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ESPECIAL: SALIDA AL MAR DE BOLIVIA

Centro de Estudios Chilenos – 12 de diciembre de 2003
Mar boliviano

Prof. Pedro Godoy P.

Sumarse a Koffi Annan, Hugo Chávez y Lula en orden a encontrar una fórmula que devuelva a Bolivia su condición de Estado ribereño del Pacífico constituye aquí –cuando menos- una impertinencia. De inmediato operan arcaicos estereotipos adversos a quienes son ciudadanos de la patria de Sucre y Abaroa.
Estos argumentos despojados de objetividad se cierran con la frase: "además, jamás tuvieron mar". Aparece en textos escolares, en la prensa, en la charla de cuartel, en la plática de chinchel. Está impregnada de altanería racista.
Estamos al borde del centenario del Tratado de 1904 y la sola lectura de sus artículos permitiría –si hubiese ánimo de reconciliación- captar cómo se equivocan nuestros iracundos "patriotas".
Dicho documento establece que Bolivia "cede a perpetuidad el territorio de Antofagasta" a cambio de cuantiosa indemnización y de libre tránsito incluyendo ferrovía. ¿Se puede ceder algo ajeno y obtener de yapa compensaciones? ¿Por qué hubo consulados de Chile en Antofagasta con filiales en Mejillones, Cobija, Tocopilla y Taltal?
Se añade: "todo tratado es intangible". Nadie lo discute. La diplomacia boliviana no pide abrogarlo. Lo que solicita es recuperar su "cualidad oceánica". Frente a la demanda se silencia la doctrina Soria de un puerto en comodato a 99 años o la tesis velasquista de un área triestatal de desarrollo.
De Domingo Santa María y Jorge Montt a la fecha hay quienes sostenemos como conveniente para el Cono Sur y para nuestro Norte Grande poner fin al encierro boliviano. Aquellos que no ven las ventajas padecen de presbicia y están anclados en 1879.

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El Mostrador.cl - 23 de mayo de 2000
La guerra del Pacífico, el mar para Bolivia y la gloria

por Tomás Moulian

Anteayer se celebró el combate naval de Iquique, en el cual Prat y sus compañeros entregaron su vida por defender lo que los grupos dirigentes de la época consideraron e impusieron como un deber patriótico. Junto con ellos murieron miles de chilenos de pueblo. Muchos de ellos creyeron que en lucha con Perú y Bolivia se realizaba el destino de nuestro país, mientras otros fueron reclutados para defenderlo.
Como sociedad debemos mirar esa guerra sin orgullo ni falso patriotismo. Fue un conflicto armado por defender nuestras propiedades y derechos en las tierras del salitre, una guerra comercial como muchas de esa época. Tiene que ver con el desarrollo capitalista de nuestro país, más que con otra cosa. Esto evidentemente no niega el carácter heroico de muchos de los actos de nuestros oficiales, soldados, dirigentes civiles que se comprometieron en la dirección de la guerra. Pero esa guerra, como decisión colectiva, no tiene que ver con la gloria de Chile. En realidad, tiene relación con decisiones de política económica que nos permitían, o si se quiere forzaban, a usar nuestras potencialidades como Estado en la lucha contra pueblos hermanos por el dominio de un recurso natural, cuya conquista nos iba a permitir la primera modernización capitalista de nuestro siglo.
Creo que esto lo sabemos inconscientemente y por ello celebramos con unción las derrotas, el combate naval de Iquique y la batalla de la Concepción. No hablamos de gloria para celebrar la ocupación de Lima por nuestras tropas, quizás porque, en el secreto de nuestra conciencia colectiva, sabemos que lo que en verdad se juega en la guerra es el poder de una sociedad y que en todo conflicto armado con otra nación las miserias de los hombres salen a la luz tanto como sus grandezas.
En la guerra del Pacífico contribuimos a humillar con daños territoriales y simbólicos a dos pueblos hermanos. A Perú, de una manera coyuntural, porque nuestros diplomáticos y políticos contribuyeron a una solución que a nuestros vecinos no les inflingió tanto daño. Pero a Bolivia la hemos obligado a soportar una pérdida que todavía dura. En relación con esa nación no debe importarnos el formalismo de los derechos, debe importarnos la construcción de lazos para el futuro. En algún recodo de nuestra historia nos convertimos en un país aislacionista que contribuyó más al refuerzo de la fragmentación de nuestro continente que al sueño de la unificación. Fracasada en el pasado la unificación creciente de los pueblos de nuestro subcontinente, de nuestra América sureña, es hoy una condición del desarrollo futuro. El necio orgullo de creernos más yanquis que sureños nos llevó, durante la dictadura y después de ella, a creernos del primer mundo. Somos de aquí y para poder ser de aquí con nuestros vecinos, con los más próximos, debemos resolver la pérdida simbólica que le ocasionamos a Bolivia. Ese gesto nos podría dar la gloria a la que tanto nos referimos en nuestros discursos patrióticos.
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Bolpress.com – 18 de mayo de 2003
Allende, el socialista solitario

