Lucha es paz
Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 10-10-02
¿V
iolencia sí o no? Esta es otra de las cuestiones que desde antaño se discute en el movimiento popular.
De esa discusión central y compleja, se disparan otras cuestiones no menos importantes: por ejemplo: ¿violencia cuándo y para qué? En cualquier caso, el planteo del problema siempre remite a otro asunto por demás medular: el poder.
¿Acaso pueden los pueblos lograr sus demandas de pan y trabajo, ocio y disfrute, libertad y bienestar, discutiendo más o menos "civilizadamente" entre comillas, con la clase que tiene el poder real y su representación formal en los cargos políticos?
¿No es preciso que para lograr esas reivindicaciones el pueblo tome el poder? ¿Alguien piensa que la burguesía va entregarlo dócilmente? ¿Por qué los pueblos tienen que aceptar mansamente la violencia del Estado capitalista armado hasta los dientes, vigilante hasta el detalle, prepotente hasta la mentira y la impunidad? En silencio, mirando con sus ojos de última vez, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki mucho aportan a la discusión.
Sin embargo, el statu quo de la realidad capitalista jamás se asume como violencia. Para el capital, la pobreza extrema, el hambre, la desocupación, son apenas "excesos" de la libertad de mercado. Que la burguesía cuente con ejército y policía, jueces y medios masivos de comunicación, leyes que sanciona y viola según su estricta conveniencia, nunca es sinónimo de violencia. Para la ideología de las clases poseedoras, violencia es sólo eso que hacen los pueblos cuando se salen del chaleco de fuerza republicano y liberal y se deciden a torcer efectivamente su miserable destino de olvido y explotación. Por el contrario, para los pueblos, "paz" es la lucha por la igualdad y la justicia, y "violencia" también es eso que sucede cuando un niño revuelve los tachos de basura para chupar una mandarina sin gajos, usada por otros antes.
Muchos son los hombres y las mujeres que han luchado en este continente hermoso y profundo por la utopía y la belleza del pueblo al poder. Algunos han optado por métodos violentos, como el Che. Otros por vías más pacíficas, como Salvador Allende o las mismísimas Madres de Plaza de Mayo. Todos y cada uno de ellos decidieron qué hacer según la coyuntura de su concreto tiempo histórico. Actuaron de acuerdo a sus experiencias y convicciones políticas. Ninguno fue más revolucionario por haber desarrollado una estrategia más violenta o arriesgada. A pesar de genocidios por hambre y de otros más sangrientos, la historia se sigue escribiendo cada día, todos los días. Que el poder de la burguesía lo vaya sabiendo: con o sin armas en la mano, con la honda poesía de la justicia y la libertad bajo el brazo, ningún pueblo renunciará nunca jamás a hacer la revolución para cambiar la vida, su vida.