"GENEALOGIA DE LA REVUELTA"
"Argentina: la sociedad en movimiento"
un libro de cabecera
Por Luis Mattini
En la Biblioteca Popular "José Ingenieros" de Villa Crespo, se presenta el libro "GENEALOGIA DE LA REVUELTA" "Argentina: la sociedad en movimiento" de Raúl Zibechi, (NORDAN, Comunidad) la obra de un periodista oriental que procura examinar los hechos ocurridos en la Argentina, desde la óptica de la crisis de la cultura occidental a la que pertenece Nuestra América, entendiendo por esta, algo más que meridianos geográficos: la crisis de la Modernidad, el nombre cultural de uno de los más absolutistas sistemas de dominación: el capitalismo.
En este trabajo, Raúl Zibechi, además del periodista de oficio que conocemos, confirma ser un intelectual en el sentido sumo de la palabra, no un profesional de títulos y currículum de cursillos post, sino un filósofo de la praxis. Pertenece a una generación que tiene el privilegio, poco frecuente en la historia, de ser protagonistas de la transición entre dos épocas. En el futuro los historiadores tendrán su última palabra; mientras tanto nosotros no sabemos si en los setentas fuimos los últimos combatientes conscientes del destino histórico de plasmar el sueño de la razón de la Modernidad en el socialismo o los primeros destacamentos de la ruptura que preanunciaba el inicio de la presente época.
Intuyo que fuimos las dos cosas. Ya en los albores de la Modernidad, de sus propias entrañas, principalmente desde el arte, surgía el pensamiento critico que prevenía contra los delirios de grandeza y las pretensiones racionalistas de dominar la naturaleza. Asimismo, acaso la tradición marxista sea la historia de tensión permanente entre la objetividad racional de su cuna Moderna: la economía política inglesa y la filosofía clásica alemana y la subjetividad de la política francesa y del propio romanticismo alemán. Trasladada a América Latina, esta tensión encontró, quizás, uno de los campos más fértiles y de allí que la intuición que la rupturua con el capitalismo es la ruptura con la Modernidad, estaba ya latente en los marxistas latinoamericanos herejes: Mariátegui, El Che y los "prácticos" de la revolución como Mario Roberto Santucho, Raúl Sendic y los movimientos radicales de los setentas.
La experiencia de los zapatistas en Chiapas es, tal vez, la expresión más cabal de esa ruptura, aunque, si bien es única - para jugar con las palabras - no es la única., también las estamos teniendo en casa. Calificar esas rupturas de posmodernismo" tanto como anatema o como redefinición positiva, es caer en una de las trampas más sagaces de la lógica de la propia Modernidad, de igual forma que declararse ateo es ya reconocer a Dios. Así como los antiguos no se nombraban así mismos "antiguos" y los medioevales no conocían la palabra, nosotros tampoco sabemos qué nombre le pondrán los futuros historiadores a la época que se inicia - si es que lo harán - porque esa clasificación de los periodos históricos se corresponde al cuerpo de creencias de la Modernidad. De acuerdo esta, el siglo veinte sería "la época del tránsito de capitalismo al socialismo". Hoy nadie puede predecir "científicamente" si nos dirigimos hacia una nueva y real emancipación o continuamos esta larga marcha hacia la barbarie altamente tecnologizada. Percibimos sí, que estamos viviendo una formidable crisis civilizatoria y, por encima de todas las grandes frases acumuladas por la cultura social y política, sin desmedro de la teoría como una herramienta práctica, asumimos como exigencia ontológica, que la libertad no es un estado, sino un acto; la libertad está en la lucha, independientemente de los resultados finales. Este libro cuenta y analiza cómo esa "expresión de deseos", esa exigencia ontológica, se está plasmando en algunas prácticas sociales concretas.
