29 de octubre del 2003
Reseña del libro de
Norman G. Finkelstein, Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí
Montserrat Galcerán
Norman G. Finkelstein, Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí.
Editorial Akal. Madrid 2003.
Mucho es lo digno de comentario en el último libro publicado por
la prestigiosa colección Cuestiones de antagonismo de la no menos
prestigiosa editorial Akal. Sin duda es un libro oportuno y valiente. Algo de
la dureza de su autor se ha traspasado al libro que no escatima descalificaciones,
merecidas, que señala con el dedo los "mitos" de la propaganda sionista
y desmenuza sus leyendas.
El afán desmitificador está presente en la propia estructura del
libro. Éste se divide en dos partes: teoría e historia
se llama la primera, aunque más propiamente podría llevar el título
de Mitos, y guerra y paz la segunda, cuando sería más
oportuno titularla belicismo y anexión, pues la paz no es más
que el nombre dado al hecho, no muy probable, de que los palestinos aceptaran
conformarse con un estado tutelado.
Según nos explica el autor, los mitos sionistas son fundamentalmente
tres: el de que Palestina estaba deshabitada cuando llegaron los primeros judíos
y se asentaron en el territorio, de modo que el problema de los refugiados sería
un falso problema y tales refugiados no existirían. Según esta
tesis, al estar el territorio deshabitado, fue la relativa prosperidad inducida
por los primeros asentamientos la que atrajo a los palestinos que en consecuencia
no serían oriundos del lugar, sino tan sobrevenidos como los propios
judíos y por tanto carecerían de cualquier derecho ancestral sobre
la tierra. Esta suposición choca frontalmente con el hecho fidedigno
de las expulsiones pero, como argumenta el autor, el mito consiste precisamente
en obviar las expulsiones e intentar casar los datos de los flujos migratorios
tergiversando los mapas.
El segundo mito acepta la expulsión de los palestinos, pero arguye que
ésta fue resultado de la guerra y no respondía a ningún
plan intencionado. Las acciones israelíes habrían sido siempre
respuestas a agresiones árabes y no a la inversa, con lo que se tergiversa
la situación en la que, ciertamente como muestra el libro, las agresiones
israelíes siempre precedieron y en caso de responder lo hicieron de un
modo desproporcionado, a las actuaciones por parte árabe.
El tercer mito es aquel que sostiene que los judíos se vieron, sí,
obligados a tomar las armas pero lo hicieron en último extremo y con
gran desagrado; su renuencia y el rechazo que sienten por la violencia hizo
que tuvieran que vencerse a sí mismos antes de ser capaces de vencer
a sus enemigos. La lucha interior y la violencia contra uno mismo era igual
o mayor que la violencia ejercida sobre otros.
En los tres casos la denuncia y crítica de los mitos del sionismo es
lúcida, insistente, exenta de prejuicios y mordaz. En todos ellos adquiere
además la forma de una crítica de los textos más destacados
en la difusión de tales concepciones: el libro de Joan Peters, From
Time Immemorial (Nueva York, 1984) en el primer caso, las obras de Benny
Morris, The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947- 1949 (Nueva
York, 1988), Israel´s Border Wars, 1949-1956 (Oxford 1993) y 1948
and After (Oxford, 1990) en el segundo y, por último, Land and
Power. The Zionist Resort to Force, 1881-1948 (Oxford, 1992) de Anita Shapira
en el tercero. El método empleado consiste siempre en mostrar las contradicciones
entre la documentación aportada para justificar las tesis sostenidas
y su contrastación con otros informes y documentos; por señalar
los desplazamientos y tergiversaciones que son resultado de posiciones previas
que impiden a sus autores sacar las conclusiones lógicamente pertinentes
o les llevan a embarullar los datos. Sin piedad alguna el autor muestra una
a una esas incoherencias y dibuja analogías que, a primera vista, pueden
resultar sorprendentes, como la que establece en el capítulo 4º entre
el discurso conquistador de los sionistas y el de la dominación nazi.
En ambos casos se insiste en que la lucha contra la propia humanidad, entendida
como una debilidad, precede y acompaña los actos más crueles contra
las poblaciones sometidas, lo que en cierta medida serviría para descargar
a los verdugos que habrían debido doblegar su natural repugnancia antes
de cometer tales actos.