Por: Andrés Solíz Rada

La finalización de la década de los sesentas y el inicio de los setentas del siglo pasado, trajo hondas preocupaciones regionales al imperialismo norteamericano. En octubre de 1968, el general Juan Velasco Alvarado había derrocado en el Perú a Fernando Belaunde Terry y, de manera intrépida, nacionalizó la Banca, las industrias petrolera, pesquera y cuprífera y llevó adelante la primera reforma agraria en la historia de su país.
En septiembre de 1969, el general Alfredo Ovando Candia depuso al Presidente Luis Adolfo Siles Salinas y, de inmediato, derogó el Código del Petróleo o Código Davenport, cuyo nombre provenía de la firma de abogados estadounidenses que lo había redactado. Apenas 21 días más tarde, nacionalizó el petróleo, respaldado por un revolucionario 'Mandato de las Fuerzas Armadas'. Meses después, aprobó la primera Estrategia de Desarrollo Nacional basada, principalmente, en los esfuerzos propios de la República y aceleró la instalación de los hornos de fundición de estaño.
En septiembre de 1970, el socialista Salvador Allende ganó las elecciones chilenas, lo que le permitió nacionalizar la industria del cobre y la banca y acelerar la dotación de tierras a campesinos pobres. Si cada uno de estos procesos preocupaba por separado a Washington, el tener que enfrentarlos conjuntamente, debido a la posibilidad de que los regímenes de La Paz, Lima y Santiago coordinen sus acciones, resultaba intolerable para los romanos de nuestro tiempo. Como es obvio, EE.UU. desplegó rápidos esfuerzos para terminar con estos actos de insubordinación en el Cono Sur de su patio trasero. En Bolivia, después de desestabilizar a Ovando, no pudo evitar que otro general patriota, Juan José Torres, siguiera la huella de su predecesor, a quien finalmente derrocó en agosto de 1971. La caída del gobierno de Velasco Alvarado se produjo en agosto de 1975. Fue reemplazado por el general Francisco Morales Bermúdez, quien coaguló el ímpetu nacionalista del velasquismo. La inquietud regional se había incrementado aún más al presumirse que Perú atacaría a Chile, al recordarse, en 1979, el centenario de la Guerra del Pacífico, a fin de recuperar sus territorios perdidos, para lo cual Velasco Alvarado había comprado tanques y aviones de la Unión Soviética. De esos años data la decisión chilena de sembrar con minas antipersonales sus fronteras con Perú y Bolivia.
Lo anterior demuestra que Allende, al tomar el gobierno, en 1970, tenía un frente externo muy convulsionado, al igual que su panorama interno. Tres décadas después de esos acontecimientos, las 'memorias' del canciller norteamericano de la época, Henry Kissinger, demuestran, sin lugar a dudas, la abierta ingerencia de la CIA y de trasnacionales, como la ITT, en el golpe del 11 de septiembre de 1973, que dio inicio a la cruenta dictadura del general Augusto Pinochet. El golpe fue antecedido de agudas confrontaciones sociales, en las que empresarios, principalmente los dueños de camiones que podían paralizar el comercio, movilizaban sus huestes para boicotear al gobierno de la Unidad Popular (UP) y hacer fracasar las medidas que adoptaba Allende, de acuerdo a su programa. Por otra parte, los cinco partidos políticos que co-gobernaban con Allende no lograron actuar de manera unitaria y coherente'. El sostenido apoyo de Cuba y, en menor grado, de la URSS y de países de Europa Oriental y Occidental al germinal socialismo chileno fue insuficiente para impedir el golpe destinado a aplastar esa experiencia democrática y socialista.
En consecuencia, Allende estaba demasiado ocupado en salvar su régimen, lo que le dejaba escaso tiempo para atender el encierro geográfico de Bolivia. Tal el contexto en el que el prolífico escritor boliviano, Néstor Taboada Terán, refiere, en el capítulo 'Chile, Salvador Allende y la Reintegración Marítima', de su libro 'La Decapitación de los Héroes' (Editorial UMSS, Cochabamba. 1995), que en su visita al presidente chileno, en los inicios de su mandato, éste le manifestara que 'Bolivia retornaría soberana a las costas del mar Pacífico', para luego añadir que 'los escritores y todos los hombres de buena voluntad deben venir a Chile y explicar sus anhelos, discutir, crear las condiciones subjetivas en el pueblo para llegar al feliz entendimiento. Ahora no somos gobierno de la oligarquía minoritaria, somos el pueblo. No nos guían intereses de clase dominante. No les pedimos nada, queremos solamente reparar el despojo cruel del que ha sido víctima el pueblo boliviano' (páginas 63 y 64). De las expresiones de Allende se desprende, en primer lugar, su convicción de que Bolivia sufrió el 'despojo cruel' de su costa marítima en la guerra de 1879, de donde emerge la necesidad de reparar la injusticia histórica. Este concepto lo diferencia de tantos socialistas y no socialistas chilenos que no tienen la calidad moral de Allende para reconocer esas verdades históricas. En segundo lugar, sabe que, en esos momentos, no existían condiciones políticas para resolver la exigencia boliviana Por esa razón utiliza el condicional al manifestar que Bolivia 'retornaría' soberana a las costas del mar Pacífico. Tal percepción se confirma al advertir que Allende hace depender la solución del centenario trauma continental al papel protagónico que deben jugar las organizaciones políticas y sindicales de Bolivia, así como sus intelectuales, estudiantes y hombres de buena voluntad, quienes 'deben crear las condiciones subjetivas del feliz entendimiento'. Está claro, en consecuencia, que para Allende la devolución a Bolivia de parte de su costa marítima no podía ser inmediata, pues había que crear las condiciones para avanzar en esa dirección. Es probable que el mártir chileno y latinoamericano hubiera pensado encarar la demanda boliviana después de consolidar su régimen y arrinconar a sus adversarios, pero tal situación, como todos sabemos, no llegó a presentarse.
Según Taboada Terán, los planes de Allende, a mediano plazo, habrían sido de conocimiento del cónsul general de Bolivia en Santiago, Franz Ruck Uriburu, quien, debido a su fallecimiento, no tuvo tiempo de revelarlos. Algunos ministros del General Torres dijeron también que hubo conversaciones telefónicas entre Allende y el Presidente boliviano a fin de explorar soluciones al conflicto de 1879, aunque tampoco llegó a conocerse el detalle de esos diálogos. Por otra parte, sería apresurado decir que la predisposición de Allende a resolver la mutilación boliviana tenía el apoyo de su gobierno, de su coalición y aún de su propio partido. Podría asegurarse que en todos estos niveles existían opiniones encontradas. Lo más probable es que la mayoría de sus allegados le habrían manifestado la inconveniencia de abordar un tema que hubiera servido de pretexto a los militares 'pinochetistas' para apresurar el golpe de Estado. Lo anterior no constituyó un óbice para que el propio Pinochet, consciente de los problemas que causa a Chile el encierro boliviano, hubiera buscado resolver el conflicto mediante el abrazo de Charaña, protagonizado con Banzer, en 1975.
Si algo demuestran los sucesos comentados es que el problema del encierro boliviano es tan hondo que atraviesa transversalmente al conjunto de la sociedad chilena. No por casualidad apoyaron la causa marítima de Bolivia figuras literarias de la talla de Gabriela Mistral, presidentes de la República como Domingo Santa María, poetas como Vicente Huidobro, militares de prestigio como Aquiles Vergara Vicuña, diplomáticos e historiadores como Enrique Zorrilla y Oscar Pinochet de la Barra y periodistas honrados como Juan Carlos Medina, Víctor Moreira y Hugo Goldsack. Finalmente, la hermandad chileno-boliviana, reconstruida con la reintegración marítima a Bolivia, es defendida por el Centro de Estudios Chilenos, conducido por esclarecidos bolivarianos como los profesores Pedro Godoy y Leonardo Jeffs, quienes sostienen que el mensaje fraterno de Allende al pueblo boliviano es una semilla que germina cada día.
Andrés Solíz Rada es Periodista y Abogado, ex Presidente de la Comisión de Política Exterior de la Cámara de Diputados de Bolivia.
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La Jornada – México D.F. - 5 de diciembre de 2003
Chávez y el mar bolivariano