"En mi opinión, no hay nada menos revolucionario, ni creativo, que dedicarse a transitar un camino que ya se sabe a qué destino conduce. Además la experiencia histórica demuestra que esa pretensión es inútil: la realidad siempre impone transitar caminos nuevos" De este modo Raúl Zibechi opone una modesta "opinión" al análisis "científico" de destacados "cientistas" sobre la protesta social en la Argentina actual. Sin embargo, después de la lectura atenta de su obra, es posible interpretar que el autor utiliza, en esa frase, el vocablo "opinión" por un exceso de modestia, ya que la afirmación es toda una hipótesis mucho más sólida que las "teorías" en que se basan los analistas de marras. En efecto: la historia del siglo veinte, y en ella la historia Argentina, ha sido tozuda en demostrar la inutilidad de la pretensión de inventar "leyes" de las que se desprenderían los supuestos teóricos utilizados por los académicos, vulgarizados por los periodistas y manoseados por los políticos, para interpretar los fenómenos sociales que, a la postre la realidad ha negado sistemáticamente.
Así se comprende por qué el autor, en la introducción invita a "Reconstruir el itinerario que siguió este movimiento, supone invertir el sentido de las teorías sociales hegemónicas" Y es este sencillo punto de partida, el que da al trabajo de Zibechi el carácter original, casi único, sobre las montañas de artículos, libros y charlas que han motivado el 19 y 20 de diciembre argentino y sus consecuencias.
Repito, salvo pocas excepciones (que no puedo mencionar por riesgo a injustas omisiones, no sólo de mi memoria, sino también de mi ignorancia ) y en todo caso significativamente poco difundidas, los trabajos que se conocen sobre estos acontecimientos que han llamado la atención mundial, especialmente los textos producidos en nuestro país, se caracterizan por tres rasgos:
a) La superficialidad periodística, unida al sentido superestructural y conspirativo de la historia que ha desviado la atención hacia lo que ocurre en la superficie y no en los profundo de los pueblos. Libros que incitan al lector a enterarse de las cosas que "el poder oculta" "Denuncias" de sórdidas tareas de los geniales servicios, manipulando las acciones de masas tontas. Astutas "ingenierias políticas" de algunos "perversos" del peronismo, particularmente los magos del menemismo, que operaron sobre una población zombie, sin voluntad propia. Desde luego que los hechos han tenido un poco de cada uno de estos ingredientes, pero estos no han sido su esencia ni mucho menos. Ese estilo caracterizado por la "opiniologia", legitimada con supuestas fuentes secretas de información, extraídas de lugares donde sólo llegan los iniciados, en algunos casos escritos por autores de fama que usufructúan el prestigio de sus lejanos antecendentes de compromiso con la lucha antidictatorial, y profusamente publicitados, no es inocente: está destinado a sostener el state quo de una democracia reconocida como "imperfecta", pero que deja vivir, les deja vivir, en todas las acepciones de la expresión.
b) Los ahora llamados "cientistas", producidos por las Universidades oficiales, estatales o privadas, cada vez más infectadas de jerga sociológica estadounidense, o ciertas Academias "alternativas", remezones de aquellas "Academias de Ciencias" del siglo pasado, donde se reproducían los saberes constituidos de la civilización occidental con el mito del progreso y supuesta neutralidad de la ciencia y la técnica y se castraba el pensamiento. El método analítico previsible, disimulando el positivismo con los malabarismos de la dialéctica, que tiende sistemáticamente a encajar la realidad a los postulados teóricos, recorriendo en la imaginación caminos conocidos.
c) A ello hay que agregar los "análisis de partido" , armados de la "teoría revolucionaria" y sobre todo seducidos por la sencillez de la economía política, que siempre pueden explicar lo que ha pasado y lo que ha de pasar, pocas veces lo que está pasando. Y esto es así, no por malicia o falta de inteligencia y buena voluntad, sino porque aún no han asimilado la ruptura epitesmológica agarrotados por, "la tendencia conservadora de nuestro espíritu que nos induce a preferir aquello que confirma nuestro saber en lugar de aquello que lo contradice y a las respuestas en lugar de las preguntas". ( Irene Vasilachis de Gialdino, en "Discurso político y prensa escrita")
Raúl Zibechi, en cambio, no pretende explicar lo que pasó y pronosticar lo que va a pasar, intenta entender lo que está pasando. Viene del Uruguay y esto le da la ventaja de sortear mirarse el ombligo y, al mismo tiempo, como rioplatense, poseer un profundo conocimiento de esta realidad, que aventa cualquier suspicacia del chovinismo local sobre los que "vienen del norte". Acopia también una larga trayectoria en la lucha social y política. Se reconoce en la tradición marxista y, como queda dicho, demuestra no tocar de oído, diríamos que, más que una ristra de axiomas sociológicos o politológicos, dispone de una conceptualidad filosófica abierta y una sensibilidad artística que le permite reconstruir ese itinerario que anuncia en la introducción, logrando despejar de los campos trillados y ordenadamente cultivados que recorre el movimiento popular, los brotes de lo realmente revolucionario y creativo, en una acción de protesta caracterizada por la hetereogeneidad. Y hay que decir, tomando distancia de todo exitismo, que dichos brotes son bien pequeños, pero lo suficientemente vitales para constatar una nueva radicalidad que busca eludir aquella lógica exterior al sujeto que lo transformó en objeto: la lógica de la lucha como espejo del sistema dominante.
