Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 24/07/03
¿Dónde están los sueños que los desaparecidos dejaron prendidos en el horizonte del país? ¿Qué dicen o dictan con su boca de tormenta, todavía? ¿Hablan cantos? ¿No se cansan de soñar? ¿Se abren el costado izquierdo para darnos sangre valiente de tomar? ¿Quién los trajo hasta aquí? ¿A caballo del pespunte del pañuelo blanco vinieron? ¿Sus Madres? ¿En la Plaza de Mayo? ¿Un jueves? ¿Gatean otra vez? ¿Tigremente? ¿Solean vida? ¿Calientes?
Estas son preguntas difíciles, ásperas, que cada día, todos los días, el pueblo se hace para sí, conversando en silencio con su rabia, su malasangre, su infinita ternura. Calladamente, a veces; otras, con fuegos que arden en las rutas o las montañas del sur, o con piedras o pañuelos que tapan el rostro de los pobres pero descubren para siempre sus ojos dulces, la mirada suave de los hijos de las familias trabajadoras.
No obstante, la formulación de estas preguntas y sus respectivas respuestas no pueden ser detenidas por la obtusa coyuntura política, que impone hablar de los secuestros exprés, la inseguridad, los números de la macroeconomía o las hipócritas respuestas de los presidentes norteamericano o inglés a su par de Argentina.
Los gobiernos de América latina saben que cabalgan encima de la impaciencia de los pueblos América latina, de la rabia y la rebelión de los pueblos de América latina. El capo Bush también lo sabe. Ejemplo: Ecuador, que hace diez días cruzó la calle para apartarse del gobierno de Gutiérrez y anunciar que tomará la capital Quito, en respuesta a la ofensiva neoliberal del presidente que, se creía, iba a refundar la república de acuerdo a los intereses populares.
Nuestros pueblos no son cándidos ni tontos. Les crecieron callos en la paciencia de tanta frustración y engaño. Inocencia en nuestros pueblos no hay, aunque sí expectativas. Prudencia, pero nunca ingenuidad. Pequeños y firmes pasos en la increíble marcha humanista y rebelde.
Años, sangre y presos costó a nuestros pueblos arrinconar a los asesinos neoliberales de balas de plomo y planes de hambre. En el caso argentino, la memoria incendiada del 19 y 20 de diciembre sigue abrigando nuestro anhelo de cambiarlo todo, en camino del anticapitalismo y el sueño socialista. Los presidentes podrán celebrar cumbres, simposios; se hablará lo que los poderosos quieran que se hable en los noticieros, pero en la historia la última palabra siempre habrán de tenerla los pueblos. Ya no hay manera de volver atrás: ellos, nuestros compañeros desaparecidos, nos seguirán mirando desde el fondo del horizonte, marcándonos la dirección de la victoria final, anunciándonos en los ruidos de su boca ronca, en los agujeros curados por las Madres, en las sombras sobre la tierra arrasada, por dónde sale el sol de la justicia y la libertad. Jamás dejaremos de ir hacia allí o ellos, sangre a sangre, de a pasiones.