Libros sí, Alpargatas también
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26 de enero de 2004
Saramago: el ser humano es el único valor
Rosa Miriam Elizalde
Cubadebate
Palabras en la presentación de la edición cubana de Ensayo sobre la ceguera
(Editorial Ate y Literatura), de José Saramago, en el Palacio del Segundo
Cabo, Ciudad de La Habana, 24 de enero del 2004.
"Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es
necesario formar las circunstancias humanamente." (Carlos Marx,
en La Sagrada Familia, citado por José Saramago en Casi un objeto -1978.)
Ya había leído Ensayo sobre la ceguera, y otros textos de José Saramago,
cuando en España les pedí a varios amigos que me ayudaran a encontrar el puente
que llevaba hasta el escritor portugués. La solidaridad no solo hizo posible
que diera con el número telefónico y la voz de Pilar del Río, sino que pagó el
pasaje a Lanzarote y me llevó de la mano hasta la localidad de Tías, en una
noche de vientos débiles y gritos ante una puerta muy parecida a todas, aunque
era la única de aquella calle tras la cual se podía asomar un Nóbel, su mujer y
tres perros que, como el del Ensayo sobre la Ceguera, de tanto vivir cerca de
humanos han acabado por parecérseles.
"La clave para llegar a Saramago es Pilar", me dijeron. Y así fue.
Pilar del Río, una andaluza apasionada e inteligente, es el misterio no solo
para encontrar la puerta de Saramago, sino para entender la energía y el lúcido
ejercicio de la escritura en este hombre que dice tener una edad que no
aparenta. En aquella casa -"A Casa", como la renombra un grabado en
el umbral-, una presiente esa elevada relación de Saramago con los personajes
femeninos, hermosas creaciones literarias sin dudas, pero con referentes
reales. Seres dotados de una dignidad a prueba del horror y del Apocalipsis
histórico, cuyos valores no se explicarían sin este contexto, pero que a la vez
escapan de él y lo niegan.
Solo una mujer podría ver la luz y llevar de la mano a los demás, en un ámbito
paralizado por la "ceguera blanca". Es su mujer la que ve y la que
hace avanzar al narrador que, como podrán advertir en este libro, suele hablar
en términos políticos bastante evidentes y a la vez, matizar una percepción
visual, táctil o auditiva hasta la evanescencia, como solo lo logra un artista,
como hemos visto, por ejemplo, en el genio de Virginia Wolf. He releído la
novela después de la entrevista que Saramago me concedió para Juventud Rebelde,
y que fue publicada también en otros medios alternativos
hispanoamericanos. Solo ahora entendí lo que él quiso decirme cuando explicaba
por qué los relojes de su casa están parados en las cuatro de la tarde, hora en
la que él y Pilar se conocieron: "el reloj marca la hora en la que el
mundo empezó".
Lo que fabula aquí Saramago no se puede deslindar de su mujer, periodista y
traductora de sus libros -después de conocerla, es muy difícil no presentirla
en la protagonista del Ensayo sobre la ceguera-, como tampoco se puede sustraer
su literatura del compromiso, un concepto y una actitud bastante desvalorizados
en el mercado editorial. No se puede leer este libro sin sentir que el
intelectual comprometido es alguien que se niega a cerrar los ojos. Pero, en su
caso, esta elección no significa la ausencia de dudas, incluso cuando llega el
momento de saber que no se decidirá por el partido del limbo o de la irrealidad,
como advertía Sartre, acusando a aquellos que se negaban a "elegir".
Cuando Saramago elige sin avergonzarse al ser humano como valor, su coherencia
moral lo lleva a cuestionarlo todo, a asumir la duda como principio, a vivir
desgarrado por el culto al olvido, perplejo ante la historia, desconfiado de
los dogmas, incapaz de entusiasmarse por ninguna reforma social que borre al
individuo concreto y lo transforme en abstracción. "La responsabilidad de
tener ojos cuando los otros los han perdido", como dice en esta novela,
supone reconocer que una mirada comprometida no siempre encontrará certezas,
sino también incertidumbres y hasta incomprensiones. Recuerdo otra frase suya,
extraordinaria, en El año de la muerte de Ricardo Reis, novela
publicada en Cuba: "Un hombre no va menos perdido por caminar en
línea recta... Pero también en el interior del cuerpo la tiniebla es profunda ,
y pese a todo la sangre llega al corazón, el cerebro es ciego y puede ver, es
sordo y oye, no tiene manos y alcanza; el hombre, claro está, es el laberinto
de sí mismo."
En la literatura de Saramago hay coordenadas para distinguir la naturaleza de
su relación con Cuba. Más que en las palabras que pronunció en dos horas de
conversación ante una grabadora, lo pude entrever en sus gestos durante aquel
encuentro en Lanzarote. Y deslindo las frases de los hechos en sí, no porque
estas no tuvieran su peso -como aquel "yo no he roto con Cuba",
ignorado soberanamente por los medios del poder-, sino porque se encargó por
muchas vías de dejar claro que su amor hacia este país y su admiración por una
resistencia de larga data frente a los dueños del mundo, eran lo
suficientemente coherentes como para sobrevivir a una circunstancia y a una
decisión puntual no compartida por el Nóbel.
Fueron José y Pilar quienes decidieron que en aquel encuentro en Lanzarote
asistiera la embajadora cubana en España, Isabel Allende, y su esposo, el
escritor Armando Cristóbal Pérez, consejero cultural. Y, también, que terminara
la visita, después de seis horas, recordando el encuentro de Fidel con la
"tribu" Saramago-Del Río. Vimos juntos el video, filmado en La Habana
en 1999, entre bromas y comentarios nostálgicos. Nos mostraron recuerdos de la
Isla entre los objetos familiares, nos hablaron de sus amigos aquí. No olvidaré
nunca el abrazo del escritor en la despedida, repitiéndome que no abandonaría
jamás a Cuba.
El Ensayo sobre la ceguera es la figuración de un mundo a punto de estallar, la
fantasmagórica creación en la que Saramago ha fundido sus propias angustias con
los sobresaltos y crisis que resquebrajan el planeta. Es, además, el testimonio
de amor de un hombre hacia su mujer, y hacia la mujer en su sentido genérico.
Cualquiera que se asome a este libro se da perfecta cuenta de que encarna una
dimensión de lo humano que opone a la barbarie y a la ceguera juicios para
resistir al sufrimiento y a la injusticia. Por más señas, lo escribe un Nóbel
que les agradece a sus enemigos que lo llamen comunista recalcitrante. Un autor
realista que libera todas sus fantasías con majestad y belleza. Alguien que
dice lo que siente y cree, y que reivindica el derecho a la indignación, sin
concesiones literarias. Escritor que nos conmueve siempre, y que vemos en el
futuro. Filósofo que encarna nuestras preocupaciones cotidianas, las mismas con
las que nos levantamos y nos acostamos todos los días. Una criatura histórica.
Un amigo que se merece, también, que lo sigamos queriendo.