Por eso lo importante de este estudio no es sólo el recorrido de su investigación, sino el enfoque de lo que él llama infrapolítica: observar lo que ocurre debajo de la línea, la parte más a la vista y menos visible; esa que se puede conocer sólo caminando y embarrándose.
El autor, con una valentía intelectual ecomiable - porque invertir el recorrido de la teorías sociales hegemónicas implica también enfrentarse a sí mismo, un sano ajuste de cuentas con el pasado y, a veces, recibir más palos de los amigos que de los enemigos - busca explicar, explicarse, lo que ocurre entre nosotros, en lo profundo de la sociedad, en las raíces de la cultura popular, en el temido desorden y caos asambleario, en la condenada ausencia de "vanguardias". No se detiene en lo que ya se sabe, en lo que estamos hartos de escuchar y leer, en lo que hace el capital, el poder, el FMI, el imperialismo, los medios de in-comunicación, menos aún en los sótanos de los "genios" de la conspiración. No hay una sola cita que supondría extraída de una "fuente reservada" por la sagacidad o los "contactos" del "investigador".
Abundan en este libro, en cambio, referencias a la praxis de los protagonistas, a las experiencias históricas y de investigadores y pensadores, cuyo listado bibliográfico consultado revela la amplitud de espíritu y la profundidad del autor.
Para ello Raúl Zibechi, abandonó el escritorio, dejó el paísito, se extra-bandeó y puso su cuerpo en el objeto de estudio; visitó, escuchó, interrogó, estudió, marchó, usó el pañuelo mojado para contrarrestar los gases, esquivó garrotazos, intuyó, tentó, palpó, sobre todo eso pensó y escribió.
Fiel a su propuesta de invertir los itinerarios mencionados, el autor busca las raíces del "Argentinazo" en las experiencias alternativas, aquellas que protagonizan luchas caracterizadas por la autonomía, las cuales caen fuera de sistema, sin perjuicio que en su desarrollo el poder logre algún modo de cooptación de muchas de ellas. Se detiene en aquellas que en lugar de luchar por reincluirse en el sistema, optaron por el "exodo", la constitución de formas alternativas de vida y sociabilidad.
En su exposición empieza por Madres de Plaza de Mayo, referencia insoslayable, espíritu de fuente permanente de inspiración. Movimiento de mujeres cuyo rasgo esencial inicial fue invertir la lógica de lucha de sus hijos para, precisamente, reivindicarla hasta sus ultimas consecuencias. Como en las artes de lucha orientales, las madres opusieron su debilidad física a la poderosa fuerza del poder, dándola vuelta, para usarlas a su favor. Como hemos recordado más de una oportunidad, aquel día que un primer grupo de mujeres angustiadas y decididas "amontonadas" en la Plaza de Mayo recibieron la orden policial "circulen, circulen" , les tomaron literalmente la palabra y empezaron a …circular; había nacido la Ronda. La perplejidad de la represión fue tal que no atinaron a nada, no tenían órdenes para esa sorpresiva reacción, no estaba previsto en los manuales, menos aún en su lógica. Se detuvieron para pedir instrucciones, pero al recibirlas ya era tarde, la Ronda había recuperado un espacio público reconocido por todo el mundo. La potencia de lo débil, pero creativo, había vencido a la fuerza del poder.
