La Fogata con las Madres
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Editorial
de ¡Ni un paso atrás! Programa
del 14-07-05
El socialismo y la vida
La vida no cotiza en la Bolsa de Comercio. La vida sólo vale vida. Al menos así
es para los revolucionarios, para los hombres y las mujeres que luchan por
cambiar la vida, por volverla más humana. Para los capitalistas, en cambio, es
todo lo contrario. El capitalismo hace un culto de la muerte, con santuario y
todo, porque he ahí su riqueza, su poderío simbólico: la perdurable capacidad
de producir muerte. El capitalismo mata de hambre, mata de olvido, mata de
balas, mata de prepotencia, precisamente para que los señores y señoras que se
benefician de su sistema de organización social vivan pomposamente,
indiferentes a tanta muerte que crece como mugre a su alrededor. Muerte para
que se detenga la historia. Muerte para que nada cambie nunca. Muerte para
siempre jamás. Si no hubiera tanta muerte evitable no habría capitalismo.
El hallazgo de los restos de las tres Madres de Plaza de Mayo desaparecidas
durante la dictadura militar, en los albores del movimiento, tiene que ver con
la muerte. Pero resulta que esa muerte nada tiene que ver con las Madres de
Plaza de Mayo. La Asociación Madres de Plaza de Mayo creció hasta límites que
jamás imaginaron los asesinos que infiltraron la organización para aniquilarla,
allá por 1977. Las Madres crecieron hasta la vida. Devolvieron a sus hijos
desaparecidos a la lucha, a la lucha por la vida. Parieron vida al crear una
Universidad Popular y provocar la maravilla del conocimiento, el entendimiento
y la solidaridad. Aún hoy las Madres recuerdan y levantan al sol los bellos
rostros de Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Balestrino de Careaga, sus
queridas compañeras. Aún hoy se juran luchar siempre. Aún hoy están siempre
cumpliendo el penúltimo sueño, porque apenas lo están por concretar ya tienen
nuevos proyectos políticos en mente, que las están desvelando.
Dirán que con los huesitos de Esther, Azucena y Mary ahora sí se podrá intentar
la vía judicial para lograr la condena efectiva de sus asesinos. Pero siempre
habrá de necesitarse una decisión política en ese sentido. Sin disposición
gubernamental, con jueces de la dictadura que deben favores y ascensos a los
genocidas, la justicia sin peros es perfectamente improbable. La única justicia
para los pueblos es continuar sus luchas, profundizar sus rebeldías, celebrar
sus esperanzas. Y esa quimera, en el sur, se llama revolución. Revolución y
socialismo.
La revolución no es solamente el día bendito en que un pueblo cualquiera asalte
el gobierno de su país y tome el control formal del ejercicio del poder. Una
revolución, si es verdadera, comienza mucho antes de la estocada final y se
extiende por décadas, trastocando todas las relaciones sociales, la
cotidianeidad o vida de la totalidad de los actores mujeres y hombres que
intervienen en una realidad muy concreta y determinada por las coordenadas de
la historia. Reivindicar la vida en medio de tanta matanza; alzar alto el
ejemplo de la solidaridad a la altura de semejante mezquindad; socializar el
sufrimiento y el deseo y la ilusión y los fracasos y los logros y sentirse
parte de un colectivo tan amplio como un pueblo, una clase social, es
revolucionario.
Y ese es el socialismo que las Madres rescatan de cara a las nuevas
generaciones. “Nuestro pañuelo representa a todos los desaparecidos del
continente”, dicen las Madres ahora. “Si un hijo vuelve, ése será el hijo de
todas”, dijo Azucena Villaflor a sus compañeras algún tiempo antes de su
desaparición, marcándoles el camino a seguir durante el derrotero de la lucha.
Ese socialismo jamás podrá ser asociado a la muerte, a la paz de los
crematorios, a la tumba colectiva. El socialismo es el sueño más extraordinario
que existe sobre la Tierra. Es un sueño picante y ardiente y encantador. Un
sueño que abraza y conmueve. Lo injurian con mentiras y él aguanta. Lo picanean
en las comisarías y él resiste. Lo fusilan en el Puente Pueyrredón, en el
Comedor de La Boca, bajo los puentes de Bagdad, y él se levanta otra vez.
Acribillan a quienes luchan por él y él no se deja vencer nunca. Nunca. Tiene
el sí lleno de gente. Ama. Ama desesperadamente. Sabe bien a quién tiene que
odiar.