Jose Steinsleger

Oleajes encrespados rompieron en el litoral marítimo chileno cuando el mes pasado, en la reunión cumbre de presidentes de Santa Cruz (Bolivia), Hugo Chávez confesó que soñaba con bañarse "...en una playa boliviana".
En el país "modelo" de la globalización y la "interdependencia", los medios oligopólicos pegaron aullidos de patrioterismo, provincianismo y chovinismo. La derecha fascista abrió una página en Internet para insultar a Chávez, y el gobierno del "socialista" Ricardo Lagos llamó "a consultas" a su embajador en Caracas con el fin de analizar el "gravísimo" incidente.
Como dirían los chilenos, Chávez "dejó la escoba". Ahora, con el espíritu latinoamericano que le caracteriza, la cancillería de Santiago tiene en qué meditar: ¿guerra contra Venezuela para dejarla sin mar, como lo hizo con aquel "indio" que era presidente de Bolivia hace 125 años? ¿O una invitación al zambo Chávez para que en Chile siga un curso acerca de cómo excluir democráticamente a los pobres de la globalización?
Chile y Venezuela. Dos proyectos de integración. El primero, subordinado a Estados Unidos en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), sin excluir guiñadas al Mercosur (por las dudas); el segundo, abierto a los pueblos en el Área de Libre Comercio Bolivariano de América (ALBA).
El proyecto de Chile es el de las oligarquías y las burguesías latinoamericanas que buscan la anexión con Estados Unidos; el de Hugo Chávez y la República Bolivariana de Venezuela plantea lo contrario: o los pueblos de América Latina se integran política y económicamente o aran 200 años más en el mar de la injusticia, la miseria y la opresión.
Al gobierno chileno no le gustó la caída del presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada. Sin acceso al mar que alguna vez le perteneció, el comercio internacional de Bolivia pasa por los puertos de Chile y el balance anual de las importaciones y exportaciones chilenas se benefician "pragmáticamente" en una proporción de uno a diez.
El comentario del presidente Chávez en Bolivia no removió herida alguna. Planteó, simplemente, una injusticia histórica. Lo sintomático (o mejor dicho lo enfermizo) fue la reacción desproporcionada de los medios de comunicación chilenos. ¿Olvidaron que a mediados de 1970, en un contexto subregional asolado por el terrorismo de Estado, el ex presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez había regalado a Bolivia (gobernada entonces por el dictador Hugo Bánzer) un barco mercante, el Libertador Simón Bolívar, que tuvo su puerto convencional en la ciudad de Rosario, Argentina?
Ni el general Pinochet, ni los momios, ni el exilio chileno impugnaron aquel gesto demagógico que obedecía a la megalomanía de Pérez cuando andaba de trotamundos del Tercer Mundo. Seguramente Lagos y no pocos políticos de la Concertación siguen viendo en Carlos Andrés Pérez a un "estadista" de América Latina. Es lógico: no son pocos los políticos chilenos de la Concertación que comieron de su mano.
Años más tarde, a punto de empezar la "transición" diseñada por Pinochet (y pactada con Pinochet), los políticos "democráticos" de Chile silenciaron la masacre del pueblo de Caracas (1989). Masacre que fue ordenada por Carlos Andrés Pérez, quien hoy, en calidad de prófugo de la justicia venezolana, conspira en República Dominicana contra el gobierno democrático de Hugo Chávez. Ah, pero eso sí: Chávez fue "golpista" y hoy es "populista".
En septiembre pasado, a pocos días de haberse cumplido el trigésimo aniversario del asesinato de Salvador Allende, Chile apoyó en Ginebra la condena a Cuba por "violación de los derechos humanos". La delegación de Venezuela se opuso y la diputada bolivariana Jhannett Madriz propuso un minuto de silencio para evocar la memoria de Allende.
Entonces, miembros de la delegación chilena, como el "socialista" Juan Pablo Letelier (hijo del asesinado canciller Orlando Letelier) y la "socialista" Isabel Allende (hija del mártir), reprocharon a Madriz haber "manipulado" la memoria de un chileno universal que entendía el drama político y cultural de la mediterraneidad boliviana como un obstáculo para la integración económica de América Latina.
En el acto de inauguración del Congreso Bolivariano de los Pueblos, celebrado la semana pasada en Caracas, el periodista Manuel Cabieses, otro chileno universal, supo rescatar la dignidad del pueblo chileno. Con palabras embargadas por la emoción, pero firmes, Cabieses dijo ante Chávez:
"Sepa usted, señor presidente, que somos muchos los chilenos que también soñamos, algún día, con bañarnos en playas bolivianas".
El que más aplaudió fue un invitado de honor: el niño Pedro Leonardo Gutiérrez, nacido hace siete años en la ciudad boliviana de Sucre. Para Pedro fue un día especial: vio por primera vez y se bañó en el mar. El mar de Venezuela. Un mar bolivariano.