Años después, con el repliegue de la dictadura, la izquierda de pensamiento perezoso, incluso aquella que había afirmado la existencia de una línea democrática en Videla, empezó a marchar tras las Madres, las elevó al altar sublime, quiso recoger su coraje, y pretendió inspirase en sus métodos de lucha. Pero se quedó sólo con el coraje. La izquierda nunca pudo comprender la metáfora que dio nacimiento a la Ronda y con ella a toda una concepción emancipatoria: no era sólo coraje, tampoco se trataba de un método más de lucha sumable al arsenal tradicional, sino de una verdadera revolución en la concepción del propio mundo que queremos. Era la identidad entre medios y fines. No era nada de lo conocido por la épica de la cultura occidental: no eran los cristianos de rodillas en la arena del circo romano, rezando serenamente frente a la embestida de las fieras, sostenidos por la trascendencia puesta en su fe en el Reino del Cielo, ni las Brigadas Internacionales, cercadas de espaldas al Don, bayoneta calada, cantando la Internacional, esperando el ataque mortal de la caballería blanca, con la trascendencia en el lejano triunfo de la revolución mundial. La Ronda era la inmanencia del "aquí y ahora" en la trascendencia. Convengamos que nadie en un sano juicio ético puede siquiera atreverse a comparar coraje o dignidad en estos hechos citados, pero sí reflexionar sobre la actitud del sujeto frente a la situación.
Los escraches creados por HIJOS, junto con los cortes de ruta, es la forma de lucha más innovadora y la que ganó mayor legitimidad. El escrache, el practicado por hijos, es además un festejo creativo que busca romper la impotencia. De ahí que, como en el caso de Madres, la izquierda, no habiendo visto lo que estaba pasando en la silenciosa ruptura cultural y política de los fines de los ochenta, tampoco pudo asimilar lo sustancial y se quedó en la apariencia. El escrache , como método del lucha se diferencia, entre otras cosas, porque en el mismo, contenido y forma se integran. Ese es uno de los nudos que caracterizan a la nueva radicalidad, No existe una lógica exterior ( eso que llaman "estrategia") que transforme al sujeto en objeto y lo deje atado a la espera. Los HIJOS no "esperan" a que una candidata a presidente quizás sea elegida y pueda "mandar a la cárcel a los genocidas", Ejercen la justicia aquí y ahora.
Raúl Zibechi nos llama la atención sobre el viraje, no visualizado en la mayoría de los estudios que se empeñan en la "continuidad" sin ver las rupturas, que produjo la generación que entró a la escena en los noventa, especialmente a partir de 1996, precedida por la "revolución rockera" que había desarrollando el estilo musical llamado "rock chabón", una creatividad de la rebeldía y una relación liberadora del cuerpo . En tal sentido apunta con acierto: "Si el poder domina domesticando y modelando los cuerpos, la rebelión juvenil tiene su punto de partida en la liberación del cuerpo, y tiene por lo tanto una profundidad como no puede tenerla una rebelión basada solamente en la conciencia"
Es que precisamente, la catástrofe de los ochenta, simbolizada por la caída del Muro de Berlín - y uso el concepto de catástrofe, no en sentido peyorativo, sino como fenómeno no previsible, tanto en su aparición como en sus consecuencias - que expresaba el desmoronamiento de la Modernidad y la ruptura epitesmológica, poniendo en jaque mate el monopolio de la conciencia como reina de la creación, es la que dio lugar a que una nueva generación, bien a la vista, pero invisible para la visión racional, irrumpiera por debajo de las superestructura. La política, expulsada por la moda gestionaria de conservadores y "progres" empezaba a mudar de escenario.
Por eso es que frecuentemente la década del noventa es analizada desde un sólo ángulo, como la "década negra" y, si de economía, destrucción de fuerzas productivas, concentración capitalista, menemismo y frivolidad se trata, no hay la menor duda. Pero esa es precisamente la mirada desde arriba y hacia arriba. Si la miramos a nivel horizontal y, como dice el autor, "por debajo de la línea", podríamos destacar una especie de mini revolución cultural que es una de las raíces del 19 y 20, mucho mas allá de las continuidades que se pasaron computando los analistas, periodistas y escribas de partido.
