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Operación Masacre en Avellaneda

30 de junio del 2002

En honor de Darío y Maxi, impidamos el retorno de la barbarie represiva en la Argentina

Cristina Feijóo y Lucio Salas Oroño
Rebelión
En un contexto social signado por la situación de pobreza de más de la mitad de los argentinos -20 millones de pobres sobre 36 millones de habitantes-, por la indigencia de casi 8 millones y el hambre liso y llano de 3 millones de compatriotas, con la noticia cotidiana de decenas de muertes por desnutrición y el inusual frío, el miércoles 26 de junio un conjunto de organizaciones de desocupados (más del 25% de la población se encuentra en estado de desocupación completa, y sólo una parte de ellos percibe un subsidio de 40 dólares por mes) realizó en todo el país una de las ya clásicas movilizaciones "piqueteras" para exigir algún tipo de solución para esta insoportable degradación de sus condiciones de vida. Según las estadísticas policiales, desde enero de 2002 se han realizado en la Argentina más de 10.000 acciones "ilegales", consistentes en su mayoría en cortes de calles y rutas por "piquetes" que marchan hacia el Palacio Legislativo, diversas dependencias oficiales o, simbólicamente, hacia la Plaza de Mayo, frente a la cual se ubica la Casa Rosada, asiento del Poder Ejecutivo. Si de algo podía vanagloriarse el gobierno de transición del presidente Duhalde era de que durante los seis meses que lleva de gestión no había reprimido -o lo había hecho civilizadamente- a este tipo de manifestaciones populares. Sin embargo, durante las últimas semanas, funcionarios políticos, policiales y militares fueron endureciendo el tono con el que se referían al movimiento popular, calificándolo de ilegal y amenazando veladamente con reprimirlo (las causas de este cambio pueden encontrarse en nuestro reciente artículo "Las asambleas populares ante el intento de resolución autoritaria de la crisis argentina"). Consignemos que en esta nueva actitud influyen decisivamente las presiones del "mundo civilizado", de los Estados Unidos y los países del G8, que exigen el fin del estado deliberativo y un disciplinamiento social que permita reconstruir la dominación y haga explícito el escarmiento al único pueblo del mundo que hoy no paga su deuda externa, sin importar que no la paga no por el "patriotismo" de sus gobernantes sino porque, sencillamente, no puede: entre el capital financiero internacional y los sátrapas locales se robaron todo, no dejaron ni para pagar las supuestas acreencias externas.
Lo que normalmente sólo hubiera ocasionado un cierto caos en el tránsito vehicular -tal como lo reconoció la policía, estaban previstas otras vías para el acceso a la ciudad de Buenos Aires desde el conurbano sur, que es donde se produjeron los sucesos-, se transformó en una gigantesca cacería humana, con dos muertos, decenas de heridos de bala y cientos de detenidos, allanamientos ilegales a domicilios y a la sede de un partido político con representación parlamentaria. La brutalidad de estos hechos podría quedar subsumida en la barbarie más generalizada y constante a la que es sometida la población argentina si no fuera porque se troncharon dos vidas jóvenes y valiosas, las de Darío y Maxi. Aunque cualquier vida tiene igual valor, queremos presentar sus figuras ejemplares ante la comunidad mundial y especialmente ante nuestros compañeros en la lucha contra la globalización neoliberal; creemos que se merecen el honor de ser puestos en nuestros altares cívicos, y que sus nombres sean guardados en la memoria colectiva. No confiamos en la justicia argentina que debiera esclarecer estos crímenes, pero estamos convencidos de que si se realizara una investigación imparcial se llegaría a la conclusión de que sus muertes no fueron casuales ni azarosas; por de pronto, está establecido que no murieron en los enfrentamientos -tan parecidos a los de Palestina, con muchachos tirando piedras y policías tirando balas de plomo- sino en la "cacería" posterior.