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"La Segunda" - 26 de diciembre de 2003
La Mediterraneidad desde Chile

Jorge Edwards

Escritor chileno, ganador del Premio Cervantes de Literatura.
Nos dicen que debemos opinar sobre la salida al mar de Bolivia con responsabilidad. Estoy de acuerdo. Debemos opinar sobre Bolivia y sobre todas las cosas de este mundo con reflexión, con estudio de los antecedentes, con visión de las consecuencias. Opinemos, pues, con la mayor responsabilidad posible sobre Bolivia y Argentina, sobre Irak e Irán, sobre Chechenia, sobre el cine contemporáneo, sobre la literatura de G. W. Sebald y la de J. M. Coetzee. Nos dicen en seguida, con definitiva seriedad, con todo el peso de la ley a favor: no hay controversia con Bolivia. El tema fue resuelto por medio de tratados libremente aceptados y firmados, hace ya alrededor de un siglo, y no hay más vueltas que darle. Pero ocurre que hay un país entero, vecino nuestro, limítrofe con nosotros, que clama, que protesta, que no tiene relaciones diplomáticas normales con Chile, fenómeno, desde luego, altamente anormal, y que consigue apoyos internacionales cada día más fuertes, visibles, variados.
¿No hay controversia? No hay, en apariencia, en la letra de los tratados, controversia jurídica, diplomática, pero en los hechos sí la hay, y grave, de fondo. La diplomacia brasileña es y siempre ha sido la más profesional, la mejor preparada de América Latina. Viene el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, el señor Celso Amorim, y nos declara, en resumidas cuentas, que tenemos toda la razón, que el problema entre Chile y Bolivia es bilateral, pero que "no deja de tener repercusiones regionales en Sudamérica y que por eso nos interesa a todos". ¿Han leído ustedes con atención, han entendido lo que nos quiso decir, con el lenguaje refinado de Itamaraty, el diplomático brasileño? El problema es bilateral, sí señores, pero interesa y preocupa a toda la región, a todo un continente, y tiene, por lo tanto, aunque no queramos admitirlo, aunque no nos guste, un aspecto multilateral. Kofi Annan, el secretario general de las Naciones Unidas, dice una cosa, y nosotros corremos a desmentirlo, a explicarle, a pedirle que no se meta en los asuntos nuestros. Jimmy Carter dice otra y volvemos a ponernos nerviosos, sumamente nerviosos.
Yo, por mi lado, me hago preguntas: me permito dudar de la solidez, de la sensatez, de la seguridad casi dogmática de nuestra posición. Se habla desde hace un tiempo del aislamiento internacional de Chile, se especula, se atribuye todo a una especie de envidia. También me permito dudar. Creo que es otra falta de perspectiva. No tenemos tanto éxito como nosotros mismos nos imaginamos y no provocamos tanta envidia en nuestros vecinos. Provocamos, eso sí, una frecuente irritación, y eso debido a una mezcla de ingenuidad, de farsantería, de falta de tacto. ¿Han comparado ustedes, por ejemplo, aunque sólo sea por afición, por espíritu deportivo, nuestro ingreso por habitante, nuestros niveles de educación, nuestros índices de comprensión de lectura, nuestros porcentajes de distribución de la riqueza y nuestros indicadores de extrema pobreza, con los del mundo desarrollado? Hemos progresado algo, hay que admitirlo, pero es poco, y queda mucho por hacer en todos los terrenos.
He escrito muchas veces sobre el tema boliviano. Me ha preocupado siempre y considero que existe en nuestras relaciones con Bolivia un conflicto esencial, muy mal resuelto por Chile, por el Perú, ya que ha sido parte aunque no haya querido serlo, y hasta por los propios bolivianos. El Cono Sur latinoamericano podría constituir un espacio geográfico de relaciones ejemplares, de desarrollo, de solidaridad regional, de estabilidad, y no consigue serlo. Reducir esto a una cuestión de tratados, de fórmulas, de viejas prácticas diplomáticas, es una argucia o una irremediable limitación. Podemos firmar convenios comerciales con medio mundo, y esto, desde luego, merece aplauso, pero tenemos aquí, en nuestras fronteras, a la vista de todos, un problema que salta a la vista y que puede no ser jurídico, pero que sí es político, humano, histórico, de cultura. En este aspecto, la vieja diplomacia chilena fue mucho más efectiva, más informada, más abierta en el momento de buscar soluciones imaginativas. El asunto de las exportaciones de gas natural fue llevado por los bolivianos con evidente torpeza, con desatada demagogia, con desprecio de los mecanismos democráticos que habían llevado a la presidencia de Bolivia a Gonzalo Sánchez de Lozada, pero la intervención nuestra en el caso fue siempre tibia, poco segura. Ahora nos reprochan en Bolivia no haber defendido nuestro punto de vista con más energía, con argumentos más vigorosos, y es probable que no les falte razón. Pero ocurre que nosotros, frente a esas controversias que no son, como se nos asegura, verdaderas controversias, tenemos posiciones endebles, incómodas. Nos escudamos detrás de letras, de papeles, de protocolos, de palabras altisonantes. Y creemos que son escudos muy impresionantes, pero en realidad, en el mundo contemporáneo, están muy lejos de serlo.
