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La Fogata con las Madres

Editorial de ˇNi un paso atrás! Programa del 2-10-03
Bolivia: Hasta echar al último imperialista


Otra vez el imperialismo. El imperialismo, siempre. Y siempre, los pueblos. Esta vez, la cita ocurre en los caminos desolados del altiplano boliviano, en la altura andina donde falta el oxígeno pero sobra el fuego. El fuego de los campesinos hirviendo su sangre en los cortes de camino para defender la patria, el suelo de la patria, el subsuelo de la patria enajenada por la tiranía oficial.
Veinte mil millones de dólares se llevarán las transnacionales si el negocio espurio de la venta de gas a Estados Unidos prospera. En cambio, sólo dos mil millones ingresarán al Estado boliviano. Veinte mil millones para el imperialismo y un vuelto de dos mil millones para Bolivia. Para el vasto pueblo, que vive calcinado de frío y hambre, sin gas para la estufa ni la cocina, la décima parte del negocio, menos la tajada que se perderá en la eterna cantinela de la corrupción. Para los pocos patrones, el noventa por ciento restante.
Por un puerto chileno y previo acuerdo con el presidente Sánchez de Lozada, poderosas multinacionales proyectan llevarse gas en bruto, barato, virgen, sin industrializar. Los campesinos con sus familias se oponen y bloquean los caminos que cosen el desierto del guano chileno a la reseca puna boliviana. Pero eso no es problema: si las balas del ejército se mojan o no alcanzan, el gobierno burla al pueblo anunciando que la exportación se concretará vía Perú.
Así y siempre así. Hasta que estallan la sangre, el fuego, los tiros, las gomas heridas de humo, las manos llenas de hollín y empieza la rebelión. Y la rebelión es reprimida y los siete muertos causados por la represión son vengados con una huelga general. Campesinos y obreros, juntos. Cocaleros y universitarios contra la policía del Estado. Jubilados y carniceros, trabajadores choferes de autobús hermanados con maestros rurales y urbanos. El desabastecimiento de mercancías básicas procura detener de una vez por todas las balas del Ejército contra la población.
La escasez de productos primarios empieza a colmar los comercios de La Paz. Sobra todo lo que falta. En las calles se murmura que hay movimiento de tropas militares en el Lago Titicaca, en El Chapare, en Santa Cruz. En silencio, debajo de sus pañuelos, atrincherados detrás de la barricada, los rebeldes bolivianos recuerdan los treinta y dos compañeros muertos durante febrero último, cuando el pueblo llenó las calles de la capital para impedir el recorte de salarios. Esta vez –se juran-, los fascistas no pasarán. Por su parte, el gobierno amenaza con implantar el estado de sitio. Los líderes sindicales le responden: si hay represión habrá guerra civil en todo Bolivia. "Esta es la última marcha pacífica, a partir de ahora serán desmedidas", advierten.
En el segundo día de huelga general, el pueblo exige no sólo la vuelta atrás en el negociado del gas, sino la caída del presidente Sánchez de Lozada, la urgente industrialización del país y el pleno disfrute de los bolivianos de sus reservas naturales. "El paro se ha politizado", juzgan los oscuros burócratas sindicales. "Sí, ży que?", les responde el pueblo en la calle, acompañado por su soledad de tantos siglos de tener razón y verse traicionado. La rebelión ha comenzado en toda América latina y promete no terminar hasta que el último imperialista sea despojado de su infinita riqueza, su brutalidad, su posesión sobre los bienes y la vida de los pueblos del sur.