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Operación Masacre en Avellaneda

La represión del Estado aumenta, la resistencia del pueblo también

Demetrio Iramain

Está claro: el gobierno de Duhalde no duda a la hora de matar luchadores por la espalda, delante de fotógrafos y periodistas. Peor: el gobierno no tiene empacho en disimular su plan criminal y arguye mentiras increíbles, impresentables, ridículas. "Halcones" y "palomas" planean el mismo cielo de la represión letal. Con caras de póquer y las manos sucias de sangre popular, los ministros y sus comisarios se justifican afirmando que "los piqueteros han dispuesto un plan insurreccional", o "se mataron entre ellos", o "esta gente (los piqueteros) estaba dispuesta a combatir, nos dimos cuenta por los cantitos".
Los cantitos. En un programa de televisión, la siniestra dupla Hadad-Feinmann concluye que la situación en Argentina es igual a la de 1975, porque "miren lo que cantaban en la manifestación de hoy a la tarde: ‘ya vas a ver/ las balas que vos tiraste van a volver’". Excusas como ésta alega la versión mediática de la derecha más rancia de la escena política nacional para pedir la represión e insinuar que una buena solución sería volver el país a lo que siguió a aquella situación del año 75, o sea, el golpe militar genocida. Estas explicaciones son vistas por millones de televidentes en un programa diario de (des)información, transmitido por el canal de aire América TV, ex canal 2 de La Plata.
Sin embargo, el teatro de mentiras es desmantelado públicamente a las 24 horas y un poco más de producidos los hechos del Puente Pueyrredón y alrededores. Fotos concluyentes demuestran que al menos uno de los dos piqueteros muertos fue fusilado por la espalda mientras socorría al otro compañero asesinado, por policías que lo persiguieron desde el puente y hasta la estación de tren de Avellaneda, a cuatro cuadras del lugar donde comenzó la represión.
La escena siguiente es conocida: ante la evidencia periodística, el gobierno no tiene más remedio que asumir que "fue una cacería". Acto seguido, promete que "actuará la justicia y caerá todo el peso de la ley contra los policías que ensucian la institución", etcétera. No obstante, ¿qué hubiera pasado si los fusilamientos se hubieran producido en las escaleras desoladas de la estación de tren, o adentro de los vagones, o en un descampado y sin la presencia de testigos con cámaras de fotos y videos? Posiblemente, el comisario que dirigió la masacre habría ascendido a jefe de la fuerza y se pasearía por los programas de Hadad, Longobardi, Grondona y Graña, mostrando su rasguñón en el cuello. Es decir, la única diferencia entre los comisarios Alfredo Franchiotti y Luis Patti es que en el caso del segundo no hubo ninguna cámara que testimonie sus torturas en sede policial. Sólo por eso a uno le toca estar preso, mientras el otro es intendente.
La lectura de los medios de comunicación
Los hechos de esta semana tranquilamente pueden ser leídos desde el análisis crítico respecto del comportamiento de los medios de comunicación. Ante la incertidumbre que los paralizó en los primeros momentos, los más explícitos festejaron sin vueltas la hazaña policial, mientras otros más "progresistas" disimularon la condena a la represión echándoles la culpa a los "sectores radicalizados". "Piquete violento", titularon en sus crónicas, cuando en verdad debieran haber dicho "violenta represión". "Ir con palos y las caras tapadas es ser funcional a la represión", repitieron por la noche los loros de centro izquierda de centro derecha, sentados a la diestra del buen piquetero Luis D’Elía. Al otro día, las imágenes los dejaron a todos haciendo piruetas discursivas en el aire, cayendo finalmente de culo en un enjuagado pedido de "justicia y paz social".
Está claro, al mismo tiempo, que de no haber mediado el testimonio valiente y esclarecedor del fotógrafo y activo colaborador de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Sergio Kowalewski, el comisario Franchiotti y su patota policial aún estarían en libertad. A pesar de contar con sofisticados equipos para tomar fotografías y revelarlas casi instantáneamente, el diario Clarín omitió en su edición del jueves 27 de junio las imágenes más comprometedoras para la policía. Una vez conocida la secuencia fotográfica aportada por Kowalewski, entonces sí Clarín se apuró a tirar en la mesa la totalidad de sus imágenes, que finalmente publicó al día siguiente. Incluso, en la edición del jueves el diario Clarín muestra algunas tomas dentro de la estación de tren, pero omite la presencia del jefe del operativo en la estación. Tras las revelaciones hechas por Kowalewski y publicadas en exclusivo por Página 12, se sucedieron un sin fin de tomas fotográficas y hasta filmaciones propias registradas por todos los canales de televisión. En el inconsciente colectivo, cada vez más lúcido, queda la impresión de que el multimedios Clarín ocultó en un primer momento información, en consonancia con la actitud policial de retirar pruebas y evidencias de su accionar criminal.
El Estado argentino es terrorista
En las variadas lecturas que se hicieron tras los hechos de Avellaneda, ninguna recogió la interpretación de las "molestas" Madres de Plaza de Mayo, quienes desde mediados del año pasado vienen poniendo el dedo en la llaga y machacan respecto de la caracterización de la situación política actual como de "Terrorismo del Estado".
Sin embargo, la historia ha vuelto a darles la razón. ¿Acaso no empezaron estas muertes del miércoles en los tiros de la gendarmería de mitad del año pasado en Mosconi? La argumentación del policía que sugirió que "los piqueteros se tiraron entre ellos" y "tenían armas de fuego", ¿no es la misma que retrasó la condena a los gendarmes que mataron a dos piqueteros en el norte salteño, cuando el poder adujo que los tiros provenían de francotiradores de los grupos que cortaban la ruta y no de las fuerzas de represión?