Raúl Zibechi incursiona profundamente en este fenómeno, no deja sector sin revisar, comparar, y no pierde de vista la relación entre presente y pasado, porque parece comprender la fragilidad de la frontera entre pasado y presente y cómo el pasado suele aparecer como puro presente, en el continuo renacer de la lucha por la emancipación de la humanidad. Así explica que, tal como el movimiento obrero se había organizado al modelo de la gran fábrica, masiva y jerárquica, esta nueva generación lo hizo, lo hace, en el medio que ha heredado: la desindustrialización, la dispersión por el territorio, reuniéndose por grupos con motivaciones afines, que suelen ser de las mas variadas, Por la misma razón no puede hablarse de un único camino, de una única forma: el rasgo más notable es la diversidad.
El desempleo estructural lanzó a los obreros y a los potenciales obreros fuera de su ámbito natural, por así decirlo. La huelga, como medio principal de lucha sindical, pasó a ser un instrumento mellado. Surgió entonces el piquete, recogiendo viejas tradiciones y el corte de ruta en remplazo de la huelga. El primero en Cutral Co, a mediados de los noventa y desde allí en adelante un camino rico de lindas riquezas. De medidas defensivas, el piquete pasó a ser parte constituida de la nueva realidad y, tal cual la historia del sindicalismo, surgió el riesgo también de ser coptado por el sistema.
Aquí el periodista, con sencilla exposición, nos presenta un ejercicio de reflexión que debería ser tomado por las cátedras como "guía para pensar" al demostrar que los piqueteros autónomos son algo más que el movimiento obrero con nuevas formas; porque si bien la tradición sindical aportó gran parte de la capacidad organizativa de los piqueteros, el elemento innovador, el que logra llevarlo de fuerzas constituidas a fuerzas constituyentes son los componentes de prácticas autónomas, desde las propias acciones iniciales de las madres, grupos eclesiásticos, organización de mujeres, redes sociales y la mencionada revuelta cultural de la juventud rockera.
En este aspecto el ojo certero de Raúl Zibechi detectó la diferencia, no en la apariencia, no cuantitativa, sino en esencia, dentro del movimiento piquetero. Y optó por centrar el estudio en el sector, si bien minoritario, manifiestamente autónomo, en el cual las luchas van mas allá de la lógica dominante, para plantearse la creación de un mundo nuevo aquí y ahora. Son los piqueteros que parecen "caminar preguntando" . Sus talleres, sus tertulias y sus escuelas, son un medio y un fin al mismo tiempo, transformando la impotencia del poder, como sustantivo, en la potencia del poder como verbo, el poder hacer. En esa dura vida y las penurias de quienes son los más perjudicados por la economía política, se autoafirman como sujetos elevándose sobre el papel de víctimas y en estas sencillas creaciones están viviendo ya, aquí y ahora, los embriones de la sociedad deseada. Como "filósofos de la praxis", es la autoconstrucción del hombre nuevo, no como un producto acabado al que llegarán futuras generaciones, sino como una perenne búsqueda de la perfección en el presente, permutando la consigna "otro mundo es posible", por "muchos mundos son posibles", oponiendo a la unidimensionalidad y a la "complejidad" del capitalismo y la economía política, la potencia de la multiplicidad con la "energía de lo sencillo".
En el mismo sentido de radicalidad básica, por así redundar, hay otro punto en el examen de la diferencia de estas experiencias de los trabajadores desocupados del sur. Raúl Zibechi se detiene largo en este asunto: introduce un aspecto ignorado por los partidos de izquierda en cualquiera de las variantes: Soslayado también por las universidades y las academias (quizás por temor a perder la razón de ser) la división del trabajo entre manual e intelectual, según Marx, la primera gran división de clases. El socialismo real, el soviético y sus imitadores - sin menospreciar sus méritos en la búsqueda de mayor justicia social - no sólo no había incentivado la eliminación de la división del trabajo, sino que la acrecentó. Como directa proyección, stalinistas , trotkistas y sucedáneos, modelaron las relaciones jerárquicas dentro del partido y de este con la clase obrera, influidos, quizás sin saberlo, por el más crudo taylorismo. En este aspecto, lo novedoso, lo creativo y, si se quiere usar la palabra, lo revolucionario, de los MTD del Sur es la tendencia a recuperar el carácter del trabajo como creación humana, no sólo eliminando patrones, sean estos privados o estatales, sino evitando la división entre "pensadores y hacedores" y, de esta forma, dando los primeros pasos para emanciparse de la dictadura de la tecnología.