Un hecho evidente, que a nosotros nos ha tocado de cerca, es el completo cambio de foco del sentido jurídico internacional en los últimos tiempos. Los diplomáticos del Chile de hoy deberían estudiar este punto a fondo, con la máxima seriedad. El principio de no intervención, para citar un concepto clásico, tiene mucho menos fuerza hoy que hace, digamos, 50 ó 60 años. Se observa, por el contrario, y por razones que no son en absoluto menores, un crecimiento sostenido, coherente, de una conciencia universal, de una opinión pública mundial, que tiende, precisamente, a intervenir en todas partes. La detención del general Pinochet en Londres fue una manifestación evidente de todo este proceso. Era una ruptura flagrante de las normas tradicionales, territoriales, del derecho penal, pero obedecía a un sentimiento claro de la conciencia ética de estos días. La única respuesta sólida, convincente a nivel extraterritorial, consistía en sostener que el juicio era posible en Chile. Así se actuó, con ese criterio, y la verdad es que la justicia chilena avanzó más de algo en materias de derechos humanos, aun cuando estuvo lejos de llegar hasta donde podría haber llegado. Pero sólo recuerdo el caso para referirme a la notoria universalización del pensamiento ético, filosófico, político de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Ya no es posible escudarse en la territorialidad de la legislación penal o en el carácter exclusivamente bilateral de algunas relaciones entre Estados, cuando son asuntos que pueden inquietar a toda una región y que afectan a cierta conciencia universal contemporánea.
Cuando se trata de relaciones entre un Estado más fuerte y otro más débil, el asunto se vuelve todavía más sensible. Nosotros podemos hacer campañas de información de todo orden, pero no hay que ser adivino para suponer que el tema de la mediterraneidad de Bolivia va a seguir adquiriendo presencia en los escenarios regionales y quizá más allá de ellos. No podemos elaborar una política exterior sólida sin tener en cuenta este proceso, esto que podríamos definir como un nuevo dinamismo de las presiones externas de toda especie.
En 1975, a partir de las conversaciones entre los generales Banzer y Pinochet, se llegó a estar cerca de una solución aceptable. Es probable que el Gobierno chileno de entonces actuara presionado por las posibilidades de conflicto bélico con Argentina y quisiera cubrirse las espaldas. En cualquier caso y por los motivos que sea hubo propuestas concretas y se avanzó en las negociaciones. Sin tener información desde adentro, llegué a la conclusión de que la actitud del gobierno militar peruano impidió llegar a un acuerdo. La llamada Revolución Militar estaba lanzada en un plan de reconquista de los territorios del norte de Chile antes del centenario de la Guerra del Pacífico, esto es, antes de 1979. Ahora la situación política de la región ha mejorado en forma notoria. En democracia, sin regímenes militares, sería posible replantear esos acuerdos que en 1975 quedaron a mitad de camino. Sabemos que antes de la caída de Sánchez de Lozada había conversaciones bilaterales con Bolivia y suponemos que había algún convenio global en ciernes. Ahora, después del fracaso doloroso, lamentable, además de tonto, de las negociaciones sobre el gas natural, me parece que todo este conflicto de Chile y Bolivia, resuelto en el papel, pero en la realidad verdadero nudo gordiano del Cono Sur del continente, debe encararse con imaginación, con visión de largo plazo, con generosidad.
Uno siente al escribir sobre estas cosas el peso de una autocensura difusa, no explícita, pero se podría citar una larga lista de opiniones chilenas que ya son clásicas y que no participan para nada del formalismo de nuestros argumentos actuales. El presidente Domingo Santa María declaraba ya en 1880: "No olvidemos que no podemos ahogar a Bolivia". Vicente Huidobro, el gran poeta de Altazor y de Temblor de cielo, escribió en 1938: "Es curioso cómo los hombres se alarman por cualquier cosa. Bolivia pide un puerto. ¿Hay algo más lógico?" Podríamos multiplicar las citas. Se podría sostener que personajes como Vicente Huidobro o Carlos Vicuña Fuentes, el autor de La tiranía en Chile, eran disidentes, pero nunca se podría decir lo mismo de Domingo Santa María o de Luis Barros Borgoño, quien sostenía algo parecido en 1892. Un Cono Sur integrado, modernizado, estable en la democracia política, con proyectos económicos del estilo del que implicaba la exportación del gas boliviano por puertos chilenos, sería un foco de desarrollo extraordinario, un punto de atracción notable para las inversiones extranjeras.
¿O estoy soñando, o estoy pensando sin la responsabilidad que me exigen las autoridades competentes?