No hay en los opinadores voluntad de relacionar estas muertes con anteriores represiones por parte del Poder. Los expertos en opinar hablan de gobierno y no de Estado, condenan a Duhalde y no a un sistema que no da para más, conjeturan que las muertes son el producto de una interna entre diferentes sectores del peronismo y no de la imperiosa necesidad de reprimir que hoy tienen las burguesías de aquí y de afuera.
Copian la letra chica de la represión, ponen la lupa en el agujero que abrió la bala en el cuerpo del piquetero, y no en la mano que firmó la orden no escrita de contener a sangre y fuego la creciente resistencia popular.
Es decir, oponerse a la represión es denunciar cada vez más fuerte al Estado y enfrentarlo en la calle, tomando los puentes, los edificios públicos, las plazas. Combatirlo exige desandar las ilusiones que crea el sistema a través de sus innumerables rostros de fantasía: las elecciones anticipadas, Carrió o Zamora, los subsidios a los jefes de hogar, los planes trabajar, los Juicios de la Verdad, la prisión para Santos y Franchiotti. Y una vez marcada la cancha, entonces sí asumir otras discusiones que den luz a la manera más correcta y efectiva de encarar la lucha sin renunciar a una victoria popular rotunda y sin conformarse con un empate "democrático" entre clases contrapuestas. Ejemplo, la violencia.
Poder popular
El Poder y sus opositores oficialistas quieren discutir sobre la violencia como si fuera un fin en sí mismo y no una forma de lucha concreta que depende de contexto e historia. Oponen la "violencia" a la "democracia", cuando, en verdad, ambas, sacadas de su contexto, son términos vacíos y huérfanos de toda observación.
Condenar la violencia sin reconocer que no puede haber democracia en el país donde cien niños se mueren por día de hambre, es cuanto menos, una deshonestidad intelectual y de la otra. Con grandes discursos de maestro ciruela, algunos "progresistas" –la mayoría- argumentan que la violencia no conduce a nada, que su uso trae más violencia y que ese es el terreno del enemigo, hablan de la "dura derrota histórica de la izquierda, que se expresa más como supervivencia de los hambreados, de los excluidos, que como propuesta política de organización" (Feinmann José Pablo, dixit). Es decir, corren por izquierda a la violencia y se oponen a ella, no para discutir cómo tomar el poder sino para enterrar por siempre la posibilidad cierta de un cambio social profundo y revolucionario, que se corresponda con los hondos sueños de justicia y libertad.
Sin embargo, hay otros –los menos- que se enceguecen y hablan de "etapa prerrevolucionaria", de "los soviets". Juran que ya es el momento de agarrar los fierros. Hacen colectas de alimentos para la gente que está por salir al monte...
Ni uno ni lo otro.
No obstante, es necesario negarse rotundamente a demonizar y aislar políticamente a los compañeros que ven en formas de lucha radicalizadas un camino más efectivo en la lucha por la revolución.
Son yo los que se tapan el rostro y van con palos y gomeras a los piquetes para defenderse de las balas de plomo de la guardia de Infantería.
Son yo los guerrilleros que duermen en las selvas de Colombia lejos de sus mujeres e hijos, con el sueño desvelado y atento, cuidando en sus fusiles que no se apague la estrella del socialismo.
Son yo los compañeros de los círculos bolivarianos que organizaron el descenso popular de los cerros de Caracas para derrotar a los golpistas y fascistas de Venezuela.
Son yo las Madres de Plaza de Mayo, que se quedaron solas ante los ataques de la prensa bienpensante que las tildó de sectarias y violentas por oponerse a las elecciones, a la parodia de juicios a los militares, a la infame reparación económica, por definir al Estado como terrorista.
Sin embargo, lo importante es seguir en el camino de la construcción de una alternativa de clase, popular, revolucionaria, alejada por completo de los posibilismos socialdemócratas, con violencia o sin ella. Lo correcto será articular una política de acumulación en este sentido, y ello tiene que ver por un lado con la formación política de las masas, y por otro la búsqueda de cierto consenso social. Hoy la derecha intenta justificar sus crímenes por los cantitos de las marchas, y si no les alcanzan promocionan hasta el hartazgo los secuestros exprés.
No abandonar la calle es la consigna. Sin la espectacular movilización del día siguiente a la represión, los muertos en Avellaneda hubieran tenido aun un impacto más nocivo en el tejido popular. La única manera de contener la represión es movilizando al pueblo, venciendo el miedo, dejando atrás las especulaciones y oportunismos.
Al mismo tiempo, urge apostar al surgimiento de nuevos espacios cooperativos, donde se politizan y se vuelven solidarias las relaciones al interior de las clases populares. Allí se pueden crear ámbitos donde el poder autoritario y jerárquico del Estado no tiene injerencia.
El Club del Trueque, las empresas quebradas puestas nuevamente en funciones bajo control de los trabajadores, las asambleas populares, son mecanismos de poder popular. El mismo Darío Santillán, asesinado por la represión del Estado el miércoles pasado, participaba activamente en una fábrica de ladrillos administrada en forma cooperativa por su organización piquetera. La Universidad Popular de las Madres y su propósito de extender las clases, cursos y seminarios de formación política a los barrios populares es otro ejemplo de construcción de poder popular y alternativas clasistas. Allí es donde vive la revolución en estos tiempos, a esta altura dura del sur, en este preciso cruce de los puntos cardinales, bajo el cielo de las estrellas en cruz.
Demetrio Iramain Buenos Aires, 30 de junio de 2002

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