La crisis política y cultural, deja una de las consecuencias más prometedoras que se expresará vivamente la noche del 19 de diciembre de 2001 en la consigna "que se vayan todos": la crisis de representatividad. A más de un año de los hechos, con toneladas de tinta gastada y marcas mundiales de horas-hombre en reuniones, todavía los partidos populares y el sindicalismo , incluido el combativo, no dan señales serias de comprender que se trata de crisis de representatividad, no de representantes. No analizan que la representatividad no tiene sexo, que no hay representatividad de izquierda y de derecha. Representatividad es la sustitución de un ausente y la consigna en las calles no es nihilismo sino exigencia de presencia. El pueblo no quiere ser representado. A la izquierda parece no caberle en la cabeza la posibilidad de una sociedad sin representación. Es posible razonar que no se trata de simple tozudez, sino que aferrados al mito del progreso, parecen creer que el sistema representativo es "superior" a lo conocido anteriormente (o paralelamente) y sólo puede ser "superado" por otra representatividad "superior", analíticamente previsible. Y aquí sí se le puede ver la pata a la sota; si desaparece la representatividad, desaparece la razón de ser de los partidos políticos. Tampoco parecen haber leído al padre Marx cuando afirma que las ideas de cambio surgen cuando están dadas las condiciones para su realización. Porque las prácticas que pueden ilustrar la posibilidad de una sociedad sin representación, sin dirigentes ni dirigidos, son las que se experimentan en los MTD del sur en HIJOS y que dejan a las claras que sólo puede ser representado lo que está ausente.
Raúl Zibechi es un caballero, dicho sin ironía. Las críticas a las organizaciones populares que no logran despegarse de la lógica de la dominación: los partidos de izquierda, los sindicatos, la misma crítica a la CTA, a la que le reconoce sus indiscutidos méritos, las hace en un estilo respetuoso, digno de quien se siente involucrado, digno de ser imitado (y que provoca la sana "envidia" de quien esto escribe porque hasta ahora no lo puede imitar) Pero además parte de su esfuerzo está destinado a encontrar las causas objetivas de esa dificultad. Más que denunciar el dogmatismo ( forma común de explicar las cosas con una palabra como anatema) intenta, desde la praxis del presente, indagar la génesis del dogma. Al respecto el siguiente párrafo es elocuente:
"A raíz de la insurrección del 19 y 20 se generó un debate sobre el escaso papel que jugaron las grandes organizaciones sindicales y los partidos de izquierda. Es cierto que no jugaron un papel relevante, pero no por la razones que suelen esgrimirse (se refiere custodios de la conciencia revolucionaria de los latinoamericanos, como el profesor de ética, el estadounidense James Petras, que sólo puede hacer críticas morales a la izquierda porque participa de la misma lógica ) No fue una cuestión de temor sino de comunicación. El tipo de movilización que se generó esos días sólo podía gestarse en organizaciones flexibles, del tipo de redes informales. (…) Las centrales sindicales hicieron lo que saben hacer en esos casos: cuando se decretó el estado de sitio, convocaron a un paro general. Los partidos de izquierda hicieron también lo que saben hacer: cuidar sus locales y salvaguardar a sus dirigentes y, cuando la gente estaba en la calle, sacar sus pancartas y hacerse propaganda"
"Hicieron también lo que saben hacer" esta frase encierra en forma de sencilla metáfora toda la impotencia de la izquierda. No saben hacer otra cosa y tampoco pueden aprender porque la verdadera ignorancia no es no saber sino no comprender que no se sabe. Militarizan sus marchas con fanfarrias decimonónicas, con pancartas cuyos textos no se refieren al motivo de la concentración sino a su propia autopropaganda. Llegan a cantar: "Por la huelga general" al lado de miles de personas que están en huelga forzada desde hace varios años. No fue solamente el 19 y 20, que no estuvieron a la altura de los hechos: por lo menos desde hace dos décadas en todas las movilizaciones masivas, marchan detrás de las Madres, de las organizaciones de Derechos Humanos y del pueblo convertido en multitud. Si en veinte años no lograron ganarse el derecho de marchar adelante, con sus dispositivos "militares" poniendo el cuerpo en primera línea ante la posibilidad de represión, merecería una profunda reflexión sobre el aspirado papel de "vanguardia"
Mas adelante Zibechi señala:
"El 19 y 20 de diciembre, si la acción hubiera quedado en manos de las organizaciones establecidas, habrían convocado a una reunión muy amplia, emitido un comunicado contra el estado de sitio y una enorme y ordenada movilización de repudio. Luego empezarían a negociar…y todavía estaría De la Rua".