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Granvalparaiso.cl - 26 de enero de 2004
Por la razón de la fuerza

Paul Walder

La historia oficial es una historia sesgada. Nuestra memoria, fragmentada y por cierto adulterada, es tratada como un mito funcional, un molde seriado de identidades. Un mito necesario introducido a la fuerza desde la educación pre-básica, reforzado en la familia y vigilado hacia la adultez. Como si ser chileno, el ser nacional, fuese una condición tan débil e inestable que cualquier reflexión la hiciera tambalear.
La violencia cruza la historia nacional y es también piedra angular de la patria, en tanto el discurso patriótico se sustenta en la violencia. Este fue el lenguaje de Ricardo Lagos en México, un idioma con el que se ha edificado el Estado chileno y que trascendía el habla del presidente. No era necesariamente Lagos quien discurseaba en Monterrey, era el Estado de Chile, acaso el Ejército, con certeza la oligarquía que cruza nuestra malograda historia.
El discurso de Monterrey, que no es necesariamente –repetimos- el habla de Lagos, es un discurso contradictorio, distorsionado. La publicitada modernidad económica chilena se estrelló con las bases de una nación decimonónica y violenta, dicotomía exhibida hacia toda la región que está presente en todos nuestros actos de la política doméstica.
Lagos habló del mismo modo que lo hace cada día nuestra oligarquía, la que impulsa el neoliberalismo más desatado, mientras permanece amarrada a los ritos más conservadores.
El neoliberalismo convive en Chile con prácticas feudales. Si ya somos súbditos de Estados Unidos, tal vez el país más violento del mundo, hemos también reproducido estos genes. Sin embargo, hemos dejado estupefacta a toda la región. Como si la amenaza fuese hoy en día una virtud, como si el discurso violento pudiera lograr ventajas.
¿Cuál es el mérito cuando se amedrenta al país más pobre de Sudamérica? El nuevo rico lo que ha hecho es demostrar su pavor ante los más pobres. El gobierno chileno no quiere hablar del pasado; sin embargo, se aferra como nadie a un evento pasado, la Guerra del Pacífico. Y lo invoca como quien alude a designios divinos, míticos, o, acaso, a las fuerzas de la naturaleza. El discurso chileno expresa una cerrazón total, que expone, por cierto, la debilidad argumental, el temor, la obcecada ceguera. Negarse a una abierta discusión sobre la mediterraneidad boliviana es reconocer implícitamente una distorsión de la historia y es también expresar un atávico temor nacional. Al síndrome boliviano de la mediterraneidad, del encierro, los chilenos oponemos el síndrome de la insularidad, del rincón. Nos reconocemos como la última frontera regional (y tal vez mundial), "la que se cae del mapa", motivo por el que cada centímetro de tierra es como una necesaria boya.
Pero también, centímetros más o centímetros de tierra menos, hay factores de moldeado cultural.
No mirar hacia Bolivia es una actitud racista. Es la misma actitud que la oligarquía chilena, que ha extendido su cerrazón ideológica hacia las otras clases a lo largo de nuestra historia, ha tenido durante siglos con el pueblo mapuche. Es una etnia que no se ve, a la que se margina y olvida. El mapuche pasa a ser una extraña entidad, por cierto que una cultura recóndita y exótica, alejada y bien segregada de lo que se entiende como lo chileno. ¿Y qué es lo chileno? ¿Lo ibérico, lo ario, lo británico, lo francés y hoy también norteamericano? Lo chileno, respondemos, es la hibridez, el mestizaje, es lo mapuche enraizado en prácticamente toda la población. Ser chileno es reconocerse –tan simple como mirarse en un espejo- en esta historia de mixturas étnicas y culturales.
La política exterior chilena está perdida. Por un lado se jacta de sus éxitos económicos; por otro, da la espalda y desprecia a sus vecinos. Chile, en lo que ha sido una práctica de la política contemporánea, olvida, vacía la memoria. Como si no pensar e invocar a viejos mitos fuese una solución ante una comunidad reflexiva y lúcida. El discurso chileno en Monterrey fue elaborado esta vez no para elogiar al Banco Mundial y al FMI, sino al Ejército y a la oligarquía nacionales. Un discurso de un gobierno oportunista: neoliberal con los neoliberales y conservador, como el que más, para los conservadores.

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Rebelión - 30 de diciembre de 2003
La historia favorece petición de Bolivia

