Tabaré
Por Juan Zorrilla de San Martín, 1886
Introducción
I
Levantaré la losa de una tumba;
E, internándome en ella,
Encenderé en el fondo el pensamiento,
Que alumbrará la soledad inmensa.
Dadme la lira y vamos: la de hierro,
La más pesada y negra;
Esa, la de apoyarse en las rodillas,
Y sostenerse con la mano trémula,
Mientras la azota el viento temeroso
Que silba en las tormentas,
Y, al golpe del granizo restallando,
Sus acordes difunde en las tinieblas;
La de cantar, sentado entre las ruinas,
Como el ave agorera;
La que, arrojada al fondo del abismo,
Del fondo del abismo nos contesta.
Al desgranarse las potentes notas
De sus heridas cuerdas,
Despertarán los ecos que han dormido
Sueño de siglos en la oscura huesa
Y formarán la estrofa que revele
Lo que la muerte piensa:
Resurrección de voces extinguidas,
Extraño acorde que en mi mente suena.
II
Vosotros, los que amáis los imposibles;
Los que vivís la vida de la idea;
Los que sabéis de ignotas muchedumbres,
Que los espacios infinitos pueblan,
Y de esos seres que entran en las almas,
Y mensajes oscuros les revelan,
Desabrochan las flores en el campo,
Y encienden en el cielo las estrellas;
Los que escucháis
Quejidos y palabras
En el triste rumor de la hoja seca,
Y algo más que la idea del invierno,
próximo y frío a vuestra mente llega,
Al mirar que los vientos otoñales
Los árboles desnudan, y los dejan
Ateridos, inmóviles, deformes,
Como esqueletos de hermosuras muertas,
Seguidme, hasta saber de esas historias
Que el mar, y el cielo, y el dolor nos cuentan;
Que narran el ombú de nuestras lomas,
El verde canelón de las riberas,
La palma centenaria, el camalote,
El ñandubay, los talas y las seibas:
La historia de la sangre de un desierto,
La triste historia de una raza muerta.
Y vosotros aún más, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Vírgenes de mi patria y de mi raza,
Que templáis el laúd de los poetas;
Seguidme juntos, a escuchar las notas
De una elegía que, en la patria nuestra,
El bosque entona, cuando queda solo,
Y todo duerme entre sus ramas quietas;
Crecen laureles, hijos de la noche,
Que esperan liras, para asirse a ellas,
Allá en la oscuridad, en que aún palpita
El grito del desierto y de la selva.
III
¡Extraña y negra noche! ¿Dónde vamos?
¿Es esto cielo, o tierra?
¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo hondo,
sin relación, ni espacio, ni barreras;
sumersión del espíritu en lo oscuro
reino de las quimeras,
en que no sabe el espíritu humano
si desciende, o asciende, o se despeña;
el caos de la mente, que, pujante,
la inspiración ordena;
los elementos vagos y dispersos
que amasa el genio, y en la forma encierra.
Notas, palabras, llantos, alaridos,
Plegarias, anatemas,
Formas que pasan, puntos luminosos,
Gérmenes de imposibles existencias;
Vidas absurdas, en eterna busca
De cuerpos que no encuentran;
Días y noches en estrecho abrazo,
Que espacio y tiempo en qué vivir esperan;
Líneas fosforescentes y fugaces,
Y que en los ojos quedan
Como estrofas de un himno bosquejado,
O gérmenes de auroras o de estrellas;
Colores que se funden y repelen
En inquietud eterna,
Ansias de luz, primeras vibraciones
Que no hallan ritmo, no dan lumbre, y cesan;
Tipos que hubieran sido, y que no fueron,
Y que aún el ser esperan;
Informes creaciones, que se mueven
Con una vida extraña o incompleta;
Proyectos, modelados por el tiempo,
De razas intermedias;
Principios sutilísimos, que oscilan
Entre la forma errante y la materia;
Voces que llaman, que interrogan siempre,
Sin encontrar respuesta;
Palabras de un idioma indefinible
Que no han hablado las humanas lenguas;
Acordes que, al brotar, rompen el arpa,
Y en los aires revientan
Estridentes, sin ritmo, como notas
De mil puntos diversos que se encuentran,
Y se abrazan en vano sin fundirse,
Y hasta esa misma repulsión ingénita
Forma armonía, pero rara, absurda,
Música indescriptible, pero inmensa;
Rumor de silenciosas muchedumbres;
Tumultos que se alejan . . .
Todo se agita, en ronda atropellada,
En esta oscuridad que nos rodea;
Todo asalta en tropel al pensamiento,
Que en su seno penetra
A hacer inteligible lo confuso,
A enfrenar lo que huye y se rebela;
A consagrar, del ritmo y del sonido,
La unión que viva eterna;
La del color y el alma con la línea;
De la palabra virgen con la idea;
Todo brota en tropel, al levantarse
La ponderosa piedra,
como bandada de aves que, chirriando,
brota del fondo de la profunda cueva;
nube con vida que, cobrando formas
variables, quiméricas,
se contrae, se alarga, y se revuelve,
por sí misma empujada en la tinieblas.
Y así cuajó en mi mente, obedeciendo
A una atracción secreta,
Y entre risas, y llantos, y alaridos,
Se alzó la sombra de la raza muerta:
De aquella raza que pasó, desnuda
Y errante, por mi tierra,
Como el eco de un ruego no escuchado,
Que, camino del cielo, el viento lleva.
IV
Tipo soñado, sobre el haz surgido
De la infinita niebla;
Ensueño de una noche sin aurora,
Flor que una tumba alimentó en sus grietas:
Cuando veo tu imagen impalpable
Encarnar nuestra América,
Y fundirse en la estrofa transparente,
Darle su vida, y palpitar en ella;
Cuando creo formar el desposorio
De tu ignorada esencia
Con esa forma virgen, que los genios
Para su amor o su dolor encuentran;
Cuando creo infundirte, con mi vida,
El ser de la epopeya,
Y legarte a mi patria y a mi gloria,
Grande como mi amor y mi impotencia,
El más débil contacto de las formas
Desvanece tu huella,
Como al contacto de la luz, se apaga
El brillo sin calor de las luciérnagas.
Pero te vi. Flotabas en lo oscuro,
Como un jirón de niebla;
Afluían a ti, buscando vida,
Como a su centro acuden las moléculas,
Líneas, colores, notas de un acorde
Disperso, que frenéticas
Se buscaban en ti; palpitaciones
Que en ti buscaban corazón y arterias;
Miradas que luchaban en tus ojos
Por imprimir su huella,
Y lágrimas, y anhelos, y esperanzas,
Que en tu alma reclamaban existencia;
Todo lo de la raza: lo inaudito,
Lo que el tiempo dispersa,
Y no cabe en la forma limitada,
Y hace estallar la estrofa que lo encierra.
Ha quedado en mi espíritu tu sombra,
Como en los ojos quedan
Los puntos negros, de contornos ígneos,
Que deja en ellos una lumbre intensa...
¡Ah! no, no pasarás, como la nube
que el agua inmóvil en su faz refleja;
como esos sueños de la medianoche
que en la mañana ya no se recuerdan;
Yo te ofrezco, ¡oh, ensueño de mis días!
La vida de mis cantos, que en la tierra
Vivirán más que yo... ¡Palpita y anda,
Forma imposible de la estirpe muerta!.