Darío Santillán tenía 21 años, y desde hacía dos participaba del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Lanús, en el conurbano bonaerense. Más que participar, "vivía" dentro del MTD, pues estas organizaciones proveen a sus integrantes de un marco donde realizar su existencia, un marco que se hace necesario cuando la sociedad oficial argentina deja a millones en situación de completa marginación. Hacía pocos días, Darío había conducido a la periodista Laura Vales, del matutino Página 12, hasta el asentamiento donde vivía, poniéndola en contacto con los demás vecinos y haciéndole conocer las diversas experiencias de ayuda mutua y autogestión productiva con la que solidariamente enfrentan la crisis. Dentro de la organización, Darío estaba dedicado a la producción de bloques de material con la que los miembros del MTD habían comenzado a construir sus propias casas; Darío mismo, con su hermano, estaban levantando su casita en un barrio conocido con el significativo nombre de "La Fe". La periodista Vales se cruzó con Darío durante la mañana del miércoles 26, y estaba tranquilo, despreocupado y orgulloso de la magnitud -miles de personas- de la acción que habían organizado. Hay testimonios de cómo murió: en medio de la "cacería", Darío se refugió con otros compañeros en la estación de trenes de Avellaneda. Como uno de los muchachos que iban con él estaba herido, Darío resolvió quedarse con él, cuidándolo, mientras alentaba a los demás a que continuaran su huida, a que buscaran mejor protección. La policía llegó y lo asesinó a quemarropa.
De Maximiliano Costeki sabemos por ahora mucho menos; tenía 25 años e integraba el MTD de San Francisco Solano, una localidad cercana a Lanús. Fue encontrado con un balazo mortal en el pecho. Según sus compañeros de Solano, "Maxi era un referente del movimiento" (y referente es lo más que se puede ser en estas organizaciones horizontales que carecen de dirigentes al estilo tradicional). Este "peligrosísimo subversivo" -ésta es la forma en que ha tratado de mostrarlo a él y a sus compañeros el informe oficial- trabajaba en el área de capacitación (autoeducación) del MTD de Solano, donde, entre otras cosas, era el encargado de la biblioteca.
Es importante señalar que tanto el MTD de Lanús como el MTD de Solano forman parte -con nueve movimientos más- de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, que honra con su nombre a un "piquetero" caído en la lucha. Estos once movimientos de desocupados tienen diferencias entre sí, pues unos son más antiguos y otros más recientes, algunos han alcanzado mayor grado de organización para la sobrevivencia y otros han llegado más lejos en sus proyectos productivos autogestionarios. Pero todos ellos cuentan ya con sus productoras de materiales para la construcción, sus guarderías infantiles, sus panaderías, sus provisiones de medicamentos. Estas pequeñas diferencias son mucho menores que las que sostienen con otros movimientos de desocupados que se encuentran ligados a partidos políticos o centrales sindicales; sólo en oportunidades excepcionales -como la de este infausto miércoles 26 de junio de 2002- realizan acciones conjuntas con ellos. Lo más distintivo de los integrantes de la Coordinadora Aníbal Verón es su actitud político-social, la forma creativa en que han asumido las experiencias de las generaciones de luchadores argentinos anteriores (especialmente la de los años 1970) y la forma en la que se apropian -desde condiciones de vida casi subhumanas- de las nuevas orientaciones que guían a las corrientes mayoritarias del movimiento social mundial. Proclamando su absoluta independencia del Estado y los partidos políticos -incluidos los de izquierda-, los miembros de la Coordinadora Aníbal Verón afirman que su lucha no es por "la toma del poder del Estado" (para luego realizar desde arriba las transformaciones) sino por producir desde abajo un cambio del sistema social, reconstruyendo relaciones solidarias y colectivas. Por ello, sólo en términos de autodefensa acuden a prácticas violentas, siempre limitadas a una actitud de resistir, no de agredir. El centro de la vida en los MTD es la autoeducación y la autogestión productiva; la regla es la del funcionamiento horizontal y las decisiones por consenso, y la perspectiva general es la de construir espacios de autonomía que permitan una tarea mucho mayor que la de "conquistar" el poder: los MTD luchan por reapoderarse de la vida, tomarla en sus manos y, si no es posible construir el cielo, al menos hacer desaparecer el infierno.
Darío Santillán y Maximiliano Costeki amaban la vida y la vivieron con plenitud, encontrándole su sentido colectivo en el desarrollo del conflicto social; no buscaban la muerte, ni siquiera la muerte heroica de las revoluciones que se transforman en pesadillas sino ejerciendo su sagrado derecho a la rebelión, a la construcción de un mundo nuevo. En cualquier latitud donde suene el latido de un corazón solidario, pedimos para ellos que no haya olvido, que haya un recuerdo emocionado como el que desde estas antípodas de la "civilización" sentimos por Carlo Giuliani, el pibe caído en Génova.

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