14 de septiembre del 2002
Imperialismo o Revolución
Madres de Plaza de Mayo
Un año pasó desde el ataque militar a EE.UU. cometido dentro de su propio territorio, a la sombra de su espacio aéreo supervigilado, en su ciudad cenicienta.
Sin embargo, el Estado norteamericano no se volvió imperialista y matón luego de los hechos de Nueva York y Washington. A esta altura dura de los siglos, su carácter criminal ya no sorprende a ninguno. Sin la excusa de las Torres Gemelas, las continuas administraciones estadounidenses –demócratas y/o republicanas- ya habían propiciado en todo el mundo similares genocidios en nombre de la paz, bombardeos "humanitarios", feroces bloqueos económicos, sangrientas dictaduras militares, sometimientos financieros; en fin, terrorismos de todos los colores.
A veces interviniendo directamente, como en Colombia y Kabul; otras, apoyando a los cómplices locales de su política imperial, como el Estado de Israel. En todos los casos, procurando mantener su predominio en el ranking de los países capitalistas más poderosos del planeta y evitando cualquier fisura popular, obrera o socialista en su desparejo "nuevo orden mundial".
No obstante, desde el 11 de septiembre pasado para acá, el odio y la prepotencia del Estado norteamericano se volvieron más evidentes, menos ocultos, absolutamente manifiestos. Luchar contra el imperialismo es la primera certeza que aprenden quienes se proponen torcer la dura realidad de miseria que asola a nuestros pueblos.
Quien siga atentamente las noticias internacionales de este último año, comprenderá que no es posible liberar a los pobres y trabajadores de la burguesía, sin prever que será el imperialismo norteamericano quien vendrá a socorrerla a la hora más cruda de la lucha de clases. Por eso, jamás habrá que darle a la burguesía nacional la dirección de las luchas populares, ni la organización del sueño revolucionario, ni la confianza en la solución de los problemas de hambre y falta de trabajo.
La burguesía, sea propia o imperial, es una clase social, una categoría histórica, producto de una relación económica muy concreta y determinada, que consiste en la explotación de cientos de millones de personas que trabajan, por parte de unos pocos que disfrutan la ganancia que produce ese trabajo. Esos cientos de millones son los pueblos, y esos poquitos son los ricos y patrones, que usan al Estado y sus instituciones de fuerza y seguridad para legalizar la explotación y garantizar a través del control social y la represión la continuidad de esta perversa organización de la sociedad llamada capitalismo.
El desarrollo capitalista en su actual etapa de globalización impide cualquier variante de capitalismo nacional y mucho menos humanizado. Las contradicciones del sistema están a punto de hervor: o la burguesía, o el pueblo.
Por tanto, ningún burgués, por más que sea argentino y bueno de corazón, querrá volver atrás en su posición de privilegio y de poder. De igual modo, ningún trabajador, ocupado o no, debiera consentir el control de la burguesía sobre los medios de producción, porque de esa íntima y última condición del capitalismo deriva su situación de angustia, injusticia y padecimiento.
Hoy más que nunca, e imperialismo terrorista norteamericano de por medio, la revolución y el socialismo son las únicas alternativas para los pueblos, los pobres, los trabajadores, los desocupados, los campesinos, los condenados por el hambre, la enfermedad y la muerte.
Editorial de ¡Ni un paso atrás! Programa del 12-09-02