¿Quién
deforma la memoria?
Aparición con vida En el presente, la consigna "Aparición
con vida" sintetiza un conjunto de convicciones que renuevan un alto valor revulsivo.
Recuerda la vida, no la muerte. Y no admite identificar represión con
guerra o enfrentamientos.
INÉS VÁZQUEZ
"Lo que las madres originariamente tenían como fuerza de reclamo
es la pregunta sobre la muerte de sus hijos, una vez que en un comienzo reclamaban
la aparición. Justamente me parece una deformación de la memoria
cierto movimiento de algunas madres que dejaron de reivindicar al hijo casi
trágicamente, a lo Antígona, y empezaron a reivindicar las ideas
de los hijos. Se olvidaron que buscaban cuerpos y empezaron a querer sustituir
esos cuerpos con otros y olvidaron que lo importante es cada uno de los cuerpos
de los desaparecidos". (H. Schmucler, Página/12, 23/03/00, página
10).
Veintitrés años después de la ocupación histórica
de la Plaza de Mayo por parte de las Madres, un semiólogo de renombre,
con cátedra a cargo, exilio mexicano e hijo militante desaparecido por
la dictadura, defiende una memoria no deformada afirmando que, originalmente,
las Madres fundaban su reclamo en "la pregunta sobre la muerte de sus hijos".
Dos décadas largas no han alcanzado a Schmucler para reparar en que las
Madres siempre han reclamado por desaparecidos vivos. Ese deseo, entrelazado
creativamente a una práctica ético-política que nos dignifica
como pueblo, fue aportando formas de conciencia tales como aparición
con vida; con vida los llevaron, con vida los queremos; los desaparecidos, con
vida y libertad; ahora resulta indispensable aparición con vida y castigo
a los culpables. Nos gustaría saber, pues, desde qué semiología
entiende Schmucler que el fundamento de las Madres remite a la pregunta por
la muerte. Este interrogante corresponde a uno de los temas a debatir. Pero
además, Schmucler desliza que las MPM dejaron de reclamar la aparición,
separándose así de su originalidad. El estudioso de los signos
y su sentido haría bien en registrar esa inscripción fundante
–aparición con vida– en los pañuelos de las madres desviadas
(las que realizaron "cierto movimiento"). De hacerlo, comprobaría que
sigue siendo ésta una consigna central de la Asociación MPM, una
síntesis con diversos significados a través de la historia, pero
nunca, ninguno, el de "la pregunta por la muerte".
En un inicio, el reclamo en torno a los desaparecidos expresó la exigencia
por la libertad de los secuestrados y el respeto de su integridad (básicamente,
que no se los humillara en interrogatorios y condiciones de cautiverio inhumanos).
Más adelante, pero todavía en dictadura, significó precisamente
el rechazo a dar por muertos a los desaparecidos, cuando el discurso dominante
entre represores y cómplices (Balbín, por ejemplo) hacía
referencia a "la muerte en enfrentamientos", "la muerte a manos de sus propios
compañeros", la muerte.
Mientras ese discurso envolvía al país, muchos secuestrados permanecían
meses y años en centros clandestinos de detención, a merced de
los torturadores, y aún más y más personas eran raptadas,
en plena vida, sin dejar rastros.
Exactamente al revés de como lo postula Schmucler en el mismo reportaje,
con la desaparición forzada de personas la dictadura pretendió
negar la vida de los desaparecidos, y no sólo la muerte –bueno
es que repase este aspecto de la desaparición el semiólogo que
abomina de la memoria deforme–, pretendió negar que los tenía
vivos por el tiempo que se le ocurriese, a merced de lo que se le ocurriese.
La desaparición forzada de personas en nuestra cruenta experiencia histórica
y en sus lamentables reediciones latinoamericanas, africanas y asiáticas,
vale decir, como método de represión política, representa
la alienante situación de no vida y no muerte en simultáneo.
"Vos no estás ni vivo ni muerto", "estás chupada", "acá
no existís", frases con que los represores saturaban a los secuestrados
y secuestradas (que, como se sobrentiende, estaban vivos para oírlos)
en los campos de concentración argentinos. No vida para la sociedad de
la cual fueron arrancados y no muerte para sí y sus compañeros
de cautiverio hasta tanto los represores decidieran su traslado. La desaparición,
si hemos de entender su sentido profundo, a largo plazo, afirma esa ambivalencia,
ser y no ser al mismo tiempo, paradoja que atormentó a Hamlet,
y que opera ineludiblemente (ya que sólo ellos pueden contenerla) sobre
cuerpos vivos.
Un tercer significado puede rastrearse en la vigencia de aparición
con vida. Sabemos que las MPM socializaron el amor por sus hijos. Ellas,
las desviadas (anteriormente locas, desestabilizadoras), modificaron
subjetivamente su posición frente al hijo/a desaparecido/a. Ya no les
dolía solamente la falta del propio, sino la de todos. Para eso, tuvieron
que conectarse de manera muy íntima con la vida –no precisamente con
la muerte– de cada hijo e hija. Ahora bien, la vida de los desaparecidos, por
un riquísimo proceso de acumulación histórica, consistió
en una práctica de múltiples resonancias (rebelión cultural,
cambio en las relaciones de la vida cotidiana, lucha teórica, violencia
revolucionaria, transformación económica). Con su desaparición
y el terror sembrado en los que les sobrevivieron, esa vida pasó a ser
olvidada, renegada; en el mejor de los casos, conservada como un preciado y
oculto recuerdo. Las Madres, en tanto, habían iniciado otro camino, no
querían olvidar (por el contrario, necesitaban conocer todo lo que por
circunstancias de clandestinidad o de eventual incomprensión, se les
había escapado de la vida de sus hijos). Mucho menos querían renegar
de sus generosas actitudes, y en cuanto al recuerdo, lo admitían sí,
pero para ponerlo en práctica. Memoria fértil, retentiva
para la acción.
