casi mediodía y los vecinos del barrio,
los que dan cuerpo y hacen multitudinarias las marchas organizadas por los piqueteros,
empiezan a arrimarse al local. Esperan con paciencia que los militantes de la
coordinadora terminen de atender a sus huéspedes. Al salir, este diario
los saluda uno a uno. Cree escuchar que el primero ha pronunciado la palabra
"bendición". Los restantes despejan las dudas. "Que Dios
la bendiga", la despiden.