Más allá del deje de ironía, estos asertos son la demostración más concreta de esa lógica de lucha externa al sujeto que lo transforma en objeto. Porque si la "estrategia" de los partidos es la clásica idea de la "toma del poder" mediante una acumulación de fuerzas preparadas para que, en el momento de la crisis económica, empujar la "situación revolucionaria" hacia la "crisis revolucionaria", es posible que la caída de De la Rua - o de cualquier otro gobierno - en un momento que evidentemente no era posible "tomar el poder", o no es "previsible" lo que vendría después, podría conspirar contra dicha "estrategia". Como solíamos decir, no estaban "maduras las condiciones." Preservar al partido y salvaguardar sus dirigentes y "aprovechar" ese auge de masas para propagandizar su línea, no es cuestión de corajes sino de previsión en el cumplimiento de una "estrategia": preservarse para la batalla decisiva. Más aún, las "estrategias" de ese tipo obligan a no propiciar la caída de un gobierno si ello no favorece la marcha hacia el triunfo final. El desorden de la inestabilidad política podría perjudicar la organización de las fuerzas del proletariado. En ello la izquierda cree ser formalmente fiel al marxismo ( por más que le pese al marxista James Petras) cuando Marx afirmaba que es criminal jugar a la insurrección. (El problema es que no fueron las fuerzas organizadas las que "jugaron" a la insurrección)
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De hecho lo que vino después no fue materialmente "mejor", no hubo una "acumulación" en términos clásicos. Hubo sí, un formidable cambio en la subjetividad popular, pero el mismo no se canalizó como lo prevén los manuales de marxismo leninismo. Cierto es que durante todo 2002 la izquierda se alimentó del estado de insubordinación generalizada, creció en número, intervino en las asambleas a punto tal que parte de ellas son hoy en día partidos con otra forma. Sin embargo, un año después, el 19 de diciembre 2002, con el fetiche de los "aniversarios", esas fuerzas organizadas, aun reforzadas por ese crecimiento cuantitativo, con la "ventaja" de agravamiento de la situación socioeconómica, con una crisis inédita de credibilidad del sistema, no lograron ni una pálida reproducción del año anterior. (De las expectativas y los resultados electorales de esa "acumulación" mejor ni hablemos)
A la izquierda no se le puede reprochar en modo alguno que no haya tenido participación relevante en los hechos del 19 y 20. Este libro demuestra hasta el cansancio esa imposibilidad como impotencia objetiva y que no es cuestión de coraje ni de moral. Lo que le reprochamos a la izquierda , fiel a Marx, es la falta de otro tipo de coraje, el coraje intelectual de revisar sus concepciones, sacar las lecciones de lo ocurrido, como hizo el viejo cuando también él fue sorprendido por la Comuna de París, incluso habiendo, un año antes, recomendado a los obreros franceses que no se lanzaran a la insurrección.
Si la izquierda fuera capaz de este acto de verdadera valentía, superaría su miedo patológico al desorden o la "desorganización", comprendería que el orden es funcional a la dominación capitalista, vería que la política ha mudado de lugar, intentaría repensar el socialismo no como un punto de llegada sino de partida, como lo está haciendo el MTD del sur. Entonces abandonaría sus veleidades de "vanguardia", su destructiva tarea "ordenadora" en asambleas, movimientos sociales y piqueteros, comprendería que no hay "batallas decisivas"… para incorporar el incuestionable coraje físico de sus miembros, su precioso caudal de pasión militante, a enfrentar la incertidumbre, para comprender que como sintetiza Zibechi: "la lucha ya no será un aparato para luchar, que termina pesando como una loza sobre el proyecto de emancipación, sino múltiples formas de hacer y de pensar que se ramifican en todas las direcciones posibles. Defender el mundo nuevo implica expandirlo, profundizarlo, enriquecerlo, a la vez protegerlo evitando que la lógica del sistema lo contamine".