Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 30-10-2003
Veinte años y nada
"Con la democracia se come, se cura, se educa", repetía hasta el cansancio el ex presidente Alfonsín, antes de convertirse en el primer presidente de la post- dictadura.
A veinte años ni siquiera estos derechos elementales se cumplen en nuestro país.
La justicia prometida en relación con los crímenes de la dictadura, terminó desapareciendo con la sanción de las leyes y decretos de impunidad que fueran menester para la libertad de los genocidas.
La libertad de los genocidas "desató" la política económica de la dictadura que atravesó la democracia hasta nuestros días. La sumisión al FMI fue tan constante como la multiplicación de la deuda externa y su pago contante y sonante hasta la extenuación del país.
Menem fue el relevo radical en la década del noventa; hizo palidecer de envidia a Martínez de Hoz. Entregó todas las empresas energéticas y de comunicaciones a capitales privados nacionales e internacionales y destruyó el aparato productivo, salud, educación... etc., etc, "Relación carnal con el imperialismo".
No lo hizo solo, sino con la colaboración de la burocracia sindical, toda.
Los trabajadores lucharon solos, aislados, con la traición de sus dirigentes.
La segunda década infame fue peronista.
La mascarada hipócrita, brutal de la prosperidad de la clase media y alta durante el peronismo del noventa, sólo fue posible por el genocidio realizado por la dictadura militar.
La Alianza fue el epílogo sangriento del ciclo.
El libro político de los veinte años de democracia podría definirse en una sucesión de páginas plagadas de personajes que juntos conforman una alegoría de la hipocresía, el chantaje y la traición. Narcisos de la política que sólo dejaron de considerar sus intereses para cumplimentar las órdenes imperiales.
Nos han dejado todos los males de sus políticas de sumisión.
La impunidad concedida por Alfonsín y Menem nos dio milicos inmersos en el descontrol, la corrupción y el crimen.
"La justicia" convertida en recinto para los negocios de los poderosos y los propios.
Un abismo social separa a los que poseen hasta la obscenidad de los que no tienen nada.
El aniversario de la vuelta de la democracia encuentra al poder intentando restablecer un orden burgués creíble.
Lo incongruente de este intento es la dificultad originada en un contexto internacional de crisis y arcas nacionales exhaustas. La posición frente al Fondo, la política de privatizaciones, ALCA, etc.
Sin cambios estructurales la economía del país continuará siendo lo que es y tendrá su repercusión social.
El gobierno no es el resultado de un apoyo enfático de las grandes mayorías populares, es más bien un emergente de circunstancias a la que no es ajeno el colapso del país.
La rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 y su correlato, fueron un golpe muy duro para el sistema.
Pero puso también en evidencia la incapacidad de la izquierda al momento de imaginar políticas creíbles para una sociedad hija de su historia, que esperaba alternativas políticas para superar su desazón y desamparo.
La fragmentación popular, a pesar de toda esa movilización y energía, no pudo plasmar en unidad y dar dirección política a su reclamo.
Quién podría, más allá de los personalismos, egoísmos e inmadurez política, negar las consecuencias del genocidio, el tajo violento de la dictadura en estas carencias populares.
El discurso del poder se adapta como puede a esa realidad.
La apelación al bien común, no hace más que evidenciar la crisis social.
Pone en trazo grueso la necesidad de solucionar cuestiones elementales como el hambre y la desocupación, que son imposibles de negar, y al mismo tiempo pone en foco las decisiones económicas imprescindibles que no se toman.
De nada sirve imaginar reglas cada vez más estrictas para la protesta social legitimada por una realidad que incluso el propio discurso gubernamental admite.
Estos veinte años de democracia acabaron con casi todas las conquistas sociales y políticas alcanzadas por los trabajadores en más de un siglo de lucha permanente.
La dispersión de los partidos del sistema, ese fotomontaje donde todo se mezcla, se interpenetra, no es ajeno al derrumbe del país.
Las nuevas organizaciones populares y sus formas de lucha tienen detrás una corta historia, pero abrevan en la rica historia de la clase trabajadora.
Lo mejor de nuestro pueblo, soñador, sufrido y viviente, está allí con sus diferentes grados de conciencia y experiencia.
Nada para festejar por estos veinte años de democracia.
Sólo la conciencia dolorosa de que "la liberación de un hombre -como dice el Che- no es un acto único sino un proceso, hay que construir la libertad". El firme sentimiento del socialismo como una necesidad histórica absoluta nos pone frente a una lucha larga y dura, pero su búsqueda generará en el camino transformaciones auspiciosas.