Hernán Uribe
Periodista y escritor chileno

En 1879 Chile tenía una superficie de 576 mil kilómetros cuadrados, pero en la mal llamada Guerra del Pacífico que se inició ese año y finalizó en 1883 creció al apoderarse de l80.000 km2 pertenecientes a Bolivia y Perú. Este último perdió las extensas provincias de Tarapacá y Arica y el primero la de Antofagasta cuyo territorio limitaba con el mar Pacífico.
Esa guerra de conquista propiciada por una pujante y agresiva burguesía chilena y que contó con el respaldo económico de Inglaterra, potencia imperial de la época, es la causa primaria del enclaustramiento boliviano, cuya reivindicación marítima se renueva en estos días finales de 2003.
Algo que pasa, del sofisma al cinismo, es el "argumento" invocado, entre otros, por Augusto Pinochet, de que Bolivia nunca tuvo mar. Hechos históricos, léase confirmados, contradicen de plano tal planteamiento. Bolivia se independizó en 1825 y en 1829 el presidente Andrés Santa Cruz fundó la provincia de Antofagasta y en seguida la ciudad-puerto del mismo nombre.
Hasta la mencionada guerra, Chile limitaba al norte con Bolivia, aunque es verdad que, desierto de Atacama (l32.000 km2) de por medio, las fronteras eran imprecisas y es por ello que en l866 se firma entre ambos países un tratado de límites por el cual Chile reconoce la soberanía boliviana en la región de Antofagasta y se fija el límite septentrional (para Chile) en el paralelo 24.
El conflicto que estalló un siglo y cuarto atrás, debió, en puridad, llamarse Guerra del Salitre y del Guano (estiércol de aves) ya que fueron empresas chilenas las que comenzaron la explotación de ambos productos(apreciados fertilizantes) en territorios bolivianos y peruanos. Fue la imposición de impuestos y el peligro de una expropiación de las industrias chilenas, lo que desató realmente las acciones bélicas.
Se trató, entonces, de un ataque invasor que en Chile se convertiría, por obra y gracia de la propaganda, en una "guerra patriótica". ¿Por que ese calificativo? Que los soldados chilenos pelearon con bravura es una verdad, pero también es cierto que lo hicieron- sin quererlo- para defender los intereses de los multimillonarios de la época.
Al margen de que Chile incrementó su territorio, el gran beneficiado con la explotación del nitrato de sodio(salitre) fue el imperialismo inglés. Después de la guerra, los capitalistas británicos compraron depreciados bonos emitidos por el gobierno de Perú y adquirieron así nuevos yacimientos. John Thomas North fue motejado como el "rey del salitre", y lo era, ya que en l886 controlaba el 70 por ciento de esa riqueza teóricamente ahora chilena.
La guerra comenzó el l4 de febrero de 1879 precisamente en territorio boliviano y con la ocupación de Antofagasta por tropas chilenas trasladadas por vía marítima. Tan pronto como en l880 se firmó entre Bolivia y Chile un Tratado de Tregua y en 1904 el denominado Tratado de paz, por el cual Chile se quedó con la provincia de Antofagasta y Bolivia perdió su litoral. Es claro que, vencida, esa cláusula le fue impuesta con el poderoso argumento de las armas, Santiago Carrillo dixit. Chile pudo de esa manera limitar al Norte con el Perú y en eso fue previsor pues Lima jamás ha renunciado a la eventualidad de recuperar los que fueron sus territorios sureños.
Esos son los factores históricos que le dan poderosa fuerza moral a Bolivia para deshacer algo que se impuso por la fuerza. Mas, tampoco se puede satanizar a Chile si rememoramos que en la segunda mitad del siglo XIX la mayoría de las naciones europeas tenía colonias en todos los continentes luego de haber agredido y ocupado a centenares de naciones sin ninguna justificación ética, como no fuera la falsedad mayor de "civilizar" y cristanizar.
Es asimismo el tiempo en que Estados Unidos se ha apoderado de la mitad del territorio de México restándole nada menos que dos millones de km2. La guerra era admitida como un método normal y apropiarse de lo ajeno regía en aquella suerte de desorden internacional. En Shangay, China, ocho naciones habían construido instalaciones en el puerto y en la entrada del recinto habían colocado un letrero ominoso: "Prohibido el ingreso de chinos y perros"...Todo aquello era practicado por naciones que se decían "democráticas" y los nacientes países latinoamericanos procuraban imitarlas.
Cerca del fin de año aún permanece en los medios políticos y periodísticos chilenos la tempestad que desató en noviembre pasado el presidente venezolano Hugo Chávez cuando dijo "sueño con bañarme en una playa de Bolivia", frase de corte metafórico que fue un claro respaldo a la reivindicación boliviana de recuperar su litoral en el Pacífico.
Como Chávez habló en la Cumbre Iberoamericana efectuada en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra y en presencia del presidente chileno Ricardo Lagos, el gobierno de este último, se molestó de tal manera que llamó a su embajador en Caracas e insinuó hasta un congelamiento de las relaciones diplomáticas.
Chávez, empero, mantuvo la calma y en diciembre en su programa radial "Aló Presidente", proclamó en dos ocasiones que Chile le quitó el mar a Bolivia mediante una guerra. "Bolivia tuvo mar y tiene derecho al mar y Chile no debe desfigurar una verdad histórica", afirmó.
Después de Chávez, la demanda boliviana ha recibido el respaldo del ex presidente yanqui Jimmy Carter, del propio secretario general de la ONU, Kofi Annan y del canciller de Brasil, Celso Amorim quien adujo que si bien es un problema bilateral, lo es también de interés regional. "Preocupa avance boliviano. Bolivia y Venezuela complican a canciller" escribe el 24 de diciembre el diario chileno "El Mercurio", el cual reconoce que la tesis oficial de Santiago de que "no hay problemas pendientes con Bolivia" se está desmoronando.
Aunque tozuda, la postura chilena es de extrema debilidad y por ello teme a que el problema se internacionalice, sobre todo en una etapa como la actual en que Chile es observado como un país que sólo mira hacia Estados Unidos y Europa y abandona cualquier esfuerzo integracionista regional. No se olvida la cancillería chilena que hay antecedentes favorables a Bolivia. En 1979 -al cumplirse el centenario de la guerra- la Organización de Estados Americanos (OEA) respaldó la salida al mar por 25 votos a favor y en contra el solitario de Chile. En 1983, los cancilleres del Movimientos de los No Alineados apoyaron, de nuevo, sin vacilaciones la petición de La Paz.
Como es sabido, las relaciones diplomáticas entre Santiago y La Paz están rotas desde 1962 (con una reanudación breve durante las dictaduras de Pinochet y Banzer), pero ello es sólo una de las secuelas de la Guerra del Salitre, ya que son frecuentes los conflictos con Perú, incluidos los espionajes mutuos.
El anuncio de una alianza estratégica entre Brasil y Argentina es ahora, en vísperas del 2004 , un golpe sin defensa por parte de Chile, que emerge como un recalcitrante "yes man" de Washington en un periodo en que se constatan relevantes cambios políticos en la geografía del subcontinente latinoamericano.

