Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 26-12-02
Está dicho: desde el 20 de diciembre del año pasado en adelante, todas las fiestas de fin de año, el espíritu navideño, los buenos augurios quedarán para siempre teñidos de otro ánimo: el de la rebeldía popular. Es una sentencia insumisa escrita en el techo del país con la sangre de los mejores hijos del pueblo.
A la hora de levantar las copas, ya nadie podrá dejar de recordar la gesta de las mujeres y hombres que aquel 19 y 20 de diciembre enfrentaron en las calles, armados con sus propios cuerpos y más nada, la violencia criminal de la policía, garante del Estado Terrorista, del hambre, de la riqueza para los poquitos patrones y la miseria para los muchos millones de pobres del país.
El solo recuerdo de aquellos días permitirá a cada una de las individualidades de nuestro pueblo comprender su dimensión social, esa condición formidable y maravillosa donde las singularidades humanas se multiplican por tantas otras, dando como resultado una construcción colectiva, de clase, sólo contrastable en luchas, en conciencia, en solidaridad.
Al descorchar las botellas de sidra, entenderemos que estamos vivos como pueblo debido a tantos muertos que los poderosos nos hicieron a contragolpe, por la espalda, de a traiciones. Que nuestra concreta libertad cuesta la injusta prisión que sufren nuestros compañeros presos políticos. Que la muerte diaria de los cien niños asesinados por la opulencia que mata de hambre, también es nuestra. Que la soledad de los tristes, los solos, los ofendidos por este sistema de oprobio e indignidad, es compartida por todos nosotros en la última telita, allá donde se juntan sueños y dolores, rabias y esperanzas de dar vuelta toda la realidad y usarla del revés.
No es mucho, pero es: desde el 19 y 20 de diciembre del año pasado nuestro yo particular se llenó de gente. En esas pequeñas grandes certidumbres selladas para siempre en la conciencia popular empolla sus huevos de fuego la revolución.