La Fogata con las Madres
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Editorial de
¡Ni un paso atrás! Programa del 1º-09-05
"Volver a dar nombre a un cuerpo es también en algún sentido recuperar su vida, su historia", dice uno de los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense. Se refiere a la identificación de los restos óseos de la monja francesa Léonie Duquet, conocida recientemente. Pero, ¿cómo se recuperan la vida y la historia de todos aquellos que no fueron encontrados a la altura de sus últimas cenizas, de sus clavículas o cráneos? ¿Estarán condenados a la desaparición para siempre, física y también histórica, que es infinitamente peor? ¿Recuperarlos es volverlos como muertos, como materia que no anda más, como pedacitos o migas de lo que alguna vez fue un cuerpo vital y lleno de proyectos y que hoy se encuentra esparcido en la tierra? ¿No se parece mucho a una derrota reencontrarlos así?
Así como se judicializa la protesta; así como se llena de tecnócratas la economía política; así como se digitalizan la carta, el abrazo y la comunicación, también se corre el riesgo de antropologizar forensemente los años de la dictadura. Y eso sí que no. El olvido tiene rostros que sólo la memoria fértil descifra en la noche.
Son varios, en cambio, los que entienden que recuperar la vida y la historia de un militante político que fue desaparecido o muerto por la dictadura, significa exactamente al revés. Así piensan, por caso, las Madres de Plaza de Mayo. Ellas, con su pañuelo blanco, con su ternura infinita y, también, con su infranqueable dolor a cuestas, reivindican siempre la vida, los sueños, las pasiones, los pensamientos, en definitiva: el ejemplo de sus treinta mil hijos y de las tres Madres que fueron desaparecidas. Quieren dejar a los compañeros y compañeras allí donde cayeron, para recordarlos siempre vivos. Para las Madres, un ser humano nunca es un cuerpo, ni un nombre. Por el contrario, tiene complejidades que no logrará descifrar nunca un examen de ADN. Jamás.
Una víctima de la dictadura militar recupera su vida y su historia si quienes vienen generacional y temporalmente detrás de él, luchan por la sanción judicial de sus verdugos y continúan con la pelea política en la que esa víctima estuvo embarcada. Recuperar, recordar, reivindicar es levantar bien altas las banderas y no dejarlas que decaigan ni por un minuto. Hacer la revolución es aparecerlos otra vez.
La vida tiene multiplicidades que exceden largamente al cuerpo concreto y material de quien la lleva adentro. Hay razones históricas que hacen, que modelan, que tallan a una vida; hay un contexto político y social determinado que construye el destino no sólo de una vida particular sino de una generación entera. El asunto aquí no es recomponer al detalle la muerte de la monja francesa, sino cómo devolverles la vida y la historia a todos los que fueron desaparecidos y fusilados y debieron exiliarse o fueron puestos en prisión por su lucha por la revolución y el socialismo. Cómo reencontrar la vida y la historia de una clase social, la de los trabajadores, que fue sistemáticamente arrasada mediante la represión brutal sobre sus dirigentes sindicales, barriales, políticos y sociales más inmediatos, más cotidianos. De eso se trata.
Por lo demás, ¿por qué se muestra todo el tiempo el espanto? ¿Por qué la muerte tiene tanta propaganda y la rebeldía, poco o nada? La vida está cansada que todos los días se refieran a ella desde el lado del horror. Abrir las tumbas colectivas, desenterrar huesos, comparar sangre con fémur para archi verificar lo ya conocido, representa sacar a pasear la muerte por entre las hendijas de la memoria. Pero la memoria no puede tener olor a corona de velatorio; es preferible el verde yuyo de la libertad, crecido entre los bordes del cemento, a pura desobediencia y sedición. Aunque sea indócil y desprolijo y parezca maleza o matorral. Como la sed. Como la vida. Como la lucha. Como la rabia y el amor.