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Granvalparaíso.cl – 19 de enero de 2004
Evo Morales y el mar boliviano

Alejandro Navarro
Diputado PS de Chile

Categórico repudio merece el portazo que se le dio en Chile al diputado boliviano Evo Morales, utilizándolo como chivo expiatorio para eludir el tema de fondo, que son nuestras relaciones con el país vecino, en el contexto latinoamericano y de cara al futuro. Tal portazo resulta aún más incomprensible después de que Evo aclarara la tergiversación de sus declaraciones que le hicieron admitiendo la posibilidad de una guerra con Chile y manifestara su apoyo a la propuesta del Presidente Lagos de reanudar, inmediatamente, las relaciones diplomáticas entre ambos países.
No deja de llamar la atención que frente a temas que requieren una visión de Estado del siglo 21, aparezcan entre nosotros voces que hablan de Patria a diestra y siniestra, queriendo adueñarse de ella. En este caso, se ha desatado una suerte de esquizofrenia en algunos sectores políticos para negarse a dialogar con Evo Morales y, adicionalmente, descalificar y estigmatizar a priori a quienes hacemos del diálogo una de las fuentes de nuestros principios y de nuestra práctica política.
El problema pareciera ser -aunque me resisto a asumirlo- que Evo Morales es aimará, tiene la tez morena y los cabellos duros. Tal vez si fuera descendiente de español o europeo, tuviera la piel blanca y el pelo castaño o rubio, seguramente si habrían aceptado el diálogo e, incluso, lo habrían defendido. Claro ejemplo de este tipo de discriminación y de doble discurso, es el caso del Paul Schaffer, de la Colonia Dignidad. Ninguna de las patrióticas voces que hoy se alzan contra Evo se levantó para denunciar al siniestro pedófilo germano.
Otro argumento en el mismo sentido es que en nuestro país se llama terroristas a los lonkos mapuches acusados y condenados a cinco años de cárcel, luego de repetir el juicio que los había absuelto, sobre la base de testimonios y pruebas dudosas. Pareciera ser que se quiere establecer como precedente que todos los indígenas, sean chilenos o extranjeros, son merecedores de los peores descalificativos, por el sólo hecho de serlo. Lamentablemente, pareciera que este virus de la intolerancia y de rechazo al diálogo -peor que la neumonía asiática y la ‘fiebre de los pollos’- también ha ‘contagiado’ a los sectores y representantes del llamado sector progresista de la política chilena, enfermándola de los mismos defectos que rechazamos -o rechazábamos- en los sectores conservadores de nuestra sociedad.
¿Dónde está la lucha por el latino americanismo del PS, representada por el hacha sobre el mapa de Sudamérica en su bandera?.
Respecto de la invocación de la sangre derramada en la guerra contra Bolivia, como argumento para rechazar cualquier diálogo con Bolivia, cabe señalar que los mismos que se llenan la boca con el heroísmo de aquellos patriotas, olvidan mencionar que todos murieron pobres y olvidados, que de su legado y testimonio hoy nadie se acuerda. Cuando uno ve el mausoleo a estos héroes en Iquique, pareciera que la Patria, la sangre y el heroísmo sólo sirvieron para resolver un problema de política coyuntural.
Aunque la propuesta del Presidente Lagos en Monterrey, en el sentido de ofrecer reanudación de relaciones diplomáticas, aquí ahora, es un paso concreto hacia una nueva dimensión en los vínculos entre ambos países, cada día se hace más difícil negar la existencia de un conflicto. A pesar de que Chile no cesa de precisar que se trata de un tema bilateral, tiene que pasarse dando explicaciones al resto de los países del continente.
La negación del conflicto es el peor error de la diplomacia chilena. El problema de Chile entre Chile y Bolivia no es Evo Morales, ya que él sólo es el reflejo de la historia entre ambos pueblos: los niños bolivianos crecen reivindicando un mar ‘arrebatado’ por la fuerza, y los niños chilenos se educan sobre una historia de guerra y de muerte victoriosa.
Los problemas con los países vecinos no se pueden ni se deben obviar. No podemos caer en la misma actitud de quienes juzgaron a Galileo, queriendo imponer una verdad que no era. Negar el conflicto no es una política estratégica. Chile se ha dedicado -y está bien- a hacer buenos negocios. Es la hora de tener, también, más y mejores relaciones diplomáticas.
Mantener relaciones económicas sólo con los países del Mercosur no es suficiente. Además de la materialización de un tratado de libre comercio con el país vecino, Chile debiera adoptar otras medidas que demostraran buena voluntad, como nombrar a un Cónsul General en Bolivia que equipare al que Bolivia nombró en nuestro país, cargo que ocupa el ex Canciller Víctor Ricco.
Chile debe ser consecuente con su discurso y no hacer el juego a las pretensiones electorales ni de Morales ni de Mesa -que sólo potencia el discurso duro-, porque nuestras relaciones internacionales están por sobre eso. Nos guste o no, Evo Morales es un líder agricultor e indígena que representa un sentimiento y una sensibilidad boliviana. Dialogar no nos obliga a nada y, por el contrario nos permite mantener una política de puertas abiertas con quien, eventualmente, puede llegar a ser Presidente del vecino país.
Abrigo la esperanza de que más allá de esta serie de desafortunados desencuentros diplomáticos, chilenos y bolivianos podamos encontrar puntos de trabajo e interés común. Uno de ellos, sin duda, será el de las comunidades indígenas y los pueblos originarios, que confío puedan llegar a convertirse en un punto de integración, especialmente en la macro región andina que, por cierto, involucra de muchas formas a la zona norte de Chile.
Confío en que el gobierno del Presidente Lagos seguirá asumiendo la tarea de defender a Chile, pero también la de liderar Latinoamérica, teniendo iniciativa política y diplomática ante nuestros vecinos. Igualmente, espero que el PS asuma, con lealtad para con el gobierno de Lagos, pero también con libertad, el diálogo con todos los sectores y líderes progresistas del continente.
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selección de textos: augusto alvarado

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buenos aires – argentina