La Fogata con las Madres
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Editorial del
programa del 27-01-05
Es el tiempo de la resurrección política de no pocos cadáveres del PJ. Juan José Alvarez, el fusilador de piqueteros, retorna a la primera línea institucional como inspector, no de zócalos precisamente. El decaído Aníbal Ibarra tuvo la peregrina idea de apuntalar su gestión confiando en Alvarez la seguridad ciudadana, nada menos. Herido en su credibilidad pública ante la inoperancia estatal demostrada en la masacre de Cromañón, el ex fiscal procura recobrar fuerza nombrando a un comisario político del riñón duhaldista. No deja de ser sintomático que el flamante Código Contravencional, tan intolerante y restrictivo él, entre en vigencia justo unos días después de la asunción de Alvarez. Como si una ley no escrita del Código dispusiera el nombramiento de un experimentado represor que vigile su cumplimiento, y si no, no.
Tras su entrada triunfal y una vez agotado el efecto mediático de sus primeras medidas de altísima exposición, el sacador de papas Juanjo Alvarez confiesa, muy suelto de lengua, estar atravesando un "problema moral", porque él fue elegido para ser diputado provincial, pero actualmente se encuentra en uso de licencia en su cargo electivo para poder ejercer esta otra función gubernamental. Acaso se sienta turbado por la posibilidad de estar traicionando el mandato de quienes lo votaron... Singular es la moral de Juan José Alvarez: con rigor ético se objeta a sí mismo las condiciones que rodean su nombramiento capitalino, pero no se impugna ni un poquito por continuar en la función pública tras su escandalosa participación en la matanza de la Estación Avellaneda, aquel frío 26 de junio de 2002. Debiera estar en la cárcel y, sin embargo, asume puntillosamente el rol de interventor y ordena clausurar hoteles y restaurantes. Paradojas de la flaca democracia argentina.
Peor: si la gestión de Alvarez al frente de la Secretaría de Seguridad porteña prospera y resulta exitosa, es decir: si no mueren otros 191 jóvenes en un recital, ya se baraja su nombre para reemplazar a Horacio Rosatti en la cartera de Justicia y Derechos Humanos. Juan José Alvarez: de comisario a Ministro, como López Rega.
Su carrera contra el tiempo, la ética y la moral es fascinante y vertiginosa, como la de Adolfo Rodríguez Saá, que pasó de ser el Presidente del Default a aliado del gran alumno-oreja del FMI y Estados Unidos, Carlos Menem. Mientras el pueblo de San Luis se desangra de hambre y en marchas que recorren la capital de punta a punta contra la tiranía feudal que lo sojuzga, el presidente por una semana se junta con el que fue presidente por una década y juntos trazan una alianza política amenazante y pavorosa. Aunque no menos pavorosa y amenazante que la larga sombra del capo Eduardo Duhalde extendiéndose sobre los ensayos populares del gobierno nacional. Las Madres ya lo dijeron, presidente Kirchner: se puede gobernar junto al opositor, pero no con el enemigo. Y Duhalde lo es.
Y después dice el diario Clarín que dentro de diez años podría ocurrir una catástrofe si sigue recalentándose el planeta. Como si los polos se derritieran porque sí; como si el capitalismo no tuviera nada que ver en el uso desinhibido de componentes tóxicos que alteran criminalmente el equilibrio biológico; como si detener la agresión al ecosistema planetario no implicara una Revolución política que todo lo cambie de una vez; como si las grandes cantidades de muertes todas juntas ocurrieran por el solo efecto de la naturaleza o la mala suerte, el tsunami o la bengala, y no por el sistema económico y social que condena al hambre, la miseria y la asfixia de la marginación a las tres cuartas partes de la humanidad. En otras palabras: más que de un problema moral o de la naturaleza, señor Alvarez y señores redactores del diario Clarín, se trata del capitalismo, esa relación social agotada históricamente, vencida como yogur del mes pasado, que precisa de una moralidad fayuta, corrompida y viciada para proseguir con sus negocios turbios con la muerte. Pero de eso nadie dice nada.