Con ese "cierto movimiento", que Schmucler define como "deforme", y otros juzgamos
vital para la reconstitución de una fuerza popular de oposición
al sistema capitalista, las Madres apuestan a que los desaparecidos no sólo
no sean muertos (por nosotros, para nosotros), sino que vibren vivos en cada
uno de nuestros cuerpos: aparición con vida en nuestras relaciones
sociales.
En el presente, esta consigna que como tal sintetiza un conjunto de convicciones,
renueva su alto valor revulsivo, ya que por su mismo contenido se opone a la
memoria monumentalista que recuerda la muerte por sobre vida de los desaparecidos
y, particularmente, por sobre la justicia que la sociedad les debe antes
que cualquier otro homenaje. Aparición con vida rechaza, por irreconocibles
política y humanamente, las bolsas de huesos que una estrategia meditada
de dispersión y reenvío permanente a la muerte les entrega a los
familiares. Del mismo modo, este reclamo de vida, insustituible, se niega a
realizar, en objetos de mercado, el cambio de los desaparecidos por dinero,
que el poder de la burguesía propone y la mayoría ha aceptado.
Pero ¿cuál es la vida de los desaparecidos que reclamamos ver aparecer?,
¿qué entendemos por cuerpos?, ¿de qué materialidad estamos
hablando?
En el registro que aquí nos interesa, al reclamarlos (y recordarlos)
vivos, el cuerpo evocado corresponde al de su acción concreta, músculos,
huesos, nervios, como diría Marx, pero atravesados por relaciones
sociales: Pensamientos tanto como huelgas, asambleas a la par que boletines
clandestinos, solidaridad junto a barricadas antidictatoriales. Todo esto (y
harto más) lo hicieron los cuerpos vivos de los compañeros. Lo
que importa, entonces, contrariamente a lo expresado por Schmucler, es recuperar
cada uno de los cuerpos vivos de los desaparecidos, que son los que las
clases dominantes mandaron aniquilar para que no siguieran viviendo ni generando
esa vida.
Y recuperarlos supone diálogo con ellos, discusión, reflexión,
y en ese intercambio, exponerse a no seguir siendo los mismos que antes; la
certeza de un aprendizaje, sea que coincidamos o no con sus diferentes puntos
de vista.
En cambio, el reclamo de los cuerpos defendido por Schmucler instala en la sociedad
que los desaparecidos son muertos; algo finalmente no tan distinto de
cualquier destino humano, incluso el trágico, "a lo Antígona",
de los asesinados, o más bien y para ser fieles a la tragedia griega,
de los caídos en combate como Polinice. Pero desaparecer representa
un crimen específico que, desde luego, no permite hablar de guerra
ni muerte en enfrentamientos y que tampoco se agota en el hecho dolorosísimo
del homicido. Correlativamente, al considerar "memoria deforme" la recuperación
de las ideas de aquellos vivientes, Schmucler les destina en forma deliberada,
el carácter de cadáveres políticos. Entiéndase
bien, carácter construido no con énfasis en políticos,
donde queden recuperadas sus luchas, por motivo de las cuales se los desapareció,
sino en cadáveres, donde lo que se resalta es el supuesto agotamiento
de esa experiencia histórica. Esos "cadáveres" envían señales
simultáneas respecto de lo que no se debe hacer (rebelarse, organizarse,
politizarse) tanto como de lo que ya no se puede realizar (aquellas ideas no
tan equivocadas frente la miseria circundante, pero viejas, superadas por el
implacable curso capitalista).
La expresión utilizada por Schmucler refiere a una terminología
judicial: recuperar el cuerpo. Ese es el registro en el que se coloca
para "recuperar" a los desaparecidos. Sin embargo, lo que se recupera en los
casos en que esto ha sucedido, son vestigios de lo que fuera un cuerpo y con
él, desde él, una vida. Mientras los familiares, amigos, compañeros
rinden un homenaje sentido a los restos hallados, a través de ellos,
el poder opresivo que sabe cómo reproducirse y lo hace siempre a costa
de sus dominados, promueve la conexión perenne con la muerte en función
horrorizante, desalentadora. La muerte como límite último (pero
que actúa primero) de la acción política.
Los cuerpos así entendidos y así recuperados no nos conflictúan,
no comprometen nuestra palabra en sus debates (truncos por la brutalidad de
los dictadores y no por su propio agotamiento argumental), tampoco intervienen
con sus pasos efectivamente dados en nuestras acciones de hoy. Los desaparecidos
así entendidos, así recuperados son maleables al punto de soportar
el homenaje de los cómplices viejos y nuevos del genocidio, son
enajenables al extremo de generar bonos que cotizan en bolsa a título
de sus ausencias políticamente forzadas.
Por eso, aparición con vida, a pleno, en la forma concreta y realizable
en que lo sostienen las MPM, constituye una acción formante (a favor
de la conciencia de lucha) y no deformante, como se alarma Schmucler.
Para quien, ante la pregunta de cómo evitar la repetición del
genocidio, responde "no sé". Y otra vez "no sé" –semiólogo,
padre de desaparecido– cuando se le pregunta cómo incide sobre la memoria
la falta de castigo a los responsables, las acciones de las MPM, no pueden sugerir
más que deformidad y desvío. Allá Schmucler y su memoria
normalizada. Con esa laya, ellas han abierto el camino en lo más cerrado
del terror dictatorial y lo siguen abriendo hoy, al rehuir la muerte política
de los luchadores y reivindicar sus ideales como tarea incesante, como aparición
con vida en nuestras vidas.