Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 10-04-03
Mientras las bombas manchan de muerte el cielo y la tierra de Bagdad; a la hora en que los machos marines se equivocan a propósito y aplastan mercados llevándose entre las ruedas a niños y mujeres indomables aunque indefensos; en el mismo instante en que la barbarie imperialista entra por la ventana a los países del Tercer Mundo, las Madres de Plaza de Mayo se alzan como pantera cruza de tigre y torcaza, para defender el sueño socialista, el hondo deseo de la igualdad y la justicia entre las mujeres y los hombres libres.
En el sur, la ola beligerante y prepotente del imperio norteamericano rompe en la piedra dura de la rabia, la ternura y los ideales de las Madres de Plaza de Mayo, como sucedió en Venezuela hace exactamente un año, cuando el odio de clase de los fascistas y patrones tropezó con la increíble movilización popular que descendió de los cerros de Caracas.
El imperialismo continúa matando de hambre, con misiles, meta tiros, olvidos e impunidad, pero están las Madres. Los gobernantes locales aceptan comedidos las exigencias del amo yanqui, pero las Madres siguen la Plaza, su Plaza, concurridas para siempre por un pueblo de piqueteros y estudiantes, albañiles y trabajadores fabriles dueños de su producción, guerrilleros en Colombia, campesinos en Brasil, revolucionarios en Cuba, compañeros en toda América Latina.
Los capitalistas podrán mentir toneladas diarias de tinta y palabras, pero la palabra verdadera de las Madres ya está gritando detrás del horizonte. Los patrones seguirán poniéndoles precio a la vida, al conocimiento, mercadeando la información, pero ya no podrán desandar el camino recorrido por la conmovedora Universidad Popular de las Madres, que esta semana ha entregado los diplomas a sus primeros egresados.
Simbólicamente, una imagen poderosa, más contundente que cien libros, más clarividente que sacarle una foto a la verdad: una decena de Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos todos blancos, sentada de frente al público, tomando el compromiso a los estudiantes-compañeros que reciben sus certificados de aprobación de curso y los aceptan puño izquierdo en alto, en dirección del sol, respondiendo "sí, me comprometo" a la conmovedora pregunta: "Niño, ¿aceptáis comprometerte a continuar la lucha revolucionaria de nuestro pueblo?", entre otras fórmulas de juramento. Al final del acto, todos cantan La Internacional con el brazo izquierdo extendido, en paralelo al horizonte.
De la lectura minuciosa de los días de las Madres de Plaza de Mayo se desprende que la historia siempre les dará desquite a los pueblos. No hay derrota que dure mil años, precisamente porque la capacidad popular y la necesidad histórica de cambiar la vida no se extinguen, renovándose cada día, todos los días, en los bajo fondos de la gente digna, en ese último filo de la subjetividad adonde el pueblo resiste las injusticias y las miserias humanas y de las otras impuestas por el reparto indigno, perverso, de la riqueza. Pocos creían que el pueblo de Argentina iba a levantarse otra vez de entre las sobras o migas de la represión genocida, pero sucedió. Ahora las Madres, viejas pero firmes, les toman juramento a sus nuevos hijos, paridos por sus batallas duras aunque emocionantes. Por más que maten a nuestros compañeros en los puentes, nos pisen con ruedas de acero en los mercados, nos encierren, nos despidan, nos manden al exilio o al olvido, la revolución de nuestros pueblos ya no para más, como las Madres o este terco sol que siempre ha de salir al día siguiente y pasado mañana también.