Esas páginas brillantes no pueden por menos que apabullar al lector con
un ejercicio esmerado, realizado con precisión de cirujano, de su tremenda
crítica negativa. Como señaló muy acertadamente el Prof.
Martínez Montávez en el acto de presentación, uno de sus
mayores méritos es que partiendo de las fuentes sionistas llega a conclusiones
cercanas a las habituales en la bibliografía árabe. Por otra parte,
y aunque el libro se detiene en la guerra de 1973, su lectura me ha sugerido
una extrapolación a la reciente guerra contra Irak. N. Finkelstein reproduce
unas inquietantes palabras de Ben Gurion, el legendario fundador del estado
judío: "siempre he temido que pudiera surgir una personalidad entre los
gobernantes árabes como en el siglo VII o como surgió en Turquía
[Kemal Atatürk] tras su derrota en la primera guerra mundial. Levantó
su ánimo, cambió su carácter y los convirtió en
una nación combatiente. Existía y todavía existe el peligro
de que Nasser sea ese hombre" (p. 245). La guerra de 1966 tuvo como objetivo
debilitar esa figura. No sugiero que Sadam Hussein fuera un equivalente de Nasser,
pero quizás en los debates sobre la última guerra, por habernos
centrado casi exclusivamente en el agresor USA, perdimos de vista el papel activo
de Israel en impedir la existencia de cualquier régimen laico en el mundo
árabe que pudiera ofrecer su apoyo a los palestinos. Para obligarles
a aceptar el régimen de subordinación que se prevé para
ellos, es necesario que no puedan encontrar ningún apoyo activo en los
estados árabes circundantes y por tanto es necesario que estos estados
estén profundamente enfeudados al protector americano.
Eso me ha hecho pensar que quizá Aznar no mentía cuando aseguró
que la guerra contra Irak iba estrechamente unida a la "resolución" del
problema palestino. Lo que no dijo es que esa "resolución", expuesta
en la llamada Hoja de Ruta, llevaba a un destino de discriminación para
los palestinos a los que colocaba directamente bajo la vigilancia de Israel.
En las previsiones de Bush la guerra reordenaba el espacio de Oriente Medio
sometiéndolo al control de los USA, situados en la cúspide de
la pirámide. Bajo su protección se abría la vía
al expansionismo de Israel facilitándole la coexistencia con estados
lacayos. Entonces no es que Israel haya aprovechado la coyuntura post-bélica
para intensificar el asedio del territorio de la Autoridad Palestina, sino que
ambos avances, como los dos brazos de una tenaza, están intentando reorganizar
en profundidad toda la zona garantizando que ésta no ofrezca resistencias
ni materiales, ni culturales ni religiosas.
El libro no aborda en detalle los últimos acontecimientos; se cierra
con una constatación y una esperanza. Admite que quizá no haya
más camino, por el momento, que propiciar la existencia de dos estados,
uno judío y otro palestino, aunque a la larga una paz duradera exigiría
un solo estado en el que pudieran convivir judíos y palestinos. Esa solución
es difícilmente casable con un estado homogéneamente étnico
como el estado de Israel, el cual, a pesar de su aparente modernidad, supone
el caso más patente de estado étnico en el mundo contemporáneo.
A la pregunta de si ese estado, con esa política, ha solucionado el ya
viejo problema de la "cuestión judía", el autor responde con un
rotundo no. No sólo no la soluciona sino que la envenena. De ahí
la pasión militante del propio texto presente en su dedicatoria y al
final de la Introducción: el libro está dedicado a sus padres,
supervivientes de los campos de Maidanek y de Auschwitz y termina con la frase
"Que nunca olvide ni perdone lo que les hicieron". La Introducción finaliza
a su vez con el párrafo "De hecho los alemanes podían alegar la
severidad de las condenas por denunciar los crímenes de Estado. ¿Qué
excusa tenemos nosotros?"
Ésa es la pregunta ¿qué excusa tenemos nosotros, los miles y miles
de ciudadanos en cuyo nombre cometen los gobiernos tales atrocidades y cuya
movilización no va más allá de la expresión de nuestro
rechazo sin que logremos impedirlas?